Omar Delgado, escritor, periodista y docente, irrumpió en el panorama literario en 2005 con Ellos nos cuidan, publicada por Editorial Colibrí. Su talento narrativo volvió a brillar el pasado 26 de noviembre, cuando fue galardonado con el Premio Nacional de Novela José Rubén Romero por su obra Los mil ojos de la selva.
En 2011, su pluma conquistó dos escenarios: obtuvo el Premio Iberoamericano de Novela Siglo XXI Editores-UNAM-Colegio de Sinaloa con El Caballero del Desierto y, en ese mismo noviembre, ganó el concurso nacional de cuento Magdalena Mondragón, convocado por la Universidad Autónoma de Coahuila.
Su narrativa continuó expandiéndose con Habsburgo (Editorial Resistencia, 2017) y la inquietante El don del Diablo (Nitro Press, 2022). Delgado, con una carrera marcada por la crítica y los reconocimientos, reafirma su lugar entre los imprescindibles de la literatura contemporánea.
Poetripiados conversó con el autor mexicano sobre diversos temas, entre los que destacan la relación entre la violencia y la literatura, la novela El don del Diablo y sus personajes, y el estado de salud que guarda el noir en México.
A continuación presentamos la entrevista completa:
La violencia que atraviesa el país desde 2008, ¿es un buen motor para un escritor que se adentra en la literatura negra?
En mi opinión, el escritor (y el artista en general) funciona de manera similar a una antena que capta las vibraciones del entorno social en el que vive y las canaliza en un artefacto estético, sea este literario, teatral, dancístico, musical o plástico. En ese sentido, convierte lo ominoso en belleza y en materia de reflexión para quien se adentra en su creación. Creo también que las épocas difíciles dan como resultado artes sublimes. Y para ilustrar esto, me gusta recordar una frase de la película El tercer hombre, en donde Orson Welles es el antagonista, un estafador y ladrón que trafica con medicinas en el Berlín de los años inmediatos al fin de la guerra mundial. Es un cínico que, en algún momento del filme, dice algo así como: “Por cien años, Italia fue gobernada por los Borgia, los Medici, los Sforza, mismos que sumieron a ese territorio en una era llena de violencia, muerte, matanzas y guerras. Pero también en ese periodo surgió un Miguel Ángel, un Da Vinci, un Botticelli. En contraste, en Suiza vivieron quinientos años de paz y sosiego, y lo único que produjeron fue el reloj cucú”.
¿De qué trata tu libro El don del Diablo?
Es la historia de un criminal y asesino que, en su juventud, fue miembro de las fuerzas represoras del estado mexicano. Por azares del destino, Abundio, este viejo cabrón, cae en la cárcel y vive en la sombra por cuarenta años. Por una cuestión administrativa, es liberado ya cuando se acerca a la octava década de su vida y se encuentra de repente en un mundo que no entiende y en donde no se acomoda, por lo que se refugia como empacador voluntario en un supermercado. Por supuesto, que las viejas mañas nunca desaparecen, y este anciano comienza a utilizar su afilada astucia para crear una red criminal que involucra a todos los empleados de la tienda departamental.
¿Cuál es el vínculo entre la violencia y los débiles, los aislados o los sin rostro en tus escritos?
Los débiles son víctimas, en primer lugar, de violencia institucional y económica. Ellos son, por lo general, abandonados a su suerte y condenados a la existencia marginal y a la miseria. Por supuesto, que ellos también son capaces de ejercer violencia en contra de otros, misma que casi siempre es reactiva, que es una respuesta desesperada a la situación en la que viven. En mis novelas abordo la violencia como un elemento presente en el entorno, como un lenguaje que mis personajes tienen que aprender y dominar si quieren seguir con vida.
Dicen que todos los escritores plasman algo de sí mismos en sus personajes. ¿Abundio lleva tatuado algo de ti?
Por supuesto. Abundio está construido con los sedimentos más oscuros de mi psique y, a través de él y de otros de mis personajes, exploro los límites de lo que sería capaz de hacer si viviera en la misma situación que ellos. Tengo la convicción de que toda escritura es, en el fondo, un poco autobiográfica y muestra los límites de cada autor.
¿Cómo incursionaste en el género noir?
Pues… como dirían los Tigres del Norte en uno de sus famosos corridos: “Yo no crucé la frontera: la frontera me cruzó”. En mis escritos, siempre estaba presente la violencia en alguna de sus manifestaciones (psicológica, física, social, económica), y en ellos me gusta plasmar las consecuencias de esta violencia. De repente, alguien me dijo que lo que escribía era novela negra y… bueno, me gustó la etiqueta.
¿En qué estado se encuentra actualmente la literatura negra en México?
Creo que goza de cabal salud debido, por desgracia, a la situación actual de nuestro país. Hay grandes plumas entre nosotros que están construyendo verdaderas maravillas con temas que se nos han hecho cotidianos. Espero que en el futuro haya un momento en que lo único que quede de la violencia que vivimos sea lo que hemos escrito acerca de ella.
¿Cuáles son, para ti, las tres autoras que más impacto han tenido en este género?
Patricia Highsmith, Agatha Christie y Carson McCullers (aunque esta última no esté considerada tan cercana al género negro).
¿Qué diferencias encuentras entre las autoras y los autores en la literatura negra?
No pretendo generalizar, pero creo que en las autoras está más presente el impacto de la violencia en un ámbito íntimo, personal. Hay una mirada más “hacia adentro”, pues. Los autores hombres tienden a ver más hacia el exterior, a construir una “épica de la violencia” que incluso puede llegar a ser una elegía, mientras que lo que he leído de literatura negra femenina pone más hincapié en los efectos de ésta en el mundo interior de los personajes.
¿Cómo es tu proceso creativo al escribir? ¿Tienes algún ritual específico?
Tengo poco tiempo para escribir, por lo que, por lo general, construyo las historias mientras hago otras actividades (nadar, desplazarme en bicicleta, conducir, lavar los trastes), y luego vacío todo lo imaginado en la hoja en blanco. Escribo una primera versión “en bruto” y la reescribo por lo menos tres o cuatro veces. En ese sentido, considero que escribir es análogo a dibujar: primero, se hace el boceto, luego, se definen los trazos, luego se entinta, luego se colorea, y al último, se afinan los detalles.
La infancia suele jugar un papel crucial para un escritor. ¿Cómo fue tu primer contacto con un libro? ¿Qué libro te marcó primero?
Yo crecí en un hogar de clase trabajadora, que además estaba conformado por migrantes del norte. Todos los fines de semana, mi madre me llevaba al centro comercial (el extinto Gigante), en donde existía una extensa sección de libros publicados por muchas editoriales mexicanas que actualmente desaparecieron: Panorama, Edivisión, Posada, Grijalbo… Con libros que iban desde temas históricos hasta novelas. Me hice un lector omnívoro, que consumía ensayo, biografía, novela, cuento, sin saber que había esta división de géneros. Creo que el primero que verdaderamente me impactó fue la “Enciclopedia de los fantasmas”, de Edivisión, que recopilaba los casos más tenebrosos relacionados con seres sobrenaturales. ¡Ah! Y para el noir y lo macabro, no puedo olvidar las historias que contaba mi abuela, quien vivió de niña la guerra cristera y tenía un sentido muy particular y tenebroso de la vida.
¿Qué recomendaciones darías a quienes recién comienzan a escribir, además de buscar talleres para mejorar sus textos?
En primer lugar, que esta es una carrera de resistencia. Hay que persistir, escribir, aguantar.
En segundo lugar, que todos iniciamos escribiendo bazofia, y que sólo el tiempo y la maestría nos alejan de eso.
En tercer lugar, que las críticas son útiles, incluso las más hostiles y malintencionadas. Hay que tener el cuero duro para recibirlas.
En cuarto lugar, que toda obra nueva que escriban es un nuevo inicio. Con esto, me refiero a que no porque hayan escrito un relato o una novela buenos el siguiente va a ser bueno o mejor. No hay recetas, pues cada historia es un universo con sus propias reglas y, como escritores, hay que saber encontrarlas.
En quinto lugar, que cualquier escritor novel debe encontrar sus propias rutinas y tiempos para escribir. Hay quien escribe ocho horas seguidas, y hay quien sólo puede una. Hay quien se levanta a las cuatro de la mañana a darle a la máquina y quien se desvela para perseguir las historias. Hay quien escribe a mano y luego pasa a computadora, y hay quien sólo escribe con un teclado enfrente. Todos somos distintos, y no hay método mejor que otro.
En sexto lugar: lean, lean, lean. Un escritor que no lee es como un nadador que bracea en el aire.
Omar Delgado, cuentista y narrador de lo inconfesable, ha dejado también en el papel los volúmenes que nuestra realidad, tan dada a la contradicción, necesita: De mujeres ¿mujeres y traiciones? (Editorial Abismos, 2015), Borderline raza (Editorial Artificios, 2016), y Donde no hay Dios (Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 2017). Como un explorador de lo imposible, su obra se integra a antologías que hurgan en los rincones oscuros de nuestro país: El Abismo. Asomos al terror hecho en México (Editorial SM, 2011), Bella y Brutal Urbe (Resistencia, 2012), Festín de Muertos. Relatos de zombies hechos en México (Océano, 2015), Mexico Noir (Nitro Press, 2016), LadosB, Narrativa de alto riesgo (Nitro Press, 2018) y Desierto en escarlata. Cuentos policiacos de Ciudad Juárez (NitroPress, 2018). Un cronista del desastre y la violencia, Delgado se ha consolidado como la voz que nos narra lo que, por mucho que no queramos, define nuestros días.
Así recibió Omar Delgado el Premio Nacional de Novela José Rubén Romero por su obra Los mil ojos de la selva: