Existen un par de obras del escritor judío Franz Kafka que guardan una relación prácticamente indubitable. Me refiero a su obra quizás más famosa, La Metamorfosis (1986) y Carta al Padre (1986). Han sido innumerables los estudios alrededor de la obra de este escritor del absurdo. Hace poco más de un par de años, publiqué para la extinta revista digital Cuentario un triunvirato de artículos bajo la lupa psicoanalítica, tomando como elemento articulador las dos obras mencionadas, específicamente la parte alegórica de La Metamorfosis, que se relaciona con Carta al Padre. La metodología para tal enmienda fue una hermenéutica interpretativa, vertebrada por los preceptos legados por la sociología comprensiva de Max Weber. Partí primero de comprender la exposición, después interpretarla, para finalmente explicar las conjeturas encontradas. Retomaré esta vez elementos que ya habían sido expuestos, pero que se perdieron al desaparecer el sitio web. Dado que no registré este trabajo, me propongo ahora matizarlo con nuevos elementos y aquellos que aún permanecen en parte en mi memoria.
Es importante señalar que el vasto legado del psicoanálisis por su padre y fundador, el austriaco Sigmund Freud, esbozó de alguna manera el uso de esta disciplina para tareas análogas. En un compilado no muy difundido del psicoanalista, denominado Psicoanálisis del Arte (1970), podemos encontrar trabajos analíticos sobre expresiones artísticas, entre ellas algunas de carácter literario. Tal es el caso de Un recuerdo infantil de Goethe en Poesía y Verdad (1970, págs. 201-212), donde resaltan algunas teorías que no han sido atribuidas a Freud. Se dice que el padre del psicoanálisis no practicaba psicoanálisis infantiles, e incluso que él mismo afirmaba que los niños no eran susceptibles de análisis. Las teorías de psicoanálisis infantil se atribuyen a autores como Melanie Klein, Anna Freud (su hija), o Donald Winnicott, entre otros. Sin embargo, analicemos esta deducción de Freud, que nos relata lo escrito por Goethe sobre el único recuerdo que tenía antes de los cuatro años:
«Cuando todo dormía en la casa, jugaba yo en la salita (el ya mencionado lugar, sobre la calle) con mis fuentecillas y platitos, y, viendo que ya no obtenía nada más de ellos, arrojé una pieza a la calle, regocijándome de su linda manera de hacerse añicos. Los Von Ochsenstein, viendo cuánto me alborozaba y cómo batía palmas de alegría, exclamaron: ‘¡Otro más!’. No me hice rogar y arrojé una olla, y como ellos seguían exclamando ‘¡Otro!’, una por una fui botando al pavimento todas las pequeñas fuentes, escudillas, jarras. Mis vecinos seguían dando muestras de su aprobación y yo estaba radiante de poder proporcionarles ese contento» (Freud, 1970, pág. 202).
Otro paciente del neurólogo austriaco narra también que, cuando tenía tres años y nueve meses, recuerda que su padre le dice que ha traído un hermanito, y que, tiempo después, este niño comienza a aventar objetos por la ventana de la casa. Freud llega a una conjetura: dado que Goethe tenía tres años y tres meses cuando se da la acción de aventar todo por la ventana y que el acontecimiento fue espontáneo, pues la familia Von Ochsenstein solo le animaba. Llegó a la conclusión, después de analizar ciertos acontecimientos análogos de otros pacientes en el mismo relato, de que los niños, al tener esta edad y sentirse desplazados, quieren deshacerse de quien viene a reemplazarles, a quitarles el amor de los padres. Mediante una catexia, esto se traduce en el hecho de arrojar fuera y quebrar objetos. Ciertamente, estos análisis son endilgados a las teorías de las relaciones objetales tanto de Klein como de Winnicott, pero cuya genealogía era avistada ya por el propio Freud.
Partiendo pues, del hecho ya descrito y planteado por Freud, no buscaré acreditarme un descubrimiento mediante el cual podamos analizar los fenómenos inconscientes que subyacen en los textos literarios, ni crear una nueva corriente hermenéutica para satisfacer mi propio narcisismo; simplemente haré uso de este elemento freudiano para abocarme a la tarea propuesta.
Entrando en materia, a fin de comprender lo que habremos de analizar, partamos del hecho alegórico en La metamorfosis, de que el protagonista, de apellido Samsa, tiene relación con el del autor, Kafka, cobrando sentido al cambiar las consonantes, lo que da pie a interpretarse como un episodio autobiográfico en varias escenas del libro, las cuales encontrarán sentido en la interpretación que iremos abordando. Al ser en el psicoanálisis el lenguaje (Lacan, 2009, págs. 231-310), el discurso, el método por excelencia para acceder al sujeto del inconsciente, no resulta en vano esta primera aseveración respecto a los apellidos. Para el caso, podemos recordar el famillionaire expuesto por Freud y retomado por Lacan con los llamados neologismos. La obra a la que hacemos referencia vio la luz en el año de 1915, cuatro años antes de que Kafka escribiera Carta al padre, la cual no sería publicada hasta 1952, dado que en sí no era una obra literaria, sino efectivamente una misiva que le escribiría a su propio padre.
El episodio que nos ayudará en la hipótesis interpretativa se deriva cuando Gregorio Samsa, ya convertido en una cucaracha, intenta ayudar cuando su madre se desmaya, sale de la habitación, y al llegar el padre, quien al enterarse de lo sucedido, piensa que se derivó de un ataque del mismo animal en que se había convertido Gregorio. A fin de alejarlo, comienza a lanzarle manzanas, y una de ellas se le queda incrustada. Posteriormente, nadie se preocupa por la herida que el padre hace a Gregorio, la herida se infecta, y esta puede ser la causa de que finalmente lo encuentren muerto.
Por otra parte, cuatro años después, este episodio cobraría forma en la otra obra que tomaremos de referencia, al escribirle a su progenitor Carta al padre. Kafka legaría un elemento que vertebró toda su vida: un temor constante a la figura de su padre.
En 1927, el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, publicaría su ensayo Dostoievsky y el parricidio, el cual también figura dentro del compilado mencionado en la parte introductoria de este breve ensayo. Lo retomaremos como sustento teórico a los fantasmas que acecharon durante toda su vida a Kafka. En 1941 vio la luz El miedo a la libertad (2005), donde Erich Fromm narra el sueño de un estudiante de medicina que quiso ser arquitecto, pero fue truncado por la autoridad del padre. También resulta lícito recordar las palabras de una compilación del mismo Fromm bajo la nomenclatura de El arte de escuchar (1998), donde se condensa el legado de la técnica psicoanalítica de este autor, más conocido como un exponente de la Escuela de Fráncfort que por sus aportaciones al psicoanálisis. Desde un particular punto de vista, ha sido relegado a un lugar que no merece, dado que su vasta obra aporta tanto al psicoanálisis como a la propia filosofía, y no solo a la teoría crítica. En el texto mencionado, podemos leer lo siguiente, cuya relación es intrínseca a nuestra temática:
“Para comprender el análisis, quizá convenga mucho más leer a Balzac que leer libros de psicología…Leer a Balzac adiestra más en la comprensión del hombre en el análisis que todos los efectivos psicoanalíticos del mundo, Balzac fue un gran artista que sabía redactar historiales clínicos… descendiendo realmente a los móviles inconscientes y mostrando personas en relación con su situación social… Si les interesa de veras el hombre, si les interesa lo inconsciente, no lean los libros de texto: Lean a Balzac, lean a Dostoievsky, lean a Kafka, y aprenderán algo sobre el hombre, muchísimo más de lo que pueden aprender en los libros de psicoanálisis, comprendidos los míos” (Fromm, 1998, pág. 106)
A los psicoanalistas más ortodoxos no les gustarán estas afirmaciones; también, los propios analistas encuentran resistencias en la verosimilitud de ciertas sentencias. Digamos, entonces, que para comprender el síntoma de Kafka vinculado a los episodios de la figura de su padre, partiremos tomando como referencia lo aquí descrito.
Entrando en el terreno de la interpretación que sugiere Weber, podemos decir que en las sociedades patriarcales la figura del varón es sinónimo de autoridad; así, los padres gozan de respeto y los dioses más poderosos son encarnados por hombres. Esta figura de autoridad no debe ser mancillada y debe ser obedecida en todo momento; existe siempre un temor inconsciente hacia la autoridad simbólica que representa. Esto es lo que, en conceptos lacanianos (2009), conocemos como el gran Otro: la autoridad, la ley, las instituciones; en el caso presente, el padre.
Lo anterior, de alguna manera, es interpretado por Sigmund Freud en su trabajo Dostoievsky y el parricidio, aunque su análisis se centra en la rivalidad sexual emanada del complejo de Edipo, que lleva al parricida a cometer un crimen que por mucho tiempo estuvo instalado en su fuero interno, y que, para efectos de la psicología, desde esta génesis cobra valor. Estos hechos, más allá del análisis freudiano, pueden también derivar de otras represiones que emanan del carácter autoritario del padre. Digamos que, en el caso de Gregorio Samsa, la herida que le causa su padre lo ha matado en vida, por lo que Kafka, antes de llevarlo a la conciencia, lo expone de forma magistral en un sentido alegórico en su obra La metamorfosis. Cuatro años después, ya en el plano de la conciencia, expresaría este sentimiento en la Carta al padre que hemos mencionado, y sin tapujos escribiría decenas de páginas exponiendo sus motivos que sustentan el temor y la rebelión hacia su progenitor.
Kafka había sido incomprendido por su padre y fue severamente lastimado por el, recordemos esta parte donde expone:
«Sólo recuerdo con claridad un suceso de los primeros años. Quizá tú también lo recuerdes. Una noche, yo, lloraba sin cesar pidiendo que me trajeran agua, no sin duda porque tuviera sed sino probablemente en parte para fastidiar y en parte para entretenerme. Como algunas amenazas violentas no habían producido efecto, me sacaste de la cama, me llevaste al balcón y me dejaste allí un rato, en camisa, solo ante la puerta cerrada. No pretenderé decir que eso estaba mal, puede ser que en ese momento no hubiese otra forma de conseguir el descanso nocturno, pero quiero caracterizar con ello tus métodos educativos y su efecto sobre mí”. (Kafka, 1986, pág. 209)
Es evidente que los métodos educativos del padre fueron, a su vez, como los manzanazos que el padre de Gregorio le arroja. Sin duda alguna, una de estas agresiones le causa una herida mortal, que, llevada a la alegoría, se infecta, y de cuyas heridas no se ocupan ni el padre, ni la madre, ni la hermana que tanto decía quererle. Resulta obvio que el autor se sentía incomprendido y que su familia no se preocupaba de ello. Coincidamos en que, de haber sido sometido a una terapia psicoanalítica, Kafka habría mostrado atisbos de un núcleo traumático y logrado sublimarlo al escribir La metamorfosis. Usando la escritura como mecanismo de defensa, el autor consigue evadir lo que Lacan llama «lo real» y Freud denomina «trauma psíquico». Recordemos que Lacan (2006) teoriza el sinthome tomando como referencia a Joyce, quien también utilizó la escritura como un mecanismo que le permitió no caer en la locura. Sin embargo, años después, Joyce se encuentra cara a cara con el trauma por diversos medios y motivos, llevándolo al estado catártico reflejado en Carta al padre. Es importante reconocer que el mismo Sigmund Freud dijo que, aunque el psicoanálisis no siempre curaba, permitía convivir mejor con los fantasmas que nos acechan una vez traídos al plano consciente.
Otro ejemplo que guarda similitud con la vida de Kafka nos lo narra Erich Fromm al interpretar el sueño de un estudiante de medicina, al que, deseando ser médico, se le impide estudiar varias materias.
“él se encuentra en el último piso de un rascacielos, construido por él mismo, desde donde mira los edificios circundantes con un ligero sentimiento de triunfo. De pronto el rascacielos se derrumba y nuestro hombre se encuentra sepultado bajo las ruinas. Se da cuenta de que se están removiendo los escombros para rescatarlo y logra oír decir a alguien que él está gravemente herido y que el médico vendrá en seguida. Pero tiene que esperar lo que le parece ser un tiempo interminable. Y cuando, por fin, se presenta el médico, éste se da cuenta de que olvidó los instrumentos y que ya no le es posible auxiliarlo. Nace en él una ira intensa contra el médico, y repentinamente, se encuentra de pie, percatándose de no haber sido herido en absoluto. Mira con desprecio al médico, y en ese momento despierta”. Cuando niño, su pasatiempo favorito, durante muchos años, consistía en juegos de construcciones, y a los diecisiete años había pensado en llegar a ser arquitecto. Cuando se lo dijo al padre, éste le contestó muy amigablemente que, por cierto, él era muy libre de elegir su carrera, pero que él (el padre) estaba seguro de que se trataba de un resto de sus deseos infantiles y que, en realidad, su deseo era el de estudiar medicina. Algún tiempo después tiene otro sueño del que no recuerda más que un fragmento: su padre resulta herido en un accidente de automóvil. El (el que sueña) es médico y debe atender a su padre. Al tratar de revisarlo se siente completamente paralizado y no puede hacer nada. Invadido por el temor, se despierta. Al comparar este sueño con el que hemos relatado antes, le llama la atención el hecho de que, en ambos casos, el médico es incapaz de proporcionar una ayuda eficiente. Descubre con gran sorpresa la existencia de un fuerte sentimiento de ira en contra de su padre, y además, halla que su sentimiento de impotencia como médico forma parte de un sentimiento más general de impotencia que penetra toda su vida.” (Fromm, El miedo a la libertad, 2005, págs. 237-238)
Este análisis realizado por Fromm nos retrata un episodio similar al que enfrentó Kafka, cuando primero escribió su obra, retratando quizá inconscientemente el temor y el odio encubierto hacia su padre, del cual el propio padre no era consciente. Coincidiremos en que actuaban bajo un esquema de reproducción patriarcal, donde se hacía un uso falso de la libertad, causando heridas que tarde o temprano tienden a emerger o a ser el tormento constante de los sujetos, asaltándolos a veces en sueños, y otras tantas en recuerdos. En el caso del escritor judío, esto lo habría llevado, años más tarde, a escribir aquella famosa epístola.
Bajo los preceptos metodológicos previstos, podemos concluir que, sin duda alguna, la obra de Kafka sería distinta sin la herida psíquica causada por el actuar de su padre. Especulativamente, estaríamos hablando desde otra perspectiva o, quizá, el legado del escritor no hubiese existido para la humanidad. El síntoma latente en diversos momentos de su obra debe su génesis a la figura autoritaria de su padre y a la incomprensión no solo de este, sino de todo su núcleo familiar, lo que deriva en un legado lleno de absurdos. Prueba de ello es otro de sus relatos, traducido como Un fratricidio (Kafka, 1986). Gregorio Samsa, al estar encamado, deja de ser útil para la sociedad; la tierra sigue girando y no se detiene, y más allá de esto, su núcleo familiar sigue el curso de la humanidad sin reparar en la condición de uno de sus miembros.
Para el imaginario colectivo y la moralidad de la época (quizá hasta nuestros días), juzgar al padre por el hijo es inaudito e inadmisible. Lo instalado en el ideal del yo de la psique del individuo prevalece por encima de las pulsiones cuando choca con la barrera de la represión, lo que genera que el material represivo condicione el actuar inconsciente del sujeto. La figura de autoridad, que en las sociedades patriarcales o falocéntricas se ubicaba en el padre, o el también conocido «significante Nombre del Padre» en conceptos lacanianos, hoy en día merece una ampliación hacia diversas figuras revestidas de autoridad. Así como el padre puede ser autoritario, lo mismo puede aplicarse a la madre, los abuelos o familiares que influyen en la conformación del yo de los infantes, cuyas acciones tienen injerencia en la formación de su personalidad y la construcción de su psiquismo. Por ello, al igual que la herida psíquica que el padre inflige a Kafka, esta puede replicarse en los sujetos de la época desde otras figuras de autoridad y no se reduce únicamente a la figura paterna.
Convengamos, entonces, que el legado kafkiano nos es dado a partir del dolor del propio autor, de la incomprensión que sufrió en su entorno familiar. Sin embargo, su éxito en diversas culturas puede también derivar de un proceso de identificación del lector con los personajes. El sujeto que ha sentido la indiferencia de las figuras de autoridad en el hogar logra, en un plano simbólico, una comprensión y empatía con lo absurdo que resulta la vida, partiendo de una sintomatología compartida. El psicoanálisis, en efecto, no sana estas heridas; podrá ayudar a encontrar estos fantasmas y hacerlos más llevaderos, pero también podrá llevar al plano de la conciencia el no reproducir estos patrones, que tienden a convertirse en prácticas formativas cuasi dogmáticas, cuyas consecuencias pueden calar hondo en todos aquellos a quienes decimos amar. Como el propio Fromm expresa, en el texto freudiano Análisis terminable e interminable, Freud habla con un valor absoluto y pone elementos al alcance de una psicoterapia.
Trabajos citados
Freud, S. (1970). Psicoanálisis del arte. (L. L.-B. Torres, Trad.) Madrid, España: Alianza Editorial.
Fromm, E. (1998). El arte de escuchar. (J. C. Marianovich, Ed., & E. F. Herrero, Trad.) Madrid, España: Altaya.
Fromm, E. (2005). El miedo a la libertad. (G. Germani, Trad.) Buenos Aires: Paidos.
Kafka, F. (1986). Carta al padre. En F. Kafka, Obras completas. Barcelona, España: Seix Barral.
Kafka, F. (1986). La metamorfosis. En F. Kafka, Obras completas (J. L. Borges, Trad., págs. 346-393). Barcelona, España: Seix Barral.
Kafka, F. (1986). Un fratricidio. En F. Kafka, Obras completas (págs. 289-290). Barcelona, España: Seix Barral.
Lacan, J. (2006). El seminario 23 El sinthome. (N. González, Trad.) Buenos Aires, Argentina: Paidós.
Lacan, J. (2009). Escritos. México: Siglo XXI.