JUAN MENEGUÍN
Alguna vez aquí saltaban los salmones
Alguna vez aquí saltaban los salmones,
la luz rosada en los perfiles de plata
y aquellos viejos que todavía no eran viejos
sostenían las brazoladas en dedos como azadas,
el algodón curado con tanino,
los anzuelos afilados a mano,
el olor de un río de crecidas mansas.
Aquí saltan, alguna vez, los salmones.
Y lapachos recién florecidos hubiese,
de campanillas que caían lilas al agua
o también rosadas para transparencia de la corriente
y sus remansos secretos
que conocieran de cormoranes
y sólo algunos pescadores baqueanos
en noches de fogones pesqueros y cuentos de fogones.
Sin embargo aquí alguna vez pasaron sirisís en escuadrillas
bajo un Venus de Equinoccio,
y las estrellas esa noche fueron incandescentes
antes de las últimas lluvias de Santa Rosa.
El olor a carbón atardecido de las locomotoras,
hinojos frescos en calles sin neón iluminadas
para que las Magallánicas Nubes vinieran hasta la mirada
y hacia todos los cuadrantes era otro el cielo
que señalara las huellas, el paso sin pavimento.
Alguna vez habré de mirar aquellas bandadas
luminosas otra vez, bajo la Vía Láctea.
(Introducción a Ragas, Ultimo Reino, 2006)
Historia de la aviación
Cuando el niño era niño,
las manzanas tenían olor a manzanas
Peter Handke
He visto al viejo navegante,
chalina blanca y antiparras,
y fuselaje de pino y tela por los mares del Sur,
y un ronroneo de viejo Latècoére
por colinas entrerrianas un mediodía de abril,
como un sueño combado al vuelo rasante sobre el lino
girar e inclinar las alas
sobre las vizcacheras y sobre un río más claro que el Garona
y sobre aquellos arenales donde corajeaban adelantados Whippers
y gringuitos en cabriolés
que nada entendían de esas intrépidas máquinas voladoras
aunque ya esperaran fotografías con rubias casamenteras
mientras maceraban tinturas de láudano o de árnica
y curaban las pinoteas de las alfajías,
sin olvidar la genética del citrus
sin olvidar que el mundo estaba en el mundo,
pero en el cielo, sí, estaba el corazón,
y el espíritu de los plantíos
circundaba una lenta sustentación de isobaras
y de compases trémulos en las improvisadas rutas,
—apenas la punta de un lápiz nocturno
que fijara un trayecto de luna entre cúmulus nimbus
entre Toulouse y Tánger,
entre Casablanca y Montevideo,
entre Buenos Aires y Asunción
para un Correo del Sur con fotos y matrimonios a distancia:
—alsacianos, dinamarqueses, lombardos,
respirando todos el fresco de la madera lustrada con naranjas
y el recato de ultramarinos en los almacenes
—indocumentados altímetros
que vinieran a decolar aquí, en estas colinas junto al río
donde no supimos, si acaso, o tal vez muy fugazmente,
fue al atardecer de un viaje sin escalas hasta una ciudad llena de luz
cuando descubrimos en las hondonadas esas pequeñas maravillas,
esas crisálidas tornasoladas, intensidad y forma de capullos
todos encendidos y en caída desde otra galaxia en verano
hasta el aura de esas florcitas que llamamos dientes de león
y el rocío que ardía, fríamente,
—y sentimos, plenos y serenos,
que entre las colinas habría una como depresión triunfante
donde en apenas neblina brillarían todas las luciérnagas
aunque alternativamente, una y otra, y otra,
y otra cuando un sonido que no agredía
nos desplazaba por el viejo asfalto
donde esa tarde habían alucinado los arados
con sembrados extendidos hasta el próximo amanecer,
como si una gesta gringa hubiera venido a dejarnos esta marea de girasoles
y aquella luz serena sobre el lomo de las doradas
que saltaran entre las boyas del canal o remontaran el Salto Grande
donde los viejos, cada verano,
rehabitaban los ranchos para olvidarse de los ferrocarriles;
—entonces, éramos el paisaje adentro del viejo Oppel
viajando con brújulas y cartas astronómicas
y mapas desteñidos por la resolana
hacia una lejana pradera que conoceríamos en un amanecer
sin arroyitos ni esteros ni lagunones entrerrianos
pero con un fresco de alcanfores en la nariz de los gurises
festejando por un descubrimiento de trilladoras en caravana
que avanzaban, lentísimas,
con un estrépito de metales viejos
y de fierros comprimidos por la presión de las calderas
y de tierra removida por la fuerza de las ruedas metálicas,
lento y ondulante convoy de máquinas, tractores, carromatos
que penetraran una pampa de girasoles ingrávidos,
mientras un vientito de pretormenta
empujaría la nuestra descolorida nave
y las casuarinas de las rutas cantaban con sus agujas
hacia la Cruz del Sur…
ah, lluvia de los viejos días,
cuando el mundo recién habría de nacer
y había que nombrar todas las cosas, y conocerlas,
«…y qué de lejos están esas estrellas y después de ésas»,
otros mundos con soles vertiginosos más allá todavía
«y más más allá, qué…»
qué vacío contemplaríamos acostados boca arriba en los techos,
aprendiendo cómo se traza un círculo y por qué gira la tierra,
por qué el agua se evapora y luego se licúa y luego se congela,
por qué los pájaros y las máquinas vuelan,
y por qué venas viajan las centellas,
y porqué qué,
qué vacío enorme en la manito recién abierta
cuando supimos que el cometa andaría por el viejo muelle
y en el cedazo de la noche iluminada
fue una cinta pálida que se deshilachaba en el olor del río,
—resaca de bajamar y luces de lanchones cerealeros—
tan solo una pregunta, apenas una pregunta…
No. Nunca supe sin embargo por qué, y si acaso,
esa sarta con surubicitos vivos en un agua dulcemente clara
y dulcificada por sarandices enramados en la costa
me dejó la visión de un lagarto comedor de miel en la siesta de Chaviyú
y los ferroviarios con sus Estancieras atiborradas de campamentos,
cuando habría de ser el olor de lejanos arrecifes
las huellas del congrio en las playas de Río Grande
quizás un mensaje, una sintonía en qué firmamento del agua
para que volviera deslizándose en la Mar Australis
una tibieza de puentes cruzados al amanecer, y elevados
por un olor a esteros y álamos
sobre aquel delta donde solían andar las barcazas,
un poderoso aire en estado de ebullición
que habría de despertar finas raíces en la conciencia,
tibios filamentos dormidos en una palpitación de islas brumosas
que navegaran sin delfines ni cachalotes
hacia la tarde del cormorán y el calafate incendiados,
pero no ahora, aunque no ahora,
sino cuando un blanquísimo puente cruce como flotando
desde una ciudad oculta en un agobio rosado
hacia las forestaciones penetradas por la noche,
sino cuando ya no pudiera andar los viejos caminos
en busca de claros arroyos
y aquel rostro sólo sea una bruma pálida en los espejos,
sino cuando drogado de turbinas y carlingas
sólo escuche el carburante de una danza de Sea Harriers y Super Etendard
oliéndose la muerte en los hocicos,
volvería, sí, aunque no ahora,
sino cuando el viento sea sólo un amanecer de palmeras invocándolo,
invocándolo,
porque sin embargo eso sí supimos, y por si acaso,
que a los viejos navegantes no se los amarra
bajo el cielo de otra latitud
sino aquélla donde una vez decolaron los sueños.
(Historia de la aviación, Ed. Río de los pájaros, 1999)
Juan Meneguín (Concordia, Entre Ríos, 1958). Profesor de Castellano, Literatura y Latín. Aficionado a la astronomía. Ha publicado “Cantos apocalípticos y otros poemas” (1987), “Ragas en la niebla” (1991) “Papel españa” (Pliego, 1993), “Historia de la Aviación”, Ediciones Río de los Pájaros (Pliego, 1999) y “Religión de Misterios” (Premio Fray Mocho, Editorial de Entre Ríos, 1999) y Ragas, Ediciones Ultimo Reino, 2006 (primer libro editado bajo el amparo de copyleft en nuestro país.), además de varios pliegos de poesía. El sello El Suri Porfiado, ha publicado una selección de su obra inédita en libro escrita en los años 1997 al 2023, bajo el título “Astronomías para nictálopes”. A fines de 1998, y en un fallo unánime, los poetas nacionales Antonio Requeni, Víctor Redondo y Francisco Madariaga otorgaron a su obra “Religión de Misterios”, el prestigioso premio Fray Mocho de Entre Ríos.
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JOSÉ IOSKYN
Yo querría haber nacido en tu pueblo entre montañas
donde se cultiva maíz en la ladera del morro.
Donde la gente va a la Iglesia Universal
y observa el clima todos los días.
Yo querría haber estado ahí.
Mirarte de lejos mientras crecías. Rozarte la espalda
cuando salieras de la escuela, como sin querer.
Querría haber sido el campeón de forró en
el concurso de fin de año, que me vieras
victorioso, con otra chica de la mano.
Ser una sombra creciente en tu adolescencia.
La mirada inquietante cuando se te ensancharan las caderas.
El pastor de tu conciencia, ni amigo, ni amante ocasional.
El pájaro que pasa demasiado cerca de tu cabeza
cuando caminaras por un camino rural.
El alero que te protege de la lluvia, de donde caen
gotas molestas en tu pelo, poniéndote
nerviosa e insegura.
Querría ser la sospecha, el pozo en el que caerías
por ser huérfana de padre.
El arrebato de romper cosas cuando algo no anda bien.
El filo con el que te cortás las muñecas.
La molestia necesaria.
Alguien a quien correr a contarle tu vida
la noche en que no quisieras vivir más.
*
A las tres de la mañana me preguntás si perdí el sueño.
Te respondo cualquier cosa.
Me decís con ternura
que tu vagina es la que se come a mi miembro
y no al revés. Tu vagina es la que manda entonces.
A las tres de la mañana me llamás esclavo
rey y hombre.
Al otro día, sin dormir, vamos a la playa.
Salgo de una ola, te busco en medio de la luz, estás
mirando hacia abajo y pienso:
si estás leyendo el libro que dejé en la arena
el libro que a veces leo a la noche para que te duermas
quiere decir que esto
es amor.
*
Los dioses te llevaron de regreso.
No pronunciaron ninguna sentencia.
Dijeron que lejos de mí estarías en tu Olimpo.
Serías una deidad.
Podría invocarte y postrarme y arrastrarme
hasta una próxima aparición.
Olvidaron mencionar los rastros
repartidos por todos lados:
el asiento de mi bicicleta, ahora más bajo.
Un chiste que quedó flotando
en la sala de espera, cuando fuimos
de urgencia al hospital.
El césped caliente o frío de un parque.
Cosas a las cuales los dioses
no dan la menor importancia.
*
Se presentaron los dioses
y dijeron con su acento de barrio:
le tiramos una manzana a Newton
a Einstein le dimos un violín.
Damos saltos en la historia para no aburrirnos.
La técnica la conocemos bien:
la electricidad, las redes, el acero.
No nos interesa el lenguaje, ni la adoración
ni los símbolos, solo lo simple:
inventamos el avión para transportar a tu diosa
hasta tu casa.
También la llevamos de vuelta
para que sigas deseándola.
Ninguna de estas cosas
-ni siquiera el desear a alguien-
podrías hacerlas por tu propia cuenta.
*
Es el cielo.
El avión deja su estela graneada.
No se escucha ningún sonido, es una marca muda
en lo alto.
Es el celeste puro.
En una plaza, acostado en el pasto
una espiral de humo azul sube.
Tapo con la mano la figura del avión.
La sostengo en la palma.
La llevo hacia delante, la hago desaparecer.
Soy el dueño. El tripulante.
Y soy un tipo en el pasto del Aterro.
El humo azul me ayuda a pensar.
A desentenderme de todo lo que importa.
De Namoro (2023)
José Ioskyn (La Plata, Pcía. Bs As, 1962) Licenciado en Psicología (Univ. Nac. de La Plata). Poeta, narrador, ensayista y traductor del portugués. Artículos suyos han sido publicados en medios digitales de psicoanálisis y filosofía, tanto de Argentina como de otros países. Fue incluido en la antología de ensayos Viel Temperley (Del Dock, 2017) y en la de cuentos Textos 1 (La Comuna ediciones, 2017). Publicó libros de ensayos, poesía, traducciones y una novela. Sus textos y entrevistas también se pueden encontrar en diversas páginas web.
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VALERIA ZURANO
LA VIDA PRIVADA DE LOS TRENES
“En las vías otra vez, otra vez respirar,
la locomotora otra vez al frente,
los postes de telégrafo escapando, ser tren”.
Sara Gallardo
Los trenes duermen conmigo
sobre este cansancio se acuestan,
extienden esas planchas de hierro
hasta que el pánico del aplastamiento precede a la muerte.
Esas fuerzas secretas que aprisionan,
descansan junto a mí
sin mediar palabras.
Acarrean dentro de nosotros
los gestos en los rostros del pasado
el olor de la distancia en una imagen
la lluvia sobre un mapa de cristal en las ventanas,
mientras una brisa mecánica
con su mano de aire
acaricia la historia de la inasible permanencia.
A la medianoche
los trenes me engañan
paseándose por la habitación
transitan los costados de la cama,
caen mustios mis brazos
ante esa fuerza prometeica del progreso.
No han sido capaces estas maquinarias de llevarme a otros sitios:
han hecho de mí un ser atado a las vías
que sólo ve el cielo
que únicamente desespera
cuando siente las convulsiones de un tren que se aproxima.
Hicieron un cuerpo deseoso de escapar de sus propios recorridos;
no pudieron llevarme a otros sitios, y sin embargo
fui tan peligrosamente cerca.
Al igual que las palabras
los trenes
son el sintagma ferviente del espacio,
una sucesión de vagones
en las pretensiones de la velocidad.
Las palabras son trenes que intentan desplazarse
pero les cuesta,
la máquina a vapor:
esa mano inerte que se equivoca tanto,
como una locomotora empuja la formación
y atraviesa las impiedades del tiempo.
Esa mano a vapor
sofocada por un silbato
encendiendo las pupilas de los lobos.
Un tren escribe en la llanura
como si fuera la superficie de una hoja:
una cuenca de un lado a otro escrita
sobre los viajes en que iba a buscarte,
un surco en el papel sobre el cual pensaba tu nombre
que apenas fue
una flor de cardo entrando locamente por la ventanilla
una mariposa atrapada en la jaula del vuelo
una mosca transitando el sonido blanco de la luz.
Lo efímero ante la estría del viaje
lo inalcanzable
el verde de la hierba
aquello que no te dije.
Esa noche en la que iba a buscarte
el tren llevándome por la oscuridad
los grillos cantaban el entusiasmo del viaje de ida
una luz sobre la calle de tierra.
Todo estaba escrito en la cavidad insistente
de aquello que se abisma.
Vuelvo a sentir el calor de aquel verano
la plegaria del último tren
una rúbrica en las escrituras de la brea derretida
mis alas soldadas al reflejo de lo que creí verdadero,
cuestiones imperceptibles
pueden unir hábilmente el corazón
con el recuerdo de lo que fue separado.
Jamás vendrás por esas plataformas
no regresarás en los trenes, ni en las noches
ni volverás de la lejanía de todo aquello
que creíste que era tuyo.
Una sombra
hubo de posar su mano sobre nuestra frente
aquella noche
en la que íbamos sin saber.
La vida privada de los trenes. Valeria Zurano. Ed. Municipal de Córdoba, Argentina, 2017.
***
INSULAR
“…Todo sucede. La vida es más o menos un barco bonito.
¿De qué sirve sujetarlo?”.
Haroldo Conti
Dejaré la casa de la isla a la mañana
las aguas han crecido durante la noche.
Crecieron con una calma absoluta
sigilosas y oscuras abrieron
las puertas del sueño.
Dejaré los ojos en el borde de la orilla
el cuerpo tendido sobre la arena,
los zapatos flotando junto a cada objeto
que fue puesto allí
con la esperanza de una vida.
Temprano me arrancarán de lo que fue mi casa.
Dejaré la cama tibia y el agua humeante
la voluntad de los que juntan
las redes vacías y luego,
retornan.
Cuando las aguas crecen
la corriente se lleva todo,
las palabras junto a los mudos camalotes
buscan el sosiego de una playa.
No hay impulso valedero en el furioso arrastre
sino un aliento guardado para el final.
Al llegar a la desembocadura
un enjambre de llamados y de pérdidas
improvisan un embalse:
la amalgama que se forma de plumas y de hojas
tapa la locura de ver cómo va yéndose
en aquellos camalotes
mi alma terrestre.
Los caracoles trepan las varas de las leguminosas
por la ruta verde de sus estambres
buscan la gota que piensan que es la luna.
Los que hallaron un tronco flotante
no saben cómo detenerse
las olas se los llevan, hunden sus cuerpos
ahogan el pedido desesperado de una soga
el grito de sus nombres.
Un dolor trepa por las varas de mi espalda
busca aquella gota que es la luna;
los mensajes del destino se escriben
y se borran
bajo la estrella gris de la sudestada.
Rendidos al movimiento de la espera
las empalizadas del muelle oscilan.
Algunos se entregan a la inercia del descenso
y otros son empujados hacia las copas de los árboles,
jamás hay que perder de vista
un punto en el horizonte
ni dejar de oír el torbellino de la arcilla.
Oníricas linternas nos llaman
desde los barcos
que Ella veía entre la niebla.
Todo se va cuando las aguas suben
las vidas se separan
se abren con la resignación de lo que madura.
Insular. Valeria Zurano. Ed. Haz de guía, Buenos Aires, 2020.
Valeria Zurano (Morón, Pcía. Bs As, 1975). Poeta, escritora, profesora de literatura, magíster en escritura creativa. Publicó La vía circular, La vida privada de los trenes, La belleza del resentimiento. Conjuro para detener el temblor. Operación Claridad. El libro de las hormigas. El Gran Capitán-Crónica de un viaje al Litoral. Las Damas Juegan Ajedrez. Barco en Llamas. Obtuvo las siguientes distinciones: Premio de Poesía de la Municipalidad de Córdoba 2017. Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes 2010. Tercer Premio de Cuento Concurso Nacional Leopoldo Marechal 2010. Primer Premio de Cuento Breve Babel 2009, Córdoba. Primer Premio Concurso Nacional Leopoldo Marechal 2008. Primer Premio de Poesía Concurso Dr. Alberto Luis Ponzode la Universidad de Morón, 1996. Primer Premio en Narrativa y Poesía en el Concurso Nacional Discépolo, Sec. de Cultura de La Matanza, 1995. Premio de Poesía Concurso Nacional Poesía Alejandra Pizarnik, Asociación Escritores Argentinos ADEA, 1994. Integra antologías nacionales e internacionales, algunas de ellas son “Voces con vida”, I Concurso de Cuento Breve, Salón del libro Hispanoamericano Ciudad de México. “Tránsito de fuego”, Jóvenes Poetas Latinoamericanos 1972-1990, por la Casa Nacional de Letras Andrés Bello, Caracas 2009, Venezuela.