En la Sogem nos enseñaron cómo es la construcción de los personajes;
sus historias interiores, sus vivencias
pero sobre todo sus secretos;
seguir con la mirada hasta los dedos que se retuercen en un bolsillo del pantalón
para estrujar un boleto del Metro o un billete.
Los caracteres tienen alma,
son vasos de precipitado con relámpagos de poemas.
El verso interior de Akashi sería de Charles Reznikoff.
Tal vez una pelea en una taberna
y un navajazo que se descuelga
como una luna rota en cámara lenta.
El pelo negro y ese gris
que se muda del cemento
para ser concretamente un fantasma delante del cristal
de esta cafetería en donde estoy.
Y yo acaso un viaje en el paracaídas de Altazor
o un poema de Charles Simic.
Se detiene en mis arrugas,
en esta frontera de los cincuenta
y en el emporio erizado de electricidad
que centellea en las vitrinas.
Me da tristeza pensar
que Simic está muerto,
no me consuela
que reviva con mi aliento
aunque hoy, querido Charles Simic,
estoy quieto, ante este cristal,
por donde se extiende el segundo piso del Periférico
y de las láminas de mi propia historia
en esta colonia,
como si fuera un hotel antiguo
y sus ocupantes llegaran desde distintos tiempos.
Y pienso en ti,
un libro tuyo y las estrofas que soy.
Dices que a veces caminas por las calles
queriendo toparte con tus amigos muertos
y te confieso
que los míos hoy son estelas de cometas
o tal vez se alojan en el psiquiátrico más antiguo de Latinoamérica
y hay una sombra que acaba de desarrollarse
detrás de esa ventana, tal vez perdió la vida,
o lo encarcelaron
aunque a veces me acompaña por esas travesías nocturnas
a iluminar las calles con la brasa de los cigarrillos.
Tal vez esté muerto dentro de mí
y tu poema me hace pensar
que las agendas telefónicas ya no son de papel,
que en mi celular guardo más
de quinientos contactos con quienes no hablo
o bloqueé
para sentir
debajo de mis suelas que transito en paz.
Al igual que tú no me atrevo a vaciar
el cajón con relojes de otra época.
Sin sentirme viejo
estoy por cruzar media centuria
y en esa moneda paradójica
aún llamea la euforia de aquellas huidas
y a veces,
al pensar en ti
lo recuerdo.
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Carlos Omar Noriega Jiménez (CDMX, México, 1977). Es artesano de revistas. Le gusta
escribir y tomar fotos. Le gusta el arte y la cultura.