Parábola de la voz pródiga
Fui a recorrer el mundo
buscando descubrir la esencia de la vida,
conocer los placeres de los dioses
para después cantarlos
audaz, innovador como ninguno.
Exigí de mi padre
una jugosa herencia de palabras
y me anuncié con ellas
en exquisitos puertos y remotos parajes.
Visité sus talleres literarios,
fui a sus presentaciones de libros y revistas,
a sus fiestas, aulas, páginas.
Los políticos fueron no menos complacientes
al hallar mis palabras adecuadas
a sus siempre honorables ideales.
Los frailes de una escuela de empresarios
casi me hacen Doctor Honoris Causa
por mi cátedra dictada en sobremesa
sobre la teología de mercado.
Llegaban las mujeres a beber de mi fuente de palabras.
En las cantinas más les escanciaba
de la sabiduría ancestral que fue mi herencia
en sus odres de plástico
con luces de neón.
Y en sus fiestas privadas,
llené de locuciones amatorias
labios de vodka tonic,
senos de manantial de cinco estrellas.
Hasta que entre el tabaco y los surcos del espejo,
alcanzada la gloria de este mundo
antes de haber escrito el primer verso,
los alardes de cantor de luna en pecho
secaron mi garganta.
Los antiguos amigos siguieron en la fiesta
y mis musas se vieron cautivadas
por voces de más pródigos profetas.
No pude ni cantar en los mercados para ganarme el pan.
Trabajé madrugadas limpiando las cantinas.
Me alimenté de sobras al sacar la basura.
Y recordé a mi padre.
Les pedí caridad a los choferes de camiones de carga
para volver a casa donde mi padre al verme
me besó pies y manos polvorientos
y me llenó de voces de canto y esperanza.
Mandó que me lavaran y vistieran.
Hizo incluso una fiesta en honor de mi regreso
a pesar de mis hermanos de voz inmaculada.
Hoy guardo las palabras prodigiosas
que mi padre no deja de brindarme,
porque es en medio de ellas que debo hallar mi voz.
Viajo en su biblioteca.
Descubro los parajes donde anduve,
y a profetas de otros siglos
que ya advierten contra mis infortunios.
Los versos que construyo finalmente
tienen sabor a tierra,
a guijarros y polvo, como cada pared que me cobija.
En silencio total los trazo a lápiz.
Modelo con las manos sus palabras
y las extiendo al sol,
para que mis hermanos
que no dejan de ver el horizonte,
comprendan al mirarlas
que el universo entero está en la casa,
en el patio, las puertas, los baúles,
en la gente de esta y otras épocas
y en el trabajo diario.
Que más allá del cielo conocido,
lo que cambia es el nombre de las cosas
y que el único viaje que conlleva algún hallazgo
es siempre hacia uno mismo.
Casi muertos
(2020)
I
Estamos casi muertos,
así caigamos hoy o en veinte soles
después de tantas albas postergadas
o de cerrar los párpados al tiempo
en duermevela por cuarenta lunas.
Quisiera hacer un vínculo
entre los días lúcidos perdidos en la arena
(o que tal vez persistan en grises telarañas
en nuestro cielo raso de párpados caídos)
y los que aún no vienen,
esas vueltas de sol como en espera
de sus amaneceres,
o los giros que restan a un plantea
ensimismado.
El vínculo es sencillo: ante el hallazgo
o expectación ante lo venidero,
este casi
llegar al giro último
hace valer
las alzas y caídas
en la rueda espiral
de la fortuna.
Virado de otro modo con párpados abiertos:
ante la inmensidad que aún nos quede
o inmediatez que asoma en la ventana,
valdrá la pena cada nueva línea
coronada de puntos suspensivos
(valdrá la pena cada luna nueva
como punto final, uno tras otro,
en eterno suspenso, estamos casi…)
II
Y tal vez casi nada
seamos
pero el casi
es todo mi universo.
El milésimo,
esa ínfima fracción en que nadamos,
es para mí un océano para sentirnos libres.
¿Y quién ayudará a la humanidad
a desbancar el ángulo imperante,
a evadir a las huestes de las casi verdades
aunque nos queden décadas de errancia en el desierto
hacia donde queramos dirigirnos?
Y somos casi cuerdos
en sendos universos de espejos confinados,
espejeantes ventanas hacia nuestras pupilas
empañadas.
Así como la tarde es ya
la casi noche,
somos casi silencio,
como los carnavales son la casi Cuaresma,
como todos los giros van atisbando al último,
como el humeante bosque es
casi desierto,
como la Noche Vieja en pirotecnia,
o los mugidos en el matadero
o el tráfico en la calle, aún en cuarentena,
son la casi quietud,
la madrugada
que hacia nosotros tuerce sus silbidos
y sus anillos nos envuelven,
fríos,
en vana búsqueda de lo que somos,
casi.
III
Valdrá la pena todo
cuando estemos a punto de encontramos
al estirar la mano
o las pestañas.
Entre tanto,
los vasos casi llenos nos tienen en la mira
para que caminemos en sus bordes
sobre sus pretendidos manantiales
o la ilusoria saciedad del cero.
Estamos por completo en esa mira.
Hoy casi somos mártires.
Hoy casi somos.
Casi.

Fer de la Cruz (Luis Fernando de la Cruz Herrera) es un académico y poeta yucateco nacido en Monterrey, Nuevo León, en 1971. Es candidato a doctor en español por la Universidad de California, Irvine; maestro en español por Ohio University, y Lic. en Humanidades y Filosofía por la Universidad Mesoamericana de San Agustín. Ha publicado más de veinte libros, principalmente de poesía (lírica, satírica y para la infancia), pero también de narrativa y traducción literaria, entre ellos “Poemas espirales” (Libros del Marqués, 2021), “Extramuros” (Bitácora de vuelos, 2022) y “Pero el mar no es de fiar” (Los Cínicos, 2023). Entre otros reconocimientos, ha recibido el Premio Internacional de Poesía “Bitácora de Vuelos”, 2022, el Premio Internacional de Poesía Ciudad de Mérida, 2019. Está próximo a defender su tesis doctoral titulada “Múul kuxtal: Cosmopolítica y oralidad en la poesía maya contemporánea”.