Canto planetario
Para Carlos Javier Jarquín
El viento no es,
sino una canción,
una estatua de la noche,
la colmena de sentidos
que se hallan
al final de la existencia.
En tactos invisibles,
en pasos inaudibles,
todos esperan zarpar
algún día
de la mano del amigo.
El silencio de su fortuna
es fácil de reconocer,
pero difícil de preservar;
se pierde con la ambigüedad.
El amigo contiene a las flores
en su belleza de siglos,
para hablar de la tierra
y la libertad.
La voz del amigo
despierta
montañas de ecos,
verdades que crecen
en el libro más leído,
la lámpara encendida,
el secreto de las nubes,
la espada y la templanza,
la resistencia de los lirios…
La hora o el país importan
poco; el viento es amigo,
una noche estrellada,
un epitafio, un viaje en bálsamo,
un caballo sediento por el prado,
una calle desolada y oscura
que, en espera de la luz,
se adentra en su propia oscuridad
hasta su origen
más y más, hasta descubrir
que el viento es uno y lo mismo:
una canción que regresa siempre
al mismo lugar.
Días que no se encuentran
Para Katia Hernández
Encender el silencio
que siembra nuestras vidas,
hacer del día una confidencia,
firmar el contrato con la noche
para que crezca la palabra.
El día se parte en dos,
y el silencio que se guarda
ilumina la conversación.
En la hoja del camino,
escrita y reescrita más de cien veces
por un autor desconocido,
el cielo se hace voz en la trinchera.
Podemos borrar la línea
que parte en dos a la naranja
cuántas veces queramos,
aunque la gente diga
que ya es muy tarde.
Tuya es la manzana,
la naranja, la luna…
Vivir es más ajeno
que el morir.
Lo único que no vemos
en esta complacencia
es el ojo de la hierba,
que se dice sombra.
Mientras sigamos soñando,
las manos crecerán
en los incendios del nombre.
En esta laguna,
la página se voltea sola,
los vientos vuelven y dejan ir
el señuelo invisible.
Los márgenes aprisionan,
el tiempo es un revés:
la única moneda.
Aprendizaje
Entre las cuatro paredes de avalanchas
estoy llamando al Yeti.
Wislawa Szymborska
En ausencia de las flores
el jardín hace del verde follaje un camposanto.
Cada cosa está en su lugar después de dejar ir.
Las noches son más claras,
y la naturaleza sigue su curso.
La espera de los mil soles
borra en el cielo su brillo eterno.
Basta volver a ver las ruinas
en el mazo de diablo
para saber que en el ayer
nada construimos.
La necesidad de una voz,
la razón de un poema.
En todas las pantallas, en cada ventana, se advertía:
El miedo olía a hombre
y la suela de los zapatos ya estaba gastada.
La historia se repite.
La conozco desde que mi jardín floreció con la noche,
en aquella infancia donde aún esperaba.
En ausencia de todo,
el rocío era un aliciente.
Es mejor nunca volver a mirar atrás
para no seguir en el mismo error:
dejar el jardín en el deseo de otros,
como si fuera una tirada de dados.
De creer que crecerá.
La obsesión devela el otro lado de las cosas:
la oscura sensación de creer en alguien,
de rastrear todas sus huellas
hasta que las miradas que una vez se cruzaron
jamás se vuelvan a encontrar.
Sobrepasar los límites para darse cuenta
de que nada es como parece,
y que las palabras que se enfrentan al azar
no son más que un barco detenido por las olas,
por no querer avanzar más hacia el deseo.
La silenciosa migración de las aves
guarda en el cielo su secreto.
La casa ahora está sola
y es mi cuerpo.
Adentro hay un jardín.
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Melissa Nungaray (Guadalajara, Jalisco) estudió Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Autónoma del Estado de México y actualmente estudia una maestría en Humanidades-Estudios Literarios en la misma institución. Es fundadora y directora de la revista En la Masmédula, un proyecto dedicado a la difusión de la literatura contemporánea. Ha publicado varios libros de poesía, entre ellos: Raíz del cielo (Secretaría de Cultura de Jalisco/Literalia, 2005), Alba-vigía (La Zonámbula, 2008), Sentencia del fuego (La Cartonera, Cuernavaca, Morelos, 2011), Travesía: Entidad del cuerpo (La Zonámbula, 2014), El cielo cae a voces (Secretaría de Cultura y Turismo del Gobierno del Estado de México/Universidad Autónoma del Estado de México, 2023) y la plaquette El cuerpo descansa en algún lugar (La Tinta del Alcatraz, 2022). Algunos de sus poemas han sido traducidos al italiano, inglés, uzbeko, kannada y griego.