Cada uno de nosotros tenemos en nosotros mismos un cielo y un infierno.
Oscar Wilde
En el tiempo en que se lanzó un single del artista español Enrique Bunbury, se generaron numerosas especulaciones sobre la letra de la canción Cuna de Caín, atribuyéndole referencias a sucesos contemporáneos en su natal España. Sin embargo, en una entrevista, el propio autor desmintió categóricamente dichas interpretaciones: “No sigo la política internacional, ni la de ningún país concreto. Me aburre y no me interesa. La política de aquí y de allá está infectada por personajes de una ruindad que no merece ni nuestra atención, ni nuestra conversación. Menos aún, una canción. La música es sagrada” (2017), sentenció el músico en una charla con la agencia de noticias Efe a través del correo electrónico.
Paralelamente, el video de la canción también generó controversia tras su estreno. Algunos seguidores criticaron el uso de personajes que bailaban mientras reñían, lo cual, desde sus perspectivas, parecía acercarse demasiado a los códigos de la música comercial, algo que muchos consideraban un “pecado capital” para un artista como Bunbury. Hasta el momento, no hay registro de que el músico haya hecho referencia directa a esta controversia.
Dado el interés que ha suscitado esta excelsa melodía, resulta oportuno ofrecer una interpretación propia que se aleje de lo que hasta ahora se ha escrito y dicho al respecto. En primer lugar, es necesario señalar que Bunbury y sus composiciones no pueden estar influenciadas por un solo elemento. Diversos análisis sobre su obra (excluyendo el desacreditado libelo que abordaba su supuesto método) han demostrado que su trabajo integra elementos literarios, sociológicos, ideológicos, filosóficos, políticos y más. Su vasta producción es testimonio de esta riqueza creativa.
Sin lugar a dudas, Bunbury es un autor que merece ser analizado bajo una lupa que explore las aristas más insospechadas de su obra.
Bajo siete capas de piel
No quise ser como él
Y evité lo que aprendí
Dejé atrás mi hogar
No quise volver
(Bunbury, 2017)
El número siete, considerado el cabalístico por excelencia, posee un simbolismo infinito según se desprende de la tradición bíblica, al menos desde la perspectiva del hombre occidental. El psicoanalista francés Jacques Lacan describe metafóricamente lo inconsciente como el “gran Otro”, un sujeto más allá del sujeto. Este concepto podría interpretarse como la negación de Bunbury a dejar fluir lo reprimido: se niega a ceder a lo que sus pulsiones primarias desean, lo que refleja una constante lucha interna consigo mismo. Estas teorías han sostenido hasta la fecha una dialéctica permanente en el intento de comprender la complejidad de la psique y el análisis del yo.
En este contexto, es oportuno recordar el magnífico cuento de Edgar Allan Poe, William Wilson (1839), que plantea la existencia de un doble. Este doble se entregaba a todo aquello que era contrario a lo dictado por la sociedad sobre el comportamiento del protagonista, liberándose para actuar conforme a sus más bajos instintos. Bajo esta perspectiva, podemos aventurarnos a sugerir una explicación sobre la influencia de un gran Otro, un concepto que, en ciertos esquemas, podría alterar a quienes defienden una única interpretación válida.
Bajo esta lógica, las primeras líneas de la canción de Bunbury sugieren que él no quiere ser como realmente desea ser; existe una resistencia a permitir que esa versión de sí mismo emerja. Al mismo tiempo, busca emanciparse de lo aprendido para poder, paradójicamente, llegar a ser aquello que se niega a ser. El hogar le recuerda cómo las enseñanzas recibidas han terminado reprimiéndolo, impidiendo que actúe conforme a lo que dictan sus instintos.
Es pertinente señalar que Cuna de Caín evoca su primera formación, y simbólicamente, Caín, según la tradición bíblica, representa a quien mata a su conciencia de manera alegórica al asesinar a su hermano Abel (2009).
Tantas cosas ciertas que se dicen
Por la razón equivocada
Gritándote a la cara
Y ya no hay vueltas atrás
Quedamos en tablas
(Bunbury, 2017)
Desde el momento en que nacemos y comenzamos a formarnos, se inicia una lucha interna con uno mismo, una lucha simbólica entre hermanos: lo dictado por las pulsiones frente a lo impuesto por la sociedad. Esta dualidad es inseparable, por lo que el conflicto persiste a lo largo de toda la existencia.
Se desarrolla así una batalla constante entre las fuerzas psíquicas, representadas por las pulsiones de Eros y Tánatos, teorizadas inicialmente por Freud. Cada vez que lo reprimido intenta emerger, la conciencia superyóica se manifiesta para castigar y mantener el orden impuesto.
La memoria guarda la luz
De lo que no existe ya
Del encanto del rival
Que ya dejó de ser
Verdadera amenaza
(Bunbury, 2017)
William Wilson seducía a William Wilson, pero le resultaba insoportable reconocerlo. Por ello, el matiz bajo el que se manifestaba era repugnante. Sin embargo, en situaciones donde podía jugar, beber y sentirse el Otro, esa figura dejaba de resultarle amenazante y se difuminaba.
Existen conductas o represiones que, una vez emergen y son aceptadas, dejan de generar un sentimiento de culpa. Así, el protagonista de la letra de Bunbury lo comprende; intenta repensarse y aceptar a su gran Otro.
El psicoanalista alemán Wilhelm Reich, durante algún tiempo, implementó clínicas de higiene sexual en Alemania. Según sus teorías principales, la mayoría de las neurosis tienen su origen en la represión sexual. Por lo tanto, aquel que permite que sus instintos sexuales emerjan de forma más libre comienza a desvanecer el sentimiento de culpa, ya que este deja de ser preponderante.
Los clichés de la paranoia
De quien en todo quiere ver
Enemigos que vencer
Y ya no se hable más
Ya no me interesa
(Bunbury, 2017)
A menudo ocurre que, cuando creemos estar haciendo una observación sobre los demás, en realidad estamos proyectando algo sobre nosotros mismos. Así lo expresó Oscar Wilde en 2000: “Todo aquello que nos incomoda en los enemigos es la paranoia de lo que resulta insoportable en nosotros mismos.”
Esto parece ser el mensaje de Bunbury: una lucha constante que recuerda la protagonizada por Jim Carrey en la magnífica comedia Irene, yo y mi otro yo (2000), entre Charlie y Hank. Esa misma batalla interna resuena con el final del cuento de Poe, cuando William Wilson, incapaz de aceptar a su doble insoportable, lo mata en un duelo de espadas. En ese momento, concluye: “Has vencido y me entrego. Pero a partir de ahora tú también estás muerto… muerto para el mundo, para el cielo y para la esperanza. ¡En mí existías… y observa esta imagen, que es la tuya, porque al matarme te has asesinado tú mismo!” (1956, pág. 38).
Este duelo de espadas entre William Wilson es un reflejo del que se representa en el video; no es más que el enfrentamiento de uno consigo mismo. En la época narrada por Poe, era común recurrir a las espadas para el combate. Hoy, en un contexto contemporáneo, Bunbury plasma un momento análogo con excelsa maestría, más aún si se considera que su ámbito es la música. Lo anterior nos lleva nuevamente a reflexionar sobre lo planteado en relación con el estado psíquico de la destitución subjetiva, ese estado de locura inaceptable para el funcionamiento de la sociedad.
«Y dijo Caín a su hermano Abel: Salgamos al campo. Y aconteció que estando ellos en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel, y lo mató.» (Génesis 4, La Biblia). Este relato resuena en la historia de muchos pueblos alrededor del mundo, que ven repetirse los mismos acontecimientos una y otra vez. Se convierte en un bucle interminable de costumbres reproducidas, como una condena impuesta por los dioses: pueblos hermanos matándose entre sí, humillando y discriminando a sus iguales.
Esto evoca la teoría del eterno retorno del filósofo alemán Friedrich Nietzsche, que encuentra su postulado más poderoso en su obra Así habló Zaratustra, específicamente en la sección “La visión y el enigma”. Allí, el diálogo entre Zaratustra y el “enano” cobra una resonancia inquietante y profunda.
“Mira ese portón! ¡Enano!, seguí diciendo: tiene dos caras. Dos caminos convergen aquí: nadie los ha recorrido aún hasta su final.
Esa larga calle hacia atrás: dura una eternidad. Y esa larga calle hacia adelante es otra eternidad.
Se contraponen esos caminos; chocan derechamente de cabeza: y aquí, en este portón, es donde convergen. El nombre del portón está escrito arriba: ‘Instante’.
Pero si alguien recorriese uno de ellos cada vez y cada vez más lejos: ¿crees tú, enano, que esos caminos se contradicen eternamente?
«Todas las cosas derechas mienten, murmuró con desprecio el enano. Toda verdad es curva, el tiempo mismo es un círculo.» «Tú, espíritu de la pesadez, dije encolerizándome, ¡no tomes las cosas tan a la ligera! O te dejo en cuclillas ahí donde te encuentras, cojitranco, – ¡y yo te he subido hasta aquí!
¡Mira, continué diciendo, este instante! Desde este portón llamado Instante corre hacia atrás una calle larga, eterna: a nuestras espaldas yace una eternidad.
Cada una de las cosas que pueden correr, ¿no tendrá que haber recorrido ya alguna vez esa calle? Cada una de las cosas que pueden ocurrir, ¿no tendrá que haber ocurrido, haber sido hecha, haber transcurrido ya alguna vez?
Y si todo ha existido ya: ¿qué piensas tú, enano, de este instante? ¿No tendrá también este portón que haber existido ya? ¿Y no están todas las cosas anudadas con fuerza, de modo que este instante arrastra tras sí todas las cosas venideras? ¿Por lo tanto incluso a sí mismo?
Pues cada una de las cosas que pueden correr: ¡también por esa larga calle hacia adelante tiene que volver a correr una vez más! Y esa araña que se arrastra con lentitud a la luz de la luna, y esa misma luz de la luna, y yo y tú, cuchicheando ambos junto a este portón, cuchicheando de cosas eternas, ¿no tenemos todos nosotros que haber existido ya?, y venir de nuevo y correr por aquella otra calle, hacia adelante, delante de nosotros, por esa larga, horrenda calle, ¿no tenemos que retornar eternamente?»
Así dije, con voz cada vez más queda: pues tenía miedo de mis propios pensamientos y de sus trasfondos. Entonces, de repente, oí aullar a un perro cerca.
¿Había oído yo alguna vez aullar así a un perro? Mi pensamiento corrió hacia atrás. ¡Sí! Cuando era niño, en remota infancia.”
Bunbury, en el tema analizado, realiza una invitación paralela a romper con las costumbres, dejando de lado la preocupación por ser amado o despreciado en la propia patria. Este gesto recuerda lo que vivieron los fundadores de la Escuela de Frankfurt, cuando el gobierno Nacional Socialista de Alemania los obligó a trasladarse a Estados Unidos. Aquella institución se convirtió en un parteaguas para el nacimiento de lo que hoy conocemos como Teoría Crítica.
¿Por qué estos eminentes académicos y teóricos debieron ser exiliados? Fueron desterrados por el temor del régimen de que sus ideas y teorías tuvieran el poder de sugestionar a las masas, logrando unirlas en busca de emancipación. No se trataba ya solo de las clases más desprotegidas alzando la voz, sino de miembros de la clase dominante, la misma que Karl Marx denominó reiteradamente burguesía. Esta burguesía lanzó un reclamo genuino contra las condiciones imperantes, poniendo en jaque las promesas de mejora que la ilustración había asegurado para la humanidad.
Bunbury invita a romper con el pensamiento implantado en nosotros. Es mejor tener un pensamiento original y ser despreciado en la tierra natal que reproducir el pensamiento existente y perpetuar los inmundos resultados de acciones repetidas.
No estamos obligados a vivir bajo la lupa o el panóptico de una autoridad simbólica. Como Caín, quien fue condenado al exilio por no ser reconocido por un dios material que prefirió la ofrenda de Abel, también podemos liberarnos de esa mirada que pretende dictar nuestros destinos.
Bunbury pone en entredicho la idea de que todo nos es dado, invitándonos a emancipar la cotidianidad con rabia y coraje. Nos incita a repensar que seguimos atrapados en un bucle temporal, una repetición constante que evoca el desenlace de la cinta Doctor Strange, producida por los estudios Marvel.
Vista desde una perspectiva crítica, esta obra nos muestra que incluso los bucles más aparentemente inquebrantables pueden ser rotos. Al igual que fueron diseñados para aprisionar tanto a dioses como a humanos, poseen puntos de fragilidad, momentos de ruptura que pueden desmoronarlos por completo.
Trabajos citados:
Bunbury, E. (2017). Expectativas [Grabado por E. Bunbury]. De Expectativas. Texas, Estados Unidos: E. Bunbury.
EFE/J.P.GANDUL. (17 de 10 de 2017). 20minutos.es. Obtenido de 20minutos.es: https://www.20minutos.es/noticia/3163181/0/entrevista-bunbury-nuevo-disco-expectativas/
Farrelly, H. (Dirección). (2000). Irene, yo y mi otro yo [Película].
Poe, E. A. (1956). Obras en Prosa. Cuentos de Edgar Allan Poe. (E. d. Rico, Ed., & J. Cortázar, Trad.) Madrid: Alianza Editorial, S. A.
Santa Biblia. (2009). Salt Lake City, Utah, E.U.A.: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días.
Wilde, O. (2000). El retrato de Dorian Gray. Toronto, Canadá: Ediciones elaleph.com.