Su nombre era Martha, sólo tenía 18 años. Una noche, ante la negativa de sus padres de dejarla salir, ya que eran una familia bastante religiosa y conservadora, decidió huir por la ventana de su habitación, en silencio, para que nadie en su casa se diera cuenta. Al final de cuentas, era una joven que quería conocer la vida nocturna de Juárez por primera vez, así que, junto a tres de sus amigas, acudieron al Bandoleros Discoteque.
Dicen que Martha era bellísima, como una estrella del cine de oro, que bailaba con la ligereza de los ángeles. Se robó la mirada de todos, no cabe duda, los hombres son algo tontos cuando están bebidos. Sin embargo, Martha no hizo más que rechazar a cada pretendiente que se acercaba a ella. Siempre tenía una muy buena excusa, era bastante creativa para no ofender a nadie. Ella disfrutaba la noche como ninguna, cobijada muy bien por sus amigas.
Hasta que un hombre alto, guapo, vestido todo de negro y con un carisma abrumador, también seducido por la gracia de la joven, se acercó y la invitó a bailar en la mítica pista circular de la disco. Ella no pudo negarse, por alguna extraña razón no pudo decir que no, y aceptó la mano del caballero ante la mirada cómplice de sus amigas.
Martha se sentía sonrojada, un bochorno que se elevaba hasta sus mejillas, parecía estar en un sueño, como si estuviera colgada de las mismas nubes. La suavidad con la que se desplazaban, la facilidad con la que se entendían, como si se conocieran de toda la vida. El tipo en verdad era apuesto, con una personalidad que arrollaba a cualquiera. Tanto es así que, en la pista, todos comenzaron a dejarlos solos, como si las luces de la disco sólo los iluminaran a ellos.
Entonces, Martha comenzó a percibir un intenso olor a azufre y huevo podrido. El caballero la sujetó con fuerza contra su pecho.
—Todo estará bien —le dijo—. Sólo no mires abajo.
Martha, como la esposa de Lot, no pudo resistirse, y cuando bajó la mirada, pudo ver cómo ambos flotaban en el aire, completamente despegados del suelo. Y también vio cómo aquel hombre no tenía pies humanos, en su lugar sólo mostraba una pata de chivo y otra de gallo. Ante la impresión, la joven Martha se desmayó en medio de aquella pista, cayó como una hoja en otoño, justo cuando todos comenzaron a correr despavoridos. El diablo había tomado su forma definitiva.
Martha no fue vista nunca más. Algunos dicen que terminó en un manicomio, otros que sus padres la recluyeron en casa, y algunos más pesimistas aseguran que el príncipe de las tinieblas se la llevó consigo.
Esta historia se ha traducido a cada ciudad del norte de México, desde San Luis Potosí, en el bar 8 Segundos, hasta el Bar Aloha de Tijuana. En Hermosillo datan este aterrador suceso desde los años 50 en el Country Club, donde la protagonista se llamaba Linda y no Martha.
En Ciudad Juárez existen al menos tres versiones de ésta. Su última actualización afirma que sucedió en el Bandoleros Discoteque, un centro nocturno que desapareció hace pocos años para dar paso a una dulcería allí sobre la Carretera Panamericana, a pocos metros del Boulevard Zaragoza.
Aunque generaciones anteriores ubican esta leyenda en el salón de baile Carrousel, donde esta maldición provocó incluso un incendio, reduciendo este famoso lugar a escombros. Actualmente, es un casino allí sobre la Avenida Triunfo de la República y Francisco Márquez, rodeado de hospitales y grandes hoteles.
Posteriormente, el señor de las moscas fue ubicado en el Salón Malibú, en la curva de San Lorenzo, donde hoy está el centro comercial Soriana.
¿Y si la maldición no es del todo ficción? ¿Y si el hijo de la perdición abandona su trono cada cierta cantidad de años para buscar a una muchacha que baile tan bien como él? ¿Y si va a cada ciudad del norte cazando almas noctámbulas que lo acompañen durante su legado de oscuridad y putrefacción? ¿En qué salón de baile o club nocturno de esta caótica frontera podría aparecerse de nuevo? El primer ángel caído tiene la última palabra.