Ciudad Juárez siempre ha destacado por su vibrante vida nocturna. Su proximidad a El Paso, Texas, la convirtió, después de la Revolución, en un lugar emblemático para la fiesta y, en ocasiones, para la perdición.
Conocida como la ciudad del burrito y los atardeceres de ensueño, vivió en la década de 1920 un auge económico impulsado por el crecimiento de los cabarets.
En aquel entonces, la prohibición de la venta de licor por copeo en Estados Unidos fomentó que numerosos estadounidenses cruzaran la frontera para disfrutar de los centros nocturnos de la avenida Juárez. Este fenómeno dio pie al surgimiento de una gran industria de la fiesta, comparable, aunque con un toque más refinado, al ambiente que caracteriza hoy en día a Las Vegas, Nevada.

En esta frontera surgieron una serie de emblemáticos negocios como El Tivoli, El Lobby, El Chairmont, El Palacio Chino, La Cucaracha, El Follies, El Mint, El Submarino, El Guadalajara de Noche, El Waikiki, El Molino Rojo y el cabaret La Fiesta.
Estos lugares de lujo se convirtieron en el epicentro de la algarabía y la convivencia, no solo entre estadounidenses y mexicanos, sino también con otros extranjeros que frecuentaban los establecimientos de la avenida Juárez. Esta mezcla cultural transformó a la ciudad en un importante atractivo para la diversión nocturna.
En la década de 1920, Ciudad Juárez atrajo aún más interés de los norteamericanos gracias a otros atractivos únicos. La ciudad era un reflejo del surrealismo: divorcios exprés, venta de medicamentos sin receta y gasolina a precios casi regalados se sumaban a una fiesta interminable. Además, la ciudad vio la llegada de diversas fábricas, como la famosa Juárez Whisky, que consolidaron su reputación como un destino singular y lleno de oportunidades.

“Los cabarets, fueron tema de películas, literatura y pinturas, como fue en la película Aventurera donde se procura recrear la bohemia, vida que se llevaba en la “belle époque” época de oro en la Frontera. Eran lugares exclusivos para bailar y a divertirse. Refugio de intelectuales, turistas, actores e inversionistas que conformaron el jet set mexicano en esta frontera, en un movimiento de la vida de día y noche; aún de madrugada parecía de día, por el ir y venir de personajes, desde el vendedor de flores o de cigarros, el turista, las parejas, los artistas que se dirigían de un lugar a otro. En aquellos tiempos no se tenía el temor de vagar por la noche y la limitante de la inseguridad como factor que desalienta actualmente esta vida nocturna en la ciudad Juárez”, se describe en el ensayo Historia del Cabaret y vida nocturna como transformadores de la identidad cultural en el centro de Ciudad Juárez, de Lilia G. Sandoval y Leticia Pena B publicado por la Universidad Autónoma de Puebla (BUAP).

Los cabarets debían ofrecer a sus clientes una serie de características clave: excelente servicio de restaurante, platillos de cocina internacional, venta de bebidas alcohólicas, la presencia de 11 orquestas, un área para espectáculos variados y un espacio para bailar. Un atractivo adicional era la cristalería importada y la elegancia en el servicio. Los asistentes, reconocidos como figuras prestigiosas de la región, acudían ataviados con vestimenta de gala, según destacan las académicas en su artículo.
La avenida Juárez y sus alrededores también experimentaron un notable auge económico. En las calles cercanas se instalaron otros negocios, servicios de transporte y grandes tiendas de artesanías. Esto impulsó la llegada de diversos prestadores de servicios, incluyendo músicos de talla internacional, algunos de los cuales trabajaban en lugares tan emblemáticos como Las Vegas, Nevada.
En 1940, la fiesta interminable
El Palacio Chino era un lugar majestuoso. Estar presente al inicio de una función era un espectáculo en sí mismo. Contaba con una pista única que se elevaba hasta quedar por encima del nivel del piso, lo que no solo ofrecía una mejor vista a los espectadores, sino que añadía un toque casi teatral al ambiente.
“La mayoría de los cabarets se alineaban a lo largo de la Avenida Juárez, aunque algunos, como el cabaret Tívoli, se ubicaban en calles como Lerdo y 16 de Septiembre. Este último, propiedad de Don Manuel Llantada, es el cabaret más antiguo, con registros que datan de 1910. Contaba con un casino equipado con máquinas tragamonedas y era uno de los lugares más suntuosos de la frontera. A él acudían personajes de alto nivel social para disfrutar los espectáculos diarios de revista o simplemente pasar un buen rato. Ofrecía variedades exclusivas, como el ballet de Chelo La Rue, un grupo muy popular en las filmaciones de películas de la época de oro del cine mexicano”, destaca un estudio de la BUAP.

En la avenida Juárez, donde el tranvía avanzaba lentamente, añadiendo un toque casi cinematográfico al entorno, se encontraba el bar Jockey Club. En la misma acera, más hacia el norte, el Club Regis abría sus puertas a las 5:00 de la tarde y las cerraba hasta las 7:00 de la mañana.
La Cucaracha
Hoy en día, el bar La Cucaracha se encuentra cerca del puente internacional sobre la avenida Juárez. Este lugar, ahora convertido en un ícono, tiene la peculiaridad de que literalmente, si no le caes bien al dueño, no puedes entrar. En la década de 1950, era un punto de encuentro para artistas del género ranchero.
El primer cabaret de La Cucaracha estaba ubicado en la avenida Juárez, cerca del inicio del Puente Santa Fe. Más tarde, durante la era disco, ese mismo lugar albergó la discoteca El Zarawak, según destacan las especialistas en su estudio.
En el cabaret La Cucaracha, indica el estudio, se daban cita artistas del género ranchero: “Ahí se presentaba la Surianita, cantante bravía. El espectáculo que ofrecía, ocasionalmente a los artistas que bailaban en pista de hielo, lugar propicio para este espectáculo. Aquí se dieron cita actores como Carmen Cavallaro, el Ballet de Chelo La Rue, los Dandis, Tito Guizar, Los Churumbeles de España; también lo frecuentaba Tin Tan, ya que gustaba de la música mambo y danzón, común para los pachucos”.