• Skip to primary navigation
  • Skip to main content
  • Skip to primary sidebar
  • Skip to footer
Poetripiados

Poetripiados

LETRAS Y MÚSICA PARA VOLAR

  • La Carpa
  • Poder
  • Paradiso
  • Videos
  • Por la libre
  • Ruido Azul
  • Pensar
  • Brevísimo
  • Mi vecina y yo
  • Boletín

Daniela Johannes: Habitar la herida sin miedo a la belleza rota

Daniela Johannes nació en Chile. Es poeta y obtuvo su Ph.D en Letras y Estudios de Frontera en la Universidad de Arizona, y actualmente ejerce como docente de Estudios Latinoamericanos y Latinxs en la universidad de West Chester en Pensilvania. Como poeta y académica, su trabajo explora las fronteras, las filosofías del afecto y la […]

Dialoga con Poetripiados sobre literatura y compromiso social

Por Fidelia Caballero Cervantes / 2 de junio de 2025

Daniela Johannes nació en Chile. Es poeta y obtuvo su Ph.D en Letras y Estudios de Frontera en la Universidad de Arizona, y actualmente ejerce como docente de Estudios Latinoamericanos y Latinxs en la universidad de West Chester en Pensilvania. Como poeta y académica, su trabajo explora las fronteras, las filosofías del afecto y la biopolítica en relación con las soberanías del cuerpo, tanto político como individual. Comprometida con el empoderamiento de las mujeres en comunidades históricamente marginadas, impulsa iniciativas comunitarias dentro y fuera de la academia.

La autora define la poesía como un lenguaje que surge cuando el cotidiano no basta, un espacio fronterizo y de resistencia íntima. Inspirada por pensadoras como Gloria Anzaldúa y Alejandra Pizarnik, entiende la escritura como forma de habitar la herida sin clausurarla, especialmente desde experiencias como la migración.

Al emigrar de Chile a EU., experimentó un desarraigo que marcó su poesía: un vaivén entre pertenecer y no, cultivando lo rizomático en lugar del arraigo. Su labor académica, centrada en literatura migrante, se entrelaza con su escritura, abordando desigualdades, racialización y activismo cotidiano.

La poesía, afirma, puede ser una herramienta de resistencia y reexistencia para mujeres de comunidades vulnerables. Aunque escribir puede ser frustrante, insiste como una forma de sentido y dignidad. La inspiración surge más del trabajo constante que de iluminaciones súbitas. Leer, escuchar música y habitar el silencio también nutren su proceso creativo.

¿Qué es la poesía?

La poesía es una forma de respiración. A veces ahogo, a veces reparación. Para mí, es un lenguaje que emerge cuando el lenguaje habitual no basta, cuando lo cotidiano no logra contener aquello que desborda el cuerpo, la historia o la lengua. Gloria Anzaldúa lo expresa con precisión al afirmar que escribe porque el mundo en que vivimos es insuficiente: escribir para dejar constancia de aquello que otros eliminan de mí cuando hablo, para reescribir historias incompletas o que simplemente no me abarcan. Anzaldúa en su obra habla de la frontera como una herida y de la lengua materna quebrándose al cruzar los límites culturales. Quienes migramos entendemos esa fractura: el cuerpo se expresa en idiomas ajenos que no siempre nos traducen del todo. Pero más allá de la experiencia migrante, la poesía en sí misma habita una zona fronteriza: se mueve fuera de los lenguajes dominantes, se desarraiga de los paternalismos del sentido común, y al mismo tiempo, se aferra a los residuos sonoros y afectivos que sobreviven en la lengua poética.

Alejandra Pizarnik, por su parte, decía que escribir es intentar reparar una herida fundamental, una “desgarradura” que nos atraviesa a todos. La poesía, entonces, es reparación, pero no en sentido terapéutico, sino como intento de articular el dolor que excede el lenguaje convencional. Para Pizarnik, incluso el deseo de sublimar o ir más allá de la desesperación termina por regresar a la escritura “desde” esa desesperación. O sea, la escritura no “cura”, pero permite sostener la herida sin que se vuelva muda, tal vez como única forma que se tiene para evitar desintegrarse. Así entendida, la poesía es más bien un modo de abrir grietas en lo cotidiano, cuando éste las oculta; de exponer lo que queda fuera y también de habitar ese margen con dignidad y deseo. Me identifico con estas ideas de Pizarnik y Anzaldúa, porque ambas conciben la escritura como una forma de resistencia íntima, corporalizada. Habitar la grieta sin negarla, o la herida sin suturarla, es también el lugar desde el cual escribimos quienes estamos en el borde, ya sea por migrancia, trauma o disidencia.

¿Qué te llevó a emigrar de Chile a Estados Unidos y cómo ha influido esa experiencia en tu poesía?

Migré de Chile a Estados Unidos buscando posibilidades académicas y creativas, pero pronto comprendí que el desarraigo no es únicamente un desplazamiento físico, sino una fisura existencial, una grieta que se vuelve modo vital y político. No se trata de cortar con el origen ni de rechazarlo, sino de aprender a habitar una extranjería constante, incluso antes de migrar: una sensación de haber estado siempre un poco fuera de lugar. Y una vez lejos, esa extranjería, más la distancia, implican una nostalgia compleja: no solo por lo que quedó atrás, sino también por lo que no llegó —ni llegará— a realizarse en el futuro. Es muy ambivalente, porque a veces se percibe como carencia, pero otras como exceso, es decir, el peso simultáneo de más de una cultura, más de una lengua y expectativas que vienen de distintos frentes, arrastradas tanto de allá como de acá, y que constantemente deseo soltar. La filósofa María Lugones habla del desarraigo en una forma que me es útil, porque no implica simplemente el acto de despojarse ni perder, sino que puede ser una posición crítica desde la cual es posible observar los múltiples mundos que a una la habitan, es decir leer(se) desde los márgenes y sostener esas contradicciones.

En el pensamiento de Lugones, el desarraigo se vincula con la posibilidad de resistir la lógica colonial de la identidad única y fija, y de moverse entre piezas que no encajan en el orden dominante. Esta forma de vida que se desplaza, que no se acomoda, justamente por eso puede imaginar lo otro posible. Desde esa clave entiendo mi propio tránsito y esta condición ciertamente atraviesa mi escritura. La sensación de estar “afuera” de la lengua, de lugar, del cuerpo normado, es lo que dio origen a Afuerismos. Mi poesía nace en realidad de un vaivén entre pertenecer y no. Hay raíces, por supuesto, pero en lugar de enraizar o arraigar, me interesa cultivar lo rizomático.

¿Cómo dialogan tu trabajo poético y tu labor académica? ¿Se alimentan mutuamente?

Absolutamente. Mi lado académico, político y literario dialogan y están profundamente entrelazados. Ya he citado a dos de las pensadoras fundamentales del pensamiento fronterizo, y es justamente desde ese entrecruce de fronteras físicas, disciplinares, territorios simbólicos, que trabajo. Mi investigación académica se centra en la literatura de migración, y eso me coloca en contacto directo con historias de desplazamiento, desposesión, resistencia, y también de dignidad cotidiana.

Es un trabajo que está íntimamente ligado a la política, principalmente porque tiene que ver, más allá de la ficción como objeto de estudio, con la vida concreta de personas migrantes, quienes muchas veces, lo están pasando mucho peor que yo. Este contacto constante con la desigualdad me obliga a revisar mis propios privilegios y opresiones.

Ser latina en Estados Unidos implica habitar una posición compleja.En mi caso, tengo ciertos privilegios: cuento con residencia legal, estabilidad laboral, estatus académico… Y sin embargo, eso no me exime de la racialización cotidiana de mi cuerpo ni del esfuerzo constante por desmarcarme de estereotipos que se activan apenas entro a un aula, a una sala de juntas o a una comisión universitaria. En la academia, ser mujer ya implica habitar una otredad estructural. Si además luchas activamente contra las injusticias sistémicas que te afectan directamente, eres rápidamente etiquetada como «demasiado radical» o «inadecuadamente agresiva». Si a eso se le suma el factor étnico o de origen, los mecanismos de exclusión se vuelven aún más sofisticados: hay espacios en los que el cuerpo, sin querer racializarlo, solo es aceptado si ocupa roles más clericales o administrativos, no intelectuales o investigativos. Es una forma de explotación laboral que opera bajo una lógica extractivista y que se traduce en falsa inclusión.

Mi investigación me conecta con la historia de los cuerpos latinxs en este país (EE.UU.), con las múltiples formas en que el estado ha usurpado tierras, explotado cuerpos, silenciado lenguas, etc.Me obliga a mirarme dentro y fuera de esa historia, en una posición relativa, con ojos críticos, pero también con una indignación que no es sólo analítica, sino afectiva. Pero ese lugar incómodo también me ha llevado a espacios de organización dentro de la academia, sobre todo junto a otras mujeres, en su mayoría mujeres de color, que viven esta tensión entre lo que hacen y cómo son percibidas. Desde ahí nace una forma de activismo cotidiano, sostenido, que se parece más a la siembra que al estallido. Y en esa intersección, también, habita mi poesía.

Afuerismos, por ejemplo, es un libro que explora el estar fuera: del propio país, del cuerpo normativo, del canon, de las formas de nombrar. En este libro se pueden visualizar luchas intergeneracionales, el deseo de liberar a nuestras madres y a nuestras hijas dentro de la historia de opresiones; el intento de redimir a las nosotradas y de empatizar con el guacho o las formas de orfandad que arroja el patriarcado, de denunciar las violaciones originarias que fundan Latinoamérica como proyecto colonial. Hay un gesto de sororidad, de trampolín, de decir, las soledades desde la animalidad potra o cucaracha, pero también desde las alianzas.

¿De qué manera la poesía puede ser una forma de resistencia o sanación para las mujeres de comunidades vulnerables?

La poesía puede devolvernos el cuerpo. Para muchas mujeres de comunidades vulnerables (racializadas, migrantes, empobrecidas, disidentes de género) el cuerpo ha sido un territorio violentado y disciplinado. En contextos donde el lenguaje ha sido históricamente una herramienta de opresión, silenciamiento, subordinación o negación, escribir poesía puede volverse un acto de recuperación y reexistencia. Porque la poesía tiene la capacidad de hacer de puente entre dos mundos, puede producir un tipo de conocimiento encarnado.

Volviendo a María Lugones, ella plantea que las mujeres oprimidas desarrollan formas de resistencia epistémica y afectiva que no siempre son visibles dentro de los marcos dominantes. En esa línea, la poesía puede entenderse como una de esas formas, de lo que ella llama “resistencia de mundo”, es decir, una forma de habitar y sostener mundos otros, alternativos, frente a las lógicas imperantes.

La poeta y activista Audre Lorde pensaba la poesía como una forma esencial de sobrevivencia y lucha. En su ensayo Poetry Is Not a Luxury (1985), afirma: “la poesía no es un lujo, sino una necesidad vital”. Puede ser una herramienta para sostener la dignidad, para imaginar, para cuidar(se) del medio feroz en que vivimos. Además, la poesía puede ser una vía de acceso a formas reprimidas, aquellas que han sido negadas porque desestabilizan el orden impuesto. Desde esta mirada, la poesía puede ser algo más que una expresión estética: una estrategia de supervivencia, una forma de cuidado colectivo, un lenguaje encarnado que se resiste a ser borrado, y de todas formas puede ser acción política.

¿Qué te inspira a escribir? ¿Vale la pena?

A veces no sé si vale la pena, porque escribir también puede ser una práctica ingrata, solitaria, frustrante, improductiva, por cierto. Pero hay algo que insiste. Y de ser así, es suficiente razón. Leer me puede inspirar también, profundamente. Los dos procesos: leer y escribir, están íntimamente ligados. A veces una imagen, un ritmo, un verso ajeno enciende algo en mí. Lo mismo con la música: escuchar puede generar una vibración o un ambiente que abra el espacio para que la escritura ocurra. Pero también hay que decir que la idea de “inspiración” puede ser engañosa. No siempre llega. Y cuando no llega, igual hay que sentarse a escribir. Escribir es, muchas veces, trabajo más que iluminación.

Hay muchos momentos en los que escribir es pelear con el lenguaje, con la forma, muchas veces con una misma, las inseguridades. Hay bloqueos, hay textos que no avanzan. Pero incluso entonces, hay algo que se mueve. A veces es el propio trabajo el que empieza a generar su propia inspiración, como si una línea medio torpe empujara a otra, hasta que algo (no siempre grandioso) comienza a tomar forma. Es un poco como lo que le digo a mi sobrino cuando me dice que está aburrido: «¡qué bueno!» Porque justo después del aburrimiento llega muchas veces el momento creativo.

Si no existe un espacio dedicado a la no-inspiración, tampoco puede llegar la escritura. En mi experiencia, la escritura necesita silencio, incluso tedio. Pienso en esa frase que se le atribuye a Picasso: “Si llega la inspiración, que me encuentre trabajando.” Eso es muchas veces cierto. La inspiración no siempre desciende como un rayo divino: más bien se cultiva, se provoca y se encuentra en el acto mismo de hacer presencia, frente a la página, probando. Esa forma de no ceder se puede entender como una lucha muy particular en la labor escritural, es decir, un compromiso con cierto grado de incondicionalidad.

¿Qué poetas o autoras te han acompañado en tu camino?

Mi camino en la poesía comenzó, como el de muchxs, con las voces más visibles de mi país, el canon chileno: Neruda, Gonzalo Rojas, Pablo de Rokha, Rodrigo Lira. Luego llegó a mi vida Nicanor Parra con su antipoesía, y ese quiebre fue interesante; también Diego Maquieira y, por supuesto, Raúl Zurita, cuya obra me es muy conmovedora hasta hoy. Tuve mentores que me influyeron mucho, como Floridor Pérez, Rafael Rubio, también Eugenia Brito. Pero mis primeros contactos con la poesía no fueron solo contemporáneos: de niña, mi abuela recitaba de memoria versos de Quevedo y Góngora, y esas palabras barrocas, sonoras, me entraron primero por el oído. También tuve un vínculo temprano con la poesía española, especialmente con Federico García Lorca y Miguel Hernández. Su lirismo trágico, fue parte de mi educación emocional en el lenguaje poético.

Pero las mujeres poetas de mi país han sido para mí una escuela aparte. Gabriela Mistral, en sus múltiples registros, y Stella Díaz Varín, especialmente con Los dones previsibles, marcaron huella. Winétt de Rokha, esposa de Pablo y menos conocida que él, con Cantoral, me enseñó otra respiración poética. Y de la generación postdictadura, siento un vínculo poético y político fuerte con escritoras como Soledad Fariña y Elvira Hernández, pero también con Verónica Zondek, Malú Urriola, Carmen Berenguer, Teresa Calderón, Lila Calderón, Cecilia Vicuña… hay tantas que no alcanzo a nombrarlas a todas, pero sus voces han ampliado mi forma de leer el mundo y leerme como mujer poeta.

Alguien que me marcó profundamente ha sido Sor Juana Inés de la Cruz. Primero la sonoridad y luego comprender la radicalidad de su pensamiento filosófico y feminista. Su lucidez sigue deslumbrándome.

De mi generación, o cercanos en el tiempo, también hay compañerismos poéticos, por ejemplo, leo con admiración a Óscar Saavedra y su Technopacha. Y hoy, aquí cerca mío, hay poetas cuya obra reciente ha sido clave para mi vuelta a la poesía en el presente: el chileno Miguel Bacho y su Desayuno continental, el peruano Roger Santiváñez y la reaparición de Comunión de los santos; los mexicanos Tania Favela, con La marcha hacia ninguna parte y La imagen rueda y Luis Verdejo con Latinoamérica y El Ojo de Chile. Y no puedo dejar de mencionar a una compañera de la poetancia migrante, Jamila Medina Ríos, con su primer libro Huecos de araña, y otros como Supe una lengua de fuego y Primaveras cortadas. Podría seguir, porque son muchas las voces que me han acompañado, desde libros, recitales o conversaciones y que han influido mi escritura poética, nunca solo mía.

¿Crees que haya machismo dentro del ambiente literario en general? ¿Has tenido alguna mala experiencia al respecto?

Sí, claro que hay machismo en el ambiente literario, aunque muchas veces se disfraza de meritocracia, de neutralidad estética o de informalidad amistosa. Se apela a la idea de que “el talento es lo único que importa”, pero eso ignora las asimetrías históricas que afectan el acceso a tiempo, redes, publicaciones o reconocimiento. Se dice que la poesía debe juzgarse por su calidad formal, pero en la práctica, a las mujeres se nos lee desde la biografía o el morbo, mientras que los varones gozan de una presunción de universalidad. Y muchas decisiones, como invitaciones, premios, publicaciones, se toman en espacios informales, donde las redes masculinas pesan más que los méritos. El canon y las prácticas que lo sostienen siguen excluyendo o sexotizando lo que se escribe desde otros cuerpos.

A las mujeres en general, en el trabajo intelectual se nos exige más para ser tomadas en serio, y cuando alcanzamos espacios de poder o visibilidad, rara vez se nos reconoce como pares creativas. En recitales, por ejemplo, si una mujer organiza, suele ser vista como “la que gestiona”, no como poeta. Si es un hombre, en cambio, se le reconoce como “poeta y editor” o “poeta y curador”, es decir, como alguien que expande su autoridad. He vivido muchas situaciones así.

Aún hoy, en tertulias literarias, incluso en casas de amigos, las mujeres poetas están en la cocina sirviendo la comida, mientras los hombres conversan sobre poesía. A mí, que coordino múltiples eventos, me han tratado con condescendencia. Hay hombres que me escriben suponiendo que voy a incluir a sus compadres, como si tuviera una deuda con ellos. Y si digo que no, soy la que excluye o la que “rompe la armonía”.

Esto no es una impresión aislada. En el ámbito académico, autoras como Raewyn Connell y Rita Laura Segato, han mostrado cómo la masculinidad hegemónica se reproduce en los espacios intelectuales, estableciendo jerarquías tácitas entre quienes producen saber “universal” y quienes escriben desde lo “situado” o lo “afectivo”. Hace poco leía a Segato en La guerra contra las mujeres (2016) donde decía que la autoridad masculina se sigue ejerciendo sobre los cuerpos y las palabras de las mujeres, incluso en los entornos más ilustrados. Y ojo, que esta autoridad es validada por hombres y mujeres y demases. Segato postula que, lejos de asumir que hemos superado el peso del patriarcado, éste se ha sofisticado en formas cada vez más sutiles, incluso progresistas, de control y desautorización de la palabra femenina/feminizada. Queda mucho por hacer. No basta con que haya más mujeres publicando: necesitamos transformar las formas de leer, de relacionarnos, de legitimar.

¿Cómo describirías tu estilo poético? ¿Qué imágenes, temas o ritmos te obsesionan?

Varios han caracterizado mi estilo poético como neobarroco. Al principio no me convencía, pero últimamente he pensado en esto y tiene sentido, en que puede ser una suerte de reactivación de un espíritu trasgresor, que a veces habita o reinterpreta el exceso en el lenguaje. Mi poesía muchas veces parece ceñida a una norma de sonoridad, pero de pronto desencaja o desborda. Me gusta jugar con eso. Te puedo decir que ​​el ritmo y la musicalidad son muy importantes en mi escritura. Esto, unido a proliferación de imágenes, juego de palabras y opacidad intencional, hace que se sacrifique la claridad por transparencia de ritmo. Siempre he tenido el problema de cómo resolver lo críptico, pero últimamente creo que presentar al lector con pistas sensoriales de imágenes es suficiente. Trabajo mucho con la materia del cuerpo: los fluidos, los órganos, las texturas. Y también con el habla cotidiana en tensión con lo arcaico, lo ritual, lo animal.

Hace poco alguien me preguntó por qué en mi poesía aparecen tantas figuras animales. La verdad es que no me había detenido a pensar, pero sí me obsesionan ciertas imágenes que vuelven a la memoria: yeguas, almejas, pájaras, quirquinchos, cucarachas, e incluso criaturas de la mitología autóctona chilena, como el invunche. No se trata de una elección ornamental o de un interés zoológico, sino de una estrategia simbólica y afectiva.

Lo animal aparece como lo extrahumano, como una forma a mano de nombrar y transitar experiencias de descolocación, de afuerismo, entendiéndose como una condición sensorial y existencial de estar fuera de lugar, o habitar los márgenes (del lenguaje, del género, del cuerpo, de la nación, etc.) En esos márgenes, muchas veces lo humano resulta ya sea insuficiente o excesivo, y lo poético permite ampliarse a animal, vegetal, híbrida, monstruosa.Este recurso me permite explorar zonas de dismorfia y disforia que no encuentran resonancia en los códigos convencionales.


-¿Tienes algún proceso creativo o ritual que sigas al escribir? ¿Cómo es tu día a día?

No tengo un ritual fijo para escribir, pero sí he identificado ciertas condiciones que me ayudan más. Mi día a día está atravesado por lo académico: manejo para dar clases, califico, asisto a comités, gestiono eventos, desarrollo proyectos, investigo. En medio de todo eso, escribo en los huecos, como quien respira entre ráfagas, a veces luego de una lectura o conversación. A veces solo tengo energía para anotar versos sueltos, imágenes, ritmos que más tarde pueden convertirse en algo. Trato de hacerme tiempo para sentarme a escribir “como se debe”, literalmente como un deber (más o menos esporádico, pero constante) incluso cuando hay dolor corporal o colapso mental.

Mi relación con la escritura no es regular, pero sí persistente. Escribo cuando puedo, pero también cuando no puedo no escribir. Tal vez ese sea mi único verdadero ritual. Y cuando ocurre, tiene que ser en un escritorio, de día, con una ventana que permita mirar hacia afuera. Eso me da la claridad que necesito ahora, aunque muchos me han dicho que Afuerismos parece un libro escrito de noche. Curiosamente no: la luz del día me ayuda a sostener esa presunta oscuridad que se lee.

¿Qué proyectos tienes actualmente? ¿En qué trabajas?

Actualmente estoy trabajando en varios proyectos, tanto en el ámbito literario como académico. Por un lado, estoy terminando un proyecto gemelo de Afuerismos, que en lugar de explorar el desarraigo, piensa el «irse hacia adentro» como una estrategia política encarnada, un gesto de repliegue necesario para sostener el cuerpo, el deseo y la palabra en tiempos de crisis. Espero que vea la luz el próximo año.

Este verano estaré presentando Afuerismos en la península ibérica, Chile, Perú y Miami, en espacios que me permiten compartir la poesía y a la vez reencontrarme con comunidades queridas. Entre medio participaré en dos congresos académicos, donde presento mi investigación actual sobre escritura migrante colombiana en Chile, que trabaja la relación entre precariedad e ilegalidad. Para el otoño estoy organizando una conferencia en homenaje a Ernesto Cardenal, donde se cruzan poesía, espiritualidad y justicia social. Contaremos con las cátedras magistrales de Roger Santiváñez y Sylma García, además de Rafael Vizcaíno, quien dará un taller sobre filosofía de la liberación.

Hemos invitado también a organizaciones locales de justicia migrante, porque creemos, inspiradxs en Cardenal, que la poesía no puede disociarse de los territorios que habita ni de las luchas que la rodean. Y para noviembre de este año acaban de aprobarme una beca interna para proyectos de diversidad, que me permitirá llevar a cabo un encuentro de mujeres poetas migrantes que escriben en español en Estados Unidos. Será un espacio de dos días para compartir poesía, experiencias, hacer comunidad y abrir conversación sobre lo que significa escribir desde una subjetividad múltiple y desplazada. La idea es publicar una pequeña antología que recoja lo vivido y que sirva como archivo para futuras versiones de este encuentro. Me gustaría que fuera un evento anual, que crezca con el tiempo, y que se convierta en un espacio sostenido de sororidad y memoria poética colectiva.

Parte del trabajo poético de Daniela Johannes ha sido publicado en antologías. Afuerismos (Manofalsa, 2025) es su primer libro de poesía.

Primary Sidebar

Leer + te hace - güey…

Skritor-7: El rap como refugio y puente para sanar a Juárez

Dos minicuentos de José Emilio Pacheco

Jinetes del aire altísimo

Maru Campos se ausenta mientras el estado colapsa

Footer

| SÍGUENOS EN REDES SOCIALES |

Directorio | Contactanos | Aviso de Privacidad

Copyright © 2025 · Poetripiados.com