Poeta, editora, collagista, investigadora del lenguaje y sus pliegues. Catalina —Magister en Escritura Creativa— es autora de una decena de títulos que han recorrido páginas y antologías en Argentina, México, Brasil y Cuba. Su voz atraviesa geografías y temporalidades: del suplemento Cultura de La Nación a la revista mexicana Poetripiados, donde coordina la columna Periferia Sur, un espacio que visibiliza escrituras periféricas con un compromiso estético y político ineludible.
En esta entrevista, Catalina se adentra en el proceso creativo de Tiempo de mandarinas, su reciente poemario. Reflexiona sobre el lugar de la infancia, la dimensión sensorial de la fruta como detonante de memoria y crítica ecológica, y el entramado que conecta a la poesía con el capitalismo, la migración y la ternura.
Habla desde una poética que no teme a lo inasible, que encuentra en el silencio —y en el ruido— la semilla del lenguaje. Su poesía es, como ella misma dice, un pacto de confianza con quien lee. Una invitación a cruzar el umbral hacia un territorio sin colonizar, donde las palabras son trampas y salvaciones.
Este diálogo es una inmersión lúcida y entrañable en la materia de la que están hechos los poemas: cuerpos, frutas, historia, asombro.
1.-¿Qué significado encierra el título Tiempo de mandarinas? ¿Cómo se relaciona con el universo poético del libro?
Las mandarinas activaron una memoria sensorial. Y la conciencia de la interminable cadena de esfuerzos humanos, terrenales, climáticos. Quise incluir esas diferentes temporalidades. Una mayor conciencia ecológica circular, que vuelve a romperse por medio de la actual comercialización globalizante (ya no importan las cuatro estaciones agrícolas). Y hasta por los avances con cultivos en estaciones satelitales. Nos queda especular que, como especie inacabada, nos preparamos para vivir fuera de la tierra. Otra crisis de las coordenadas temporo-espaciales. Esto sería un “escenario”, digamos. Sí, luego, focalizo en las minucias cercanas. Me digo, la tarea no comienza en ese presente de cada quien. Hay un flujo constante de producción y distribución capitalista, y hasta de su descarte. La biología y una práctica cultural multidimensional. El ritornello: “Acá las Frutas son Novedosas”, a lo largo del texto, una pista.
Leer a Francis Ponge, me enseñó sobre buscar lo no tan evidente, la simbología. Atrapar combinaciones de adjetivos y sustantivos (aunque quería llegar a la acción, las conductas) y con la ambición de alejarme, como pudiera, de las descripciones burdas, obvias de los materiales. Por otro lado, pienso en La bestia ser, magnífico poemario de la poeta argentina Susana Villalba, aparecen voces vegetal, animal y mineral. Ahí, una materialidad colectiva. Ya estaba yo en este camino en mi anterior Abjurar de los cuerpos. O El pico de los pájaros, un pequeño ensayo de la convivencia entre seres animales y seres humanos. De lo indiscriminado que pueden resultar los cuerpos y las emociones de unos y otros. La dimensión del post-humanismo, no cierto.
2.- ¿Consideras que Tiempo de mandarinas establece un pacto de confianza con quien lo lee? ¿Desde qué lugar se construye esa intimidad?
Creo en lo del pacto de confianza entre un texto y quienes leemos. En ese sentido. Y la lectura de poesía (disculpas por lo pretencioso, estamos hablando de un libro modesto) requiere una predisposición a lo inasible del lenguaje. Podríamos decir, coloquialmente, si te gusta, se transforma en “un viaje de ida” e íntimo.
El verso “Un texto es un pacto de confianza” intenta un truco humorístico, de un “yo” poético. Una concreción desconocida o improbable.
3.-En el poemario hay una constante presencia del campo y una evocación a la infancia que atraviesa imágenes… ¿qué papel juegan estos elementos en tu escritura?
El campo y la infancia, no sé si son variables mías, o las de mis antecesores familiares. Mi vida tan urbana, artificial, la de alguien que compra sus alimentos en un supermercado. Imaginate lo alienante de esta actividad. Me escapo hacia otros territorios imaginados, históricos, a veces, idealizados, a veces, no.
De chica me la pasé yendo hacia la ruralidad en ciertas provincias, y tomaba contacto con esos saberes. De nuevo, en casa, en la gran ciudad, otros saberes “oficiales” y centristas, tapaban aquello. De ahí la curiosidad por el recorrido de las frutas. Es epocal, las mandarinas sólo podían venir del noreste o la Mesopotamia (abarcaba cierta partecita de la provincia de Buenos Aires) hacia el centro del país. En estos días la procedencia se tornó versátil.
Y creo que se intuye la crítica socio-política a una cultura dominante, de vencedores y vencidos. Provengo de los hambrientos y analfabetos, los echados de sus terruños, migrantes internos forzados a serlo. Los mismos inmigrantes piamonteses (de apellidos mal escritos en la aduana) que aquí, en segunda o tercera generación, eran (otra vez) desplazados del campo por pobres. De los aborígenes, bueno, un árbol genealógico imposible también. Las mandarinas o las personas como frutos de la marea vital, descartados injustamente. Porque de esas ausencias, de lo que no se sabe, de la impotencia, se escribe.
4.¿En qué se diferencia Tiempo de mandarinas de las publicaciones anteriores? ¿Qué nuevas búsquedas o hallazgos poéticos marca este libro en tu trayectoria?
Venía de una etapa de poemas angustiosos. Un poco oscuros. Quise conectarme con la luminosidad de los cuerpos. Y más allá de eso, poner en juego corrimientos y hasta desmentidas de las percepciones del entorno. Como la niñez, en su etapa de asombros. Y desilusiones. El momento del interrogante: es o no es. Es sabrosa o no. ¿Me gusta lo que como? Cuántas mandarinas puedo comer de un tirón. Aprendemos con nuestros sentidos primitivos. Y con las ausencias. Lo que finalizó o dejó de estar (o ser), y no volveremos a ver o tocar.
Más adelante, armamos teorías sobre las avispas, picaflores, las papilas gustativas, la lluvia y una enorme lista de cuestiones, por fin, interconectadas. Al menos, provisoriamente. Los niños son pequeños científicos alegres. Necesarios.
5.-¿Qué palabras o imágenes de tu infancia siguen regresando cuando escribes, aunque no las llames?
Te contesto con una sonrisa de agrado, las mandarinas. Y la palabra en sí, claro. Si iba a escribir sobre una fruta, era ésta, sin dudas. Averigüé bastante sobre ellas. Coloqué intertextos, definiciones, el léxico de una especie de conocimiento científico. Y practiqué cómo sonaba en la oralidad. La musicalidad y el ritmo en los poemas importan.
6.- Si tu poesía fuera un lugar físico, ¿qué encontraríamos al cruzar el umbral?
Del otro lado del umbral encontraríamos una tierra sin colonizar. Un espacio al que ir con cuidado por más que sea un invento de mi imaginación. Pongo trampas con las palabras. Y lleva mucho tiempo construirlas. Así que necesito ser efectiva en la medida de lo posible: quiero que los lectores caigan adentro. Yo misma caeré con quien lea.
7.-¿Cómo se transforma el dolor o la ternura en lenguaje dentro de tus poemas? ¿Dónde comienza ese tránsito?
No sé bien qué en el orden del discurso. No me asustan los temas ni las palabras. El mundo, la vida, suelen contener crueldad, y miro de frente esa violencia. Y enseguida vuelco la mirada sobre la ternura que también nos habita. Compenetrarse en la escritura, implica hacerse eco de los distintos planos emocionales, cognitivos, sociales, metafísicos…
8.-¿Qué tan presente está el silencio en tu proceso creativo’ ¿Es aliado, obstáculo o ambos? ¿Cómo son tus procesos creativos?
Un estado cuasi meditativo. No digo que los poemas nazcan del silencio, quizá nacen del ruido que nos rodea. Pero la escritura y la reescritura sólo pueden tener curso en el andamiaje silencioso. Un silencio que, además, asocio a soledad creativa. Y una descentración. Salirme de mí. Eso sí, este libro se tornó vertiginoso. Un continuum. Y porque el “yo” del poema forma parte de un ambiente totalizador. No mira desde afuera, fluye con el resto, desarma su individualidad. Una des-organización.
9.-Platícanos un poco acerca de tus primeros acercamientos a la literatura, en tu niñez.
Me compraban libros en una casa en la que mis padres no leían literatura. Tuve una biblioteca desde chiquita. Y de la escuela primaria me gustaba eso mismo, leer, y otras muy poquitas: pintar y expresión corporal. Sin hermanos, con una familia complicada, sin primos cerca porque vivían en otras provincias lejanas, los libros, y la literatura en particular, estaban destinados a ser mi refugio.
10.-¿Cómo ves la poesía argentina actual?
Repleta de cultores. No me atrevería a listar apellidos. Vos y yo sabemos de la cantidad de poetas argentinxs de todas las regiones, que vamos publicando en la columna Periferia Sur, en la revista que dirigís. Hay eclecticismo (como supongo sucede en todos lados). Y si bien el entorno económico es un obstáculo para el acceso a las publicaciones en papel unido a una falta de políticas públicas, se publican bastantes libros por año. Las llamadas editoriales independientes, con mucho esfuerzo, artesanalmente, mueven publicaciones de poesía con diversas estrategias: ferias de independientes, pre-ventas, etcétera. Aparecen convocatorias como las de Caburé, por la que salió Tiempo… Y otro gran canal para dar a conocer poemas son los blogs, las páginas web dedicadas, las revistas digitales como Poetripiados. También las redes, en lo cotidiano, se convirtieron en espacios de una suerte de militancia, como dice una amiga, de lxs mismos poetas difunden autorías propias y de otros. Esto no agota la reflexión necesaria sobre los circuitos literarios y la consecuente visibilidad o llegada (o no), de lo que se escribe en mi país. Sea dicho de paso, el asunto motivó la creación de Periferia Sur; una búsqueda de textos en los que, más allá de poetas notorios o del canon, se conozca, justamente, un trabajo serio con la palabra. El espesor que pueden lograr los poetas argentinxs mucho, poco o nada publicados. Y nunca terminaré de agradecerte que hayas estado de acuerdo en esta idea.
11.-Si tuvieras que explicarle a una niña lo que haces como poeta, ¿qué le dirías?
Le diría que juego con ideas y palabras. Las palabras son materiales lúdicos. Los chicos lo saben de manera intuitiva. Da placer. Se escribe de manera vital. Y no es que sea fácil hacer poemas; se lo transmitiría si se decidiera por este oficio. Y que vaya al encuentro de la lectura (el humus) y escriba libremente.