Las fotografías de la Revolución han sido un tema romántico para los mexicanos. Este movimiento permeó profusamente en la cultura nacional, desde sus pueblos más pequeños hasta sus ciudades más grandes. Entre todos los fotógrafos y fotoperiodistas que cubrieron la primera gran revolución del siglo XX, resalta el nombre de la mexicana Sara Castrejón, quien fue la única mujer que cubrió con su cámara este movimiento de principio a fin.

Nacida en Teloloapan, Guerrero, en 1888, en una familia relativamente acomodada, decidió partir a la Ciudad de México alrededor de 1906 para aprender fotografía, un oficio nada común para las mujeres de la época. Volvió a su ciudad para poner su estudio fotográfico con ayuda de sus hermanos y, cuando comenzó la Revolución y le ofrecieron irse a la ciudad, prefirió quedarse para cubrir el movimiento.

La primera fotografía de la Revolución tomada por Castrejón fue la llegada de las tropas maderistas a Teloloapan bajo el mando del general Jesús H. Salgado, el 26 de abril de 1911. Muchos líderes revolucionarios, como el mismo Jesús H. Salgado y Leovigildo Álvarez, acudían con regularidad a su estudio para retratarse. Una de sus fotografías más famosas se la hizo a la coronela Amparo Salgado, uno de los primeros registros que se tiene de mujeres combatientes en la Revolución.

Otra de sus funciones fue fotografiar a los condenados a muerte minutos antes del fusilamiento. Su trabajo no sólo se limitó a su estudio ni a un bando en particular; continuamente acudía a los campamentos y salía a las calles para capturar el día a día de los ejércitos maderista, posteriormente salgadistas, huertistas, castrejonistas, acompañada siempre por su hermana Dorotea, quien arreglaba los fondos de las fotografías, y su hermano, quien cargaba con la cámara y el trípode, dotando a todo este levantamiento de una mirada femenina.

Se adelantó a su tiempo, mostró empatía a cualquier soldado y condenado, reivindicó a las mujeres de su ciudad natal, documentó la arquitectura y el paso de los años de Teloloapan, sus avances tecnológicos y sociales. Nada escapó de su lente.
Sara Castrejón continuó viviendo de la fotografía aun terminada la Revolución. Se desprenden una sesión que hizo al presidente Lázaro Cárdenas en 1937, o el retrato de una elegante mujer vestida de negro que mira a la cámara con seguridad, algo que tampoco se acostumbraba en la época.
Murió en 1962. Nunca se casó; decía que nadie valía la pena. Para una mujer tan fuerte, seguramente autodidacta y temeraria más que valiente, era casi imposible que un hombre la impresionara.