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Oscar Saavedra Villarroel: La poesía es la unión de nuestros límites

Oscar Saavedra Villarroel nació en Chile. Es licenciado en Educación y videopoemista. Becado por la Fundación Pablo Neruda en 2005 y por el Consejo de Cultura y las Artes en 2017 por su libro Montparnasse La Victoria. Ha participado en encuentros nacionales e internacionales de poesía, como el Festival Internacional de Poesía de Medellín, el […]

El poeta chileno habla con Poetripiados sobre su obra y sus procesos creativos

Por Fidelia Caballero Cervantes / 9 de mayo de 2025

Oscar Saavedra Villarroel nació en Chile. Es licenciado en Educación y videopoemista. Becado por la Fundación Pablo Neruda en 2005 y por el Consejo de Cultura y las Artes en 2017 por su libro Montparnasse La Victoria. Ha participado en encuentros nacionales e internacionales de poesía, como el Festival Internacional de Poesía de Medellín, el Festival Mundial de Poesía en Venezuela, Xichang Silk Road International Poetry Week en China, el Mundial Poético de Montevideo y el Festival Internacional de Poesía de Costa Rica.

— ¿Qué es la poesía?

Es una pregunta imposible —no la sé— con millones de posibilidades. La han definido muchas personas o poetas, y está bien; el verbo “ser” da para mucho, aunque siempre depende del contexto. No existe una definición universal.

Cuando joven, para mí la poesía era atrapar con el oído palabras que parecían invisibles en la micro, el metro u otros territorios. Ahora, cuando el mundo personal se reescribe, trato de llevar todo a la palabra escrita y su gran sonoridad.

Hay un libro llamado Nieve, de Maxence Fermine, donde un joven llamado Yuko, apasionado por el arte del haikú, lo deja todo para perfeccionar su escritura y busca a Soseki, un poeta ciego de gran prestigio. La poesía, entonces, también puede ser ancestras, memoria, ajedrez, personas caminando por Santiago Centro o Beijing. Siempre he dicho que la palabra escrita es palabra vivida.

Algunos preguntan por la ficción. La ficción también se puede vivir, porque la palabra “vida” tiene miles de definiciones. Solo doy un ejemplo: la biología y su concepto de vida como aupoiesis. Entonces vuelvo a la pregunta: para mí, poesía es toda palabra, sonido o vibración que sale de casi todas las bocas o sus silencios gráficos, y que alguien —quizá desde un bosque o desde la city— atrapa y une, creativa u objetivamente, da igual. Pero además sabe que existen miles de formas en que, una vez construida, esa palabra puede definirse por sí misma, desde la naturaleza muerta que son las palabras cuando están solas hasta la vibración de una consonante o algunos poemas invisibles.

También tengo una visión algo menos canábica y más educativa: la poesía como herramienta pedagógica, didáctica o experimental. Para escribir bien solo se necesita leer prosa creativa, brillante en léxico, poesía, filosofía, entre otras posibilidades. He visto cambios sociales en micromundos llamados marginales. Creo haber estado en los barrios más difíciles, según ciertas cifras, en Chile antes de la pandemia, y en cada lugar vi cambios inmediatos en quienes se acercaron a la poesía.

Podría decir, entonces, que la poesía es una herramienta pedagógica, didáctica y creativa que potencia lecturas y escrituras más amplias en cuanto a visión, creación y conocimiento de sí mismos. He entrevistado a personas en distintas regiones de Chile, siempre reuniendo palabras de los lugares que visito, y las respuestas sobre la poesía siempre son románticas o recuerdos de infancia. Le dan cierto valor, aunque dicen no saber definirla. Por otro lado, casi toda persona ha escrito un poema, por muy de calendario o pergamino cursi que sea, dispuesto a generar alergia en ciertos lectores atentos, pero poema al fin.

El lenguaje de los gatos, de los delfines, de las ballenas —que hemos escuchado y sentido— también contiene poesía. Es imposible atraparla para definirla. Parece una tortuga avanzando a velocidad luz mientras algunos quedan pegados en el flash Canon.

La palabra es barro, pátina, claroscuro, brillo. Las palabras, a través de su sintaxis, son libres y construyen significados o vibraciones que definen lo que es una lengua, un idioma, lo híbrido de un idioma. Una lengua de la Pacha Mama, no la lengua padrastra que nos impusieron.

“Poesía es un gato verde descansando en la palabra ‘perro’”, escribió un preadolescente de 12 años. “Son mis últimos años escritos”, relató una adulta. “Es el amor”, dijo una pequeña. Pero también es la guerra, palabra que deberíamos tachar y, al hacerlo, crear una nueva realidad. No solo en el límite de nuestros lenguajes está nuestro mundo, sino en la unión de esos límites. La poesía es la unión de nuestros límites.

“La poesía es el arte de verter el mar en un vaso”, dijo Ítalo Calvino. Bueno, eso también.

— ¿Cuál es el papel de la poesía en el mundo? ¿Por qué vale la pena escribir?

Uno es tan átomo que decir cuál es el papel de la poesía en el mundo resulta complejo, pero vamos.

Pertenezco al Movimiento Poético Mundial (WPM), que reúne a poetas activistas de casi todo el planeta. Poetas que no solo escriben sobre un papel, sino que hacen del papel verbo, y del verbo acción; acciones que permiten que la poesía genere diálogo, impacto, paz, amor y conciencia.

Algunos podrían llamar utopía a estas palabras, pero ¿quién se atrevería a decirle utopía a la palabra “paz»? Juntos nos organizamos para darle movimiento a la poesía. Lideramos escuelas de poesía, algunas muy bien logradas, otras apenas resistentes, pero lo hacen. Colectivizamos, hacemos comunidad con la palabra desde distintos colores, lenguajes, idiomas, percepciones y contextos. Quizá esto, junto a tantas acciones que se realizan diariamente, le da a la poesía un papel no solo como palabra escrita, sino como cuerpo político y social, como libertad.

El problema es económico y estructural. Un sistema que te encierra como categoría, especialmente ahora, cuando la psicopolítica y una sociedad que la alimenta nos reduce a datos y números. Las inteligencias artificiales escriben infinitamente libros hasta que la palabra desaparezca y solo queden códigos. El libro de poesía es el más abandonado, desde su precio hasta su presencia social.

Si sumamos una poética psicopolítica, estamos algo jodidos. La resistencia está en nuestros bosques. Las ciudades se velan a sí mismas como en una fiesta del Día de los Muertos.
El papel real de la poesía está en los micromundos y sus contextos políticos, sociales y culturales. La poesía lleva las palabras a su máxima expresión, ayuda a entender el mundo desde miradas atípicas, típicas o neurodiversas. Define al sujeto político, a la actora política o a la individua.

Existen palabras urgentes, otras que esperan quien las escriba. Hay lugares donde aún no existe la escritura o fue impuesta brutalmente, pero también hay oralituras que sobrepasan la grafía.
Entonces, ¿cuál es el papel de la poesía? Tal vez continuar el relato como un libro abierto, para siempre. En lo personal, creo que toda poesía es política, porque casi todo lenguaje lo es, dependiendo de qué boca y qué mano lo trabaje. Me estremece seguir escuchando «mi obra” cuando estamos en plena crisis del papel y el lápiz, con cada vez menos lectores. Eso lleva a que otros tomen la palabra desde lugares que el lenguaje escrito no permitiría.

Vale la pena escribir, sí. Vale la pena. Lectura sin escritura es un ejercicio incompleto. Escribir tiene la posibilidad de ser no solo apreciación estética y emocional, o lo que creas, sino también desahogo, una herramienta de sanación. Además, la neurociencia ha demostrado lo importante que es la poesía a nivel neurobiológico.

— Chile es un país de grandes poetas. ¿Se está escribiendo actualmente al nivel de sus antecesores?

Sí, Chile es un país de grandes poetas, aunque definir el nivel respecto a sus antecesores es complejo y arbitrario. Además, más que un país, es la Tierra —aunque los contextos varían con el tiempo—. México, India, China, Nigeria: todos tienen grandes poetas.

Las escrituras actuales caminan según su tiempo; aunque, debo decir, leo demasiadas reescrituras gringas, cambios de nombre en traducciones, estéticas robadas; pero también propuestas arriesgadas. A menudo invisibles ante el mercado editorial —que en poesía casi no existe— y unas redes sociales que pertenecen al enemigo que nos chupa el espíritu. Hay poesía lúcida que nace en los márgenes: provincias, lo urbano, lo rural, la juventud, la infancia, la madurez, la descentralización. Esto no siempre se ve en lo institucional —a las instituciones se les acabó el tiempo—. Los círculos y centros no sirven; de esos espacios me alejé rotundamente. Hay voces bloqueadas por “pacos digitales”, nubecistas o algoritmos que silencian palabras. Y, aunque el silencio es muy necesario, el fascismo no.

En poco tiempo, percibo, leeremos poesía de espacios under impensados y voces realmente nuevas.

— ¿Qué poetas mexicanos vivos son reconocidos en tu país?

En mi país no se reconoce al poeta de manera real. Si reconocimiento significa que el público general —niñeces, lectores, personas— los lea, la respuesta es no. La institucionalidad, el gremio y los círculos son otra cosa. Quizá Coral Bracho, David Huerta suenen en ciertos talleres, pero no con la masividad merecida.

Ahora, el intercambio poético entre Chile y México y el conocimiento desde la poesía es otra cosa.

— ¿Crees que existan buenos críticos literarios actualmente en los países de habla hispana?

Sí, deben existir buenos críticos literarios, pero los desconozco. Presumo que operan desde los márgenes. Hoy la crítica más interesante, sin duda, debe estar en espacios alternativos como revistas digitales independientes, podcasts literarios o páginas web. Lo importante es que la crítica sea sensata, más allá del amiguismo o modas pasajeras.

— ¿Cómo es un día ordinario en tu vida? ¿Cuáles son tus rutinas o actividades diarias?

Mi rutina diaria es diversa y depende mucho del estado emocional o racional. Generalmente empiezo el día con un café, ejercicios de respiración y pesas. Leo diarios. Algún libro. Luego escribo: puede ser mi diario, poesía o trabajo en mis talleres literarios que me ocupan gran tiempo, junto a un continuo pensamiento que escribo como el activista de la palabra que me considero. Trato de mantener una rutina saludable porque estoy convencido de que cuidar el cuerpo, la mente y las energías es también cuidar la palabra y el amor que le tengo a mi madre, a mis hijas, a mi gatita, a mis seres queridos. Vivo en Macul, donde llevo una vida como una antítesis; enfocada en sanar, crear y creer. Reuniendo energías. Alejándome del celular y de los seres tóxicos. Esperando abrazar a un bosque.

— ¿Crees que los poetas nacen o se hacen?

Ambos. La poesía es anarquista. Algunas personas parecen nacer con altas capacidades desde la palabra única y anómala, mientras otras la desarrollan con el tiempo, la lectura, la experiencia y el ejercicio constante —como en el básquetbol, la gastronomía u otro oficio—. O, como decía Rojas, muy citado: “Los poetas son de repente”.

— ¿Consideras que el poeta tiene una responsabilidad social con su comunidad y que su poesía debe ser revolucionaria, contestataria y debe luchar por las causas sociales?

El poeta sí, la poesía depende del poeta.
Creo en la libertad, y cada cual hace lo que quiere. Pero no respeto a la poesía individualista ni a los codos enmohecidos de tanto escritorio o Institución.

— ¿Cómo es la ciudad donde vives y qué tan importante o inspiradora es a la hora de escribir?

La ciudad me tiene aburrido. El ruido constante no es normal. La privatización del aire, así lo llamo. Árboles de cemento por todas partes. Las bocinas. La violencia del diario vivir. Siento que Santiago es violento, aunque uno pueda andar con su celular en la mano. Más que eso, es el sistema imperante, que yo digo que nos metieron a través de un cuento infantil. Ver zombies todos los días me da pena. Ver a personas trabajadoras no tener tiempo. Son pocas las personas que tienen tiempo, y la ciudad, la velocidad, es atómica y no termina nunca. Y no ando detrás del tiempo perdido. Quiero narrar el presente y para eso escribo desde la filosofía hace un tiempo, sobre todo política, que se puede dividir en tantos verbos. La racionalidad no es el límite. El límite es cuánto dañas o te dañas. Se podría decir que es ético. Pero en un mundo en donde la psicopolítica nos agarró desde la ultra. Por algo Fisher dice: podemos ver morir todo, pero el capitalismo seguirá vivo. La ciudad dejó de inspirarme.

— ¿Qué proyectos tienes en puerta? ¿En qué estás trabajando actualmente?

Estoy escribiendo sobre algo urgente: la palabra libre. Creo que la poesía puede deconstruir incluso el insulto más nefasto y repetido de la humanidad: “concha de tu madre”, o su versión abreviada. Lo digo con claridad: no tengo padre desde muy temprano, así que me permito decir que deberían irse a los “testículos del padre” de quienes siguen normalizando eso. Trabajo en esas deconstrucciones dentro de lo que escribo. Escribo un libro llamado La propiedad privada del padre. Otro de filosofía en verso. Uno de didáctica del lenguaje. Y un diario que habla de las neurodivergencias y la violencia en la salud mental. Un proyecto que llevo años es un libro film. Me gusta mucho el cine y no puedo evitarlo. Seguiré con las Escuelas de la Poesía y espero llevar a cabo el tan anhelado Festival de Poesía Descentralizado.
Proyectos no faltan, lectores de poesía, sí.

Ha publicado en Anomalías, 5 poetas chilenos (Editorial Zignos, 2007); Tecnopacha (Editorial Zignos, 2008), Tecnopacha intervenido (La One Hit Wonder, Guayaquil, Ecuador, 2012), Tecnopacha, Desbordes (2016); Entre Montparnasse, La Victoria, una familia y Asia (Editorial Casa de La Poesía, Costa Rica, 2018); La primera calle (Ed. Municipalidad de Lima, 2020). Es director de la editorial Andesgraund, de las Escuelas de la Poesía y del Festival de Poesía en las Escuelas. Realiza talleres, conferencias y exposiciones en torno a la educación poética, literaria y experimental en Chile y Latinoamérica.

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