¡Oh, sí!, hasta las estrellas Los tiempos pasados,
amigo mío, son para nosotros un libro de siete sellos.
Lo que llamáis espíritu de los tiempos no es el fondo
otra cosa que el espíritu particular de esos señores
en quienes los tiempos se reflejan; y, a decir verdad,
todo ello resulta muchas veces una miseria tal que
uno se os aparta con asco al primer golpe de vista.
Es un cesto de basura, un cuarto de trastos viejos,
y a lo sumo un mal dramón histórico con excelentes
máximas pragmáticas, de esas que tan bien
cuadran en boca de títeres.
J. W. Goethe (Fausto)
Crecimos adorando a ídolos que nunca conocimos; quizás ellos también adoraron a otros, pero lograron deshacerse de las cadenas que los ataban a ellos. A nosotros, nos faltaría hacer lo propio para poder trascender en esta tierra. Así leemos la magnificencia de los textos de los grandes pensadores: de Sócrates a Aristóteles, pasando por Platón; de Descartes a Spinoza, de Freud a Zizek, y pasando por el comúnmente incomprendido Jacques Lacan.
Pero, ¿qué nos falta para trascender?
Como escribiría Nietzsche en Filosofar con el martillo (2002), se trata de quebrar a los ídolos huecos, esos que la historia ha enaltecido en sus formas de pensar y en la estructura social. Digamos que, para ser discípulo de Nietzsche, es necesario contradecir a Nietzsche. Leía hace un tiempo un post que refería que no se es el mismo una vez que se ha leído Así habló Zaratustra, y se exponía su influencia y su legado como una verdad absoluta. Entonces, me preguntaba para mí: ¿qué diferencia hay entre esa persona y quien dice que la Biblia cambió su vida? ¿Qué diferencia hay entre quien afirma que Carlos Cuauhtémoc Sánchez, Og Mandino o Alex Dey cambiaron su visión de la vida? ¿Qué pasa con quien dice que los Doors le mostraron el camino correcto?
En mi percepción, puedo comulgar con la opinión sobre Nietzsche, pero eso no quiere decir que la razón nos asista. ¿Acaso no es Zaratustra un expositor de una doctrina, como lo fue Krishna o Siddhartha? ¿No es la obra Así habló Zaratustra una interpretación de Nietzsche sobre el legado del Zoroastrismo?
De Nietzsche, en el ocaso de su existencia, aprendí que, para comulgar con él, debo poner en tela de juicio mis propios argumentos, que no existen hechos, solo interpretaciones, que lo que él escribía solo era una metafísica. He sido testigo de personas que han dedicado parte de su vida a estudiar a Nietzsche y solo han terminado citándolo al final del camino, defendiendo más las posturas nietzscheanas que lo haría el mismo Nietzsche. Jacques Lacan, para ser freudiano (como él mismo se catalogaba), tuvo que contradecir a Freud y repensar el psicoanálisis. En el pensamiento siempre debe existir una ruptura; ahí debe quedar implícito el pensamiento de quién piensa, su propia exégesis.
Todo pensamiento que surge desde una arbitrariedad cultural, intelectual, etc., lleva aparejado un sesgo de quien lo trata de imponer y, por ende, una violencia simbólica. A veces, para ser, se requiere no ser, y viceversa. Al final del camino no seremos más que un Frankenstein formado de muchas influencias, pero también tendremos una parte de esencia que nos define como nosotros mismos, como un ser único, individual e irrepetible.
Más allá de este suceso, desde el pensamiento de Nietzsche, podemos asumir que la racionalidad nos ha encadenado a las ideas que la universalidad dicta, pero, ¿acaso no hay nada nuevo por descubrir? O, en realidad, ¿será mucho más sencillo obedecer y caminar que crear un sendero distinto? Generar o seguir esas bifurcaciones en el camino, como lo ha señalado Enrique Bunbury en sus causalidades.
El método hermenéutico nos permite dar una opinión sesgada sobre lo que los autores originales pretendían expresar en sus reflexiones. Nos permite intentar una simbiosis con el autor original, siempre y cuando tengamos claro que todo está prejuiciado, como lo expuso Gadamer (2010).
La formación hace que nuestra opinión se ajuste a los ideales que rigen nuestra vida. Por ello, el psicoanalista tratará de encuadrar todo en la psique, el marxista a las premisas económicas del comunismo, a los reichianos los llamarán freudomarxistas, al nietzscheano lo ligarán a las dominaciones y al poder, y así sucesivamente con cada uno de los pensadores que han logrado colocar una obra en la cúspide intelectual o han roto los pensamientos dominantes, poniéndolos en jaque.
Las instituciones educativas, por más críticas que se ostenten, también siguen un legado; reproducen las ideas que se les inculcan, aquellas insertadas, como en la película Inception (2010), en la que, a través del trabajo onírico, inducen en la mente de un personaje una idea que determinará su actuar en la vida en vigilia.
¿No es acaso más violento y perverso implantarlas de forma consciente? Pues las universidades, en sus licenciaturas, maestrías, e incluso en los doctorados —y ese narcisista nivel certificatorio del posdoctorado— lo hacen. Sin embargo, sus estudiantes, maestrantes, doctorantes o flamantes posdoctorantes, parecieran no darse cuenta de ello o caen en la ideología cínica.
El maestro Bunbury, si en nuestras manos estuviera, no solo le otorgaríamos el título que se dio en su disco de Licenciado, sino que le asignaríamos un doctorado por su gran contribución a la humanidad a través de una de las más bellas artes: la música. Aborda los temas con sutileza y esmero, como ha quedado demostrado; Bunbury es docto en la infinidad de tópicos que lleva a la palestra.
Este tema de los ídolos vanos, de los ídolos que ya no están, también lo abordó el cantautor ibérico, quien logró trascender a martillazos. Se deshizo de lo que casi todos los músicos y personas públicas buscan: la fama. Buscó, a través de su trabajo, renacer con un estilo diferente.
Abandonó la cúspide en la que se encontraba con la banda Héroes del Silencio, y comenzó a gatear como solista, nadando contra corriente, pues ningún mar en calma hace experto a un marinero, frase que adaptaría de la tradición del proverbio inglés para su canción Prisioneros; o se deshizo nuevamente de la fama para explorar tierras norteamericanas, donde ni su música ni sus letras eran conocidas. A esa travesía quijotesca la terminaría por llamar El camino más largo (2016).
Estas odiseas bunburyanas quizás solo tengan analogía con la vasta obra de Sigmund Freud, donde, después de su experiencia clínica, se desafía a sí mismo al adentrarse en los tratados metapsicológicos, para posteriormente, en la cúspide de su legado, admitir una pulsión de muerte: esas pulsiones autodestructivas que luego desafiarían sus propias tesis, creando un bucle de tiempo impreso en la dialéctica hegeliana, en las diversas fases de la negación.
Muchos de nosotros nos clavamos solos en la cruz, nos aquietamos (2013, Pista 4) por el miedo al fracaso, no buscamos nuestros senderos luminosos. Esto es común hoy en día, donde nos venden la idea de que siempre hay alguien por encima de nosotros, y debemos buscar la manera de sobresalir, de figurar en todo ámbito donde nos desenvolvamos. A esto el nuevo sistema lo ha bautizado como meritocracia.
Nuestro transitar por la vida está lleno de ideología, como lo señala el filósofo esloveno Slavoj Žižek en su análisis de diversos filmes dentro de la producción cinematográfica de La guía perversa de la ideología (2012). En particular, tomando como referencia la película Possessed de Clarence Brown, nos refiere que todo lo que vemos en la calle tiene un objetivo. Así también, estamos inmersos en una sociedad impregnada de mensajes ocultos, una sociedad cifrada, en una Matrix de la cual, tal parece, no queremos escapar.
Bunbury nos regala algunas líneas al respecto y nos invita a quebrar la lógica dominante, a deconstruir lo que hasta nuestros días se nos ha inculcado. Nos conmina a intentar encontrar un espacio, “cuando a tu alrededor todo se estrecha / los inmortales están bajo tierra / y sus cenizas se perderán como todo lo demás, sin dejar huella” (2013, Pista 4).
Debemos hacer un esfuerzo por no continuar manipulando a las personas que nos rodean, por crear en ellas la conciencia de que todos tenemos la capacidad suficiente para desarrollar un ambiente adecuado a nuestras necesidades. Debemos incluirnos en el accionar social, intentar, crear. Solo así trascenderemos.
Las generaciones cambian, mutan constantemente; sin embargo, seguimos rigiéndonos por teorías que ya no encajan en la realidad social contemporánea. Existen pocos pensadores actuales; la universalidad no ha tenido recientes muestras de particularidad. Es importante crear teorías nuevas, abandonar lo caduco, ver hacia adelante con nuevos bríos. Es nuestra obligación buscar y encontrar la modernidad que la Ilustración nos prometió.
Abandonemos la inacción, tratemos de reivindicar el rumbo de la humanidad. Solo así tendremos un mundo más promisorio y dejaremos a las nuevas generaciones un espacio habitable y sustentable. Enterremos a los falsos ídolos, que se pierdan sus cenizas en lo más recóndito, que la tierra haga su trabajo y termine por completo con ellos.
La invitación es a dejarnos de lamentar; todo aquello que no ha logrado terminar con nosotros, nos hace más fuertes (Nietzsche, 2002). Tomemos nuestras armas, levantémonos en rebelión, produzcamos bienestar comunitario, recordemos que, con las acciones locales, seremos la piedra en el zapato de los movimientos globales, del imperio y la hegemonía, como lo expresaría el politólogo argentino Atilio Borón.
Aunque Bunbury, tal vez sin quererlo, tal vez sin saberlo, ya es inmortal, y aún no está bajo tierra.
Trabajos citados
De la Garza Toledo, E., & Leyva, G. (2010). Tratado de Metodologia de las Ciencias Sociales: Perspectivas Actuales. Iztapalapa: CFE.
Fiennes, S. (Dirección). (2012). Pervert´s Guide of Ideology [Película].
Morante, A. (Dirección). (2016). El camino más largo [Película].
Nietzsche, F. (2002). El ocaso de los idolos (o Cómo se filosofa a Martillazos). www.Espartaco.cjb.net: Proyecto Espartaco.
Nolan, C. (Dirección). (2010). Inception [Película].