Javier Corral, exgobernador de Chihuahua nacido en Texas, no solo terminó exiliado de su partido y refugiado en Morena; terminó, además, sepultado bajo el desprecio de un amplio sector del estado que gobernó durante cinco años. Su legado no es de transformación, sino de traiciones. Y lo que es peor, de complicidad con el silencio homicida que arrebató la vida a su amiga, la periodista Miroslava Breach.
El ahora librero y senador guinda, propietario de la librería Sándor Márai (en honor al escritor húngaro autor de La hermana), vive tiempos aciagos. Desde que dejó el poder, enfrenta reclamos en espacios públicos y embates constantes en redes sociales. Su prestigio se desmorona con la misma facilidad con la que esquiva los encuentros incómodos, como el reciente episodio en el aeropuerto de Chihuahua. Allí, su examigo y compadre, el empresario Eduardo Almeida Navarro, lo enfrentó con furia, obligándolo a huir entre escoltas, como si el pasado fuera un espectro implacable que le pisa los talones.
No es el único. En agosto de 2024, el empresario Enrique “Kike” Valles lo acusó de persecución política. “Te demostré, Javier, que todo lo que inventaste, con tus ministerios públicos, tu fiscal y tus jueces, era mentira. Te demostré mi inocencia”, sentenció Valles en un video público. Además, recordó que existen al menos siete denuncias por tortura contra Corral, y le exigió que dejara de escudarse en teorías de conspiración y enfrentara la justicia con la que tanto se llenó la boca en el pasado.
Pero si hay un episodio que define su hipocresía, es su complicidad en la protección de los panistas que estuvieron involucrados en el asesinato de Miroslava Breach. Desde su gobierno, no se investigó con la profundidad que ameritaba a José Luévano Rodríguez, Alfredo Piñera y Hugo Amed Schultz. Los tres presionaron a la periodista para que dejara de exponer la relación entre políticos serranos y el narcotráfico. Le advirtieron que tuviera cuidado con lo que escribía, que sus hijos podrían pagar las consecuencias. Corral sabía de estas amenazas desde 2016. Miroslava le pidió ayuda. Él prometió protegerla. No cumplió. Y por su omisión, la mataron.
Las pruebas de estas amenazas constan en actas. La Red Libre Periodismo de Chihuahua registró en octubre de 2016, ante el Mecanismo de Protección a Defensores de Derechos Humanos y Periodistas, que Miroslava ya enfrentaba una persecución feroz. Y mientras Corral tejía su narrativa de justicia y democracia, dejaba en el desamparo a una periodista que pagó con su vida la osadía de exponer la verdad.
Dos años después del crimen, la Fiscalía de Chihuahua, bajo su gobierno, no había concluido las investigaciones. El entonces subsecretario de Derechos Humanos, Alejandro Encinas, lo señaló con precisión: la indolencia de Corral era inadmisible. Y lo sigue siendo.
Hoy, Hugo Amed Schultz insiste en que fue torturado para declararse culpable como cómplice del crimen. Busca obtener libertad condicional en una audiencia programada para el 3 de abril. Su condena, apenas ocho años de prisión, fue resultado de un procedimiento abreviado que más que justicia parece un pacto de impunidad.
La Fiscalía estatal de Javier Corral nunca movió un dedo para capturar al autor intelectual, Crispín Salazar Zamorano, líder del grupo criminal Los Salazares, ni a Jasiel Vega Vega, ejecutor material del asesinato. Peor aún, en Chínipas, donde se ordenó el crimen, el gobierno estatal premió una obra turística que glorificaba a Los Salazares. Como si la historia necesitara otra bofetada.
El mensaje es aterrador porque en un país tan mortífero para la prensa, la impunidad se premia con pactos políticos y la desmemoria institucionalizada. Javier Corral no le hizo justicia a su amiga. No la defendió en vida, no la reivindicó en su muerte. Y ahora, refugiado en Morena, cosecha el desprecio que sembró.
La próxima semana, un juez decidirá si Schultz puede obtener libertad condicional. Pero el verdadero juicio se sigue escribiendo en la memoria de quienes no olvidamos. Corral, que en sus tiempos de gobernador se vestía de paladín de la democracia, se parece cada vez más a los Yunes. En Morena nadie lo quiere, y en Chihuahua muchos quisieran verlo donde pertenece: rindiendo cuentas. Lo conocí de cerca durante la Caravana de la Dignidad en enero de 2018 y, entre tantas cosas, recuerdo cómo maltrataba a su esposa Cinthia, con quien, parecía estaba casado solo por compromiso político o una apariencia. El cinismo de los poderosos tiene muchos rostros, pero la historia suele desenmascararlos.
Quizá valga la pena leer a Márai, sí. Pero no La hermana, sino La mujer justa. A veces, la literatura explica mejor lo que la política intenta ocultar.