Querido editor:
Por muchos años me han estado acusando de que yo, yo, le di un mordisco a una manzana y que por mi culpa se acabó la edad de Oro. Pero yo nunca he comido de esos frutos, no los conozco, ni los árboles de donde cuelgan, no sé si sabrán como el aguacate o el tzápotl, nuestros frutos nativos. Ni tampoco, ¿eh?, tampoco conocí a un tal Adán. Pensé que con el simposio internacional que se hizo hace dos años se disiparía toda duda de mi trabajo performativo y callejero, con eso de que tuvo amplia cobertura mediática global. Pero ya veo que no. Hago del conocimiento público que jamás participé en esa mala obra de teatro. Yo actuaba de serpiente en la cultura tolteca. Interpretaba en ese entonces a Quetzalcóatl, la serpiente emplumada. Ese sí era un gran estelar, me elevaba al cosmos y era dios o diosa, era todo, cualquier género de especie. Una energía que se transformaba o desdoblaba a voluntad en animal o cosa, en cualquier fuerza de la naturaleza. La filosofía de mi profesión descansa sobre el principio nahual. Me jacto de decir que fui actriz de un gran libreto, además hecho en piel de venado. Un drama pictórico, sin acotaciones, pues ahí mismo teníamos frente a nuestros ojos el conocimiento del vestuario, la utilería, la necesidad de un espacio callejero para la representación, es decir, el dibujo completo que disparaba en todas direcciones la creatividad como un flujo que rompía con la idea de la centralidad y el punto. Era un lenguaje pintado que se complementaba con el habla que, entre más virtuosa, alcanzaba el sagrado rostro de lo poético. ¿Cómo pueden decir que yo andaba en el mordisqueo de manzanas cuando representaba a la mismísima Divinidad? Una divinidad que no me prohibía ser ella pues me había creado a su imagen y semejanza desde un acto de amor y generosidad y que me ofrecía comulgar, ser su metáfora. No, le repito, Sr. Editor, yo no estuve en aquel melodrama barato del bien y el mal arbolero donde una serpiente hipócrita y chismosa repta y, cuando más, trepa a las ramas; donde a un bobo le faltó saliva para que el pedazo de fruto no se le quedara atorado en el gaznate. Un pusilánime que no tuvo lealtad con su compañera y actuó como un vil soplón acusando a su propia costilla. Por favor, qué falta de inteligencia hacia las personas. Cualquiera que lee o ve ese mamotreto da cuenta que sólo se queda en el nivel de la anécdota y, peor aún, ofreciendo el castigo y la culpa como cierre final. ¡Qué lejos de la liberación y espiritualidad que plantea Quetzalcóatl! Sr. Editor, como se habrá dado cuanta, su reportero repite información que ha sido desmentida no sólo por mí en otras ocasiones sino por la crítica y la historia. Yo no estaba ahí, ni como Eva, ni como Serpiente, ni como nadie. No sé con qué fin fabricaron esa fábula. Su columnista miente, si es un informador en los medios que por lo menos sea imparcial, porque a luces se huele que hay dolo y quiere otra Malinche para su tinta. Si de algo me alabo es de ser una performancera versátil y experimental. Ese papel de Eva si me lo hubieran ofrecido lo hubiera rechazado, y si todavía hay dudas, pregúntenle a Dios, al director que en esos años montaba en escena la obra de El Mordisco, el mismo que tuvo que representar al Prohibidor porque como era muy autoritario le desertaban los actores. Diósdoro ahora se dedica a moldear figuritas de terracota. Olvídense de repetir e imitar hasta la náusea esa historia de la Eva que me quieren endilgar. Yo no estaba en esa compañía que sólo trabajaba en teatros. Soy de otro barro. Mi condición reptante la trascendí en la idea más alta de la espiritualidad: Estar en Diosa. Así, el verbo estar se convirtió en metáfora de ser. Flor y canto. Callejera yo.
Atentamente
Serpentina, la performancera, y cincuenta firmas más de los teatreros nahuales.
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Poeta, narradora y dramaturga. Nació en la ciudad de México. Es autora de los poemarios Sombra para espejos y Respiración de raíces, del volumen de cuentos La cerca circular y de la novela Jirones de ayer. Sus obras han sido publicadas en diversas antologías: Escena con otra mirada, Antología de dramaturgas mexicanas, Teatro Joven de México, Obras de teatro para estudiantes de teatro, El Mundo Zurdo, La mujer rota, A través de la piel, y en revistas como Archipiélago, Ventana Abierta, Lucero, Hispanorama, BorderSenses, Camino Real y Grafemas. Ha traducido al español Zoot Suit de Luis Valdez y How the Frog and His Friend Saved Humanity de Víctor Villaseñor, entre otras actividades. Actualmente trabaja en la Universidad Texas Rio Grande Valley.