Algunos añoran el México desigual, el de los silencios cómodos, donde los magnates de la prensa y la literatura se llenaban los bolsillos con favores del poder, mientras el resto aguantaba las migajas. En el actual paisaje político nacional, el choque entre las estructuras tradicionales de poder y las demandas de cambio social representa un momento histórico crucial.
Mientras en el país se busca consolidar una transformación que priorice la justicia social, ciertos sectores de la clase intelectual y empresarial se han convertido en los principales opositores al progreso. Esta lucha refleja una pugna ideológica y un enfrentamiento entre quienes desean preservar sus privilegios y quienes demandan un reparto más equitativo del poder. El papel de figuras como Enrique Krauze, Héctor Aguilar Camín y Ricardo Salinas Pliego se convierte en un espejo de las tensiones que atraviesan al país, con discursos que intentan deslegitimar los avances logrados por el movimiento de la Cuarta Transformación (4T).
En estos días, los de siempre alzan la voz contra la izquierda, pero la historia no es nueva. Conocidos como los “intelectuales orgánicos”, nombrados así por el expresidente Andrés Manuel López Obrador, callaron ante los abusos del priismo, maquillaron fraudes y ahora buscan recuperar un poder que ya no les pertenece, mientras la gente los ignora. Veamos qué han hecho desde la pasada elección presidencial.
El 20 de mayo de 2024, un grupo autodenominado “Integrantes de la Comunidad Cultural a favor de Xóchitl Gálvez” publicó un comunicado que no tardó en generar reacciones. El documento, respaldado por revistas como Letras Libres y Nexos, pretendía posicionar a la candidata del PRI-PAN como la única opción para salvaguardar la democracia en México. Sin embargo, su recepción por parte del público fue más bien tibia, por no reflejar las necesidades reales de la ciudadanía.
El manifiesto, plagado de alarmismo, repitía las narrativas que ya habían sido desechadas por la opinión pública desde hace varios años. Con las referencias a un supuesto autoritarismo emergente y a la militarización del país ignoraban las transformaciones estructurales que se han dado en el país. Lo más llamativo es que quienes firmaron el desplegado, incluidos Enrique Krauze y Héctor Aguilar Camín, fueron beneficiarios de un sistema neoliberal que priorizó sus intereses a costa del bienestar colectivo. Su insistencia en estas narrativas refleja una desconexión preocupante con la realidad política y social del México actual.
¿Porqué están enojados? Para entender de qué tamaño es su molestia, es necesario visualizar el tamaño del pastel que repartía el Gobierno Federal a los medios de comunicación. Solo en los últimos años del priismo, con Enrique Peña Nieto, fue de alrededor de 2 mil millones de dólares, de acuerdo con un análisis de Fundar, un centro de transparencia, análisis e investigación.
Una narrativa desgastada
El argumento de que la izquierda ha polarizado al país fue uno de los pilares de este manifiesto. Sin embargo, este señalamiento solo intentó desplazar la responsabilidad de la derecha, que durante décadas utilizó estrategias divisivas para consolidar su poder. Desde las elecciones de 2006 y 2012, marcadas por acusaciones de fraude, hasta las campañas de miedo que pintaban a México como un futuro Cuba o ex-Unión Soviética, la derecha ha sido la principal promotora de narrativas polarizantes. En la actualidad, estas mismas estrategias ya no resuenan con una ciudadanía más consciente de las dinámicas de poder y las inequidades estructurales, sin embargo, hay quienes continúan desplegándolas.
Ahora, casi a finales del año, siete meses después de ese desplegado, Héctor Aguilar Camín volvió a recurrir, ahora en su columna, a esa narrativa ya desgastada, obsoleta y hasta cómica:
“La democracia mexicana ha sido desmontada con los instrumentos de la democracia No puede decirse que fuimos sorprendidos por este cambio. Sucedió ante nuestros ojos y fue anunciado día con día desde la tribuna presidencial.
Lo que pasó aquí, además, ha sucedido en otras partes del mundo. Fue leído y anticipado por muchos observadores: la destrucción de la democracia con las armas de la democracia, un proceso visible para muchos, pero no para los electores mayoritarios de las democracias en riesgo.
Sólo es previsible un gobierno más poderoso, tiránico si le apetece, tocado sin embargo por la incertidumbre de quién manda, si la Presidenta o su antecesor”.
Su texto encapsula una visión conservadora. El historiador omite o finge no darse cuenta, para no ver las complejidades estructurales que han marcado la historia política de México: desigualdad, corrupción y fragmentación social. Estas declaraciones también son una muestra de cómo los conservadores buscan deslegitimar los avances logrados por la 4T, presentándolos como amenazas en lugar de soluciones.
El empresario enojado
En paralelo a los intelectuales conservadores, figuras empresariales como Ricardo Salinas Pliego también han mostrado su descontento con las transformaciones en curso. Su reciente mensaje de fin de año, en el que calificó de “corruptos comunistas y socialistas” a los funcionarios del Gobierno Federal, aparentemente solo porque le exigen el cumplimiento de sus obligaciones fiscales, refleja una reacción similar los intelectuales. Este tipo de retórica, amplificada por medios como El Universal, que han perdido parte de su presupuesto federal y que da cabida a cualquier información contra la administración de Claudia Sheinbaum, busca reforzar una narrativa en la que el empresariado es la víctima de un gobierno autoritario, omitiendo las responsabilidades y deudas que han acumulado durante años. Es el arte de sabotear los logros con una narrativa de victimismo.
El caso de Salinas Pliego es especialmente ilustrativo. En junio pasado, el Servicio de Administración Tributaria (SAT) logró un fallo judicial que obliga al empresario a pagar 2 mil millones de pesos en impuestos atrasados. Salinas Pliego ha utilizado su influencia mediática para intentar desviar la atención de este tema, reforzando una narrativa victimista que encuentra eco en ciertos sectores conservadores. Es pura resistencia al cambio.
Es importante situar estas posturas en un contexto histórico y estructural más amplio. La resistencia de intelectuales y empresarios conservadores no es solo una cuestión ideológica; también responde a una pérdida tangible de privilegios que durante décadas les permitieron operar con impunidad. Las críticas a la 4T, aunque disfrazadas de preocupaciones democráticas, están profundamente arraigadas en un temor a la redistribución del poder y los recursos.
El enfrentamiento entre Claudia Sheinbaum y estas figuras simboliza una lucha más amplia por el alma de la democracia mexicana. Mientras que Sheinbaum enfatiza la importancia de la justicia social y la inclusión, sus detractores buscan preservar un status quo que ya no encuentra resonancia en una ciudadanía más informada y participativa.
Los privilegios perdidos
En la defensa de los privilegios adquiridos durante los años de predominio neoliberal, estas elites intelectuales y empresariales no solo han perdido influencia en la arena pública, sino también beneficios económicos que antes consideraban garantizados. Parece ser, entonces, que sus críticas hacia la 4T están más vinculadas a una nostalgia por el pasado que a una verdadera preocupación por la democracia.
El ejemplo de Salinas Pliego, cuya oposición a las políticas fiscales busca evadir sus responsabilidades, nos dibuja cómo los privilegios del pasado están siendo cuestionados de manera frontal. Lo mismo puede decirse de las revistas Letras Libres y Nexos, cuya narrativa se ha centrado en desacreditar los avances logrados por el movimiento progresista, apelando a un alarmismo que ya no resuena en una sociedad más informada y crítica. Por eso han perdido a muchos de sus lectores.
La nostalgia por los apapachos la hemos podido palpar desde los manifiestos alarmistas hasta las rabietas empresariales. Esto es resultado de una incapacidad de adaptarse a un nuevo paradigma político que prioriza el bienestar colectivo sobre los intereses individuales. Lo que está en juego no es solo el futuro de un partido o una administración, sino la posibilidad de construir un México verdaderamente justo y democrático.