El 20 de enero de 2025, con el arribo de Donald Trump a la Casa Blanca, los ecos de sus palabras volverán a retumbar con fuerza. En una reciente aparición ante el foro ultraconservador Turning Point, en Phoenix, Arizona, Trump aseguró que, en su primer día de mandato, declarará a los cárteles mexicanos como organizaciones terroristas extranjeras, dando la señal de una posible escalada en la intervención estadounidense en México.
La promesa de un combate directo, que incluiría el uso de drones para destruir laboratorios de fentanilo en territorio mexicano, ha encendido las alarmas no solo entre las autoridades mexicanas, sino también entre los analistas que temen una agresiva política exterior que, aunque parece improbable, no está exenta de peligros.
De acuerdo con las advertencias de Trump difundidas en medios estadounidense, a simple vista, la amenaza de una invasión militar directa de Estados Unidos a México parece improbable, más bien se asemeja a una retórica destinada más a satisfacer a su base ultraconservadora que a concretarse en hechos. No obstante, bajo la presidencia de Vicente Fox, ya se observó cómo Estados Unidos intentó intervenir en la soberanía mexicana bajo el pretexto de certificar la cooperación en la lucha contra el narcotráfico. Esta misma lógica subyace ahora en la visión de Trump, quien no ha escatimado en su retórica belicista contra los cárteles mexicanos, a quienes acusa de ser los responsables de la destrucción social tanto en su país como en los países de América Latina.
Sin embargo, lo que más inquieta, si es que algo puede inquietarnos (más) con la normalización de los conflictos internacionales, es la posibilidad de que esa intervención se materialice a través de métodos indirectos, lo que algunos analistas llaman la “invasión suave”. En ese sentido, el uso de drones para atacar objetivos específicos en México, como los laboratorios de fentanilo, se presenta como una opción viable para el gobierno estadounidense, siguiendo la estrategia empleada en Oriente Medio.
Allí, Estados Unidos ha demostrado que no tiene reparos en llevar a cabo ataques aéreos que destruyen objetivos sin la autorización de los países afectados, bajo la justificación de la lucha contra el terrorismo. Si esta lógica se aplica a México, los resultados podrían ser devastadores: ataques a laboratorios de drogas que no solo impactarían a los criminales, sino también a comunidades locales que pueden verse atrapadas en el fuego cruzado.
El uso de drones por parte del gobierno estadounidense en Pakistán ha suscitado un debate internacional que trasciende la mera cuestión de seguridad. Según Wali Aslam, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad de Bath, estos ataques, iniciados en 2004, han demostrado ser una respuesta eficaz en términos operativos, pero con graves consecuencias para la sociedad pakistaní. Los ataques, dirigidos principalmente a las remotas áreas tribales del país, han sido justificados como parte de los esfuerzos de contra-insurgencia, pero rara vez se evalúan los efectos en la población local y el estado de Pakistán.
El análisis de Aslam, difundido por la revista del Instituto Catalán Internacional para la Paz, agrega que el costo humano de estas operaciones ha sido alto: muertes de civiles y una creciente radicalización de la opinión pública, con un giro hacia la derecha en las políticas internas de Pakistán. El profesor apunta que líderes como Imran Khan, un político y exjugador de críquet pakistaní , han denunciado la arrogancia de Estados Unidos, señalando que, lejos de resolver el conflicto, los drones han exacerbado la situación, transformando las áreas de conflicto en focos aún más profundos de radicalización. La polémica, lejos de ser un debate técnico sobre la eficacia de los drones, es una reflexión sobre los costos colaterales invisibles, aquellos que se dan en la piel de los civiles inocentes y en la integridad de los estados afectados.
Un escenario de este tipo podría desencadenar una respuesta de México, que podría ver en ello una violación de su soberanía. Ya algunos sectores de la política mexicana, como el coordinador del Grupo Parlamentario de Morena, Ricardo Monreal, han expresado con firmeza que México no permitirá ninguna forma de intervención hostil de gobiernos extranjeros. Monreal, respaldado por varios actores políticos del país, subraya que México es una nación soberana y que, frente a las amenazas, se unirá para exigir respeto y mantener una postura firme. La respuesta podría ser tan fuerte como la solicitud de ayuda internacional, lo que colocaría al país en un escenario diplomático complicado, con aliados como Brasil o Argentina dispuestos a respaldar una política de no intervención.
El pronunciamiento de Monreal refleja el sentir generalizado en el Congreso mexicano, que rechaza las políticas hostiles de Trump. En una era de globalización, México ha entendido la necesidad de tejer alianzas estratégicas con otros países para garantizar su seguridad y estabilidad. La intervención militar o incluso la agresión indirecta, como el uso de drones, podría empujar a México a fortalecer su red de apoyo internacional, buscando respaldo tanto en América Latina como en el ámbito de las organizaciones internacionales.
Pero la amenaza no se limita al ámbito de la seguridad. Los efectos económicos de las políticas migratorias de Trump también podrían ser devastadores para México. Trump ha reiterado su intención de deportar a millones de migrantes indocumentados, lo que podría generar una caída estrepitosa en la economía mexicana, dependiendo de la magnitud de las deportaciones. Las remesas, que representan más del 12% del PIB en algunos estados mexicanos como Zacatecas, Guerrero y Oaxaca, podrían verse gravemente afectadas. El retorno de migrantes sin empleo y el corte de los flujos económicos provenientes de Estados Unidos podrían causar un golpe económico sin precedentes, como lo advierte el análisis de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), que estima una caída del 2.6% en el PIB mexicano entre 2025 y 2028.
Por otro lado, el endurecimiento de las políticas migratorias, al igual que la posible implementación de medidas severas contra los cárteles, podría disparar la violencia en México, ya que los grupos criminales, ante la presión externa, intensificarían su lucha por el control del territorio. Los enfrentamientos en las fronteras, tanto físicas como económicas, entre Estados Unidos y México podrían abrir un nuevo capítulo de tensiones bilaterales que dañaría profundamente las relaciones entre ambos países.
El gobierno mexicano tendría que redoblar sus esfuerzos en ciudades como Juárez, para apoyar a los migrantes que sean deportados.
Lo intersante es cómo responderá México. La actitud de rechazo de los legisladores mexicanos es clara, pero la verdadera prueba será si, ante una posible escalada, el gobierno mexicano y sus ciudadanos serán capaces de mantener la unidad nacional. Con Claudia Sheinbaum, la presidenta electa, a la cabeza, México se encuentra ante la oportunidad de reafirmar su soberanía y asegurar que cualquier acto de agresión o amenaza será respondido con firmeza, pero también con diplomacia. El llamado a la unidad que propone Monreal es esencial para evitar que la narrativa del miedo y la confrontación se convierta en una espiral destructiva que solo beneficiaría a los actores más radicales de ambos lados de la frontera.
La personalidad de Trump: ¿Un factor decisivo?
A pesar de las previsibles reacciones de los gobiernos y los expertos en relaciones internacionales, la personalidad impredecible de Trump sigue siendo el factor más preocupante. El expresidente de Estados Unidos ha demostrado ser capaz de tomar decisiones drásticas sin importar las consecuencias para la diplomacia o los acuerdos previos.
Su visión simplista de los problemas, su tendencia a la confrontación y su impulso de retóricas agresivas lo convierten en una figura impredecible en la escena internacional. Así, aunque una invasión militar directa a México sea poco probable, la realidad es que Trump podría encontrar formas de escalar la tensión con México sin necesidad de poner tropas en suelo mexicano.
La amenaza de Trump sigue flotando sobre México, aunque quizás no con la contundencia que muchos temen. Sin embargo, la incertidumbre sobre la voluntad y la capacidad del expresidente para hacer cumplir sus promesas, combinada con su estilo de liderazgo errático, deja abierta la posibilidad de que, en algún momento, la «invasión suave» se convierta en una dolorosa realidad, cuyo costo podría ser más alto de lo que muchos imaginan. Habrá que darle tiempo al tiempo para ver qué sucederá