El dirigente nacional del PRI, Alejandro “Alito” Moreno, ha vuelto al centro del debate público tras anunciar que llevará denuncias contra funcionarios de la llamada Cuarta Transformación ante el gobierno de Estados Unidos. El gesto, duramente criticado por la presidenta Claudia Sheinbaum, quien lo calificó de “vendepatrias”, evidencia una estrategia desesperada del priista: trasladar la disputa política nacional a tribunales e instancias extranjeras.
El movimiento provocó reacciones dentro del Gobierno federal, y evidencia la profunda crisis de credibilidad que enfrenta el PRI, un partido históricamente dominante que hoy se encuentra en franca decadencia, bajo el mando de un dirigente cuya imagen está irremediablemente vinculada a escándalos de corrupción, enriquecimiento ilícito y uso faccioso de las instituciones partidistas.
La Fiscalía Anticorrupción del estado de Campeche ha solicitado una nueva declaración de procedencia (desafuero) contra Moreno por el presunto desvío de 83.5 millones de pesos durante su gestión como gobernador. Esta petición se suma a otra ya existente desde 2022, por enriquecimiento ilícito, que podría ser desechada por el Congreso, a través de su Sección Instructora.
Pese a estos señalamientos, el priista no solo niega los hechos, sino que minimiza los procesos, calificándolos como “montajes políticos”. Ha acusado a Morena de persecución y respondió con una estrategia que apunta a crear una narrativa paralela: denunciar a sus adversarios por supuestos vínculos con el crimen organizado. Sin embargo, esta estrategia —más reactiva que sólida— parece tener escasa tracción frente a los hechos y a una opinión pública cada vez más crítica.
El PRI, bajo su conducción, no solo ha perdido fuerza electoral y representación institucional, sino que ha marginado a sus cuadros históricos, modificado sus estatutos para permitir la reelección del propio Moreno hasta 2032, y cerrado espacios a la renovación. En lugar de un proceso de autocrítica, ha optado por blindar a un liderazgo cuestionado, lo que ha terminado por minar cualquier posibilidad real de reconstrucción del partido.
La realidad política también ha cambiado. Datos recientes del INEGI revelan que el ingreso de los hogares mexicanos creció un 15.6% entre 2018 y 2024, lo que indica que alrededor de 10 millones de personas han salido de la pobreza en ese mismo periodo. Además, México mantiene un crecimiento económico, pese a los escenarios internacionales.
A la oposición le duele que el Fondo Monetario Internacional (FMI) elevara su pronóstico de crecimiento para México en 2025, al pasar de una proyección de recesión a un aumento del 0.2% en el PIB. En su informe anterior, publicado en abril, el organismo había anticipado una contracción. Para 2026, mantuvo su estimación en 1.4%. ¡No lo quieren aceptar!
En este nuevo México, figuras como “Alito” Moreno no encuentran eco ni respuestas del pueblo. La oposición no ha logrado ofrecer una alternativa coherente ni creíble; sus líderes más visibles —incluidos personajes polémicos como Ricardo Salinas Pliego, quien es visto por la población como un evasor fiscal, o la senadora Lili Téllez— recurren a ataques constantes, sin propuestas claras ni visión de país.
No entienden —o no quieren aceptar— que México ya cambió.