Eduardo Verástegui ha construido una carrera pública que, en los últimos años, se ha desviado de la actuación para adentrarse en el activismo político ultraconservador. Su discurso, plagado de referencias religiosas, postulados de extrema derecha y una abierta intención de combatir el progresismo, lo han convertido en una figura polémica tanto en México como en el extranjero.
Sin embargo, su aspiración de influir en la política mexicana no es más que una quimera: sus ideas no tienen cabida en un país con una tradición política y social que ha demostrado, una y otra vez, que la ultraderecha radical simplemente no funciona aquí.
Eduardo Verástegui pasó de galán de telenovelas como Una luz en el camino y Soñadoras a aspirante a mesías ultraconservador, creyendo que su fallida carrera en el canto y el cine estadounidense le daba credenciales para la política. Pero gobernar no es actuar, y su guion de extrema derecha en México simplemente no tiene audiencia.
Hace unos días, Verástegui participó en la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC), un evento que se ha convertido en la principal cumbre del conservadurismo estadounidense. Este foro, en el que han participado figuras como Donald Trump y Jair Bolsonaro, ha sido señalado por su discurso abiertamente antidemocrático, racista y excluyente.
Lo más absurdo de la presencia de Verástegui en este evento no es solo su intervención, sino su aparente simpatía con los sectores más radicales del conservadurismo internacional. Su gesto al final de su discurso, interpretado por muchos como un saludo de connotaciones fascistas, es una muestra de cómo ha adoptado las formas y el discurso de una derecha ajena a la realidad mexicana.

Uno de los mayores absurdos del discurso de Verástegui es su insistencia en un mensaje católico al mismo tiempo que se alinea con posturas racistas y xenófobas. La doctrina social de la Iglesia, en su esencia, promueve la solidaridad, la igualdad y el respeto por la dignidad de todas las personas. Sin embargo, este personaje de 50 años parece ignorar esto al participar en eventos donde se enaltece un discurso de odio contra minorías y se aplaude la exclusión.
Si realmente siguiera los valores del catolicismo que dice defender, su mensaje debería ser de unidad y justicia social. En lugar de eso, opta por un enfoque de confrontación que no solo es incompatible con la fe que profesa, sino que además entra en conflicto con los principios de una sociedad diversa como la mexicana.
Verástegui está en proceso de formar un partido político en México para el que tendrá que realizar convenciones y afiliar 400 mil adeptos. Sin embargo, la historia reciente de la política nacional demuestra que los movimientos de extrema derecha simplemente no tienen cabida en el país. Por eso el PAN está a punto de desaparecer.
Los intentos de partidos con posturas ultraconservadoras han sido sistemáticamente rechazados por el electorado, por eso los representantes blanquiazules que representan el ala más conservadora del espectro político en México, han tenido que moderar su discurso para mantenerse relevante. Verástegui, por el contrario, parece decidido a promover una versión extrema de la derecha, similar a la que se ve en Estados Unidos. Algo que no tiene cabida en México, y que encima lo hacen verse ridículo, fuera de tiempo.
Pero México no es Estados Unidos. La ultraderecha estadounidense se ha nutrido de un discurso basado en el supremacismo blanco, el individualismo extremo y el rechazo a las políticas de bienestar social. En México, un país con profundas desigualdades y una historia de lucha por la justicia social, ese discurso simplemente no tiene asidero.
La carrera política de Verástegui no ha estado exenta de controversias. Su enfrentamiento con la influencer Wendy Guevara y la actriz Karla Sofía Gascón, debido a sus comentarios transfóbicos, es solo una muestra de cómo su discurso de “defensa de la familia” en realidad se traduce en exclusión y rechazo hacia sectores vulnerables de la sociedad.
Por otro lado, su crítica constante a los gobiernos de izquierda en México, desde Andrés Manuel López Obrador hasta Claudia Sheinbaum, no está sustentada en propuestas o argumentos de fondo. Su postura no es más que una oposición vacía, carente de soluciones reales y sostenida por retóricas simplistas de “defensa de la libertad”.
Eduardo Verástegui ha decidido seguir el camino de un activismo político que en México está destinado al fracaso. Su afán de importar modelos de la ultraderecha estadounidense y de promover un discurso excluyente no encuentra eco en una sociedad que ha demostrado ser mucho más progresista y abierta de lo que él quisiera aceptar.
El activismo de Verástegui es un reflejo de su desconexión con la realidad política y social de México, una vacilada, con un discurso similar a la derecha estadounidense, un espejismo de poder que, en el escenario político mexicano, está condenado al olvido.