Parkinson
(In crescendo)
La tierra se agita en un país inmóvil.
Nacer es vivir el terremoto,
el ruido púrpura, las banderas tiemblan
haciendo ilegibles sus lemas.
No hay escudo inmóvil, dijo el vigía agitado por el mar.
Aquel hombre sentado en el parque se sacude,
inesperado –¿o no?–
su respiración interrumpida en temblorina
nos dice, miro subir las nubes donde lanzan
centellas azotadas contra las marquesinas.
Sacudido,
gritó que el universo es asombroso,
sobrecogedor, aclara,
y nos hace llorar con su estrépito cruel,
con su música incontenible,
y aún cuando anunciado ruge después del aviso
el terror es similar a la primera vez que vimos a un hombre morir.
Sacudido grita que su respiración le recuerda a los ahorcados,
a los cuerpos que cuelgan en los puentes
y en las farolas, hinchados,
con la derrota en el rostro,
muertos de sed en medio de la lluvia.
(Se detiene un momento y con firmeza
saca una libreta verde anotando la hora).
Se toma un minuto para hablar
y lucha contra sus propios labios que se agitan
golpeando sus dientes, la piel de su cuello que vibra
antes de inhalar –uno, tres, dos, siete–,
y dice que la culpa se desplaza, se excluye, se dispensa,
la ética ha fallado ante tal cataclismo.
¿Quién mueve mi cuerpo? ¿Quién domina mi voz?
Calla un minuto ante la falla que resulta en chillido
ahogado en sílaba interminable.
El acto en sí es responsable,
es depositario del acierto o la culpa;
¿quién me sacude, quién azota mis pulmones,
gobierna mis manos ajenas, mi cabeza que niega para siempre?
El acto es responsable y no el sujeto que ejecuta;
¿quién ejecuta, quién me ejecuta, quién me empuja?
De pequeño hablaba en lenguas.
Mi voluntad se abandonaba al canto que brotaba de mi pecho
ajeno, mi corazón dejaría de latir mientras alguien
hablaba con mi boca, con mi lengua sangrante,
con mis dientes sangrantes, con mis labios.
El discurso responsable, el acto por encima del acto,
la marea y los alisios,
electricidad que destroza mis huesos y emite un zumbido,
el choque de los pedernales, las cuentas en un pequeño saco
son las que brincan en mi garganta
como siempre, a qué asombrarnos
–pero no podemos evitarlo.
Vemos el volcán que hace erupción,
sabemos que la fuerza explosiva de algún artefacto
producirá la violencia atronadora
que nos sobresalta a pesar de esperarla.
Nos aterra el ladrido de los perros,
la caída de un cristal, el instante previo al estrellarse,
las lágrimas incontenibles, el dolor punzante en el vientre.
Se sacude en ritmo constante;
respira en escalones cortos y
dice que veía discutir a dos amigos,
gemelos idénticos, su madre asegura que son dos, lo dudamos.
Mientras uno llora, el otro mira el atardecer desolado;
siempre uno es el que vive lo que el otro expresa.
Dijo sosteniendo un pañuelo con la mano incontrolada
que nacer es vivir en terremoto
y que aquí nunca tiembla.
Los rascacielos se mantienen testigos de la nieve y el viento
y no temen derrumbarse por sacudidas subterráneas.
Calló.
Sus labios palpitaron para decir
que todo parece un alumbramiento.
Eres otro desde que estás lejos
Cuando decimos que habla como otra persona,
apenas rozamos la superficie del fenómeno.
Sus vecinos son músicos
Es común temer a los vecinos.
Sus miradas llenas de odio impersonal
chocan en el ascensor,
censurando nuestras ropas descuidadas,
el llanto de nuestros hijos,
nuestro acento inconfundible,
la sonrisa absurda que mostramos al verlos.
En el piso de arriba vive un músico que practica a deshoras.
Las obras maestras nos despiertan a las tres de la mañana del martes,
una y otra vez, las tonadas, sonsonetes, martillando.
A fin de cuentas, nos adaptamos.
Soñamos entre corcheas y repeticiones,
por momentos pretendiendo seguir la melodía.
En el ascensor, el músico nunca nos miró.
La semana pasada invitó a otros músicos a los ensayos.
Bebo jarras de agua en la mesa mientras la música se repite.
Los vecinos me dan terror.
Otro amor loco
1.
En la demencia
un olor humedece
mi nariz perdida
en la oscuridad.
2.
Toda caverna es un enigma.
El horizonte llama a los ausentes.
3.
Cuando me encontré solo
tiraba de mis ropas con fuerza
hasta desgarrar la atadura final
de mi furia.
4.
Abro los ojos y rezo.
Me lanzo bocarriba bajo el manantial sucio
de la fuente que obstruye mi vista a borbotones.
5.
Te miré con ternura.
Tú cantabas con los brazos en el aire
que apretaba las lavandas.
Mis manos espantaban las moscas que mordían mi piel expuesta,
encogido tras las ramas; te vigilo.
6.
Estuve saltando frente a los trenes.
Mis pies sangraban en la grava
y sentí que te encontraba.
Todas las noches extrañé tu olor
que aún no conozco y que siento
en la humedad y el cieno.
Me falta el aire a cada salto,
me falta el aire a cada salto,
me falta el aire a cada salto,
me ahogo.
Tu olor me envuelve en la noche que no llega,
tu piel tiembla en mis muslos que no te conocen.
Estoy furioso.
Sonrío.
7.
En el verano estuve rascando la tierra.
Ahí sentí que te encontraba.
8.
Esa serás tú,
la que te escondes a plena luz,
en tu luz, enlazada a la marea de mis ruegos
que no te alcanzan.
Rasco la tierra y te invoco.
En la tierra, los surcos y tu huella inventada.
En la distancia infranqueable
eres mía.
Allá
Qué lejos están tus palabras
de tren lento,
de túnel, de paz oscura,
de recorrido cubierto de lama,
qué lejos las estrofas
de tus tarareos absurdos,
de las lecciones olvidadas
en las vías, en los herrumbres,
en la lejanía
que es el tiempo, que se mide en bocas
ungidas de hiel sobre la lengua
de los reyes que aún no saben decidir
que valoran el terciopelo
ignorando el áspero lecho
de campaña.
————————————
Salvador Alanis (Ciudad de México, 1964) es poeta y promotor cultural. Cuenta con una Maestría en Literatura por la Universidad de Toronto y actualmente cursa estudios de doctorado en la misma universidad. Su interés por el trabajo interdisciplinario lo ha llevado a experimentar con las artes visuales, el video, el performance y a producir cine y televisión. Ha sido consultor de comunicación para instituciones culturales y organizaciones sociales en México y en Canadá. Ha sido becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes en cuatro ocasiones, del Ontario Arts Council, y su trabajo en medios electrónicos ha ganado multiples premios internacionales. Sus libros han sido traducidos al inglés y al francés y ha colaborado con revistas y periódicos en México y España. Es co-fundador, junto con la fotógrafa Ximena Berecochea, del Institute for Creative Exchange, en Toronto. Esta organización sin fines de lucro ofrece una plataforma de intercambio y desarrollo creativo para artistas que busquen ampliar sus actividades internacionalmente. Con el instituto Salvador Alanis dirigió y produjo el documental 20,90, acerca de la generación de artistas mexicanos que surgió en la década de los 90. Este documental contó con el apoyo de Proyectos Especiales de FONCA y de la Universidad de Toronto. Es Presidente de la Red Global de Talentos Mexicanos para el capítulo Toronto.