Cuando se habla de invasiones alienígenas, enseguida, como por truco de prestidigitador, se barajan mentalmente nombres de ciudades cosmopolitas y se visualizan devastadas al estilo de La guerra de los mundos. Quizás la culpa sea de la industria cinematográfica. Pero tal vez nadie imagine una pequeña ciudad caribeña, perteneciente a un país insular enclavado en El Golfo, siendo invadida por platillos voladores. Y es que, en efecto, la única invasión probada de extraterrestres ocurrió, hace varias décadas, en la ciudad de la Habana, que en aquella época era, quizás felizmente, capitalista.
Avistar ovnis (ufos), casi todos lo saben, no es algo nuevo. En la década del 50 era tan popular observar objetos extraños en el cielo que el psicólogo Carl Jung intentó darle una explicación basada en las teorías de la sincronicidad y el inconsciente colectivo. En 1958 publicó Sobre las cosas que se ven en el cielo, con el epígrafe (en la versión en español) de “la exposición e interpretación de un fenómeno actual, con empleo de material psicológico comparado: sueños, pinturas y paralelos históricos”. En dicha obra elabora un estudio minucioso, erudito y exhaustivo (todos sinónimos de extenuante), acerca de la manifestación psíquica del ufo:
“De los ejemplos de sueños y de los diferentes cuadros se sigue que el inconsciente se sirve para representar sus contenidos de ciertos elementos de la fantasía que pueden compararse con la aparición de ufos.”
Jung interpreta, en síntesis, que el fenómeno es el resultado de un caos colectivo en la vida interior, que se rebela, o niega, el orden exterior. A pesar de su esfuerzo por dilucidar el problema, y de los fútiles intentos por aclarar su postura, fue malinterpretado y llegó a ser nombrado un profeta de los ovnis.
El psicólogo autor de Cosas que se ven en el cielo quizás nunca supo que en la Habana, años antes, un tipo gordo, risueño, fumador de puros habanos y proclive a la poesía culta dedicaría un artículo en un diario llamado Lunes, en el que habla, con finos toques de ironía, de platillos voladores. En pocas palabras, todas en estado de ebullición, José Lezama Lima nos adentra en su universo de mitos, símbolos, filosofía y poiesis:
“Ahora ciudadanos de buena fe y candor necesarios, señalan platos con candela, cuerpos luminosos…”
“… El seguimiento de ese escarabajo de oro, imagen hoy demodé,(…) vuelve otra vez a demostrar que lo teogónico y lo mágico, lo infuso y sobrenatural, rondan a la materia en cuanto esta se revela contra las tablas cognoscentes del hombre de cada momento histórico.”
Cada generación pertenece a un momento histórico determinado, por ende, nos toca elegir o bien mantenernos al día con los conocimientos científicos o aferrarnos a pensamientos pasados de moda motivados, quién sabe, por la ingenuidad:
“Parece, tal vez, que después del período trascendental de la física de la destrucción de las cadenas nucleares, hemos querido volver a la limpia ingenuidad de la física jónica (…). Explicaciones de explicaciones que llevan al hombre de hoy a pasearse por la azotea como si fuera un ninivita arcádico.”
“Nuestra época se decide, así, también a mostrar ese sobrante que revela sus trojes henchidos.”
A pesar del escepticismo de ambos escritores, en La Habana quedó registrado el único evento de invasión marciana. El 28 de diciembre de 1954 amaneció, en los terrenos donde se construían los cimientos del Coliseo de la Ciudad Deportiva, un enorme disco volador. A su alrededor se aglomeraron unas 15 mil personas. La Policía cercó la zona y apuntaban con la artillería al objeto. La prensa transmitía en vivo. La rampa de la nave se abrió y se asomaron los “marcianos”, vestidos de verde y portando armas plásticas, a ritmo de cha cha cha. A pesar de las muestras de paz la policía, picada por la bromita, los condujo a la estación donde estuvieron detenidos varias horas. La sensual actriz, cantante, bailarina y vedette Rosita Fornés, cuya belleza, eso sí, era de otra galaxia, junto a cinco actores más, habían interpretado esta broma por el Día de los Inocentes, propaganda patrocinada por una cervecería.
Superada, aunque no del todo, la ingenuidad de épocas pasadas ¿de qué somos víctimas? ¿Qué caos desordena nuestra psiquis? ¿Estupidez? ¿Miedo? ¿Neurosis? Lo cierto es que las generaciones venideras juzgarán a la de hoy y, aunque quizás la culpa no sea de todos, no saldremos muy bien parados.