Los artistas suelen nutrirse de la vida real para llevarla a la ficción. Aunque muchos sitúan su primera fuente de inspiración en la niñez —como lo revelan sus recuerdos y biografías—, también recurren con frecuencia a la vida adulta para encontrar nuevos impulsos creativos.
Gabriel García Márquez (1927-2014) halló el origen de varios de sus personajes en dos figuras esenciales. Una de ellas fue su madre, Luisa Santiaga Márquez, de quien decía que tenía dones premonitorios y cuya influencia gravitaba sobre él como un sistema planetario imposible de eludir. La otra gran presencia fue su abuela, Tranquilina Iguarán Cotes, quien nunca imaginó que las historias sobrenaturales que narraba por las noches definirían para siempre el universo literario de su nieto. Pero hubo otra Luisa, aparte de la de su madre, que daría luz a parte de su obra.

Su cercanía con ambas Luisas está documentada en entrevistas y en varios libros. En una de esas conversaciones, el autor relató que su madre dejó la casa junto con su esposo cuando él era muy pequeño, y recordó con precisión cómo fue el reencuentro con ella:
“De pronto empecé a oír que iba a ir mi mamá. Yo venía desde el patio y me dijeron que ya había llegado. Entré, estaban en la sala sentados alrededor con las sillas pegadas en la pared, muchas gentes. Yo la vi, y la reconocí enseguida. Estaba vestida como los personajes de las películas de finales de los veinte o principios de los treinta, con el sombrero de campana. Recuerdo exactamente su traje de seda, con bordados, color beige, el sombrero de pajilla del mismo color, y entonces ella me abrazó y yo sentí el olor. Siempre que la evoqué era por el perfume, incluso, con ella hemos estado escarbando qué perfume podía ser. Eso es muy importante para mi, porque el sentido del olfato es el más evocador y el que más fácilmente lo traslada a uno a epidodios remotos y que le permite revivirlos completos en una sola ráfaga”, dijo el colombiano.
La otra Luisa fue una de sus amigas. Si la niñez de Gabo representó un tesoro para su creación literaria, sus amistades también se convirtieron en una moneda de oro que lo acompañó a lo largo de su obra, pues varios de ellos escucharon con atención los borradores de sus relatos y novelas. María Luisa Elío, actriz y escritora española, y su esposo desempeñaron un papel decisivo. “Para Jomí García Ascot y María Luisa Elío”, se lee en la dedicatoria de la monumental Cien años de soledad.

La historia de Elío comenzó en Pamplona, donde nació el 17 de agosto de 1926. De acuerdo con el libro Soledad de ausencia. Entre las sombras de la muerte (México, UNAM, 1980), escrito por su padre Luis Elío Torres, quien antes de la Segunda Guerra Española y durante parte de ella, fue juez municipal y presidente de los Juzgados Mixtos de Trabajo en Pamplona, el 19 de julio de 1936 fue detenido en presencia de toda su familia, pero pudo huir de la comisaría y vivir tres años escondido, hasta que fue llevado a la frontera con Francia. Durante ese período su esposa e hijas, anduvieron de escondite en escondite. Un día fueron detenidas en Elizondo, una localidad de la Comunidad Foral de Navarra (España), capital del Valle de Baztán, situado en la Merindad de Pamplona y a 57.5 kilómetros de la capital de la comunidad, Pamplona.
Al salir del centro de detención y luego de muchas peripecias, María Luisa llegó junto con su familia a México en 1940, como parte de un grupo numeroso de exiliados españoles. Ella estudió teatro y formó parte, como actriz, del grupo experimental vanguardista Poesía en voz alta, que contaba entre sus integrantes o colaboradores a Octavio Paz, Juan José Arreola, Leonora Carrington y Juan Soriano.
La obra de María Luisa Elío está publicada en México en Tiempo de llorar (1988) y Cuaderno de apuntes en carne viva (1995), ambos en Ediciones El Equilibrista. En 2002 la Editorial Turner los publicó en España reunidos en el volumen Tiempo de llorar y otros relatos. Se casó con el cineasta y poeta español Jomí García Ascot, y la pareja hizo buenas amistades con intelectuales y escritores, entre ellos, Gabriel García Márquez.
Jomí y María Luisa escucharon a partir de 1965 fragmentos del borrador de Cien años de soledad. El biógrafo Dasso Saldívar, contó en su libro García Márquez. El viaje a la semilla (Alfaguara, 1977), parte de las anécdotas de Gabo con la pareja:
“Entre los oyentes del aedo de Aracataca había uno insaciable, la española María Luisa Elío, quien logró que aquel le contara durante tres o cuatro horas la novela completa. Cuando el escritor le refirió la historia del cura que levita, su oyente salió del encantamiento y le lanzó la primera pregunta de incredulidad:
—Pero, ¿levita de verdad, Gabriel?
Entonces él le dio una explicación todavía más fantástica:
—Ten en cuenta que no estaba tomando té, sino chocolate a la española.
Al ver a su oyente subyugada, le preguntó si le gustaba la novela, y María Luisa simplemente le contestó:
—Si escribes eso, será una locura, una maravillosa locura.
—Pues es tuya —le dijo él”.
El colombiano recordaba constamente el papel que jugaron María Luisa y su esposo, y decía que nunca había tenido dudas para dedicarles el libro. Escribió acerca de eso para el diario español El País, el 14 de julio de 2001:
“Carlos Fuentes, a pesar de su terror de volar en aquellos años, iba y venía por medio mundo. Sus regresos eran una fiesta perpetua para conversar de nuestros libros en curso como si fueran uno solo. María Luisa Elío, con sus vértigos clarividentes, y Jomi García Ascot, su esposo, paralizado por su estupor poético, escuchaban mis relatos improvisados como señales cifradas de la Divina Providencia. Así que nunca tuve dudas, desde sus primeras visitas, para dedicarles el libro. Además, muy pronto me di cuenta de que las reacciones y el entusiasmo de todos me iluminaban los desfiladeros de mi novela real”.
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Elío también recordaba aquellas noches de tertulia en la casa de Gabo.
“Nos veíamos todas las noches, a veces nos hablábamos por teléfono. Me contaba cosas, yo me entusiasmaba, y luego llegaba Jomí a buscarme y nos íbamos a buscarle… imagínate lo que era aquello, él (García Márquez) había estado metido en su cuarto, y de pronto salía de ese encierro en el que había estado escribiendo todo el día, se tomaba con los amigos un whisky, y empezábamos a charlar. Eso fue una maravilla”, dijo la española en una entrevista.
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