Son las 4:00 de la tarde del domingo 23 de febrero. Faltan dos horas para que inicie el primer combate en el legendario Gimnasio Municipal Josué Neri Santos. Esta noche es especial: un homenaje a Blue Demon Jr., una de las máximas figuras de la lucha libre mexicana. En la fila, Mario y su hijo de 12 años esperan con ansias; el niño porta con orgullo una máscara plateada del Santo, mientras su padre recuerda con nostalgia la época dorada de la lucha en Ciudad Juárez.
Mario cuenta con emoción cómo a finales de los años ochenta, los jueves y domingos eran sagrados para la afición juarense. No solo se llenaban las arenas, sino que la lucha tenía su espacio en la televisión local con el icónico programa “Ídolos del Ring” en Canal 44, un favorito en la frontera y en El Paso. Un potente equipo de sonido irrumpe con la cartelera de la noche: Pagano, Fresero Jr. y Pierroth Jr. encenderán el cuadrilátero, además del esperado duelo entre Blue Demon Jr. y Blue Demon III contra el Hijo de El Solitario y el Hijo de Flama Roja.

Cerca de la entrada, los vendedores aprovechan el furor: máscaras de rudos y técnicos, pósters, capas, llaveros y toda clase de recuerdos luchísticos inundan los puestos. “Hay mucha afición, si organizaran funciones cada semana, el Neri estaría a reventar”, comenta Mario mientras la fila avanza. A las 5:00 de la tarde, la fila ya mide más de 500 metros. “¿Ya le vas a ganar al Santo?”, bromea un hombre con máscara de Blue Demon a otro. Un chicharronero de 60 años apenas avanza y ya casi vació su canasta; su sonrisa lo dice todo.

El público es un mosaico de generaciones. Adultos, jóvenes y niños conviven con señoras que en su juventud vibraron con Rocky Star y Cinta de Oro. El boom de la lucha en Juárez, impulsado en la última década por el fenómeno de Pagano, demuestra que este deporte espectáculo sigue más vivo que nunca.


A las 6:00 en punto, el Neri está casi lleno. El ambiente es festivo y familiar, un mar de máscaras inunda el recinto. Entre cumbias y gritos de la afición, el espectáculo está por comenzar. La primera lucha enciende la mecha: Guerrero Escarlata, Latino y Black Skeller Jr. se enfrentan a Cuervo, Verdugo y Sin Fu en una batalla donde los vuelos desde la tercera cuerda y las llaves a ras de lona calientan los ánimos. Los niños gritan, la cerveza fluye y las “papas locas” entran en acción en las gradas.

El siguiente encuentro sube la temperatura: una lucha femenil de alto calibre con La Hiedra, Lady Flamer y Zafiro desatando el caos en el ring. Luego, un choque internacional electriza la arena: Laredo Kid, Dinámico y Kempo se enfrentan a Takuma Nobu, Sam y Aéreo, en una exhibición de castigos espectaculares, desde frankensteiners hasta brutales patadas voladoras.





Las luces bajan, el humo invade la pasarela y suena la música de El Migra, un rudo clásico con su actitud altanera, provocando abucheos mientras se burla del público mexicano, un personaje aún más odiado en tiempos de discursos antiinmigrantes desde Estados Unidos. La arena explota cuando Psicho Clown, Murder Clown y Dave The Clown hacen su entrada para enfrentar a DMT Azul, Taurus y Silver Kat. El combate es un festín de vuelos suicidas, sillazos y mentadas de madre, con la afición desbordada en cada lance.

A las 8:00 de la noche llega el platillo fuerte: Blue Demon Jr. y Blue Demon III contra el Hijo del Solitario y el Hijo de Flama Roja. Los juarenses se identifican de inmediato con este último, pues su padre, oriundo de Torreón, se convirtió en un ídolo de la frontera en la época dorada.


La entrega de un reconocimiento a Blue Demon Jr. emociona a los presentes, pero el instante cumbre llega con la lucha misma: un choque de tradición, con llaves clásicas como la cavernaria, la campana y hurracarranas que desatan el frenesí del público.

El gran cierre de la noche es protagonizado por el consentido de la afición: Pagano. El juarense se mide ante Fresero Jr. y Pierroth Jr. en una contienda extrema. La lucha se desborda del cuadrilátero, los golpes resuenan contra las butacas y el público enloquece cuando la acción llega hasta la quinta fila. Pagano, convertido en el nuevo símbolo de la lucha en Juárez, recibe el amor de su gente y lo devuelve con un espectáculo digno de la historia del Neri.



Con la adrenalina aún a flor de piel, los aficionados abandonan la arena. Afuera, el aroma de elotes con mantequilla y tacos sudados impregna el ambiente. Las máscaras, playeras y pósters vuelan de los puestos. La lucha libre en Juárez no solo se mantiene, sino que sigue escribiendo su historia con tinta indeleble en el corazón de la afición. La Catedral de la lucha libre vivió otra noche mágica y todo indica que lo mejor está aún por venir.

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El nacimiento de un ídolo
Hace muchos años, en las gradas de la arena Neri Santos, un niño observaba con devoción a los colosos que se enfrentaban en el cuadrilátero. Cada llave, cada salto, cada golpe lo maravillaba. Aquel niño juarense era José Pacheco, quien años después se transformaría en Pagano, un luchador que conquistó no solo la lona, sino los corazones de miles de aficionados en todo el país.
“José era un chavito que iba a las arenas los domingos. Mi papá me llevaba de cajón todos los fines de semana, y de ahí nació mi amor por la lucha libre”, recuerda Pagano con una sonrisa. Su infancia estuvo marcada por la fascinación hacia los luchadores, a quienes veía como seres míticos, figuras casi inalcanzables. “No pensaba que comían, que tenían familia, que eran personas normales. Los veía como si fueran de otro planeta. Nunca imaginé que algún día yo sería uno de ellos”, agrega.

El camino de Pagano no fue el de un luchador tradicional. Antes de subirse al ring, entrenó diversas disciplinas de combate, pero fue la lucha libre la que lo atrapó.
“Entré por accidente. Nunca me pasó por la cabeza dedicarme a esto, pero dos años después de empezar a entrenar, alguien me preguntó: ‘Oye, ¿cómo te vas a llamar cuando debutes?’. Me quedé en shock. ¡¿Debutar?!”, relata entre risas, recordando aquel momento crucial.

Una semana después de la lucha con ante Fresero Jr. y Pierroth Jr. en el Neri Santos, Pagano se encuentra en su gimnasio La Kalaca, ubicado en el corazón de la colonia Bellavista, reflexiona sobre su trayectoria: “Me encontré con un mundo sin prejuicios, donde todos son bienvenidos, un mundo mágico, lleno de colores. Para mí, la lucha libre fue el mejor accidente de mi vida”.



Un juarense con identidad propia
Hablar de lucha libre en Ciudad Juárez es remontarse a épocas doradas con nombres legendarios como Rocky Star y Flama Roja. Sin embargo, Pagano ha logrado trascender generaciones, convirtiéndose en un referente para niños y adultos.
“Siempre ha habido épocas doradas en la lucha libre, pero en su momento nadie las reconoce como tal. Ahora decimos que los 80 fueron la mejor época, pero en esos años decían que la mejor era ya había pasado. Lo importante es vivir el presente y disfrutar de la catarsis que se siente en las arenas”, explica con la sabiduría de alguien que ha vivido el deporte desde dentro y fuera del ring.
La lucha libre, dice, es una extensión del espíritu de la ciudad. “Juan Gabriel no nació en Juárez, Fishman era de Torreón, el Gato Romero de Querétaro, pero todos fueron parte de esta ciudad. Lo que nos hace únicos es la diversidad de historias y vivencias que nos conforman”. Para él, la lucha rompe barreras. “Aquí no hay clases sociales ni géneros. Hay exóticos, rudos, técnicos, luchadores aéreos y despiadados. Es un mundo de fantasía”.

Pero esa fantasía tiene un precio. “Ser Pagano ha sido doloroso. He tenido tres cirugías, no puedo usar zapatos normales, tengo dedos fracturados y muchas lesiones, pero soy feliz así. Cuando subo al ring, debo ser fuerte por los niños que me admiran”.
Más que un luchador, un ciudadano comprometido
Pagano comprende que su papel trasciende el espectáculo. Sus combates sobre la lona se transforman fuera del ring en un sueño por una ciudad mejor. La pasión se percibe en cada palabra, en cada movimiento. No es casualidad que sus seguidores le demuestren su cariño en cualquier lugar donde lo encuentran.
“Si un niño me admira, tengo que darlo todo. No busco ser la identidad de Juárez, pero si la gente me ve así, no los puedo decepcionar. No se trata solo de ser un buen luchador, sino de ser un buen ciudadano”.

Por eso, colabora con el Comité Municipal de Lucha Libre, asesorando a nuevos talentos y organizando eventos para fortalecer la disciplina en la ciudad. “No es que sepa más que otros, pero la experiencia me ha enseñado mucho. He aprendido sobre respiración, manejo del estrés y otros temas que me gusta compartir”.
La lucha libre como refugio
Ciudad Juárez ha atravesado tiempos difíciles, y la lucha libre ha sido un escape para muchos. “Debuté en 2008, en plena crisis de violencia. Recuerdo estar en la Arena Anáhuac, que no tenía techo, y ver a lo lejos un local incendiándose mientras luchábamos. Se escuchaban balazos, los cines cerraban, los teatros estaban vacíos, pero la lucha libre seguía viva. Era un punto de encuentro. La gente desahogaba su estrés en las gradas. Las mujeres eran las que más gritaban, le reclamaban al luchador como si le gritaran al patrón, al esposo, a la vida misma”.

Para Pagano, la lucha es mucho más que un deporte. “Es un escape, una pasión. Y si puedo hacer algo por mi comunidad a través de ella, lo seguiré haciendo”.
Su rival más difícil
Ha enfrentado a grandes nombres como Cibernético, Psico Clown y Mesías. Pero su oponente más fuerte no ha estado en el ring. “Mi rival más complicado soy yo mismo. La lucha interna es lo más difícil. Si no estás bien, no avanzas. Han sido muchas cirugías, tiempos de espera… pero hay que seguir adelante”.

Asegura que nunca buscó fama ni fortuna en la lucha libre y que todo nació de la pasiónTodo nació de la pasión.
“Al principio ganaba una miseria, pero para mí era el mejor cheque del mundo. Luchaba para 50 personas y me sentía en un Estadio Azteca lleno. La gente no es tonta, sabe cuándo haces algo con pasión y cuándo lo haces por interés”, añade mientras suena la música de Caifanes en la Kalaca.
Pero vivir de la lucha no es sencillo. Viaja constantemente y enfrenta jornadas extenuantes. Por ejemplo, en los días previos a la entrevista con Poetripiados, estuvo en Aguascalientes y Veracruz. Su ruta comenzó en Juárez, de donde voló a Ciudad de México y luego a Aguascalientes, donde tuvo entrevistas, entrenamientos y una función. Después de la jornada, cenó y durmió solo dos horas antes de viajar a Veracruz, donde repitió el proceso antes de regresar a Juárez. Para él, despertarse a las 9:00 a.m. ya es considerado tarde, pues debe atender sus redes sociales, entrenar y planear otros proyectos.

El futuro de Pagano
Más allá del cuadrilátero, su meta es seguir contribuyendo a su comunidad. “Puedes ser el mejor cantante o artista, pero si no devuelves nada a tu gente, ¿de qué sirve? Hay que apoyar a los compañeros, fortalecer la lucha libre y seguir creciendo”.
Pagano no solo busca ser un ídolo del ring, sino también un símbolo de orgullo para Juárez. Para él, no basta con decir que se es de Juárez, sino que es necesario representarlo. Considera que la lucha libre es parte de la identidad de la ciudad y que es su deber mantener viva esa tradición. Y sin payaso, no hay fiesta.

Finalmente, agradece a las autoridades municipales por ese impulso que han emprendido desde hace tres años por este deporte, especialmente al alcalde Cruz Pérez Cuéllar, quien ha apoyado esta y otras disciplinas para rescatar el tejido social de la comunidad.
“Le tengo mucha estima al alcalde, me parece un gobernante comprometido con la ciudad, y que además le gusta la lucha libre y eso es bueno, verlo en las arenas, mezclado entre la gente como un aficionado más es algo muy bonito”, dice Pagano.

El alcalde ha expresado en varias ocasiones, a través de redes sociales, su aprecio por el luchador y el significado de su figura para la ciudad. La admiración es mutua.
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Entre hilos, máscaras y pasión por la lucha libre
Esto no es solo un deporte, es una tradición, una identidad, un fuego que arde en el corazón de quienes la aman. Cuando uno piensa en la lucha fronteriza, vienen a la mente nombres como el Scorpio Cholo, La Sirenita, Legionario, Bello Armando, El Cobarde, Rocky Star y Cinta de Oro, entre otros. Pero en este mundo de técnicos y rudos, de acrobacias y sacrificios, se encuentran no solo los gladiadores del ring, sino también aquellos que tejen con sus manos la historia de los encapuchados. Jalt lizarde, también conocido como JL Mask, es uno de ellos.

Desde que tiene memoria, Jesús ha sentido una conexión especial con este deporte. Recuerda con una sonrisa nostálgica cómo su familia siempre estuvo inmersa en ese ambiente: coleccionaba figuras, veía funciones por televisión y, poco a poco, se fue adentrando cada vez más en ese mundo.
El punto de no retorno llegó cuando su primo lo llevó a una función en vivo. Desde ese momento, todo cambió. La energía, los gritos, los colores… fue amor a primera vista. Fascinado, comenzó a investigar sobre la historia de la lucha libre, sus leyendas y el significado de sus icónicas máscaras. Y fue precisamente una máscara la que marcaría el inicio de su destino.
De aficionado a creador
“Recuerdo que mi primera máscara fue muy sencilla, sin pies ni cabeza”, confiesa entre risas. “No sabía nada de telas, de pieles, de técnicas, pero con la pandemia me entró la cosquillita de hacer más y más. Empezé a coser, a practicar, hasta que poco a poco salieron estas bellezas”.

Lo que comenzó como un hobby se convirtió en un arte. Un amigo luchador le pidió ayuda porque nadie quería coserle una máscara. “Fue mi primera oportunidad real. Y de ahí en adelante, el trabajo no paró”.
El valor de una máscara
Jesús comprende profundamente el significado de una máscara en la lucha libre. Para él, no es solo un accesorio, sino la esencia misma del luchador. “La máscara es identidad, historia y alma. Perderla en una lucha de apuestas es como desprenderse de una parte de sí mismo. Cuando veo que las rompen, me duele. Si yo lo siento así, imagina lo que siente quien la porta”, expresa con respeto y admiración por esta tradición.

La historia de la máscara en la lucha libre es un legado que trasciende generaciones. Jesús destaca que, aunque los primeros en utilizarlas fueron luchadores estadounidenses, fue en México donde adquirieron un estatus legendario. “Al principio eran muy simples, pintadas a mano, hasta que un zapatero de Guanajuato, Víctor Martínez, creó la primera máscara con la estructura que conocemos hoy. Desde entonces, cada máscara se ha convertido en una obra de arte, un símbolo que representa la trayectoria y el espíritu del luchador”, explica.
La lucha libre como transformación social
Jesús está convencido del impacto transformador de la lucha libre. En Ciudad Juárez, considera que este deporte puede servir como un refugio en medio de la violencia. Durante los eventos, la gente logra desconectarse de sus problemas por un momento, mientras los niños corren, juegan y se emocionan. Para él, es un espectáculo ver cómo se alejan del mundo digital y se sumergen en la magia del ring.

Además, percibe la lucha libre como un canal de escape tanto para los aficionados como para los propios luchadores. Subirse al ring representa una oportunidad para darlo todo, liberar estrés y expresar su pasión. Más que un deporte, lo considera una terapia y una filosofía de vida.
Encuentros con las leyendas del ring
El camino de Jesús lo ha llevado a conocer a grandes figuras de la lucha libre. “He tenido la fortuna de trabajar con nombres importantes, de intercambiar historias y bromas con ellos. Al principio, los ves como dioses, pero cuando los conoces, te das cuenta de que muchos son jóvenes, con sueños y retos como todos nosotros”.






(Imágenes tomadas por Lizarde en distintas arenas)
Entre sus anécdotas favoritas está su encuentro con Doctor Wagner y sus hijos. “Fue en un festival. Al principio, solo los había visto en la tele, pero terminamos platicando y hasta trabajando juntos. Son experiencias que te marcan”.
Pagano: el ídolo de Juárez
Si hay un luchador que Jesús admira profundamente, es Pagano. Considera que es un ídolo tanto para niños como para adultos, seguido desde sus inicios como luchador local hasta su consagración en la televisión, donde su éxito resulta inspirador. Además, destaca su cercanía con el público, un rasgo que, a su juicio, lo hace aún más especial.


Un legado en cada puntada
Para Jesús, diseñar máscaras no es solo un oficio, sino una pasión que desea seguir cultivando por el resto de su vida. Cada pieza que crea tiene una historia y una identidad propia. Trabaja de la mano con cada luchador para plasmar su esencia en la máscara, asegurándose de que cada detalle, desde el diseño hasta la costura, sea perfecto.
Inspirado por su fe, encuentra en su arte una razón para seguir adelante. Para él, la lucha libre es un reflejo de la vida, llena de caídas y levantadas. Mientras haya un luchador dispuesto a subir al ring con una de sus creaciones, continuará tejiendo sueños y protegiendo identidades.
La sesión de fotos termina, pero Jesús sigue con sus hilos y telas, creando la próxima máscara que contará una historia. Porque en la lucha libre, como en la vida, la identidad lo es todo.
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Bravío forja poco a poco su leyenda
Antes de convertirse en un ídolo, un luchador trabaja por años para aspirar a dejar una huella en este deporte. En esta frontera, hay muchos jóvenes que luchan, tienen familias y, además, forman parte del pancracio. Entre ellos se encuentra Bravío, quien ha forjado su destino con esfuerzo, pasión y un espíritu indomable que hace honor a su nombre.

Este joven deportista sabe bien de la importancia de la máscara y se hace notar. Desde el momento en que se la pone, ya no es la misma persona. La gente lo ve diferente, dice, y él se siente diferente. Se transforma, cuenta mientras ajusta la máscara con una seguridad que impone respeto.
El nacimiento de Bravío
Bravío es un luchador profesional nacido en Ciudad Juárez, Chihuahua, pero con crianza en los Estados Unidos. Su nombre no fue elegido al azar; fue una consecuencia natural de su espíritu combativo. “Cuando terminas tu entrenamiento y te vas a profesionalizar, necesitas un nombre. Durante mis entrenamientos, unos compañeros que eran conocidos como los Hermanos Diablo siempre molestaban a los nuevos. Pero yo no me dejé, les di batalla. Un compañero me dijo: ‘Oye, eres bien bravo’. Ahí me quedé pensando: ‘Bravo, feroz… Bravío’. Y así nació el personaje”.
El primer contacto con la lucha libre
Como la mayoría de los niños, su primer acercamiento al cuadrilátero fue a través de la televisión. “Veía Smackdown los viernes, Raw los lunes, AAA los domingos, el CMLL los sábados. Me fascinaba Rey Mysterio. Su estilo ágil, su máscara, su manera de volar en el ring. Cuando regresé a Ciudad Juárez y vi que aquí la lucha libre era parte de la cultura, supe que quería dedicarme a esto”.
Recuerda con emoción el día que vio en vivo a Místico en el Poliforo Juan Gabriel. “El olor de la arena, las semillas, el calor del público, las luces… ver salir a los luchadores todos brillosos, con sus máscaras relucientes. Fue un momento que me marcó para siempre, la verdad”.
El poder de la máscara y la lucha en la sociedad
Para Bravío, la máscara es mágica. No solo transforma al portador, sino también impacta a la gente. Muchos le comentan que su máscara les recuerda a la época dorada de la lucha libre, a figuras legendarias como Blue Demon y Mil Máscaras. Esto es algo que él considera hermoso. La lucha libre es un arte, una tradición que sigue viva.

Pero más allá de la espectacularidad, este deporte, asegura, cumple un rol importante en la sociedad. Cuando un niño asiste a una función, olvida por un rato los problemas de su casa, de la escuela, del vecindario. “Soñar con ser luchador puede alejarlos de caminos equivocados. Este deporte es disciplina, respeto. Los ven como héroes, y si pueden ser un modelo positivo para ellos, esa es su mayor victoria”.
Anécdotas del cuadrilátero y la vida
Bravío, quien debutó en mayo de 2016, ha vivido de todo, tanto arriba como abajo del ring. Recuerda con cariño las visitas a hospitales y orfanatos, donde los niños lo ven como un verdadero superhéroe. “A veces no pueden pagar una máscara, y se las regalo. Su sonrisa lo vale todo”.

Pero su primer contacto real con la lucha libre fue inesperado: “Mi hermano estaba internado en el hospital infantil. Salí a comprar burritos y vi a un señor con la frente llena de cicatrices. Me quedé impactado, y mi mamá me animó a preguntarle. Resultó ser un luchador local, Ánima III, quien me invitó a entrenar. Fue mi primera puerta al mundo de la lucha libre”.



Con el tiempo, su camino lo llevó a la Arena Anáhuac, donde entrenó con grandes maestros. El primer día de entrenamiento fue intenso. Lo pusieron a prueba con caídas, maromas y llaves. Todo le dolía. Al día siguiente, le dijeron que si había regresado, era porque realmente amaba este deporte. Y aquí sigue, después de nueve años como profesional.
Un luchador respetado
Hoy, Bravío es un rudo consagrado, que en el 2018 fue reconocido como revelación del año y mejor calidad en la lucha libre fronteriza. Es personaje que infunde respeto y pasión en el ring. El rudo no es solo aquel que hace trampa, sino el que logra que la gente se levante de su asiento y se encienda.

Sus profesores brillaron en su tiempo y hoy lo hacen en la memoria colectiva. Algunos de sus entrenadores han sido Anima III, Vaquero II, Cáncer, Chabelo Holguín Jr y Tártado Sr.
Su mensaje final es claro: “La lucha libre te devuelve lo que le das. Es pasión, es entrega. Si alguien quiere entrenar, que se acerque. Estoy en Facebook como Bravío Luchador y en Instagram como Bravío Oficial. Entrenamos en la Arena Olímpica los martes y jueves. La lucha libre es un sueño que se puede vivir, y yo soy prueba de ello”.
Mientras ajusta su máscara, Bravío se despide. La función está por comenzar y la arena lo espera.
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La Arena Olímpica, uno de los templos del pancracio
La historia de la lucha libre en Ciudad Juárez no podría contarse sin mencionar a la Arena Olímpica, ese templo del pancracio que vio nacer y crecer a grandes ídolos. Y si hay un guardián de su legado, ese es Raúl Luján, mejor conocido como el “Osito Panda”. Uno de los pilares de la última época dorada en la frontera, el exluchador mantiene viva la pasión por el deporte desde la arena que ahora administra, ubicada en la colonia División del Norte.

Desde su inauguración en 1981, la Arena Olímpica se convirtió en la meca del encordado para los gladiadores que querían foguearse y escalar al estrellato. “Esta arena era la número uno, aquí se presentaban El Cobarde, los hermanos Delgado, El Impostor, Fishman… hasta vino como campeón mundial”, recuerda con orgullo Luján, evocando la era dorada en la que cada función era un lleno garantizado.

En aquellos días, los jueves y domingos la afición abarrotaba el Neri Santos, pero entre semana la acción estaba en la Olímpica. Era la prueba de fuego para cualquier luchador que quisiera trascender. “Si aquí triunfabas y la gente te apoyaba, tenías el camino abierto para brillar en cualquier arena del país», dice el “Osito Panda”.
Leyendas, ídolos y la búsqueda de una nueva era dorada
Por sus cuadriláteros pasaron figuras como los Astros Boys, Rey Salvaje, Pimpinela y Casandro, quienes dejaron su huella en cada lucha. Sin embargo, Luján considera que Juárez todavía no está viviendo una nueva época dorada, como algunos aseguran. “Ya no hay tantas leyendas, casi no quedan vivientes. Antes teníamos a Serpiente Blanca, Legionario, La Bestia, Flama Roja, Rocky Star, Cinta de Oro… y ahora, aunque hay mucho talento, todavía falta que lleguen a ese nivel”, señala.

También extraña la presencia de referíes legendarios como Julio Quiroga, José Luis Rodríguez, “El Ronco” y El Patotas”, quienes imponían respeto en el cuadrilátero. “Si los tocabas, te eliminaban, no como ahora”, dice con nostalgia.
El compromiso con la lucha libre y el futuro del pancracio en Juárez
A pesar de los retos, la Arena Olímpica sigue siendo un referente. Cada sábado por la noche reúne a entre 200 y 300 fieles aficionados, quienes buscan espectáculos de calidad y una conexión genuina con la lucha libre. “El verdadero aficionado busca la arena, revisa las carteleras y decide dónde ir según sus gustosa”, comenta Osito Panda.


Aunque ya no puede entrenar directamente a los luchadores por problemas en la rodilla, Luján sigue compartiendo su conocimiento con las nuevas generaciones. “Tengo 22 operaciones en la misma rodilla, ya no me aguanta la cintura, pero ahora asesoro y doy consejos. Eso también es lo bonito de la lucha librea”, concluye con orgullo.

La Arena Olímpica sigue siendo un semillero de talento, un lugar donde los gladiadores pulen su técnica a ras de lona antes de lanzarse a la espectacularidad. Y mientras existan personajes como Osito Panda, el espíritu de la lucha libre en Juárez seguirá vivo.