La patria no siempre es la tierra que pisamos, sino la que nos habita. Y cuando esa patria interior es ofendida desde nuestras propias pantallas, la traición no duele sólo en el alma, sino también en la sangre. Así ha ocurrido con Televisa, que una vez más demuestra que nada puede esperarse de quien ha sido fiel no a su pueblo, sino al poder y al dinero.
En un hecho que hiela la razón y duele en el corazón, Televisa —la misma que presume ser “la empresa de comunicación más importante del mundo de habla hispana”— ha abierto sus espacios de máxima audiencia a una campaña publicitaria financiada por el gobierno de Donald Trump, cuyo mensaje es una amenaza directa contra los migrantes. Es decir, contra los nuestros. Contra los que cruzan la frontera no por maldad sino por hambre, por miedo, por esperanza. Contra los hijos y nietos del México profundo, que lo arriesgan todo por una oportunidad.
Como si no bastara con haber sido altavoz de los conservadurismos más ranciamente instalados en nuestra historia reciente —bajo gobiernos neoliberales que Televisa no solo aplaudió, sino encumbró y protegió— ahora se arrodilla ante una potencia extranjera para transmitir mensajes cargados de odio, xenofobia y humillación.
El spot —cuyo tono recuerda a los viejos tiempos de la propaganda de guerra— pone en pantalla a la cazamigrantes de Trump, Kristi Noem, advirtiendo a los “criminales extranjeros” que “ni siquiera lo piensen” antes de cruzar la frontera. Lo dijo en español, lo dijo desde México, y lo dijo con la complicidad de Televisa, que lo transmitió en el medio tiempo de un partido de futbol. Sí, ahí, entre los goles y la cerveza, llegó el veneno.
¿Acaso no existe una ley que prohíba la transmisión de contenidos que discriminen, alarmen o atenten contra la dignidad humana? Sí, existe. Pero también existe el vacío legal, ese agujero hecho a la medida por el gobierno de Enrique Peña Nieto, que eliminó las restricciones a la propaganda extranjera. Un vacío que hoy permite que 200 millones de dólares en anuncios del gobierno de Trump se cuelen en nuestras salas, cocinas y habitaciones.
La presidenta Claudia Sheinbaum dijo que no es aceptable, y prometió impulsar una reforma para cerrar esa puerta indecorosa. Ningún gobierno extranjero debe tener acceso a los medios mexicanos para promover campañas políticas o ideológicas, mucho menos cuando se trata de mensajes que estigmatizan y criminalizan a nuestros paisanos.
Pero el problema va más allá de una ley, el problema es moral, estructural. Es una herida abierta por décadas en las que Televisa se consolidó como el instrumento predilecto de los intereses más conservadores de este país. La misma empresa que guardó silencio ante las masacres, que romantizó a los corruptos, que vendió el sueño americano mientras escondía la pesadilla mexicana.
Hoy, al permitir que Trump se meta por nuestras pantallas, Televisa no solo ofende a los migrantes; también pisotea la memoria de quienes lucharon por un país más justo. Porque hay momentos en los que callar es complicidad. Y hay empresas que, aunque hablen mucho, dicen poco. Televisa habla en anuncios, pero grita en silencio su verdadera lealtad: no está con el pueblo, está con el poder.
No podemos permitirlo más. Porque la televisión no solo entretiene, también forma. Y quien forma con odio, siembra odio. Y ese odio regresa, como búmerang, a nuestras calles, a nuestras escuelas, a nuestros hijos.
Por eso, no, no es solo un anuncio. Es un agravio. Es una alarma. Y es también una oportunidad para decidir de qué lado de la historia queremos estar. Porque no basta con indignarse: hay que actuar, hay que legislar, hay que vigilar. Para que nunca más un mensaje extranjero mancille la dignidad de los nuestros desde un canal nacional.