CARLOS BATTILANA
Alucinación
Aún escribo
en esta habitación. El jardín
me acompaña
si miro el ventanal. Un pájaro
canta
luego de la lluvia. Ese instante
sonoro
debe ser la felicidad. Entonces disfruto
de algo
tan pleno.
Años así.
No pude mover siquiera un mueble
ni un libro
de este sitio
en el que estoy.
Todos estos libros
a cuestas
me han destrozado.
No sólo me han alimentado. Sobre todo
me han destrozado. Bien sé por qué.
Áspera mi voz
aún escucho cómo se prolonga
-finísimo-
el canto del pájaro.
Muevo entonces
esta mano
miro nuevamente el sauce
a través del vidrio
poco sé,
poco supe,
admito cada una
de mis ruinas, de mis oscuridades
pero apuesto a que
los demonios menores del futuro
que esperan con displicencia
mis continuas caídas
deberían, al menos,
por un principio de pudor
amainar un poco
su confianza.
(Inédito).
Paseantes
a N.R.
Me mostrás el lado b de la ciudad
sus calles oscuras, el pasaje Rodney
en los alrededores
de la estación: y vemos
a un hombre desnudándose
en medio del humo gris
antes de dormir
-entre cartones-
como si una gasa de extraordinarios impulsos
lo iluminara.
(Inédito)
El mes irreal
Ahora que las cosas no son tan sencillas
pienso -hincado en el suelo-
en la brisa suave del río
del último febrero
deslizándose
sobre las hojas y los árboles
pienso en la movilidad del agua
y también
por qué no
en palabras transparentes como
cielo
aire
viento fugaz.
(Inédito)
Enigmas
Antes
en la estepa ventosa,
ella escrutaba,
como si trajera una larga visión infantil,
los días que vendrán.
Ahora observa las piedras alrededor. Una a una. Despreocupada.
El futuro -dice- es un pequeño territorio
que se mira con afecto,
amorosamente
y sin verdadera comprensión.
(de: La lengua de la llanura).
Nocturno
Liviano ante las ruinas de este jardín,
el aire
que atravesó ciudades y ríos
roza la superficie. ¿Qué
fatiga, qué bellísima fatiga
nos disuelve?
En esta tarde de junio
de un cielo plomizo
dejo atrás lo que viví,
y el escaso margen que queda,
el frío
es
-sabemos-
una llama blanca
que encenderá una letra, una voz y
una caligrafía
con que se pueda escribir
eso que cada uno,
a su modo,
conoce:
que las horas y los días,
que las lluvias torrenciales
son apenas
hechos pasajeros
que más allá
de sus destrozos,
los temporales pueden dotar de fuerza
a los seres
inmersos
en su estruendo
y que el olvido,
que todo lo arrasa
y todo lo ve,
no tiene fin
que, a pesar de todo,
las tempestades
pueden volverse benignas
como animales nocturnos
disolviéndose.
(de: La lengua de la llanura).

Carlos Battilana (Paso de los Libres, Corrientes, 1964). Es autor de los libros de poesía El fin del verano (1999), El lado ciego (2005), Materia (2010), Velocidad crucero (2014), Un western del frío (2015), Una mañana boreal (2018) y La lengua de la llanura (2021), entre otros. La editorial Caleta Olivia publicó su poesía reunida con el título de Ramitas (2018). En 2020 publicó Luz de invierno, que incluye una selección de sus poemas (Vera Cartonera, Universidad Nacional del Litoral). Sus poemas han aparecido en antologías de poesía argentinas y latinoamericanas. También han sido traducidos al inglés e italiano. Realizó la compilación y el prólogo de las crónicas periodísticas de César Vallejo reunidas en Una experiencia del mundo (Excursiones, 2016). Publicó los libros de ensayos El empleo del tiempo (El ojo del mármol, 2017), Actos mínimos (Kintsugi, 2022) y Primeras luces (Ampersand, 2024). En co-autoría con Rodrigo Caresani escribió el prólogo a Nuestra América de José Martí (Biblioteca del Congreso, 2019). Codirige la colección “Estaciones”, dedicada a la poesía argentina, en la editorial Miño y Dávila. Recibió el Premio Konex 2024. Enseña Literatura Latinoamericana en la Universidad de Buenos Aires.
——–
ALEJANDRA BOERO SERRA
Vamos a hablar.
De poética.
Digo.
Hablar.
Del tratamiento directo.
De la cosa.
La miel, por ejemplo.
De la importancia,
o no,
de la flor.
Quién recibe el perfume.
El néctar del elogio,
a quién se entrega.
*
Troyana
Casandra habla.
Deambulo
mi voz fantasma
sobre las calles
amuralladas.
Troya,
su ciudad,
la ignora.
Yo,
Casandra,
corro descalza,
desnuda.
Yo,
Casandra,
dejo mi boca
entre estas piedras.
De Desarmadero
*
MEZES
Me acerco a la mesa.
Veo los platos en ronda.
Recuerdo tus manos, madre.
Huelo las especias,
selecciono las hebras de té.
Espero.
Los dedos se rozan,
se tiñen del color de las granadas.
Untamos,
con cada bocado,
los trozos de pan.
Cierro los ojos,
rezo.
Tu historia, madre,
los rostros de nuestra voracidad.
PACTO
Habré de recomponer el mundo.
Tomar, una vez más,
los atajos que cruzan
y sostienen
los jardines de mi ciudad.
Llamar a la otra,
a la alfarera.
Dar paso a la escriba.
Entro al silencio.
Oigo el ajetreo, las puertas,
los cuerpos a ras de suelo.
La tela, escucho,
el hilo por el ojo de la aguja.
Las trazas de un otro
en mí
destejen
en el antiguo telar callado.
De Otomana
¿Cómo?
¿En qué lengua hablar de los muertos?
El habla es
acto
y es sentido.
La poesía es
un habla.
*
Traigo del sueño la imagen del rostro amado.
Compongo la voz de su ausencia.
¡La poesía siempre está en falta,
de lo contrario no podría existir!
El sueño y la poesía son bellos
y no(s) mienten.
Por amor nos dejan
al borde
de la muerte.
De Saudade

Alejandra M. Boero Serra (Rafaela, Pcia. de Santa Fe, 1968). Profesora de Lengua, Literatura y Comunicación Social; poeta; gestora cultural; editora de «Gilgamesh: poesía y poéticas»; colaboradora en revistas «Cine y Literatura» (Santiago de Chile, Chile), «eXtramuros» (Montevideo, Uruguay), «La Primera Vértebra» (Lima, Perú); en «Ciclo de Poesía» organizados poe E.R.A (Escritores Rafaelanos Agrupados, 2017/2018), en el «Festival de Literatura de Rafaela» (2018/2019) y en encuentros del Centro de Artistas de Rafaela (2024). Libros inéditos: «Desarmadero», «Otomana», «Saudade».
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HORACIO FIEBELKORN
Sobre el tiempo que se pierde en buscar el tiempo perdido
Los discos de vinilo decían
“33 ½ r.p.m” aunque las bandejas
andaban siempre un poco más lento
o un poco más rápido. De modo tal
que la música nunca fue
lo que nuestro oído creía percibir. Y así
de las miles de veces que escuchamos
“A day in the life”, “Las cuatro estaciones”,
“Lady Jane”, “Los mareados” o
“Visions of Johanna” resultan
largas horas robadas por el tocadiscos
a la pieza original, o en su defecto
versiones prolongadas que agregaban
minutos a la música, voces más gruesas,
bajos más bajos, largos pasillos entre notas.
Acaso la única opción a mano para que vuelva
la música perdida sea girar el disco en sentido inverso
lo que permitirá escuchar,
encriptada y secreta,
la vieja canción del pelotudo.
Dice Berger
El tiempo no es
un flujo continuo sino
una secuencia irre-
gular de compases. Oír
con aten-
ción al silencio
tiene, entre un compás y otro,
un efecto
adelgazante y por eso
casi todos los bateristas son flacos.
Compases de una
moneda, voces, ale-
teos, frena-
das, lo que sea
que suene. Y no la esfera
que simula el fluir continuado
mientras el tiempo escapa
entre objetos y elude
cuerpos consumidos, flacos,
a mitad de camino
por el deseo de
captar lo que el silencio
parece no
decir.
Y sin saber qué hacer
Y sin saber qué hacer
con la pregunta que oscurece
tu cuerpo. Sos
(el pasajero de) tu esqueleto. Pulso
presentido entre el calambre
y el deseo, la señal
se interrumpe. Nadie
resguarda su nada tras
de nada. ¿Un pensamiento
llevado por la suma
de huesos? ¿Un aire
inhabitable? Vas
por la calle con la sospecha
de que nadie te ve.
Pero la brisa
te resuelve. La brisa
y no su imagen.
Aquello que no ves
viaja igual por la carne.
Korsakov Avenue
A medida que caminaba
iba olvidando el lugar de cada paso previo
y al volver para fijarme olvidaba
hacia dónde me dirigía.
Y el tiempo pasó
y me convertí en olvido de pies a cabeza.
De hecho, no soy yo el que relata esto, sino otro,
a quien algo le contaron, porque
no recuerdo nada, ni siquiera el nombre
de mi biógrafo de circunstancia
que tal vez esté mintiendo porque repite
lo que le dicen gentes que no conozco
y dudo haber visto alguna vez.
Pájaro en el palo
Un pájaro pega en el palo.
En las avenidas, bajo los árboles,
en los caminos de cintura,
quieren saber qué pasa con el cruce
de un pájaro y un palo,
qué fue del pájaro después del palo,
qué quedó del vuelo, dónde
cayó lo que volaba, qué marca en el palo
dejó aquello que venía y sacudió el aire,
quién puso ahí ese palo, cómo fue,
de dónde vino lo que se estrelló.
Nadie vio nada, nunca se sabe
qué música suena
en el cuerpo de un pájaro
que pega en el palo.

Horacio Fiebelkorn (La Plata, 1958). Siempre alternó el periodismo con la literatura. Vivió quince años en CABA. Fue coeditor del tabloide de poesía La Novia de Tyson. Publicó, entre otros, los libros Elegías, El sueño de las antenas y Poemas contra un ventilador. Compiló el libro Poesía – 24 autores, publicado en el 2019 por Ediciones La Comuna (La Plata). Dicta talleres de poesía en forma presencial y virtual, y participa del proyecto de Pixel Editora. Sus textos se encuentran en diarios, revistas y sitios on line.