En 2013, gracias a El puro y el tren, conocí por primera vez las mentiras de Manuel Matus. Se trataba de un cuaderno de 12 páginas, cinco relatos y una presentación donde el autor explicaba el origen de la mentira como género literario; este cuaderno fue publicado en 1989 por la editorial Carteles Editores. Posteriormente tuve la oportunidad de leer Santuario del sueño y otras mentiras, Premio Nacional de Cuento, Mito y Leyenda Andrés Henestrosa, 2004.
Recientemente la Editorial 1450 publicó el Libro de mentiras del señor Moonge, una bella y lujosa edición acompañada con ilustraciones del artista japonés Shinzaburo Takeda. Esta compilación de relatos nos muestra que Matus a lo largo de tres décadas ha perfeccionado el arte de mentir. Parafraseando a Óscar Wilde, diríamos que Manuel es “un auténtico mentiroso, por sus palabras sinceras y valientes, su magnífica irresponsabilidad, su desprecio hacia lo natural y sano hacia toda prueba”.
Una de las características de la mentira es que se plantea como oralitura, estrategia narrativa que nos exige afinar el oído y escuchar el relato como si estuviéramos frente al narrador. No sabemos a qué edad Manuel comenzó a mentir, pero aquéllos primeros cinco relatos de El puro y el tren ya mostraban a un gran mentiroso en potencia, aunque todavía mantenía cierto pudor y sobre todo ciertas dudas en la construcción del narrador.
En ese sentido, uno de los cambios importantes que notamos en el Libro de mentiras del señor Moonge es que los relatos se construyen en primera persona. Se le otorga al propio personaje protagonista la licencia para que él mismo cuente sus aventuras. Eso implica también un giro ontológico, porque aquel Isaac Monjelino López, en estas nuevas versiones es simplemente Moonge. La apócope con el que se nombraba en las primeras versiones ya no lo revisten con un aura sagrada, sino que ahora su nombre alude a su carácter lunático.
Estos cambios no sólo representan una evolución del estilo sino sobre todo muestran la propuesta artística de Matus respecto al género, por dos razones principales: la primera es que las mentiras de Matus muestran la riqueza del geolecto istmeño, la variante dialectal y sociolectal del istmo que presenta un léxico, una sintaxis y una entonación propia de esta parte del país, mezcla de diidxazá y español, lo cual enriquece la significación de los relatos, porque el lector no se queda sólo con la anécdota, sino atiende sobre todo la riqueza, el extrañamiento y peculiaridades del lenguaje.
El narrador logra enredarnos en el bejucal de sus pensamientos y mientras él construye la historia los lectores nos enredamos en su laberinto verbal. La segunda razón es que al utilizar un narrador en primera persona que acude a la enunciación enunciada el protagonista permite que nos asomemos a su compleja psicología. Sus implicaturas son tan necesarias como sus expresiones; y éstas tienen toda la magia de la oralidad: frases que no terminan, sintaxis dislocada, oxímoros involuntarios, reiteraciones, saltos de sentido, elipsis caprichosas, aliteraciones que se convierte en onomatopeyas, etc. Podríamos afirmar que su gramática es una analogía del totopo; por fuera posee una perfecta redondez, una deliciosa tesitura y un candor lunar, pero ya de cerca reconocemos que tiene agujeros y grietas por donde se escurre el sentido.
A lo largo de los 21 relatos, el narrador nos muestra los diversos oficios que desempeña: leñador, pescador, sobador, soldado revolucionario, cazador, vendedor, boyero, arriero, zanatero, pero sobre todo contador de historias: mentiroso, generador y constructor del realismo istmeño. Su área de movilidad es el istmo, la costa y el Soconusco, pero su zona de influencia no tiene límites. Experto hombre de campo, Moonge conoce bien el nombre de las plantas, los animales y nos da una buena muestra y degustación de la gastronomía istmeña. No se trata de literatura fantástica, sino del realismo istmeño, territorio donde se encuentran y se anudan todos los vientos de la imaginación.
A riesgo de ser mentiroso diría que este Moonge es una especie de Hulk de Juchitán: es alto, tiene largos brazos, cara de niño, siempre anda de verde no por los estragos de la radiación sino de la Revolución, tiene un físico aparentemente débil a pesar de su altura, es un salvaje amoroso, es algo antisocial y solitario, pero llegada la ocasión puede cargarse un tren al hombro, sacudir árboles enormes para que caigan las iguanas, atinar a las balas en movimiento para devolverlas al enemigo, salirse de la panza de un lagarto del tamaño de una isla, desmontar un cerro completo sólo con su hacha, echarse a la espalda todo un cargamento de totopos, camarón seco, queso, carne, pescado, además de su guitarra y su hamaca. Sin embargo, este Hulk no tiene su contraparte en el Dr. Bruce Banner, sino en su guenda que es el mico y en los binniguenda, “pequeños seres mágicos voladores que le ayudan a hacer cosas muy rápidas”. Una diferencia importante es que este salvaje Hulkchiteco, cuando se transforma, no aplasta todo lo que tiene a su paso, lo único que destruye es nuestro tedio, nuestro sentido común y nuestro conocimiento de la realidad. Si la frase del personaje creado por Stan Lee es “Hulk es el más fuerte que existe”; la criatura de Manuel Matus debiera resumirse en la frase “Moonge es el más mentiroso que existe”.
¿Cómo logra este señor Moonge atraparnos? Sus estrategias discursivas para asombrarnos con sus mentiras son la hipérbole, la descripción, la intertextualidad porque recurre a mitos conocidos y lecturas universales, como la Odisea y el Quijote, la Biblia, el marco referencial que coincide puntualmente con la cultura del istmo, el gesto sereno para relatar, y sobre todo porque la mayor parte del tiempo hace las mismas cosas que cualquier persona en el campo. Sin embargo, la intención del narrador no es tanto que nos creamos sus dichos, sino que cuestionemos la realidad y la propia literatura. Porque la mentira es una estrategia de vida, un arma para combatir el conservadurismo y la hipocresía.
En uno de los libros más bellos de estética, escrito por Óscar Wilde, La decadencia de la mentira, el escritor inglés nos advierte:
Una de las principales causas del carácter singularmente vulgar de casi toda la literatura contemporánea es, indudablemente, la decadencia de la mentira, considerada como arte, como ciencia y como placer social. Los antiguos historiadores nos presentaban ficciones deliciosas en formas de hechos; el novelista moderno nos presenta hechos estúpidos a manera de ficciones.
Moonge sería un ideal de la literatura de Wilde porque tiene: “las facultades de un mentiroso perfectamente magnífico”.
Estos 21 relatos del libro Las mentiras del señor Moonge nos ofrece la promesa de una tarde fresca, sentados bajo la sombra de un enorme huanacastle, degustando totopo con queso seco, un trago de pozol o de taberna y el riesgo de emprender el viaje al que nos llevarán los binniguenda para olvidarnos, al menos durante la lectura, de esta realidad tan tediosa, porque como dice Moonge “todo hombre tiene en el corazón una dignidad que cumplir.” Y la nuestra debiera ser no depender tanto del ritmo que nos impone la cotidianeidad.
Libro de mentiras del señor Moonge, Manuel Matus Manzo, 1450 Ediciones, 106 páginas, México, 2020.
Víctor García Vázquez (Escuintla, Chiapas) Ha publicado un libro de ensayo, Mujer de niebla (2001); cuatro libros de poesía: Raíces de tempestad (2001), Tejidos (2003), Tajos (2011) y Vuelta del húngaro (2020). Ha sido antologado en Espiral de los latidos: poesía joven de la zona centro del país (2002), Sirenas y otros animales fabulosos: antología poética (2006), Miscelánea erótica (2007) La luz que va dando nombre: veinte años de la poesía última en México, (2007) Cofre de cedro (2011). Universo poético de Chiapas (2017), La piedra del fuego, antología de poetas chiapanecos (2019). Aparece en los libros de ensayos Aristas: acercamiento a la literatura mexicana (2005) Caminata nocturna. Híkuri ante la crítica (2016), Antología del ensayo moderno en Chiapas (2018). Una tradición frente a su espejo. Estudios críticos por los 50 años del Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, (2019). Es profesor de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla