Nuestro pueblo es misterioso, mucho más su monte. Los mayores dicen que cuando muere la gente de estos rumbos, en su ruta a la inmortalidad, pasan a dejar una última señal. Manitas pintadas le dicen al lugar donde los muertos dejan plasmada en la fresca tierra lo que en vida fue la palma de su mano. Miles de huellas se encuentran ahí y el tiempo las confunde gradualmente. Es aquella primera comunión con la divinidad y con la naturaleza. Volvemos a ella, no hay duda.
Así sucedió con mi abuelo y quizá con todos mis ancestros. Cuando niño, un día con mi papá fuimos en busca de hongos que por estos montes hay gran variedad. Pasamos por ese lugar. Entonces me dijo:
—Cuando uno muere, hijo mío, pone aquí su mano y luego marcha a la otra vida. Mi papá dejó plasmada su huella aquí para recordarlo siempre.
Entonces, algo dudoso, le dije:
—¿Cómo puedes encontrar la huella de su mano entre tantas que hay? Yo no podría hacerlo.
Mi papá, sabio, contestó:
—Algún día, cuando yo falte, sabrás cuál es mi huella. Cuando pase esto, hijo, debes saber que te seguiré cuidando desde las estrellas y desde este monte. Podrás venir a visitarme cuando estés triste y cuando las presiones de la vida te sofoquen, recuerda que yo estaré contigo. Solo falta sentir el aire fresco de los pinos que te despeinará tu cabellera. Ahí estaré, hijo mío.
Seguimos el camino. Ese día encontramos muchos hongos que bajamos gustosos y se los dimos a mi mamá. Ella, tan linda como siempre, los guisó para la cena. Por la noche soñé que estaba en el monte; Manitas pintadas relucía con tantos muertos que pronto subí a un oyamel por miedo. Desde ahí veía circular a gente que conocía pero aquí ya eran esqueletos. Aun así, sabía de quiénes se trataban. Uno alcanzó a divisarme y me saludó. Se trataba de don Ernesto, un hombre del pueblo que en vida fue tan trabajador que lo tomé como ejemplo. Su sonrisa me brindó confianza, por lo que decidí bajar de mi refugio. Él se acercó a mí. Me dijo:
—Joven Israel, ¿qué hace por estos rumbos?
Le contesté que se trataba de un sueño, eso creía yo.
—No, joven Israel, aquí solo venimos los que nos vamos al otro mundo. Yo, que apenas recuerdo la vida, me preparo para este trance. Siento que no estaba preparado pero ahora que convivo con mis paisanos, lo cierto es que ya lo estoy. Quizá toda la vida lo estuve y ahora solo lo recuerdo. Recordar y descubrir llevan la misma suerte.
—Don Ernesto, apenas lo creo que usted no esté vivo. Siento que solo se fue de viaje y que pronto, en vida, lo volveré a ver. Quizá a eso se le llame esperanza. Nos sabemos de alguna forma inmortales y solo es cuestión de transitar para volver a ver a la gente que queremos. Aun así me duele mucho su partida. No pude despedirme siquiera de usted. Ahora guardo como caro tesoro el día último que lo vi, cuando fue a visitarme a casa por cuestiones de sus terrenos. No se apure. Yo aquí, en mis posibilidades, ayudaré a su familia.
—Gracias, joven Israel, eso me tenía con el pendiente. Uno deja muchos pendientes en la vida. Si todos supiéramos que nos iremos a la brevedad arreglaríamos todo, pero la verdad no se puede. Uno vive como puede entender el cachito de realidad que tiene, luego se esfuma todo. La vida es prestada y nos aferramos a que es de nosotros. Si ve a mi esposa dígale que la amo, a ella siempre la recordaré.
—No se apure, don Ernesto, se lo diré. Ella, recuerdo, siente lo mismo que yo. Su partida fue prematura y no estábamos preparados. Apenas si le lloraron, pero usted sabe que en el Tierra no andan bien las cosas. Ya nos alcanzó el destino y tratamos de sobrevivir. Ojalá los males que nos asedian pasen pronto. Cada día la zozobra nos consume el interior.
—Tenga valor y esperanza, joven Israel. Nunca se olvide de ello.
Don Ernesto todavía me dio un último consejo de tantos que me brindó en vida.
La charla que sosteníamos fue interrumpida por un búho que se posó donde otrora me refugiaba. Desde ahí nos miraba. Entonces don Ernesto dijo, mirando al búho:
—Él te acompañará de regreso, sabe perfectamente la ruta de los sueños a la vida. Joven Israel, me dio gusto poder despedirme. Gracias por siempre ayudarme. Me voy tranquilo y feliz.
Entonces me solté a llorar. No podía contenerme. Don Ernesto, que en ese entonces lo pude ver con su pantalón azul de manta y su camisa blanca de siempre, con el recuerdo en su rostro, se incorporó a Manitas pintadas. Puso su huella en la tierra fresca y desapareció con el movimiento de los pinos y zacatones.
Cuando divisé a los demás muertos ya no vi a ninguno. Todos se habían ido. Me sentía vacío y con una melancolía que me consumía en el interior. Quería correr, gritar, arañar los pinos… entonces, el ulular del búho me tranquilizó. Me miraba curioso con esos ojos profundos, llenos de fuego y vida. Yo lo vi y éste emprendió el vuelo. El camino era oscuro e incierto; sin embargo, mi guardián me brindaba valor. Se escuchaba en los cerros alaridos de nahuales pero cuando esto pasaba el búho me esperaba y me refugiaba en sus alas. Así anduve mucho tiempo cuando la claridad me mostró el camino. El búho entonces se despidió y voló de nueva cuenta a su nido. Cuando los primeros rayos del sol me rosaron el rostro, desperté. Me encontraba en casa.
Le conté a mi mamá lo que me había sucedido y ella, amorosa, me dio un abrazo que terminó por alejar todas las tristezas y miedos que sentía. Me dijo:
—Tranquilo, hijo, ya estás en casa. Yo siempre te cuidaré. Agradece la oportunidad que tuviste de despedirte de don Ernesto. Ahora, él se encuentra en paz. Ven, vamos a desayunar.
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Israel Rosey es abogado y escritor mexicano. Asiduo lector de la literatura clásica. El destino, inescrutable, lo llevó al camino de las leyes. Licenciado en derecho, con máster en Derecho y especialidad en Derechos Humanos, ambas con mención honorífica. Actualmente cursa el doctorado en Administración Pública. Profesor humanista de la Facultad de Derecho de la UNAM. Servidor público en la Cámara de Senadores. Como Juan Rulfo, tiene una necesidad por escribir. Ha colaborado en la redacción de libros, proyectos de iniciativa de ley y artículos periodísticos. Su primer libro, El bosque de las sombras, es un compendio de cuentos de literatura fantástica.

