En las horas de la mañana el silencio es más pesado, se acumula entre las casas, entre los edificios, entre las pequeñas cosas. Los rayos de sol que se atreven a entrar por la ventana de mi estudio alcanzan a tomar ciertos rincones, pero la penumbra es todavía la que rige mi realidad. Antes cuando era completamente yo, enteramente saludable, solía preparar mi café a las cinco de la mañana para encontrarme con el día trabajando, pero con los años el cuerpo pierde resistencia y he tenido que conformarme con un café con leche y un poco más tarde, la vida ya no es la misma.
Mi entorno, estoy segura, se parece tanto al de millones de personas en el mundo, tengo que hacer las cosas de prisa y muy bien desde la primera vez, hay en mis días una persona tan absolutamente exigente que no permite el error y me encanta, pero también me quita toda la energía que me gustaría estar utilizando para escribir, luego pienso en el tiempo, en que no importa, que cuando llegue un poema o cualquier otro texto estaré atenta, me pondré a escribir un par de líneas o casi todo un libro de poemas y sucede, no sé cómo, pero sucede. La discapacidad de una persona que uno ama es una especie de freno, una telaraña, pero también extrañamente es el impulso, la salida, el coraje, el deseo de romperlo todo, de aclararlo todo, de decir con las palabras precisas lo que uno siente o piensa, no hay tiempo para otra cosa, no hay formas para otra cosa, no me interesan las maneras adecuadas, no hay frases que por educación yo usaría, busco entre las mías, mis propias palabras para dejar claro un punto, sin lastimar a nadie, simplemente conozco el atajo. He aprendido un lenguaje directo, llano, sin escollos, sin esquinas, he aprendido a decir exactamente qué pienso, qué deseo y por otro lado también soy maestra en el arte del lenguaje poético, por lo tanto en mi cabeza hay una ebullición, una extraña combinación que sale y explota cada vez que es necesario, me doy cuenta al hacer mis comentarios sarcásticos, fuera de lugar (aparentemente), pero que en realidad son necesarios, porque de verdad van a colocar una idea donde debe ir, lo sé, lo he visto, he percibido la mirada de las personas cuando les digo algo, tal vez no era como querían escucharlo, pero de cierta forma les produce una risa incómoda, ineludible y que los hace avanzar, para llegar a lo que estaban buscando. Ahora no quiero cambiar mi forma de vivir, nunca es tarde lo sé, pero he encontrado en mi pequeño caos la serenidad suficiente como para seguir, entre los gritos, el drama o el dolor hay también espacios para meditar, para ser, para estar tranquila. Leo todos los días, cualquier cosa que me encuentro en la red, por ejemplo me encantan los artículos sobre ciencia o también disfruto de una buena película o algún capítulo de una vieja serie que he visto muchas veces, si me recomiendan algo nuevo, por favor ténganme paciencia, me es difícil adentrarme en lo desconocido, prefiero ver una mala película que haya visto un par de veces a una que tenga muchos premios, simplemente son cosas que no puedo asimilar y así me sucede todo el tiempo con otras cosas, por ejemplo con el tipo de pan que me gusta, con la ruta que utilizo para llegar a un lugar, de cierta forma sé que eso es extraño, pero es parte de mí y lo disfruto. La vida es complicada cuando uno es poeta, escribes y aprendes a vivir mirando los detalles más insignificantes, disfrutas las cosas simples o sencillas y llegas a ese momento en que sientes que tu mente y tu cuerpo están domesticados, que tus emociones no se van por la libre, no tienen rienda suelta y no pueden contralar tus días, esas cosas brillantes que hacen que el ritmo cardiaco acelere, esas cosas endemoniadas que nos atormentan, están ahí, pero no explotan como cuando abres la botella de refresco que ha sido agitada, ni aparecen como hongos en el bosque cada vez que abres los ojos o cada vez que te pierdes. Las emociones se han vuelto parte del material de trabajo, son esas líneas que parecen casi inconclusas y que son irrepetibles. Por otro lado, igual de interesante, está la parte racional que me lleva a querer pulir cada detalle de un texto, para que las ideas sean claras y se queden en la mente del lector por largo tiempo. Escribir conlleva dejar a un lado la explosión en la casa, los llantos, los gritos, las puertas que se cierran violentamente, solamente somos la máquina y yo, en un enfrentamiento, en un duelo que puede durar unos minutos o que se prologa durante horas, escribir para mí es también sobrevivir, llevar una realidad extrema a cuestas y sin embargo tener todavía algo qué hacer, qué decir, estar aquí conmigo, estar con un lector que tal vez se llegará a identificar y pensará que después de todo no está solo, que hay otras personas en el mundo, enfrentándolo todo, llegando al final del renglón a pesar de las circunstancias, llegar sin errores o con muy pocos, tener la satisfacción de haber creado algo único con el ruido de fondo, esa música infernal del desorden.
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Jeanne Karen (San Luis Potosí, mayo de 1975). Tiene doce libros publicados, entre ellos: El club de la tortura (Ediciones Sin Nombre, CDMX 2005), El gato de Schrödinger (Editorial Ultramarina, Sevilla 2007), Cementerio de elefantes (Ediciones Fósforo, CDMX, 2013), Púrpura Nao (Editorial Grito Impreso, San Luis Potosí, 2018).
Su obra ha sido difundida en medios impresos y electrónicos. Ha sido becaria del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes en la categoría de creadores con trayectoria y ha ganado varios premios, entre ellos el Premio Manuel José Othón y el Salvador Gallardo Dávalos.
Una escuela de nivel básico lleva su nombre. Por el momento prepara dos libros de poesía y una novela.