Elena Poniatowska despidió a su hermana Kitzia con la ternura de quien se queda a la orilla de un río viendo partir una balsa cargada de recuerdos. El 26 de marzo, en Tequisquiapan, Querétaro, Sofía Poniatowska Amor, mejor conocida como Kitzia, emprendió el viaje final. Como un acto de amor y despedida, su hermana Elena la evocó en su columna dominical en La Jornada, entre anécdotas de infancia, bailes en Bellas Artes y risas interminables.
“Mi hermana Kitzia nació en París, el 23 de junio de 1933, y murió el miércoles 26 de marzo de este año, 2025, en Tequisquiapan, Querétaro, a las 8 de la noche. Como escasamente le llevaba yo un año y un mes, de niñas no nos separamos, sino una vez, cuando, por no contagiarla con mi escarlatina, Kitzia (en realidad Sofía) vivió un mes en casa de su madrina, Odette Polroger, dueña del champán Polroger. También nos separamos cuando cumplí 17 años y me quedé interna tres en el Convento del Sagrado Corazón, Eden Hall, en Filadelfia, Estados Unidos˝, redactó al principio del artículo la galadornada con el Premio Rómulo Gallegos.
El convento más cercano a Eden Hall, agregó Poniatowska, era el de Kenwood, con el que competían en juegos de hockey, en los que Kitzia destacó, y concursos que ella ganó al subir al escenario y bailar frente a la emperatriz Zita de Hungría.
“Totalmente enrejado, negro y altanero, Eden Hall se alzaba entre un manicomio y una cárcel en el pueblito de Torresdale, Pennsylvania. Nuestra única relación con el exterior era una estación diminuta en la que viajamos a Nueva York en vacaciones”, plasmó la escritora.
De acuerdo con Elena, si la danza fue su primer amor, el humor fue su don natural. Kitzia no solo bailaba con la destreza de Pavlova o Waldeen, sino que convertía cada sobremesa en un espectáculo. No imitaba a las visitas con burla, sino con el cariño travieso de quien entiende que la vida es un juego y que la risa es el mejor refugio.
La imagen de Kitzia subida en una motocicleta para S.nob, la revista de Salvador Elizondo, es más que una anécdota. Fue un símbolo de su espíritu libre, de su negativa a encasillarse en lo esperado. Como si la vida fuera un escenario, Kitzia supo cuándo bailar, cuándo reír y cuándo retirarse.
Elena recordó que el amor de Kitzia por los animales no fue un capricho pasajero, sino un eco de su abuela Elena Iturbe de Amor. Caballos, perros y la libertad del campo fueron parte de su esencia. Pero si hay un lazo que la definió fue el que la unió a su hijo Alejandro Aspe. Lo cuidó con la devoción de quien entiende que el amor no es solo presencia, sino entrega absoluta.
También regresó a los tiempos en que llegó a México, junto con su familia.
“En 1942 llegamos a México, para quedarnos toda la vida, Mamá (Paula Amor), Kitzia y yo después de un largo viaje en el enorme Marqués de Comillas, al que subimos en Bilbao. Kitzia no quería salir del camerino y sufrió todo el viaje, mareada por las olas, el viento en cubierta y las sillas llamadas trasatlánticas, en las que nunca pudo sentarse. Extrañaba a Papá (el capitán Jean E. Poniatowski), quien nos había despedido en la estación de Toulouse para después atravesar a pie los Pirineos con otros militares y reunirse con el general De Gaulle en Argelia, donde ya se encontraba su hermano André y dos de sus jóvenes sobrinos, Philippe y Marie André”.
Finalmente asegura que a su hermana le deben mucho sus cuatro hijos, quienes ahora pasan grandes épocas de su vida en Tequisquiapan.