Domingo
Sábado para levantarse más tarde que de costumbre porque no existe la maldita obligación de presentarse en la oficina. Levantarse con el sabor amargo a cigarro y a cerveza, revuelto con aliento seco a brandy, ron, vodka y todo lo oportunamente ingerido durante la noche de un viernes desafortunado y de mucho trabajo. Sábado, día para pensar con más detenimiento y decidir meterse a la regadera. La mañana es propicia para escuchar un rato a Haydn y a Vivaldi, con sus sabrosos sonidos de alegría.
Luego surgirá la posibilidad de curarse la cruda con dos cervezas bien heladas, compradas en la tienda de Don Paco o de Memo.
Más tarde se antoja visitar una sala de cine donde exhiban la película que le dará la oportunidad de digerir un poco de pasado con la familia para que desaburra su presente.
Se puede pensar en otra opción: el parque atiborrado de gente desesperada como uno por olvidarse de la semana fuertemente azotada por la insuficiencia del tiempo no aprovechado.
Ciudad sabatina semicubierta de automóviles; oportunidad para sentirse menos ahogado que los lunes, martes… Hermoso margen del tiempo para emborracharse hasta la madrugada del domingo acompañado de inagotables botellas de vino y una o dos guitarras chillando en forma mediocre, poesías de media garganta, tartamudas, y la voz de los que se sienten cantantes de ocasión, inigualables artistas frustrados.
Sábados para poder mandar todo al carajo…
Metropolitana
El miasma se acomoda al viento y anuncia esa zona fantasmal a la orilla del Periférico.
Un olor putrefacto se cuela por las fosas nasales y pica en los pulmones.
Había que subir el puente peatonal carcomido. Los muñecos de trapo van a mi encuentro: “una moneda, mai” – imploran -. Del otro lado, la deslumbrante zona comercial; anacrónica y opulenta, hasta el insulto.
Colgada de un árbol la piñata cuya figura es una cara redonda, blanca y grotesca como de mínimo carnaval, asoma una sonrisa dolorosa, y es la última esperanza para esos niños callejeros, abandonados hasta el cansancio y que son la materia prima para los discursos de políticos amantes de la estulticia.
La fiesta comienza y los botones en las cuencas oscuras de los desvalidos muñecos, apenas atisban un miedoso hilo de luz. Ríen a carcajadas, flotan en el aire impregnados de una agresiva fetidez y sus figuras se desvanecen en la humedad de la noche.
FREUD
De pronto quedó atrapado en un enjambre de huizaches altos y espinosos. Sus piernas cansadas avanzaban con una lentitud que sólo se da en los sueños cuando el que sueña trata de escapar de la angustia y de su perseguidor. Recordaba que durante el primer trayecto había caminado apaciblemente sobre la arena finita y un valle rodeado por hojas de Colombo de verde intenso que se reflejaban en las aguas cristalinas del estero. No podía explicarse cómo las espinas se incrustaban una por una, con punzante intensidad en su frente, al correr eludiendo la maraña.
Cuando despertó, los leves y certeros zarpazos del gato, arañaban entre el borde del labio superior y las fosas nasales: Entonces comprendió la teoría del maestro Sigmund Freud, y su posterior demostración, de que los sueños obedecen a las reacciones cenestésicas en los organismos de los seres humanos…