JudasPriest/Opeth, Ciudad de México (Ex df por motivos estéticos) 2025. Por dónde empezar, este ha sido uno de mis conciertos más curiosos por distintas razones, pero esto es una reseña y no una crónica personal. El pasado domingo 4 de mayo asistí a la Arena Ciudad de México a ver a los padrinos del Heavy Metal en compañía de mi amigo Luis Miguel de cincuenta y quihubole quien pertenece a esa generación que vio nacer a Judas en los 70s, su auge y popularidad en lo 80s, su “declive” en los 90s cuando a nadie le importaba su música y menos cuando fue comandado por Tim “Ripper” Owens, su infravalorado y casi olvidado vocalista cuando Halford dejó la banda para después retornar con más fuerza comercial y sin cabello, así como el renacer de la agrupación a mediados de los dos mil gracias a la era de la nostalgia y la retrotopía por la “música de antes” cuando nuevas generaciones de headbangers eran influenciadas por sus padres respecto a las bandas pioneras del género. En compañía se sumó la hija de mi amigo, una chica de 19 años con todo el semblante depresivo de una chica casi veinteañera que estudia lo que deja dinero, vive con su madre igual o más depresiva y la cerecita sobre el pastel; las pocas veces que ve a su padre este la invita a un concierto de una música que no comprende por la diferencia generacional y que inclusive desprecia en el fondo de su ser por lo netamente masculina que resulta.
A la llegada del concierto se veían toda clase de personajes, las clásicas matas largas, vestimentas negras, corsés, estoperoles, cadenas, algunos de aspecto más moderno y generaciones mutadas entre sí, jóvenes, rucos, chavorucos, jóvenes con aspectos seniles, personajes andróginos, gente bonita, gente fea, normales, fresones y algunos rostros fúricos del típico metalero; del que tiene problemas de masculinidad y quiere hacer amigos aparentando ser oscuro. Quizá algunas mujeres (metaleras) entre ellas esperan a ver a galanazos matudos que miden más de 1.85, tienen aspecto vikingo, son de maneras europeas y lucen igual de espectaculares que sus artistas favoritos; lo siento amigas (y amigos también), no se olviden que vivimos en México, aquí la mayoría está en condiciones de pobreza y el 1.85 para arriba son casos muy raros, así como los rasgos escandinavos. Pero no hay que sentirse mal, Rob Halford, Ozzy Osbourne, Tony Iommi entre otros artistas del metal, fueron obreros en sus épocas de temprana adultez, como olvidar cuando se conocían al trabajar en una fábrica siderúrgica y cuando los aromas químicos de la fábrica inundaban sus colonias, uno de estos comentó “Smells like heavy metal”, dando origen al género de la manera más chusca posible, y bueno; supongo que la pobreza británica no es igual a la de Latinoamérica ni lo será. A quien le importa.
Algo divertido fue ver como la mercancía pirata y productos bootleg a las afueras de la arena eran souvenires encabronadamente más creativos que los típicos y costosos de la mercancía oficial; productos comprados siempre por una minoría. Adentro sólo encontrabas playeras y gorras oficiales que irónicamente podían costar lo mismo que el boleto más barato del evento. Afuera veías tazas, ceniceros, gorras, pines, playeras, chaquetas de 3 estilos, pants, calcomanías, tarros de cerveza y poco faltaba para que pudieras encontrar dildos o calzones conmemorativos.
El evento dio inicio con la banda sueca de death metal progresivo (ahora más rock progresivo) Opeth, unos personajes muy habilidosos y carismáticos cuya música combina la fiereza del metal con el romance de las voces limpias y álbumes conceptuales que van desde los viajes oníricos hasta los rincones más oscuros del amor y la abstracción del mismo. Algunos iban más por Opeth, pero una inmensa mayoría asistió para ver al Judas Sacerdote, hasta Mikael Akerfeldt (vocalista de Opeth) se sinceró con ellos y con su público al decir que estaban en ese concierto para ver a los rucos vestidos de cuero, recordó anécdotas de cuando era adolescente y Priest visitó su ciudad en Suecia con la gira de Ram it down, a Mikael le autografiaron su patineta, años después que se encuentran colaborando los Priest francamente no lo recuerdan. Lástima por los fans de Opeth que esperaban un performance más extenso, los suecos sólo ejecutaron siete canciones intuyendo que la noche era corta, sus canciones demasiado largas y la espera por Judaspriest, imperante.
Los teloneros se retiraron seduciendo con su mezcla de guturales y voces limpias, el staff se apresuró y en cuestión de 30 minutos los colosos del metal aparecieron magistralmente, Ian Hill, Scott Travis(gringo) y Richie Faulkner liderados por Rob Halford quien ahora se ve como un tierno abuelito rapado con barba de Santa Claus que se tiene que agachar con cierta frecuencia cuando canta para que le salgan los agudos. Todo comenzó con su nueva canción de Panick Attack de su más reciente álbum Invincible Shield, para después continuar con éxitos como Rapid Fire, Breaking the Law, Youve got another thing coming, Love Bites, Painkiller, entre otras. No sé si fue en especial este concierto, el tipo de bandas, la vibra del lugar o todo en general que me hizo sentir rodeado de maniquíes, fans metaleros apaciguados y sentados en sus sillas que con trabajos movían las cejas, si bien no era un concierto de brutal death metal en el circo volador donde ves toda clase de acrobacias y agresiones físicas consensuadas (no todas) aquí esperaba ver un poco de movimiento pero la afición de la que estaba rodeado parecía que fue a ver a José José (cuyo barrio donde nació y creció estaba muy cerca de la Arena CDMX), en la zona general donde todos están de pie si pude ver algunos slams, mosh pits y gente aventándose un poquito, con Judaspriest solamente, los guturales de Opeth tal vez les provocaba una suerte de euforia pero interna.
Cabe destacar que descubrí lo payaso y arrogante que Halford puede llegar a ser, quizá lo metalero, británico, gay, famoso y millonario contribuya a todo eso. Primero presumió TODA la discografía de Judas en un minuto (exceptuando los trabajos con Tim Owens), felicitó a México por serle fiel durante sus 50 años de carrera y acto seguido ejecutó durante 4 minutos aproximadamente (mi cabeza y mi respeto hacia el no quieren recordarlo) una serie de alaridos y exclamaciones bobas que buena parte de sus aficionados repitieron cual rezo eclesiástico de sacerdote en una misa; esto pareció un gesto presuntuoso de Halford jactándose de que es tan querido e influyente que hasta sus fans lo seguirán así sea en su más estúpido capricho, podrá ser el rey del metal pero eso no evita que ya esté chocheando. O quizá estaba ganando tiempo para que sus compañeros tomaran agua, fueran al baño, se estiraran un rato o se echara un rapidín en el camerino con alguna(o) de sus managers.
La noche continuaba y el bajista Ian Hill no se movía de su posición, parecía que desde la segunda canción una especie de cansancio o de ciática lo había apostado en un rincón del que difícilmente se movió hasta el final del concierto. Como penúltima payasada Halford salió de una esquina montado en una motocicleta que apenas avanzó unos metros, vestido con su último atuendo y un sombrero de mariachi para cantar la destructora “Hell bent for leather” donde al igual que Ian Hill parece que le ganó una especie de ciática que no lo hizo moverse de la motocicleta, o será que de tanta reata que se echó en su juventud ya le cuesta moverse.
El concierto cerró con Living after Midnight, tema obviamente planeado ya que el concierto terminó después de la medianoche donde todos los integrantes se despidieron lanzando plumillas y baquetas, pero un bufonesco Halford les aventó dulces a los aficionados más cercanos de una especie de pecera de vidrio que al final arrojó a un lado del escenario provocando un desastre controlado. Si, conductas típicas de un abuelo. Muchos dicen que este puede ser de los últimos conciertos de JudasPriest en México si no es que el último, pero quien sabe, esa es la mejor propaganda para los artistas, su música es lo único que saben hacer y sus lujosos estilos de vida, así como deudas millonarias los hacen volver a los escenarios. Lo que sí es seguro es que aquí los estarán esperando, sus fans de huesos amarillos, los del medio (90s) y las nuevas generaciones de metaleros que de milagro se interesan en bandas pioneras ya sea porque sus tíos de vientre caguamero se los recomendaron o les causa morbo escuchar la música de los rucos. El Judas Sacerdote tiene toda una historia en México y aquí lo recibirán con los brazos bien abiertos.
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Gabriel Nikash Salazar (Monterrey, Nuevo León, 1996) es un artista visual y cineasta, ha hecho 5 cortometrajes en calidad de Guionista/Director (Abruptum, Por un bistec, El Rey del Mañana, Anoche soñé con las Moiras) a la par de ejercer la fotogafía fija dnnde en su obra abunda lo abstracto y lo grotesco. Ha explorrado la actuación en teatro y televisión (pero esto no lo presume porque la mayoría son boberías de televisa que le dan para vivir). Ha publicado 2 cuentos (Equus, De las reyertas dérmicas) en la revista Poetripiados y a veces escribe poesía, pero no le gusta mucho declamar en público. Le gusta el metal, los videojuegos, la cerveza, las mujeres, los libros y el silencio de los lugares en cualquiera de sus formas.