Antes de empezar este ensayo tenía la firme intención de hablar de la agudeza de un personaje femenino que por su fama en las letras hispánicas y en la cultura popular mexicana sólo puede ser llamado sujeto subalterno porque en su tiempo conjuntó –además de todas las formas posibles del ingenio barroco– todos los grados de marginación que podía tener una persona: discriminación por su género, por su orientación sexual, por su carácter de bastarda y por sus ambiciones de conocimiento en una época en donde el conocimiento era monopolio del género masculino. Pero me di cuenta de que, resultaría incompleto y completamente deshonesto para mí como mexicana escribir de Sor Juana como si fuera meramente una intelectual, un “prodigio de la nueva España”, “una fénix de los ingenios”, una lumbrera única en su especie, una avis rara que es inexplicable sin las explicaciones de la teoría postcolonial y la teoría de género. Fue por ello por lo que decidí modificar un poco el contenido de este texto para proponer algo que, si bien podría resultar escandaloso para los expertos, quizá hubiera agradado a la traviesa monja, que posiblemente quería tener como interlocutores y protagonistas de sus poemas a todos los sujetos subalternos que estaban fuera del ámbito eclesiástico y educado de la sociedad novohispana: las mujeres, los indios, los negros, ustedes nombren la subcasta.
De esta manera, en el siguiente ensayo analizaré algunas de sus redondillas más célebres con una perspectiva de género auxiliada por la teoría postcolonial, retomando algunas de las ideas de Mabel Moraña en su libro sobre sor Juana Viaje al silencio, exploraciones del discurso barroco y de Las trampas de la fe de Octavio Paz, tratando de mostrar que el mismo discurso de estado que justifica el feminicidio en el México contemporáneo es el mismo discurso que censura moral e intelectualmente a la mujer en la época novohispana. Por otro lado, quisiera resaltar la simpleza retórica y la pobreza de contenido que tiene el discurso culpabilizante de las mujeres en México desde el siglo XVII. El tema es grave, sin embargo no quisiera ser demasiado solemne, pues me gustaría hablar de Sor Juana más como lectora mexicana que como académica, como alguien que vivió su poesía como una revelación a la que los demás asentían mecánicamente pero que en el fondo, reproducían el mismo discurso patriarcal y culpabilizante del género femenino que la monja critica en sus versos y que hoy en día se traduce en una mayor facilidad de asesinar a las mujeres con casi total impunidad frente al estado mexicano.
Feminista avant la lettre, poeta de la corte, digna rival de Góngora y de Lope, la culta y culterana Juana de Asbaje es una figura tan explotada por los medios y hasta por las instituciones gubernamentales en el México contemporáneo, que en noviembre de 2018 la Secretaría de Gobernación declaró a Sor Juana Inés de la Cruz mujer ilustre para que forme parte de la Rotonda de las personas Ilustres del Panteón Civil de Dolores en la CDMX. ¿Ocasión de contento? Habrá que pensarlo dos veces, sobre todo como un gesto paradójico, o al menos sospechoso en un gobierno nacional, el de Enrique Peña Nieto, que se caracterizó por negar las exorbitantes cifras de feminicidios durante su periodo y en su estado (que es el mismo de Sor Juana, por cierto). En el célebremente infame Estado de México, tan sólo en 2016, los feminicidios en el país rompieron el récord de los años previos, que de por sí eran altísimos (casi 13 000 asesinatos de mujeres registrados por el OCNF durante el sexenio de dicho presidente).
Dicho contexto político e histórico es importante para recontextualizar un poema que, si pudiera ser readaptado a nuestra realidad actual, estaría condenando al descomunal aparato ideológico del estado mexicano, cuyo discurso culpabilizante de las mujeres es muy parecido al discurso católico que critica Sor Juana cuatro siglos atrás; y que si es llevado a su extremo, como siempre lo es, desemboca en un absoluto desprecio hacia el género femenino, odio que se ha traducido desde las célebres muertas de Juárez en 2000, y del Estado de México desde 2010, en una verdadera ola, no sólo de feminicidios, sino de discursos condenatorios, violentos y hasta morbosos hacia las mujeres que legitimaban el que se les matara, violara o vejara por el simple hecho de ser mujeres, y que fueron completamente normalizados en los medios y titulares de periódicos antes de la gran ola de rabia feminista en agosto de 2019.
La urgencia de un discurso feminista que desmitifique las falsas justificaciones de actos de odio hacia las mujeres en el México de 2020 es aún una necesidad apremiante, y volver a canonizar a Santa Sor Juana no significa que su discurso feminista sea comprendido o siquiera aceptado por la mayor parte de la población, y menos aún por el gobierno. Por más que la vida de Sor Juana era, después de todo, la vida de una criolla privilegiada por sus alianzas con el clero y con la aristocracia del México Virreinal, no dejaba de ser la vida de una mujer en México, en el México del siglo XVII, que era, si eso es posible, acaso más machista que el México del siglo XXI, pues resulta un poco difícil, además de doloroso encontrar una métrica adecuada para este fenómeno.
Una de las cosas que hace de Sor Juana una leyenda, no está solamente en lo prodigioso de su inteligencia, sino en su afamada capacidad de escamotear los obstáculos de la censura tan comentados por Ludmer en el ensayo “Las Tretas del débil”, que Mabel Moraña explicó como estrategias discursivas de sobrevivencia en una sociedad excluyente que le impedía a las mujeres acceder a los beneficios culturales de la élite letrada. En efecto, las redondillas popularmente conocidas como “hombres necios”, intituladas así por el primer verso de la serie: “hombres necios que acusáis a la mujer sin razón” son en México casi tan parte de la tradición popular como lo son los romances o cancioncillas cantados en las escuelas primarias. Se recitan en ceremonias cívicas escolares, homenajes de poesía, son antologadas en los libros pirata de poesía que venden en el metro de la ciudad de México, en los libros de educación básica de la secretaría de Educación Pública que todo mexicano lee de niño y hasta son trasmitidas por el radio.
La casa de Sor Juana en Nepantla, Estado de México, es hoy un museo y un centro cultural en donde sus versos se pueden leer en grandes letras color lapislázuli pintadas sobre mosaicos blancos empotrados en las paredes, y el Claustro de Sor Juana es una universidad privada de prestigio en la Ciudad de México. En fin, que para no alargar el cuento la popularísima monjipoeta barroca es casi un ícono de la cultura pop en México, en donde se encuentra completamente asimilada, al grado de que se estrenó en 2019 una polémica serie dramatizada y telenovelesca de la vida de la monja jerónima, Juana Inés, disponible en Netflix, de México para el mundo.
Lo que no deja de extrañar es que versos tan feministas como los de las célebres redondillas sean tan ampliamente aceptados en un país tan abiertamente antifeminista como México, en donde las descomunales tasas de feminicidios son de las más altas del mundo entero. Según estudios recientemente publicados por el periódico español El país, América Latina es la región más letal para las mujeres, fuera de un contexto de guerra, claro está, no se asusten, tampoco estamos tan mal.
Dichos homicidios de género suelen estar acompañados, como resulta natural en estos casos, de la mentalidad machista que culpabiliza a la víctima por cómo está vestida, o porque estaba caminando de noche en una zona en la que ya se sabe, es costumbre matar y violar a las mujeres que por ahí vayan pasando. La opinión de aquellos hombres necios que acusan a la mujer por cualquier motivo parece haberse extendido a toda la sociedad, hombres y mujeres por igual, pues la insistencia de los medios de comunicación masiva en legitimar los feminicidios a través del uso de una retórica que culpabiliza siempre a la víctima por el crimen que fue cometida contra ella, es digna de ser celebrada en su irrisoria contradicción en una citadísima redondilla octosilábica de la misma colección:
Siempre tan necios andáis
Que con desigual nivel
A una culpáis por cruel
Y a otra por fácil culpáis
Peco aquí de sobresimplificar un poema que de tan trillado y manoseado corre el riesgo de ser sobreinterpretado, malentendido, utilizado para fines distintos para los que fue creado. Y es cierto, Sor Juana no se refería para nada a los feminicidios del siglo XXI en la ilustrísima excapital novohispana postbarroca que ahora es la CDMX cuando hablaba de aquello de lo que los hombres culpan a las mujeres; se refería, como explica Octavio Paz en Las trampas de la fe, a las relaciones fuera del matrimonio, y formaba parte de la poesía satírica tan típica del barroco, uno de los géneros más populares de la época : “La defensa que hace sor Juana de su sexo no es ideológica sino que toca un tópico popular: las relaciones eróticas fuera del matrimonio son pecaminosas pero ¿Por qué los hombres se empeñan en condenar a las mujeres? ¿Quién las seduce, quién las fuerza? ¿No se realiza el acto, casi siempre, por iniciativa masculina?” (Paz, 299) No obstante, aunque este sea un tema típico de la sátira barroca, que buscaba hacer una crítica social de cualquier índole con tal de preservar el espectáculo portentoso del ingenio, tal vez si haya una defensa ideológica de su género que la autora busca enmascarar bajo el pretexto de la búsqueda barroca de contradicciones sociales que sirvan como motivos literarios para no ser silenciada.
Resulta interesante notar, por ejemplo, que la palabra “culpa”, tan cara a la tradición católica, aparece en al menos cuatro ocasiones en las redondillas. Sabemos por las insinuaciones, escarceos, referencias oblicuas al tipo de afectividad que las mujeres presentaban ante los hombres en la sociedad barroca virreinal, que la autora se refería aquí sin embargo a las categorías binarias y ciegas en que las mujeres eran divididas en esta rígida sociedad tradicional e hipercatólica, las cuales eran o fáciles o esquivas, o bien fáciles e ingratas, o bien fáciles y crueles. No había otra opción. El caso es que se trata de la antiquísima diada de la puta y de la santa, que la poeta destruye y deconstruye con una agilidad y un sentido del humor dignos de la esplendorosa corte de cualquier Virrey del siglo de oro.
Así, resulta cuando menos interesante analizar el dispositivo retórico más típico utilizado incansablemente por las instituciones mexicanas, los periódicos y los informes de la PGR, que es el encontrar motivos morales para culpabilizar a las mujeres en cuestiones relativas a su vida sexual o amorosa cuando son víctimas de crímenes de género. En ese aspecto es en donde el discurso machista novohispano no difiere en cualidad del discurso machista del México contemporáneo, en donde periódicos tan leídos y prestigiosos como Excélsior sacan encabezados como “Así se mostraba en sus redes la joven (muerta) hallada en maleta”, que hace referencia a la manera en la que la mujer se vestía en sus fotos de Instagram y Facebook, de lo cual los lectores del periódico debían inferir que si la mataron fue porque se lo buscó. Eso se ganó al ser provocativa. Es decir, en castellano constante y sonante: “a otra por fácil culpáis”. En este sentido, aquí me interesa, sobre todo, la respuesta de Sor Juana a la falacia que pretende culpar a la mujer por los actos que los hombres libremente deciden, el contraataque argumental que despliega verso a verso con distintas estrategias retóricas y lógicas.
Nótese que, para desplegar esas armas silogísticas y retóricas en un ambiente de censura permanente hacia las opiniones femeninas, Sor Juana tuvo que hacer una mímica de los discursos culpabilizantes de la mujer de su época para desmentirlas. Como sagazmente nota Mabel Moraña, Juana Inés tuvo que dramatizar y parodiar el discurso masculino para poder desmontarlo:
La voz autoral se expresa veladamente -paródicamente- a través de las voces ficticias, en una ventriloquia que al mismo tiempo que asegura el lugar del sujeto emisor, le permite una proyección simbólica a través de voces que canalizan un discurso transgresivo, de reivindicación del marginado e impugnación de la autoridad” (Moraña, 139) […] La adopción de la voz masculina no significa de todos modos, un real acceso al Poder, que continuaba siendo privilegio del hombre en la sociedad de la época sino una transgresión discursiva, una exploración literaria (simbólica) de las fronteras culturales (Moraña, 136).
Dichos procesos de mímica de una voz ficticia masculina con autoridad para juzgar y castigar el comportamiento de las mujeres se muestran claramente en las redondillas, parodiando un discurso y un léxico moralizante masculino que a los ojos de la figura subalterna femenina (que está siendo condenada por los estatutos de dicho foro) son completamente ridículos y absurdos por lo contradictorios y arbitrarios que se muestran. La voz lírica está adoptando un tono neutral, casi forense, que pesa las acusaciones del jurado, mostrando al mismo tiempo las recriminaciones del acusado y su petición indignada de justicia. La voz poética, en efecto, parece la de un ventrílocuo que a ratos toma la voz del subalterno femenino, a ratos la voz irracional del juez implacable masculino. En lo anterior se evidencia la transgresión, pues la razón esta vez está del lado de las mujeres, la irracionalidad y la arbitrariedad del lado de los hombres aquí acreditados como necios, por más que los prejuicios de la época insistían en que el único género que podía encarnar y poseer el conocimiento era el masculino.
En términos de las palabras empleadas en las redondillas, aquí el acto de proyección que menciona Moraña se lleva a cabo cuando la voz lírica utiliza el vocabulario masculino para describir a las mujeres (liviana, fácil, cruel, ingrata) para exhibir la manera en que los hombres censuran a las mujeres, impugnando sin embargo la vacuidad de esos términos, y mostrando la impotencia de las mujeres acusadas para escaparse de la camisa de fuerza de las categorizaciones de la hegemonía masculina, solidarizándose de esta manera con la falta de agencia femenina que la monja jerónima vivió en carne propia. Lo anterior es llevado a cabo no sólo a nivel de los recursos retóricos típicamente barrocos como la antítesis, el oxímoron, la ironía, etc., sino también rehusando la interpretación de la mitología patriarcal que hace de la figura mítico-histórica de Lucrecia una mártir (la mujer buena y casta) y de la figura de Tais una figura inmunda (la mala pero deseada) y por lo tanto digna de ser perseguida (o en el caso del México contemporáneo, eliminada):
Queréis con presunción necia
hallar a la que buscáis,
para pretendida, Tais,
y en la posesión, Lucrecia.
La autora nota con sagacidad que el machismo está también encapsulado en la construcción de los mitos de la tradición clásica grecolatina, que han castigado severamente a las mujeres que están del lado negativo del falso binario mujer buena/mujer mala, clasificación que figura en la base de ideologías machistas que buscan no sólo controlar el comportamiento sexual de las mujeres a través de etiquetas que las condenen de manera negativa, sino también darle la razón a cualquiera que las mate aduciendo razones de limpieza moral. Dicho argumento va desde justificar la iniquidad a las que son sometidas hasta justificar su asesinato simplemente porque no son consideradas como buenas mujeres por la sociedad mexicana.
El caso del feminicidio de Lesbi Berlin Osorio fue uno de los más emblemáticos, en el cual la Procuraduría General de la Ciudad de México emitió en una serie de comunicaciones oficial que después borró y desdijo, emitiendo juicios como “Era alcohólica y mala estudiante”, “Estaba drogándose con unos amigos”, “Se había ido de casa y vivía en concubinato con su novio”, frases que produjeron una oleada de indignación en Twitter bajo el hastag #simematan, que recopiló todas las variaciones posibles de esta retórica culpabilizante, mostrando así el absurdo de que alguien dijera que si mataban esas mujeres era porque algo habían hecho mal. Recopilo algunos tuits que sirven de ejemplo: “(#SiMeMatan dirán que fue porque era lesbiana, me gustaba ir a los antros del centro y vivía sola con otra mujer en un departamento, #SiMeMatan impresionante lección de las mujeres mexicanas a tantos machistas que prefieren culpar a una muerta que detener al culpable, SiMeMatan sepan que fue porque bebo ocasionalmente, tengo piercings en el cuerpo y no me he titulado. No soy una buena mujer)”. Esa era la moraleja que las autoras de los tuits querían ridiculizar, y que un poeta y repentista mexicano del Siglo XXI, conocido por el pseudónimo de Frino, retomó en un formato tan parecido al de las redondillas (la décima) que parece casi una continuación de aquellos magníficos octosílabos tan diestros para impugnar las injusticias en el siglo de oro:
Si me matan seré culpable
y hablarán sobre “mi alcoholismo”
por morir en tan negro abismo
soy yo misma la responsable.
Se dirá que lo más probable
es que fuese un caso suicida
-“¿En qué lío andaría metida?”
-“Tal vez drogas o cosas peores”
-“¿Le inculcaron buenos valores”
o era impúdica y atrevida?” (Frino)
El formato en el que están escritas las redondillas era ideal para exponer este tipo de críticas ingeniosas y razonamientos impugnativos. De acuerdo con Tomás Navarro Tomás “la redondilla se convirtió en una de las estrofas más corrientes en la poesía del siglo de Oro”, quizá por la enorme libertad que permite este metro, por su cercanía a la lírica popular y al lenguaje hablado. Escribir en clave de redondilla, con su octosílabo fluido y transparente, era casi como escribir en lenguaje llano, en la prosa de nuestros días. De hecho, las composiciones populares en el México contemporáneo hoy en día, como la anterior siguen haciendo amplio uso del octosílabo, desde el Son Jarocho, la milonga de los payadores, hasta los concursos de décimas que se realizan en Latinoamérica, a las cuales su inventor Vicente Espinel había puesto el nombre de redondilla de diez versos en el siglo XVI (Tomás N. 250) y Lope de Vega había declarado “buenas para quejas” en su Arte Nuevo. En efecto, las quejas del poeta Frino frente a la manera tan irresponsable en que la Procuraduría general de justicia manejó el caso de Lesbi Berlin Osorio ridiculizan el moralismo machista de estirpe católico que los títulos de los periódicos dieron a conocer en sus titulares:
-“De seguro era prostituta”
-“Le gustaba tomar cerveza” –
“Tenía broncas en la cabeza”
-“No la vimos nunca en el templo”
Si me matan será noticia
que circule de boca en boca:
-“la mataron por grifa y loca
no merece tener justicia. (Frino)
Quisiera con esto, por un lado, llamar la atención sobre el amplio uso de la redondilla como instrumento de denuncia de un discurso social que en vez de solidarizarse con las mujeres las culpa y las castiga doblemente, por crímenes que son cometidos en contra de ellas, de tal manera que hagan lo que hagan las mujeres en este contexto, siempre salen perdiendo. En palabras de Sor Juana: “Opinión ninguna gana”, de tal manera que, si el discurso hegemónico estatal sigue concluyendo en el foro público mexicano que las mujeres deben ser castigadas por cualquier pretexto, la impunidad contra la violencia de género y los feminicidios continuarán cada día con mayor vigor, pues el discurso al así hacerlo se coloca del lado del asesino y no de la víctima.
En conclusión, el discurso contrahegemónico y contracultural de la monja Jerónima en el barroco de Indias fue fundamental para abrir paso a otras voces críticas y feministas que han logrado revelar el estrecho discurso misógino y moralista que justifica los agudísimos problemas de violencia de género en México, entre ellos el más grave, el de los feminicidios, ha puesto al país en estado de Emergencia y revelado la impunidad tan enorme y la invisibilización en la que han existido los problemas de género en México, los cuales son también un subproducto de la retórica machista que suaviza su gravedad y la justifica aduciendo razones morales para un crimen de poder ejercido específicamente sobre el género femenino. La urgencia de urdir discursos colectivos contrahegemónicos y antimisóginos como el de Sor Juana se revela en la manera en la que los sectores más jóvenes y feministas de la sociedad Mexicana femenina ha pugnado por deconstruir los viejos discursos machistas y construir un nuevo discurso libre en donde la mujer no sea un subalterno más sino un ciudadano con plenos derechos y sin tantas vulnerabilidades, un país en donde ser mujer no sea tan trágico como lo fue para la propia Sor Juana casi cuatro siglos atrás.
Referencias
Tomás Navarro, Tomás. El arte del verso. Colección Málaga, 1971.
Moraña, Mabel. Viaje al silencio, exploraciones del discurso barroco. Facultad de Filosofía y Letras, UNAM. México, 1998.
Paz, Octavio. Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe, Seix Barral, 1982.
Ludmer, Josefina. Las tretas del débil. Puerto Rico, Ediciones el Huracán, 1985.
De Vega, Lope. El arte nuevo de hacer comedias. Clásicos Castalia, 2011.
Frino. http://cortandorabanos.blogspot.com/?view=magazine
América Latina, La región más letal para las mujeres. El país. https://elpais.com/sociedad/2018/11/24/actualidad/1543075049_751281.html?id_externo_rsoc=FB_CC&fbclid=IwAR1RpW4zLbnt35u1_ZMFqQIXnXG9hjD8BcuV9MuFCU0PG2Zs3w5Nb8de3As) .
Semblanza
Escritora mexicana. Poeta bilingüe, traductora. Es autora de El cuarto de la luna (Literal, 2020), As seen by night / La edad oscura (en imprenta). The Broken Woman Diaries (en imprenta). Realiza el doctorado en Hispanic Literature and Culture en Rutgers University. Es colaboradora de Nueva York Poetry Review con su sección Lenguasuelta, en donde traduce a poetas Mexicano-Americanas y Latinas. Su trabajo como activista feminista y difusora de voces femeninas hispanoamericanas se puede encontrar en: https://speakupwomenorg.wordpress.com/category/nosotrxs/ y en el siguiente sitio: https://speakupwomenorg.wordpress.com/