El deseo es una manifestación de toda la vida humana,
y aunque en esta manifestación nuestra vida
revela a menudo toda su miseria, sigue siendo vida
y no la mera extracción de una raíz cuadrada.
Fiódor Dostoievski
¿Llamar popular a lo popular es correcto? Poco importan estos debates etimológicos si el arte es entregado al pueblo (populus o populi) a través de la música, la literatura o la pintura, es aceptado y permea sus horizontes. Entonces, tales debates solo tendrán sentido dentro del ámbito académico al momento de decidir si debe o no llamarse “popular”, y quizá solo sean objeto de las represiones ejercidas por quienes lo llevan a la palestra o a las discusiones.
Existe otro gran debate entre quienes buscan emanciparse del llamado eurocentrismo; se autodenominan “decoloniales”, y adoptan una postura en ocasiones extrema en la búsqueda identitaria del conocimiento generado desde Latinoamérica, denostando algunas disciplinas por el simple hecho de haber sido gestadas en Europa. Parece prudente, en este punto, rememorar la exposición hecha por el poeta latino Jorge Luis Borges cuando apuntaba:
también es nueva y arbitraria la idea de que los escritores deben buscar temas de sus países. Sin ir más lejos, creo que Rancine ni siquiera hubiera entendido a una persona que le hubiese negado su derecho al título de poeta francés por haber buscado temas griegos y latinos. Creo que Shakespeare se habría asombrado si hubieran pretendido limitarlo a temas ingleses, y si le hubieran dicho que, como inglés, no tenía derecho a escribir Hamlet, de tema escandinavo, o Macbeth, de tema escocés. El culto argentino del color local es un reciente culto europeo que los nacionalistas deberían rechazar por foráneo (Discusión, 1957, pág. 156)
Los decoloniales, en aras de crear una identidad intangible, cargada de material reprimido, terminan por violentar gravemente a quienes se adscriben a otros movimientos. Desdeñan teorías reconocidas, que terminan manchando al tratar de imponerles una identidad que no les pertenece. Quieren decolonizar, colonizando a la vez bajo sus propios criterios o apostolados, los cuales semejan más una suerte de plagios enmarañados. A ciertos espíritus les resulta difícil sentirse adscritos a movimientos que sugieren ideas fijas o limitan las expresiones bajo criterios preestablecidos.
En este ambiente, parece prudente analizar la lírica del artista español Enrique Bunbury, como ya se ha hecho en diversas entregas aquí, en Poetripiados, dado que ha influenciado profundamente a muchas personas desde la adolescencia hasta el presente. Este es un elemento que tiende a identificarnos, a hermanarnos más allá de los lazos consanguíneos, de amistad o de cualquier otra índole: nos une como una comunidad, quizás mayormente desde entonces.
En su cuenta oficial de Facebook, Bunbury cuenta actualmente con más de 4,500,000 personas que han indicado que les gusta su página. Paralelamente, existe una comunidad de más de 120,000 miembros en el grupo Bunbury Universo (cercano ya a los cien mil), además de decenas —incluso centenares— de grupos en esta red social repartidos en diferentes países, cuyos miembros superan en número a los de otros artistas. Esto sugiere una enorme influencia que se expande por todo el globo, tanto en la música como en otras expresiones, cuyo crecimiento se mantiene constante en el mundo virtual.
Enrique Ortiz de Landázury Izarduy es el nombre de pila del artista al que se hace referencia, conocido bajo el seudónimo de Enrique Bunbury, apellido que nos remite, inevitablemente, al entrañable personaje creado por la pluma de Oscar Wilde en la comedia La importancia de llamarse Ernesto (1895). En la trama de esta obra literaria, Algernon, a fin de escapar de las represiones impuestas por la sociedad, inventa un personaje ficticio al que llama Bunbury, un tipo que le otorga permisividad para entregarse a los desenfrenos, bajo el pretexto de visitarle por estar enfermo. A este acto lo llama «bunburizar»: una suerte de desafío al gran Otro lacaniano, y a la vez, un indicio de que en Bunbury podría encontrarse la realidad oculta del propio Enrique Ortiz.
Al final de un video publicado en la plataforma YouTube, el propio artista acepta haberse hecho llamar así inspirado en el personaje referido (2017, min. 00:39). Lo mismo confirma en una entrevista realizada en la Ciudad de México, donde literalmente expresó:
P.- Oye, cada vez que pienso en Bunbury, me recuerda una obra de Oscar Wilde…
R.- Es que viene de ahí, de La importancia de llamarse Ernesto. Era por esa obra, yo era un fanático de Oscar Wilde y sigo siendo y hablábamos siempre de esa obra, pero te hablo de cuando tendría 13 años o algo así y lo maravilloso de ese personaje es que utiliza el nombre de Bunbury como máscara para ocultar una doble vida y es que me parece un pseudónimo fabuloso. Y qué bueno porque yo lo que quiero decir es que en mi vida privada soy Enrique Ortiz, que es lo que ponen en mi pasaporte, pero en mi vida pública tengo esa máscara: Enrique Bunbury que me permite de cierto modo tener como dos vidas diferentes. (Bunbury, 2002)
Tratar de descifrar las letras del icónico español requiere de un cúmulo de aristas: es una arriesgada empresa, una odisea paralela, un esfuerzo simultáneo. El interés principal radica en la exposición de los planteamientos y la dialéctica propia con la obra del cantautor ibérico; la primicia se centra meramente en los argumentos y elucubraciones, que tienden a ser lo más nítidas posibles.
He articulado ya diversos artículos en este espacio virtual, donde se exponen ideas apegadas, mayoritariamente, a las teorías del pensamiento crítico y el psicoanálisis. Analizando las estadísticas de los lectores virtuales a los cuales se ha podido llegar —llevando a cabo algunos experimentos creativos, tomando como pretexto la cultura “popular”—, he observado que ciertos artículos basados en el cine resultan atractivos para el lector, al igual que aquellos que giran en torno a la música, especialmente cuando se trata de descifrar a un autor tan complejo como Enrique. Para ello, es necesaria una suerte de hermenéutica sintomática; esto, por llamarle de alguna manera, ya que la hermenéutica ha sufrido, desde su génesis, alteraciones ulteriores que le han otorgado diversos apelativos, quizá con el simple objeto de crear nuevas especies de interpretación.
En este caso particular, he podido observar cómo mucho de lo que se escucha en las melodías de Bunbury es profundamente significativo, influyendo más de lo que se pudiese imaginar. Al ir desmenuzando artesanalmente sus interpretaciones, se observaba un síntoma compartido. Pronto aparecían influencias de Liev Tolstói o Charles Bukowski; una íntima relación entre el poeta bostoniano Edgar Allan Poe y el reconocido psicoanalista francés Jacques Lacan se vertebraba en las letras de este ícono español. Se revelaban posicionamientos ecológicos como un llamado al ya basta de la hegemonía, e incluso se asomaba la epistemología en palabras del día a día.
Para un breve estudio cultural es necesario el cuestionamiento ambivalente —quizá polivalente—, sencillo y complejo a la vez por su contenido metafórico: ¿Es visible el síntoma de Bunbury? o ¿Bunbury, en sí, puede ser un síntoma?
El objetivo es mostrar ciertas especulaciones que puedan encontrar eco en quienes vemos en Bunbury una parte consustancial de lo que somos. Esto conlleva el riesgo de ser tildados de “tibios” por los teóricos críticos más radicales. Pero, como expresó Lacan (1974), son cosas que hemos querido decir, y aquí lo podemos hacer, asumiendo el riesgo que ese mismo atrevimiento conlleva.
Es evidente, pues, que este proyecto es ambicioso en cuanto a sus alcances: busca dejar una visión sintomática, no solo de Bunbury, ni únicamente de Enrique Ortiz, sino de aquel punto donde confluyen ambos, en el entramado sendero del ser.
Para encontrar una dialéctica con Bunbury debe hacerse desde su legado, presente ya en todo el orbe, y que forma parte del conocimiento y dominio público. Se pueden encontrar vestigios del anudamiento borromeo; y si bien es cierto que este no está vinculado directamente a lo real, el propio registro que deja son residuos anclados en lo inconsciente. Al estar presentes dentro del anudamiento, cobran relevancia en el actuar de todos los sujetos, en el síntoma como eje fundamental del poder existir bajo las coordenadas del grafo del deseo.
O, como concluiría el esloveno Slavoj Žižek (2016), la evolución del síntoma al Symptóme es una mezcla de situaciones que llevan a este último a ser el controlador de una conducta aceptada, posibilitando vivir en la realidad. Sin embargo, estas disquisiciones no obedecen más que a la pasión de ambos —Žižek y Lacan— por la filosofía y su afán de complicar algo cuya explicación podría ser breve y concisa. Digamos, como lo expresó también el filósofo Jean-Paul Sartre (2009), que Marx vulgarizó la filosofía al elaborar el Manifiesto Comunista para hacerla más asequible a la sociedad en general.
Podemos coincidir en que filósofos y psicoanalistas hicieron lo mismo, pero a la inversa: en una especie de filosofar o incluso matematizar el psicoanálisis, satisfaciendo así una erudición narcisista. Si bien la genealogía del psicoanálisis, por parte del llamado padre de esta disciplina, Sigmund Freud, se debe en gran parte a la influencia del legado filosófico del alemán Arthur Schopenhauer, el francés y el esloveno llevan la disciplina a un campo mayor de explicación, en una dialéctica permanente con las diversas ciencias y disciplinas, lo cual termina por alejarla de una de sus primicias: lograr comprender la complejidad de la psique en lo individual y en las masas.
Cosa necesaria a tomar en consideración es el considerado cuarto elemento lacaniano (después de lo Real, lo Simbólico y lo Imaginario), en palabras del mismo autor y con relación a su legado de las tres principales categorías psicoanalíticas por las que es reconocido:
Es ahí que reside esto que es un error, pensar que eso sea una norma para la relación de 3 funciones que no existen la una para la otra en su ejercicio sino en el ser que por este hecho se cree ser hombre. No es que estén rotos lo Simbólico, lo Imaginario y lo Real lo que define la perversión, es que ya son distintos (…) (27) y que hay que suponer un cuarto que en este caso es el sínthoma, que hay que supo ser tetrádico lo que hace el lazo borromeo, que perversión no quiere decir sino versión hacia el padre (28) y que en suma el padre es un síntoma o un santo varón (saint-homme (29), como ustedes quieran. La existencia del síntoma, es lo que es implicado por la posición misma, la que supone ese lazo de lo Imaginario, de lo Simbólico y de lo Real, enigmático. (Lacan, 1975, págs. 8-9)
El síntoma, o Sinthoma, como gusten reconocerle —hasta por simple estética de la palabra—, no entraremos en discusiones etimológicas ni disquisiciones filosóficas, sino en la esencia clara de que es este elemento lo que vertebra el actuar, la vida anímica y la motilidad de los sujetos. Entendemos el síntoma como parte consustancial de la realidad del ser humano, donde confluyen los otros tres elementos lacanianos: el síntoma de la metáfora lacaniana como motor, tal como lo dejamos un poco claro en párrafos pretéritos. Si para Zizek la evolución del concepto psicoanalítico es la de ser controlador de cierta conducta, podríamos aducir que este mismo es también el factor preponderante para lo inconsciente, que, a su vez, se hace tangible en el caso de Enrique. Al ponerlo en boca de Bunbury, el síntoma es, pues, donde confluye todo, donde incluso lo real y sus residuos están presentes.
En el caso específico del artista español, sus lecturas son muy variadas dada la versatilidad expuesta. No se reducen solo a una parte de su ser, sino que se manifiestan en sus pensamientos, posicionamientos y un sinfín de elementos que parecen hacer más complicada su interpretación. O quizá —como diría Edgar Allan Poe (1956)— sea un asunto tan sencillo que tienda a confundirnos a muchos. Por lo tanto, solo nos guiaremos tomando de referencia la letra y, en cada apartado, la forma más eficaz de poder desmenuzarla.
Es dable suponer que la música, y sobre todo sus letras, nos influyen más allá de lo que la propia consciencia nos permite apreciar. Así como somos seducidos por ciertos personajes o situaciones que nos reflejan en sujetos de pantalla, asimismo, en un plano simbólico, las letras musicales logran conectarnos e influenciar nuestros pensamientos.
Tratar de interpretar a Bunbury es un viaje a través de él mismo, pasando por Poe, Lacan, Nietzsche, Tolstói, Dostoievski, Marx, Borges, Schopenhauer, Melville; por la rebeldía de una pulsión que nos hermana, que nos invita a continuar un viaje cuyo camino es el fin a la vez, como el mismo Bunbury lo dice en la parte final de su documental El camino más largo (2016).
Trabajos citados
Lacan, J. (21 de Noviembre de 1974). Freud por siempre. 5. (E. Granzotto, Entrevistador, & L. O. Freschi, Traductor) Roma, Roma, Italia: Periódico Panorama.
Lacan, J. (1975). Seminario 23. Francia: Psikolibro.
Borges, J. L. (1957). Discusión. Buenos Aires, Argentina: Emecé.
Bunbury, E. (15 de Mayo de 2002). Entrevista a Bunbury. (A. ICAL, Entrevistador)
Morante, A. (Dirección). (2016). El camino más largo [Película].
Poe, E. A. (1956). Obras en Prosa. Cuentos de Edgar Allan Poe. (E. d. Rico, Ed., & J. Cortázar, Trad.) Madrid: Alianza Editorial, S. A.
Sartre, J. P. (2009). El existencialismo es un humanismo. Barcelona, España: edhasa.
Wilde, O. (1999). La importancia de llamarse Ernesto. elaleph.com.
Zizek, S. (2016). El sublime objeto de la ideología. México: Siglo XXI.