Nadia Contreras, escritora nacida en Colima en 1976 y residente desde hace años en Torreón, Coahuila, es una figura multifacética: académica, tallerista, gestora cultural y creadora incansable. Licenciada en Letras y Periodismo, con una maestría en Ciencias Sociales por la Universidad de Colima, ha cosechado múltiples premios nacionales de poesía y es autora de más de quince libros que oscilan entre la poesía, el ensayo y la prosa poética.
En diálogo con Poetripiados, la autora presentó La infinita aproximación, una obra que entrelaza ensayos reflexivos, narrativas personales y susurros poéticos. A través de estas páginas, explora con sutileza temas como la infancia, las relaciones humanas, el crecimiento personal, la naturaleza, el amor, la tecnología y la inexorable condición de la mortalidad.
Durante la conversación, Contreras ahondó en su proceso creativo, la evolución de su voz literaria, el estado actual de la literatura mexicana, los hábitos de lectura en México y aquel primer contacto con un libro que marcó su niñez, donde quizás se sembró la semilla de su vocación.
A continuación presentamos la entrevista completa:
1. ¿De qué trata La infinita aproximación?
Esta antología es, para mí, el resultado de una década de reflexiones y descubrimientos. Entre 2014 y 2024, fui reuniendo ensayos que, más que respuestas definitivas, ofrecen preguntas abiertas sobre nuestra existencia, el conocimiento y la literatura. Creo que la verdad nunca es un punto de llegada, sino un horizonte al que siempre nos acercamos sin tocarlo del todo. Esa búsqueda interminable es lo que, en mi opinión, define nuestra experiencia como seres humanos.
La verdad es que… la literatura ha sido como una especie de brújula para mí en todo este proceso. Es curioso, ¿no? Porque a través de ella logramos entender no solo lo que pasa afuera, en el mundo, sino también ese caos —o esa calma— que llevamos dentro. En esta antología, lo que intento es invitar al lector a ver cómo nuestras ideas y percepciones… ¡pues no se quedan quietas! Cambian, se retuercen, nos sorprenden cuando menos lo esperamos.
Cada ensayo, en cierto modo, es como abrir la puerta a una conversación. No sé, es ese lugar donde lo más personal se topa con algo más grande, algo que resuena en todos. Al menos, esa es la intención. Cuento cosas mías, sí, pero siempre tratando de conectar con esas cuestiones universales que, al final del día, nos tocan a todos. O al menos, eso espero…
Uno de los aspectos más importantes del libro es la introspección. En este mundo tan acelerado, detenerse a reflexionar es un acto de resistencia. Es una invitación a cuestionar nuestras certezas y a redescubrirnos constantemente. No se trata solo de mirar hacia adentro, sino de encontrar puentes entre nuestra historia personal y las grandes preguntas que han acompañado a la humanidad a lo largo del tiempo.
2. ¿Cómo surgió la idea para esta nueva obra y cuánto tiempo te llevó darle forma?
En un principio lo llamé La escritura del instante. Eran textos nacidos en las primeras horas de la mañana, escritos casi de golpe, sin mucho filtro, como si las palabras fueran un reflejo inmediato de algo que apenas despertaba conmigo. Tenía todo el día para darles forma, para cerrarlos. Por eso, muchos de ellos tienen ese aire cercano a los sueños, a esa revelación que llega de otra parte, más allá del pensamiento consciente.
Luego, no sé muy bien por qué, cambié el título a La infinita aproximación. Tal vez porque, después de diez años de escribir, sentí que cada texto era solo eso: un intento, un acercamiento que nunca terminaba de llegar. Durante todo este tiempo, escribí sobre tantas cosas… filosofía, literatura, pero también sobre la vida, mi identidad. Era como si cada página fuera un espejo que reflejaba quién era en ese momento, o quién creía ser.
Seleccionar los textos, a lo largo de seis meses, para este libro fue todo un reto. No se trataba solo de elegir los que más me gustaban, sino de encontrar un hilo que los uniera, que les diera un sentido común. Revisé cada ensayo, uno por uno, no solo para corregirlos, sino para entender qué tanto había cambiado yo misma en todo este tiempo. Quería que esta recopilación mostrara ese recorrido: mi evolución como escritora, como pensadora, como persona.
El resultado —o al menos espero—, es un libro que no solo junta textos independientes, sino que ofrece una especie de narrativa. Una voz que, aunque se aproxima desde distintos ángulos, siempre busca algo, un significado. ¿Lo encontró? No estoy segura. Tal vez esa sea la verdadera esencia de La infinita aproximación: el intento constante de alcanzar algo que, en el fondo, siempre se escapa.
3. ¿Qué diferencias encuentras entre este libro y los anteriores que has publicado?
Es complicado… siempre lo es cuando intento comparar un libro con otro. Cada obra es un reflejo de un momento específico, de una versión distinta de quien escribe, y hay cosas que, no se pueden poner del todo en palabras. La infinita aproximación es diferente, sí, lo siento así, pero… ¿lo es tanto? No sé si esa diferencia es tan clara o tan fácil de definir.
En mis libros anteriores —Retratos de mujeres, Lo que queda de mí, Figuraciones, Cuando el cielo se derrumbe, e incluso Presencias—, había un enfoque muy personal. Eran textos escritos en verso o en prosa poética, anclados en la identidad femenina, en experiencias íntimas. Era un diálogo conmigo misma, y aunque tocaba temas universales, siempre partía de lo individual. Ese era mi terreno conocido, un espacio donde las emociones dictaban el camino, y la escritura funcionaba como un espejo… o como un refugio, tal vez.
En cambio, este nuevo libro… No sé, siento que tiene una carga más filosófica, más abstracta, quizás. Es como si hubiese dado un paso atrás para observar desde otra perspectiva. ¿O será que solo lo estoy viendo así ahora? Esta exploración ya había comenzado en otros libros, como Quedará el vacío, Caleidoscopio o Presencias, e incluso en algunas partes de La luz es un efecto óptico. Pero en La infinita aproximación me interesan más la búsqueda del conocimiento, la naturaleza de la verdad, y la literatura no solo como expresión, sino como herramienta para cuestionar y entender el mundo. No se trata solo de contar o de expresar, sino de reflexionar, de dialogar con ideas más amplias. ¿Lo logré? No estoy segura.
El enfoque también ha cambiado. Antes, todo era más directo, más visceral. La emoción era inmediata. Ahora, la escritura tiene una orientación más teórica. No he dejado de lado lo personal, sigue ahí, pero se mezcla con una mirada más crítica, más… ¿distante? Tal vez, pero en el buen sentido. Es como si me estuviera observando desde afuera. Y luego está el tema de integrar otras disciplinas. En este libro no me limito a hablar desde la experiencia personal o desde la poesía pura. Intento conectar distintas perspectivas: la filosofía, la literatura, la historia, incluso algunas ideas científicas. Quise crear un diálogo entre lo íntimo y lo universal, entre lo concreto y lo abstracto.
4. ¿Cómo describirías tu evolución desde aquel primer libro, Retratos de Mujeres (1999), hasta tus publicaciones más recientes?
Vaya, la palabra “evolución” suena más seria de lo que me siento ahora mismo. Pero sí, es cierto que desde Retratos de mujeres y Mar de cañaverales, que es mi libro consentido de aquella época, hasta La infinita aproximación ha habido un cambio. ¿Notable? Bueno, quizás desde afuera se vea así, pero para mí ha sido más un proceso natural, casi inevitable. Como ya lo mencioné, en esos primeros libros, estaba muy centrada en la identidad femenina, en lo personal, en experiencias íntimas. Con el tiempo, supongo que mi mirada se fue ampliando. Ya no me bastaba con explorar solo lo individual. La vida, la literatura, el tiempo, el color, la enfermedad… todo eso empezó a colarse en mis textos. Quizá porque empecé a hacerme otras preguntas, más universales, más difíciles de responder. No es que haya dejado de lado lo personal, sigue ahí, pero ahora se mezcla con algo más. ¿Filosófico? Tal vez. O, al menos, más reflexivo. En fin, ¿he evolucionado? Supongo que sí. Pero más que una evolución, lo veo como un viaje que sigue en marcha. Cada libro es un paso, y con cada paso, me descubro —o me pierdo— un poco más.
5. Tienes libros de poesía, ensayos y relatos, ¿en cuál de estos géneros te sientes más cómodo?
La verdad es que disfruté muchísimo escribiendo estos textos. Esa escritura matutina —a veces casi improvisada— tenía algo especial, como si las ideas llegaran frescas con el día. Luego venía la revisión, claro, donde me veía de cuerpo entero: algunas ideas se convertían en textos completos, otras se quedaban a medio camino, atrapadas en el intento. Pero incluso esos borradores me enseñaron algo valioso.
Siempre he sentido que escribir en periódicos es una experiencia muy enriquecedora. Las personas te escriben, te cuentan sus historias, comparten sus vivencias… A veces, incluso, quieren que incluyas sus anécdotas en lo que estás escribiendo. En La infinita aproximación hay mucho de eso. Muchas de las historias surgieron de ese intercambio, de ese diálogo. Es como si los textos se fueran construyendo no solo con mis ideas, sino también con fragmentos de la vida de otros.
Lo curioso es que estos ensayos los puedo escribir con la música a todo volumen —eso sí, nada de banda, por favor—. En cambio, la poesía… Ah, esa es otra historia. Para la poesía necesito silencio. Aunque, últimamente, escribo en cualquier parte: cafés, en el trabajo, mientras me traslado de un lado a otro… donde me agarre la inspiración. Pero para revisar, eso sí, necesito tranquilidad: mi escritorio, música suave, ese espacio donde todo cobra sentido.
A lo largo de los años, he explorado varios géneros: poesía, narrativa, ensayo, entrevista, crónica, relato (muy poco, pero sí he publicado)… Y aunque disfruto todos, siento que el ensayo me ofrece más libertad. Me permite mezclar la reflexión filosófica con lo personal, conectar ideas con experiencias. Es como tener una conversación profunda, pero sin prisa. Me encanta esa posibilidad de diálogo, primero conmigo misma y luego con el lector. Este tipo de textos me permiten tejer hilos entre lo teórico y lo personal, creando un equilibrio entre el análisis y la introspección.
No obstante, la poesía sigue siendo el terreno que me hace sentir más auténtica: mi refugio, mi posibilidad de sanar y salvarme, como siempre lo he dicho.
6. Desde tu perspectiva, ¿cuál es la situación actual de la literatura mexicana?
¡Qué difícil esta pregunta! Estamos viviendo un momento de gran creatividad, con muchas voces nuevas que están surgiendo con propuestas frescas, arriesgadas, que no tienen miedo de abordar temas complejos y necesarios. Lo más interesante es que, más allá de los grandes centros literarios, ahora hay un movimiento muy valioso de escritores que vienen de regiones menos visibilizadas, que están encontrando su espacio y aportando perspectivas únicas.
En cuanto a la poesía mexicana, sobre todo la de algunos autores contemporáneos, está conectada con la realidad social. Muchos escritores están comprometidos con lo que sucede en el país, usando la poesía como una herramienta para resistir, reflexionar y denunciar. Siguen la tradición de autores como Dana Gelinas, Sara Uribe, Javier Sicilia, María Rivera, Cristina Rivera-Garza y muchos más. Es una poesía que no esquiva la complejidad de la realidad mexicana, sino que la enfrenta con valentía.
Lo fascinante es que la poesía no está limitada a los espacios tradicionales; se ha relacionado con otras disciplinas, lo que le da una frescura increíble. Las fronteras temáticas, al igual que las geográficas, se han difuminado. Hoy en día, la literatura y todo lo demás circula libre por el mundo digital. Las redes sociales, aunque algunas personas las critiquen por ser pasivas o no estar a la altura de lo que exige el contexto actual, han abierto nuevas puertas para que los escritores lleguen a más personas.
Lo que nos distingue, o al menos lo que a mí me parece, es que tenemos la palabra. Y con ella viene una responsabilidad, aunque a veces no estoy tan segura de si estamos cumpliendo con ella. Es difícil, porque hay momentos en que siento que la realidad se me escapa, pero al mismo tiempo, la literatura es una herramienta para cuestionar, pensar y tal vez entender un poco mejor lo que está pasando. Claro que siempre hay diferencias de enfoque, pero lo que importa es no perder de vista que, al final, todos estamos dentro de esta historia… aunque no siempre sepamos cómo estamos contribuyendo a ella.
7. ¿Qué papel juega desde hace años el Internet en esto de dar a conocer una obra?
Al reflexionar sobre esto, me doy cuenta de cuánto ha transformado todo el Internet. Los ensayos de La infinita aproximación fueron publicados en medios nacionales e internacionales, los enviaba a través de un correo electrónico.
Lo que más me sorprende, y lo digo un poco con asombro, es la facilidad con la que ahora podemos llegar a un público mucho más amplio. No importa si vives en el norte, en el sur o en un pueblo que casi ni aparece en el mapa. Con acceso a internet, cualquier escritor puede hacerse escuchar y construir una presencia literaria sólida, ni siquiera nos hubiéramos imaginado. Las redes sociales y las plataformas de publicación han democratizado todo este proceso, haciendo más fácil conectar con otros, compartir tus textos y conocer voces de todo el mundo.
Sin duda, esto tiene un lado muy positivo. Pero, al mismo tiempo, no debemos perder de vista algo fundamental: aunque el internet ha abierto un montón de puertas, aún necesitamos fortalecer y crear más espacios culturales en las regiones y en las ciudades más pequeñas. En esos lugares donde, aunque la literatura está presente, no siempre tiene la visibilidad que merece. Y aunque ahora la publicación sea mucho más accesible, eso no significa que todo deba ser publicado sin más. No podemos olvidar que detrás de cada texto debe haber un trabajo, un proceso. Cada vez más, es necesario capacitarse, leer con más profundidad, escribir más, y perfeccionar lo que hacemos. Así que sí, el internet ha cambiado mucho las reglas del juego, pero eso no significa que podamos olvidar de dónde venimos, o hacia dónde y con qué herramientas queremos llegar, ¿verdad?
8. ¿Cómo es tu proceso creativo?
Mi proceso creativo ha cambiado mucho con los años. Hace mucho tiempo, tenía todo un ritual: un escritorio, mi máquina Olivetti, cuadernos y una habitación con la puerta abierta, porque no soportaba los espacios cerrados (¿quién sabe por qué?). En ese rincón nacieron mis primeros libros. Pero claro, con el tiempo, las cosas se complican y esa idea de tener un “lugar fijo” para escribir comenzó a desvanecerse.
El trabajo, los estudios y las demás responsabilidades hicieron que mi espacio de escritura se volviera más flexible, por decirlo de alguna manera. Ahora escribo en todos lados: en cafeterías, en el sillón, en la cama, en la oficina, siempre combinando la inspiración con otras tareas. Es como si estuviera robando pedacitos de tiempo y espacio entre las obligaciones diarias, y aunque a veces el proceso parece más caótico de lo que me gustaría, también siento que es liberador.
En todo esto, la cotidianidad es una gran fuente de ideas. Las cosas simples, los momentos cotidianos, me invitan a pensar y reflexionar, y de ahí nacen las palabras. A veces, es cuestión de detenerse a observar, tomarse un tiempo para mirar a mi alrededor o escuchar lo que los demás tienen que decir. Así que, en resumen, mi proceso creativo es como un caos ordenado: robando tiempo y espacio aquí y allá, pero siempre buscando ese momento de reflexión y esa conexión entre lo vivido y lo imaginado.
9. ¿Cuál fue tu primer encuentro con un libro durante tu niñez?
En mi casa, no había una gran biblioteca ni una tradición literaria arraigada. Lo único que recuerdo de esos primeros años fueron la Biblia y Mi ángel de la guarda, que siempre estuvieron por ahí. Pero, fue mi madre la que, cuando tenía apenas el primer año de secundaria, me dio dos libros que cambiaron mi vida: Frente a un escaparate y La muchacha y la pureza. Si soy honesta, no recuerdo bien de qué trataban, pero lo que me impactó fue la manera en que estaban escritos. La tipografía me parecía algo fascinante. No había dibujos, solo palabras, pero esas palabras eran tan poderosas que, a su manera, parecían tener vida propia. ¿Es posible que la forma de las letras pueda dejar una huella tan fuerte? Yo diría que sí.
Aquel pequeño gesto, esos dos libros, marcaron el inicio de algo mucho mayor. No solo me acercaron a la lectura, sino que me abrieron la puerta hacia la poesía, un territorio desconocido pero, al mismo tiempo, familiar. Poco después, la directora de la escuela me pidió que participara en un concurso de declamación. ¿Cómo olvidar el poema “En paz” de Amado Nervo? Al leerlo por primera vez, sentí algo extraño, como si esas palabras hablaban de mí, de mis pensamientos más ocultos. No entendía por qué, pero sabía que había algo en esa poesía que me llamaba, algo que no podía dejar de explorar. De ahí comencé a sumergirme en la poesía de Nervo, Villaurrutia, Pizarnik, Plath, Castellanos… y cada poema me hablaba de las emociones más crudas y sinceras, de lo que era capaz de expresar cuando todo lo demás fallaba.
En esa época, la literatura fue para mí una vía para comprender esos vacíos de la infancia, esos momentos de contradicción que no entendía. Pero, ¿es la lectura un refugio o una forma de entender el mundo que nos rodea? Yo diría que ambas cosas. Los libros me ayudaron a llenar esos espacios vacíos, a darles forma a mis emociones y a las situaciones que no podía comprender. ¿Y si los libros, en lugar de ser solo historias, fueran una herramienta para reconstruirnos como personas? Quizá, en mi caso, eso fue lo que sucedió. La literatura se convirtió en mi forma de hacer que las piezas del rompecabezas de la vida encajaran.
Al final, pienso que la literatura no es solo algo que se lee o se escribe, sino algo que se vive. Ha sido mi compañera constante desde aquel primer encuentro, desafiándome, enseñándome, haciéndome pensar. Aunque no fue el inicio más común, sin duda marcó el comienzo de una relación que sigue creciendo y transformándose. ¿Qué haría yo sin la literatura? Honestamente, no lo sé, pero sí sé que me sigue enseñando más de lo que jamás imaginé.
10. ¿Qué papel crees que debe desempeñar un escritor en un país como el nuestro, donde la violencia ha imperado durante más de 15 años?
Es una de esas cuestiones que uno se plantea en la madrugada, cuando el ruido del día se ha calmado, pero los ecos de la violencia siguen retumbando en nuestras mentes. Y es que, si lo pensamos bien, ¿cómo puede alguien que se dedica a las palabras no verse tocado por una realidad tan compleja? ¿Cómo puede un escritor quedarse al margen de todo eso? El escritor no es un simple narrador de historias o un tejedor de versos; el escritor debe convertirse en un observador reflexivo, en una voz crítica que no solo describa lo que sucede, sino que también cuestione, incomode y, sobre todo, ofrezca alternativas.
La literatura, en este sentido, no puede ser vista como un lujo o una forma de entretenimiento; debe ser una herramienta de resistencia, de reflexión, de cuestionamiento. ¿Cómo no hacerlo cuando lo que se juega en la vida cotidiana es tan fundamental? ¿Qué se pierde si nos quedamos callados? La escritura puede ser un medio para enfrentar lo que muchas veces preferimos no mirar de frente: el dolor, la desigualdad, la injusticia. Pero, más allá de eso, tiene la capacidad de ayudar a sanar, de ofrecer un espacio donde se puedan procesar las emociones, las experiencias, los traumas.
Uno de los mayores desafíos para un escritor en tiempos de violencia es no caer en la desesperanza. ¿Qué pasa si, a través de las palabras, conseguimos que alguien se cuestione lo que da por sentado? ¿O si, con una historia, provocamos que alguien vea algo que antes no veía? La responsabilidad ética del escritor es algo que no se puede tomar a la ligera. ¿Qué más puede hacer el escritor sino ser un faro de visibilidad para quienes han sido invisibilizados? Y no solo eso, sino también un vehículo para las preguntas incómodas, esas que no siempre queremos hacernos. Y tal vez, en ese proceso, nos dé también las fuerzas necesarias para seguir adelante. ¿No es eso lo que la literatura siempre ha hecho?
11. Vivimos en un país con un bajo índice de lectura. ¿Qué propondrías para fomentar el hábito y el amor por la lectura en México?
¿Por qué la lectura no tiene la misma relevancia que otros hábitos en nuestra vida diaria? Tal vez porque muchas veces no está conectada con lo que vivimos. Si la literatura se percibe como algo lejano, ¿cómo esperar que la gente se acerque a ella? La clave está en hacerla resonar con nuestras experiencias y preocupaciones, eligiendo libros que hablen de lo que nos importa. ¿Por qué no poner en las manos de todos, especialmente de los niños, libros que les hablen de su mundo, que los hagan pensar y soñar?
Desde pequeños, debemos conectar a los niños con la lectura de manera divertida, sin presiones. ¿Por qué no crear espacios donde leer sea tan natural como jugar? En lugar de verlo como una obligación, debemos hacer de la lectura un disfrute. Los niños tienen una gran capacidad de aprender a través de las historias. Si les damos libros que hablen de lo que les rodea, que despierten su imaginación, estarán creando una relación con los libros que puede durar toda la vida.
¿Y qué tal si hacemos de la lectura un acto social? Los clubes de lectura, por ejemplo, son un buen ejemplo de cómo compartir lo que leemos puede ser una experiencia enriquecedora. ¿Por qué no aprovechar la tecnología para hacer la literatura más accesible mediante apps o plataformas interactivas y divertidas? Los libros no deben ser solo textos estáticos; pueden convertirse en una herramienta dinámica para aprender y explorar.
En La infinita aproximación, hablo sobre la importancia de conectar la literatura con la experiencia personal y la cotidianidad. Si queremos que los niños se enamoren de la lectura, debemos darles libros que se conecten con su realidad, con sus inquietudes y sueños. ¿Por qué no enseñarles desde pequeños que la lectura no solo es una tarea, sino una forma de entenderse a sí mismos y al mundo que los rodea? Como menciono en La infinita aproximación, la literatura no debe ser algo distante, sino algo que se pueda tocar, sentir y vivir.
Así como en mi libro, donde la memoria y la introspección son fundamentales, podemos usar la literatura como una manera de que los niños reflexionen sobre su entorno. Si conectamos la lectura con la cotidianidad, no solo les daremos libros, sino que les abriremos puertas para entender sus propias experiencias. Si desde la infancia hacemos que la lectura sea significativa, será mucho más fácil que los niños crezcan viendo en los libros no solo un pasatiempo, sino una manera de vivir, sentir y pensar.