El fetiche de la constancia de mayoría
Cuanto más perfecto luzca uno por fuera, más demonios tiene adentro.
Sigmund Freud
Diversos personajes, a punto de ceder el poder, han emitido mensajes hablando de los traidores. Después de estar por fenecer su encargo, comienzan a ver nítidamente, es decir, a observar su inminente declive: la pérdida del poder que se diluye raudamente. Otros se empecinan en mostrar una administración exitosa, cuando la realidad muestra otra cara de la moneda. Sigilosamente, sus colaboradores buscan un nuevo manto que los cobije y mantenga bajo el amparo del erario. Cuando algún personaje tiene amplias posibilidades de obtener una victoria de carácter electoral y ser alcalde, gobernador o parte del poder legislativo, pero en el camino no logran llegar a buen puerto, después de su fulminante derrota electoral, poco a poco sus seguidores se van difuminando por arte de prestidigitación.
Por otra parte, los personajes ganadores, con constancia de mayoría y triunfadores de las últimas elecciones, se han convertido en el centro de atención de todos aquellos que aspiran a seguir viviendo de la administración pública o quienes desean regresar al confort de estar en espacios que deberían ser de alta responsabilidad. La pregunta que surge es: ¿Caerán también los nuevos empoderados en el ilusionismo del fetiche de la constancia de mayoría? ¿Creerán que son ellos y no la representación simbólica la que les hace parecer todopoderosos?
Se dice bien que mucha de la ideología actual ya no se encuentra en los libros, sino que es Hollywood o las plataformas digitales quienes la reproducen. Para tratar de explicar estos casos que parecen, en realidad, patológicos, realizaremos un análisis fílmico de esta realidad caricaturesca, tomando como referencia una cinta animada. Angry Birds ha alcanzado tal éxito que incluso cuenta con un canal denominado Angry Birds Toons. En él, se retrata de forma constante un nodo ideológico muy interesante. En el segundo episodio de la primera temporada, se demuestra en un cartoon de cine mudo lo que conocemos como autoridad simbólica, y que, para nuestro análisis, es el poder que emana de un papel impreso que otorga la autoridad electoral, conocido como constancia de mayoría, la cual en poco tiempo da la facultad de dirigir el destino de miles de ciudadanos en nuestro país. Analicemos el cartoon en cuestión.
El rey Leonard disfruta en su castillo de las prebendas de ser el soberano: come en abundancia, rompe platos y su servidumbre los recoge. Un vendedor de manzanas acarameladas ofrece su producto fuera de los límites del castillo. Al percibir el delicioso aroma, Leonard corre hacia el vendedor; en su loca carrera, su corona cae sin que él lo note, y ésta se extravía. Un sirviente, al barrer, recoge la corona y la tira a la basura junto con lo demás. Leonard, al llegar, intenta devorar toda la carreta de manzanas acarameladas, pero el vendedor, molesto, le impide hacerlo retirando la carreta. Con una expresión de desagrado, el vendedor hace un reclamo, pero Leonard le señala hacia arriba, esperando que reconozca su autoridad al notar la corona. El vendedor, irritado, se retira con su carreta. Leonard, desconcertado, no entiende lo que ocurre y, al mirarse en un charco, se da cuenta de que ya no lleva la corona. Rápidamente intenta regresar al castillo, pero le niegan la entrada. Expulsado, cae en un lodazal y, en su estrepitosa caída, salpica de lodo a un oficial, quien, enojado, ordena a dos cerdos que arrojen a Leonard al lugar donde se desechan los residuos. Los cerdos se ríen mientras lo lanzan. En ese momento, un sirviente arroja la basura del castillo al precipicio, y entre los desechos cae la corona sobre Leonard. Al ver la corona en su cabeza, los cerdos que lo arrojaron entran en pánico. Con la corona nuevamente en su poder, Leonard obliga al vendedor de manzanas, al oficial y a los cerdos a pasearlo por el reino en la carreta repleta de manzanas, mientras él las disfruta (Carney, 2016).
En este episodio de 2:35 minutos, se refleja cómo una corona funciona como fetiche, otorgando los poderes omnipotentes que ejerce, en este caso, el rey, quien disfruta de sus prerrogativas mientras la ostenta. Sin embargo, cuando desaparece, se vuelve vulnerable, uno más del montón; los individuos no sirven al rey, sino al poder simbólico que la corona representa. Se postran ante quien la posea. Bajo esta lógica, podemos entender a un gobernador a punto de perder su «corona», a un alcalde en una situación similar y a personajes que, aunque parecen haber ganado, tardan en darse cuenta de su realidad. Es lícito resaltar ejemplos de personajes que, tras recibir su constancia de mayoría, ven cómo su teléfono no deja de sonar y su agenda se llena; los dirigentes partidistas los felicitan y todo parece perfecto. Sin embargo, si por alguna razón esa constancia se retira o se pierde, mágicamente desaparece una gran cantidad de aquellos que juraron fidelidad.
De lo anterior se desprende que un gobernador, un presidente de la república, un diputado o un senador no son vistos como tal sin su constancia de mayoría, un distintivo que les otorga la autoridad que representan. De manera similar, ocurre con un oficial: mientras lleva una placa y uniforme, goza de autoridad; al despojarse de este fetiche, pierde el poder que ejercía. Recordemos que, durante la colonia, los crímenes, las sentencias y todos los actos de autoridad se realizaban en nombre de la corona.
Desde que nacemos y conforme crecemos, personalizamos la figura de autoridad en los padres. Esto provoca que las relaciones autoritarias se naturalicen, de tal manera que cuando desobedecemos, el Superyó nos castiga, y surge el sentimiento de culpa. Así es como la religión suplanta y ejerce autoridad: la persona se postra ante una representación simbólica de autoridad. Lo mismo ocurre en el aula, donde el docente asume el mando y se espera obediencia. De este modo, estos fetiches van mutando en su apariencia física, hasta el punto de que ni siquiera su existencia tangible es necesaria para ejercer poder.
Angry Birds ha adaptado perfectamente lo que Hollywood ha reproducido en películas con un alto grado de ideología, lo que Žižek sugiere podría ser un intento de acallar la conciencia. Recordemos la película La Máscara (Engelman, 1994), cuya trama principal se conecta con lo expuesto en este capítulo. Un hombre ordinario se vuelve invencible al ponerse una máscara, y cuando la máscara forma parte del individuo, no hay censura del preconsciente; así, el Ello opera sin antagonistas: no teme, es hábil, es el Yo real que solo existe en el plano simbólico. De esta manera, la máscara se impone y gana el respeto generalizado; una vez librada la batalla, se convierte en el fetiche perfecto y los demás obedecen a quien la posee.
En una escena de la misma animación, podemos observar un fetichismo diferente en su forma, pero similar en su esencia:
Red al juez: oiga, sabe, tengo una pregunta para usted. Se da cuenta que la bata que trae no engaña a nadie. Todos lo vemos dando brinquitos en la calle señoría. ¿Y cuánto mide? Solamente lo digo al tanteo, como dos centímetros (Red jala la bata del juez y aparece encima de otro pájaro con lo que duplica su estatura). Vualá.
Juez: señor Red, dada la severidad de los delitos no tengo opción, más que sentenciar la pena máxima permitida por la ley, clases de control de ira.
Red: ahhhh, estoy desplumado (Winder, 2016, min. 9:19-9:58).
El juez pájaro utiliza una bata que le otorga un aire de autoridad para imponer respeto. No conforme con esto, se coloca sobre otro pájaro para aparentar una altura acorde a su cargo, lo que simbólicamente también podría sugerir que puede pisotear a quien desee, amparado por la autoridad que ostenta. Este fenómeno se repite en nuestro contexto. Cuando es expuesto ante la audiencia tal cual es, termina explotando y somete al sujeto a la peor sanción que permite la ley. Red, por su parte, no discute el castigo; simplemente se somete. En este escenario, Red no teme al búho que encarna la figura de autoridad, ni a la bata que lo hace parecer más alto; teme a la representación simbólica que el búho porta. Aunque Red sabe que el búho, fuera de los atributos que lo revisten como juez, no es más que un ave débil y objeto de burla de quienes lo rodean, estos aspectos pierden relevancia cuando está investido de autoridad; simplemente se debe acatar el castigo que impone. En el fondo, Red sufre las consecuencias de este fenómeno, ya que la autoridad que ejerce el Superyó es inconsciente, pero poderosa. Prueba de esto es su sumisión.
Así podemos responder a las preguntas planteadas en el párrafo anterior y entender por qué las autoridades salientes poco a poco van perdiendo poder.
Esta escena también refleja el uso ideológico de una falsa libertad, lo que nos ayuda a entender por qué los gobernantes actúan bajo el amparo de la autoridad simbólica que ostentan. A Red se le presenta una supuesta libertad, diciéndole que puede elegir cuánto tiempo permanecerá en terapia. Matilda presume que Red reconoce su autoridad, y que el solo conocimiento de esta será suficiente para que se someta a sus órdenes. Sin embargo, debido a la naturaleza de Red, tiende a desafiar a las autoridades simbólicas encarnadas en personas. No obstante, hay una a la que no puede contradecir: su propia conciencia, los mandatos dogmáticos que ejerce su Superyó. Cuando Matilda le recuerda la autoridad que posee, la autoridad interna de Red, alojada en su Superyó, domina sus acciones.
Lo anterior hace pertinente recordar el texto de una fábula referida por Eduardo Galeano:
NARRADORA: estaban todos los animales, las gallinas, los patos, los chanchos, la vaca, el cordero, los faisanes, los conejitos, reunidos en la cocina de un elegante restaurante. El cocinero tomó la palabra.
COCINERO: Silencio. Los he convocado a la asamblea para hacerles una pregunta: ¿Con qué salsa quieren ser comidos?
NARRADORA: El miedo se apoderó de los animales. Al cabo de unos segundos, del fondo de la cocina se oyó el tímido cacareo de la gallina.
COCINERO: ¿Alguna pregunta, señora gallina?
GALLINA: Disculpe, señor cocinero, pero es que… yo no quiero ser comida.
NARRADORA: Entonces, el cocinero puso las cosas en su lugar.
COCINERO: Un momento. Eso está fuera de discusión. Ustedes lo único que pueden elegir es la salsa en que pueden ser cocinados (Galeano).
La falsa percepción de libertad encuentra su máxima expresión en la autoridad simbólica. Los individuos se creen libres al pensar que deciden cuánto tiempo deben permanecer en terapia, qué medicamentos tomar para sus dolencias, qué carrera estudiar o en qué empleo trabajar. Sin embargo, mientras las autoridades simbólicas desempeñen su papel, todo se desarrolla dentro del orden establecido, en línea con el contrato social propuesto por Jean-Jacques Rousseau.
Analicemos las palabras de Rousseau, quien parte de una lógica muy atractiva: “El hombre ha nacido libre, y sin embargo, por todas partes se encuentra encadenado. Se cree amo de los demás, cuando en realidad, no deja de ser tan esclavo como ellos” (Rousseau, 2007, págs. 35-36). Para el autor, el hombre es libre por naturaleza, pero está limitado por las cadenas simbólicas de la sociedad y, muchas veces, por sus propias cadenas psíquicas. Unas páginas más adelante, Rousseau sentencia y condiciona al hombre hasta nuestros días cuando afirma: “Convengamos, pues, que la fuerza no constituye derecho, y que no se está obligado a obedecer sino a los poderes legítimos” (Rousseau, 2007, pág. 39), sometiéndolo permanentemente a un poder simbólico que no necesita existir físicamente para ejercer control sobre la libertad de los individuos. Aquí reside gran parte de la tragedia de los ciudadanos: la falta de exigencia por una verdadera representación, la permisividad frente a obras mal hechas e inconclusas, y la aceptación de caprichos de los gobernantes, quienes no enfrentan consecuencias mientras se refugian bajo el manto de su autoridad simbólica.
El poder “legítimo”, entonces, se ejercerá en nombre del pueblo y por el pueblo. Este poder es el que ahora somete a esta ave; cuando las acciones se desvían de esta lógica, el individuo es reprendido por la autoridad interna del Superyó, la cual ha sido moldeada por todas estas arbitrariedades sociales y culturales. Por ello, como ciudadanos, debemos estar vigilantes para que los diversos personajes que hoy ostentan la autoridad, avalada por su constancia, no pierdan la perspectiva ni utilicen ese poder para tomar decisiones contrarias al bien colectivo. Aunque la lógica expuesta por este dibujo animado parezca una simple parodia, como ha sucedido en las monarquías y en las distintas formas de organización social, debe prevalecer el bien común sobre el interés individual. Sin embargo, para que esto ocurra, es necesaria una participación activa y la visibilización de aquello que parece invisible.
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Referencias