Más puntual que nunca, más claro y memorioso que siempre, Juan Villoro firmaba libros y se tomaba fotos con todos los asistentes a la presentación de su libro No soy un robot. Fue el mismo doctor Enrique Cortazar quien tuvo que arrebatárselo a sus lectores para que la charla diera inicio.
Después de toda su elocuencia sobre los peligros de la inteligencia artificial, no sólo con la usurpación del trabajo, sino con la debacle de la inteligencia humana debido a toda esta tecnología que facilita la vida, tomé el micrófono para preguntar si este desarrollo es imperativo y que la destrucción de la especie humana es inevitable. La pregunta fue:
Esta advertencia sobre la inteligencia artificial, y las máquinas en general, no es nueva. Desde la Revolución Industrial los filósofos ya lo advertían, también la literatura y el cine lo han advertido. Terminator lo advirtió hace muchos años. ¿Crees que es inevitable esto? Así como a Frankenstein lo destruyó su creación, como lo mencionaste hace un momento, ¿crees que es inevitable que a nosotros nos destruya nuestra propia creación como lo es la inteligencia artificial?
A lo que el maestro Juan Villoro respondió:
El ser humano ha estado en tensión con la máquina desde hace mucho tiempo, como muy bien dijiste tú. El maquinismo empezó a sustituir a algunos obreros. El movimiento luditas, por ejemplo, que consistía en destruir máquinas porque eran los enemigos del ser humano. Hemos visto muchos procesos de automatización que se utilizan sin inteligencia artificial incluso. Por ejemplo, tú hablas a un conmutador y no te contesta una persona, y eso es angustiante para todos nosotros, porque tú quieres hablar con un ser humano que tenga un mínimo de criterio y pasas de un lugar a otro y sólo son máquinas las que te contestan. La automatización es otro problema.
Ahora, lo que tú preguntas es esencial, hay incluso científicos tan importantes que plantean que, originalmente, el destino de toda especie es ser sustituida por otra especie. O sea, ése es el sentido de la evolución: toda especie animal ha sido sustituida por otra, o ha cumplido su sentido cuando ha permitido que surja otra especie, ¿no? Entonces, los primates nos permitieron a nosotros evolucionar y probablemente, y eso también lo dicen algunos teóricos, somos carne para las máquinas, probablemente nuestro futuro sea un futuro como el de Matrix y nosotros sólo sirvamos para alimentar a las máquinas. Eso es posible, es concebible.
Yo me resisto a creer que ese es nuestro destino. Yo creo que todavía podemos revertir esa situación y no depender tanto de las máquinas. Por eso tenemos que empezar por cada uno de nosotros, dosificando el uso de las máquinas. En el Oráculo de Delfos había muchas frases sabias, la más conocida es, por supuesto, “Conócete a ti mismo”, pero había otras magníficas frases y una de ellas, y que tenía que ver con equilibrio de los placeres, es decir, la dosis, es “nunca te excedas con lo que te gusta”, y eso es algo que nosotros tenemos que aprender a trabajar.
En fin, ahí es donde está, yo creo, el gran pensamiento y la posibilidad de defender a nuestra especie. Yo me resisto a creer que, inevitablemente, debemos perecer.
Yo tuve la suerte de entrevistar a Sebastião Salgado, el gran fotógrafo brasileño, apenas unos tres meses antes de su muerte. Y es un hombre que cubrió las peores guerras del planeta, los éxodos, los trabajos forzados, y un día en Ruanda vio morir a diez mil personas en un solo día. Y bueno, después de ser testigo de todo esto, enfermó física y mentalmente. Y se curó con la naturaleza, se curó yendo a lugares que todavía no son habitados por el ser humano. Él decía cosas muy amargas y al mismo tiempo cosas muy conmovedoras. Él decía “enfermé y el planeta me salvó, pero no recuperé la fe en el ser humano, porque lo que yo he visto me recuerda que el ser humano no merece ser salvado.” Él llegó a esa conclusión.
Y yo me resisto a llegar a esa conclusión porque, tal vez, no he visto tantos horrores como los que vio Sebastião Salgado. Pero justo debemos nosotros de tratar de poner el valor humano, de que no sólo digamos “¡el ser humano tiene que salvarse!”. No, el ser humano debe merecer salvarse. Esa es la gran lucha que debemos comenzar nosotros.
Al terminar su presentación, me acerqué de manera rezagada para pedirle su firma en mi copia de su libro. Con toda la amabilidad del mundo me dijo: deja me paro porque eres demasiado alto.
Terminé casi 20 centímetros debajo de él en la fotografía.
