Abulia para presidente
La repetición te mantiene vivo y
la repetición te va matando,
mira
cómo caminas,
ahora
vas a respirar de manera consciente como si tú mismo
metieras el carbón a la locomotora
y qué fastidio es recordar
que uno es el fogonero
y qué dulce es olvidar
y sentarse a ver las vacas pastando
y pasando
por la ventana.
En el cartel hay un monstruo
que no elige ser el monstruo.
Hay un mar de hilos y una máquina de aire,
hay un ciclista que baja corriendo
por la falda de un volcán
y una carta firmada por el director
que te pide, que te implora
que te pongas el traje de monstruo
porque el actor original
renunció de la nada.
Ya pasó media hora
y no hay monstruo.
Solo gente aguada
que habla y habla
de temas adultos
como
progreso o
retroceso.
Tengo miedo
de haberme metido en otra sala.
Me aburre la presidencia, me aburre la democracia, me aburre
el mundo moderno.
La muerte de la imaginación es la muerte del sentido
y no hay prótesis
para la imaginación tullida.
Ceguera eterna en la tierra de los muertos.
La alameda vibra en la pantalla,
la alameda tiembla con el viento.
El discreto imperio del polvo
se perturba.
Los muertos no se saben
quedar quietos, sabes,
es un tema.
Ya llegó el monstruo.
En las butacas
la gente se anima.
Los tiranos
son magnéticos.
Pa Ubu es adorable y ver
los crímenes de Gengis Kan es un
pasatiempo sin culpa
porque víctimas y victimarios
ya están más que muertos.
Queda una cifra cavernosa, un espanto
difícil de dibujar.
Queda una máscara de Ensor
para colgar
en la entrada.
Mira, le sale bien
el movimiento de brazos
que usan los caciques
para decir:
despierten, perros, atención;
nada que se diga cuando muevo así los brazos
puede ser falso;
el aire es una tabla de piedra
y mi mano es un cincel;
miren mi brazo miren mi brazo miren mi brazo;
soy la ley.
Me gusta cuando el otro fulano dice
que envejecer es un lote baldío
donde uno purga y ve morir
las pulsiones febriles
y además esa línea
se la dieron a ese actor que era bello de joven
pero que hoy su cara
es un campo que los romanos
destruyeron con sal.
Me quedo a ver los créditos.
Soy el último en irse.
Son más de las 12
y todo parece una mazmorra
mal iluminada.
Es tarde.
Es la hora de los monstruos.
Si alguien pregunta
si me gustó el final
le diré que me gustó el regicida
porque su cara era una mancha de aceite
que alguna vez alguien dijo
le recordaba a un pariente suyo
que tenía nariz y boca
y una opinión muy aguda
sobre un tema muy triste.
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Eduardo Padilla (Vancouver, 1976) es autor de Zimbabwe (El Billar de Lucrecia), Minoica (escrito en colaboración con Ángel Ortuño, publicado por Bonobos), Mausoleo y áreas colindantes (La Rana), Blitz (filodecaballos), Un gran accidente (Bongo/3pies), Hotel Hastings (Cinosargo) y la antología Paladines de la Auto-Asfixia Erótica (Bongo Books). Su libro más reciente es Zwicky (Cinosargo).