El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca no solo representa una amenaza para la política interna de Estados Unidos, sino también para un pilar fundamental de la democracia: la libertad de prensa. Desde su primer mandato, Trump demostró una relación tensa y agresiva con los medios críticos, una dinámica que parece estar tomando nueva forma conforme se acerca su segundo periodo.
Las recientes acusaciones del presidente contra medios como The New York Times, en las que los tilda de recibir sobornos a cambio de favorecimientos informativos hacia los demócratas, reflejan una postura peligrosa que podría desencadenar una ola de censura, autocensura y represión a la libertad de expresión.
De acuerdo con medios estadounidenses, en un mensaje a través de su red Truth Social, Trump acusó al periódico Politico de recibir millones de dólares “robados” de la Agencia para la Ayuda al Desarrollo Internacional (USAID) como pago por tratar de forma positiva a los demócratas.
En una retórica plagada de mayúsculas y signos de exclamación, Trump no solo descalificó a la prensa que considera adversa, sino que también alimentó un clima de desinformación y paranoia que va más allá de las simples críticas. Esta estrategia no es nueva: en su primer mandato, Trump construyó una narrativa de “noticias falsas” para deslegitimar a los medios que no se alineaban con su visión. Sin embargo, ahora, con el respaldo de su base electoral y el inminente poder gubernamental, estas acusaciones pueden tener repercusiones mucho más graves.
El presidente electo ha dejado claro que, en su segundo mandato, la prensa no tendrá un camino fácil. Desde su primera conferencia de prensa tras las elecciones de noviembre de 2024, Trump ha prometido “enderezar” lo que ha denominado la prensa “corrupta”, un lenguaje que no solo refleja su animosidad, sino que pone en marcha un plan para intimidar y controlar a los medios. Las demandas contra la prensa no son algo nuevo en su repertorio; sin embargo, las acciones más recientes, como las demandas contra la encuestadora Ann Selzer, el periódico Des Moines Register, y la cadena ABC por difamación, son señales claras de una escalada en su lucha contra los medios.
Estas demandas crean un clima de miedo entre los periodistas y medios de comunicación. Expertos en libertad de expresión advierten que, aunque Trump pierda en los tribunales, la sola amenaza de demandas puede generar un “efecto paralizante”, donde los medios se autocensuran para evitar las consecuencias legales o económicas. Esta dinámica es peligrosa, pues no solo erosiona la independencia de la prensa, sino que también afecta el derecho de los ciudadanos a estar informados de manera imparcial.
Trump ha demostrado que su relación con la prensa no se limita a las demandas. Durante su primer mandato, la Casa Blanca de Trump pasó más de 300 días sin ofrecer ruedas de prensa oficiales. A pesar de su constante interacción con los medios, este acceso fue selectivo, favoreciendo a periodistas y cadenas que se alineaban con su visión y cerrando el paso a aquellos que lo criticaban. Esta estrategia de segmentación de la prensa se ha intensificado y podría ser una de las tácticas clave durante su segundo periodo.
El exsecretario de prensa Sean Spicer sugirió que los medios de comunicación considerados “de izquierda”, como The New York Times, The Washington Post y cadenas como NBC y CNN, no deberían tener el mismo acceso que aquellos medios que se alinean con la agenda republicana. Este control sobre el acceso a la información no es solo una estrategia para disminuir la influencia de los medios independientes, sino una forma de moldear la narrativa política a favor de la administración.
La influencia de Trump no se limita a los medios nacionales. El presidente electo ha nombrado a Kari Lake, una periodista alineada con la derecha más radical, como directora de la Voz de América, un medio financiado por el gobierno de Estados Unidos y que tiene un alcance global. Esta designación pone de manifiesto el intento de Trump de exportar su narrativa en todo el mundo, asegurándose de que los “valores estadounidenses” sean presentados de manera “justa y precisa”, según sus propios términos. En otras palabras, Trump quiere que la versión de la verdad que él promueve sea la única que se difunda, no solo en Estados Unidos, sino también fuera de sus fronteras.
Los próximos cuatro años de gobierno de Donald Trump parecen estar marcados por un conflicto constante con los medios de comunicación, que podría desbordarse en un intento sistemático de deslegitimar a los periodistas, silenciar a los críticos y controlar la narrativa política. La prensa libre, uno de los pilares fundamentales de cualquier democracia, se enfrenta a una de las mayores amenazas en la historia reciente de Estados Unidos. Los periodistas, y la sociedad en general, deberán estar alertas ante la creciente presión que se ejerce sobre los medios y la libertad de expresión.
La pregunta que queda en el aire es si los medios de comunicación, con su independencia y capacidad de crítica, podrán resistir este embate o si, por el contrario, caerán en la trampa de la autocensura, permitiendo que la libertad de prensa se desmorone bajo el peso de la intimidación política.