Era una romántica y morirse de otra manera no iba a llenar su expectativa histriónica. Recibió una carta que anunciaba su futuro deceso y diversas opciones a elegir: ejecución estilo comando armado, atropellamiento por un microbús, sacrificio mexica, u otra, seguido por un espacio en blanco. Sacó la pluma fuente más fina de su estuche y lamió la punta para escribir su escena ideal:
Su cara recibía un haz de luz que logró escabullirse entre la cortina. El tren vibraba alejándola cada vez más de un sueño. Resignada, despertó. No sabía qué día era, ni siquiera la hora: pero la posición del sol anunciaba la media mañana. Su reloj no funcionaba desde tiempo atrás. En el horizonte: un túnel en una montaña espera ser penetrado.
Tenía la boca seca. Se encaminó al vagón de las bebidas. Aún aturdida por el sueño frustrado y su vestido de lápiz que le llegaba hasta los tobillos se tambaleaba en el pasillo causando molestia a los otros pasajeros. Su gesto apacible no ofrecía disculpa alguna.
Al llegar a la barra pidió un vaso con agua y lo vio. (Tachado). Al llegar a la barra pidió un martini. (Tachado). Al llegar a la barra, él se acercó por detrás y la abrazó con unos brazos musculosos: un manhattan para ella, dijo él con una voz de terciopelo. Era Índigo. Ella no sabía si intentar huir o quedarse en el calor de sus brazos. Tantos años escapándose de él, fingiendo ser otra mujer, entre ciudades y países cuyos nombres no recuerda, la hicieron quedarse ahí con él.
El mundo se tornó en blanco y negro (nota: ropa estilo Casablanca). El túnel estaba cada vez más cerca. Índigo la volteó con brusquedad, buscando sus ojos. Ella los evitaba mientras. El tren se detuvo de tajo al entrar al túnel. Los demás pasajeros se tropezaron, algunos dejaron caer sus bebidas. Todos menos ellos dos. Era como si las leyes del universo del universo no los afectaran. (Demasiado cursi. Tachado). No había luz. Índigo sacó una daga. Ella sabía que por fin había sido derrotada y la sangre fluyó. Hincada entre la oscuridad del tren, divisó en los ojos de Índigo y una sonrisa. (Nota: opcional).
Lamió el pegamento del sobre. Le puso una estampilla. Envió la carta y unos días después obtuvo respuesta: Estimada V., su petición fue rechazada debido a su complejidad. Elegir otra.

Rodrigo Ramírez del Ángel (1985) escribe cuentos y novelas. Itinerante entre Veracruz, Monterrey y CDMX, escribió Dinero para cruzar el pueblo, que ganó el Premio Nuevo León de Literatura 2020 y Tesis de la soledad, ganador del Premio Nacional de Cuento Corto Eraclio Zepeda 2022. Ha sido becario del Centro de Escritores de Nuevo León, PECDA Veracruz y Nuevo León. Es, a perpetuidad, esclavo de dos perritas enojonas.