Quedará para la historia el consejo que la presidenta Claudia Sheinbaum pronunció con calma y una pizca de ironía: «Serenidad y paciencia, mi querido Solín, diría Kalimán». Lo dijo en plena conferencia matutina, cuando la presión mediática y política exigía respuestas inmediatas sobre los aranceles impuestos por Trump.
Mientras algunos esperaban una reacción intempestiva o un enfrentamiento frontal con el republicano, Sheinbaum optó por la mesura. No cayó en la provocación, no cedió al alarmismo. En lugar de jugar el juego de la desesperación, eligió la estrategia de la paciencia y la diplomacia. Y funcionó. Días después, sin estridencias ni gestos teatrales, logró frenar los aranceles que amenazaban con afectar a empresas y empleos en México.
El episodio demostró que gobernar no es hacer ruido, sino tomar decisiones con inteligencia. Mientras algunos gritan, otros resuelven. Y Sheinbaum, con la paciencia de Kalimán, ya les dio una lección.