I.- La maternidad es un árbol que forma parte de una tradición frondosa en occidente. A la maternidad se le resguarda, se le venera, se le cultiva mediante una serie de rituales que se practican como una jardinería literaria o filosófica. Hace siglos que la maternidad es resguardada desde el jardín de las humanidades. La palabra “cultura” que proviene del latín, significa “cultivar”. La cultura de la maternidad en occidente ha sido cultivada mediante una serie de técnicas y prácticas, que provienen de la jardinería de la literatura o la filosofía. En torno al árbol de la maternidad en occidente se ha procurado construir una belleza, una estética que ha sido regada y fertilizada con esmero.
Lo que miramos de los árboles es su aspecto su exterior: el tronco, las ramas y el follaje que se expanden en el aire. Pero hay una parte de los árboles que no logramos ver. No miramos las raíces que crecen hacia abajo. No miramos el subsuelo donde se entierra el árbol. No miramos esa profundidad que se oscurece. La jardinería humanística de la maternidad en occidente procura embellecer el exterior del árbol, lo poda y le da una forma estética ante los ojos. Pero no muestra la profundidad en la que se enraíza el árbol, las raíces que se clavan hacia abajo, las formas de crecer que se oscurecen bajo tierra. Las raíces del árbol de la maternidad, que se entierran profundo en la cultura occidental, son un objeto escurridizo, que se esconde de nuestros ojos.
Durante siglos, la jardinería de las humanidades nos ha mostrado las frondas embellecidas del árbol de la maternidad, pero no ha mostrado sus raíces, sus formas de encajarse en las profundidades de la cultura. La poética de Jessica Anaid, navega a contracorriente de la jardinería humanística que procura embellecer al árbol de la maternidad en occidente. La poeta chihuahuense no muestra la belleza del árbol de la maternidad, sino que muestra la oscuridad que envuelve sus raíces. Lo que los ojos no pueden ver, lo que los ojos no quieren ver de la maternidad en occidente, es mostrado en la poesía de la autora radicada en Cuauhtémoc, Chihuahua. No hay belleza en la maternidad. Y en caso de haberla, tendríamos que hablar de una belleza oscurecida.
A lo largo de su obra, Jéssica Anaid desentierra las raíces del árbol de la maternidad y nos las muestra de manera ostensiva. Nos deja ver su oscuridad, sus formas de torcerse y esconderse. Hay lugares oscuros de la cultura en occidente que a pesar sus contradicciones, deben ser mostrados. Uno de esos lugares son las raíces del árbol de la maternidad que crecen bajo tierra, que se tuercen cuando encuentran una piedra, que se expanden sin que podamos verlas.
II.- La poética de Jessica Anaid en el libro “Innecesárea” (FCE, 2023), desentierra las raíces del árbol de la maternidad en occidente. En la literatura y la filosofía, el tema de la maternidad tiene hondas raíces que se despliegan desde Grecia hasta nuestros días. La poesía de Jessica Anaid dialoga con las raíces profundas de la maternidad, pero no para embellecerlas, sino para deconstruir su belleza. La obra de esta autora muestra los pedazos de una maternidad que se rompe al estrellarse contra el suelo del siglo XXI. Desde sus primeras líneas el libro “Innecesárea” desentierra las raíces de la maternidad en occidente, que se depositan en la mitología griega.
Zeus mide con su relámpago de metal mis huesos
pélvicos:
caderas estrechas, dice…
Su relámpago me entra por la espalda y pierdo el
conocimiento
anota el nombre de mi futuro recién nacido en una
hoja
y el nombre de mi hijo se convierte en un cordón
umbilical que se adhiere a la bolsa de su bata
blanca…
Soy Sémele… (Ibidem., P. 11)
El poemario de Jessica Anaid parte de un diálogo con las “Bacantes” de Eurípides (1979, pp. 347 y 352), que gira en torno al nacimiento de Dionisio: “Me presento como hijo de Zeus en este país de los tébanos, yo, Dionisio. Aquí me dio a luz un día la hija de Cadmo, Sémele, en un parto provocado por la llama del relámpago.” En las líneas posteriores, el coro de las “Bacantes” complementa lo narrado por Dionisio sobre su nacimiento: “A quien antaño, entre los angustiosos dolores de parto, la que lo portaba en sí, su madre, dio a luz como fruto apresurado de su vientre, bajo el estallido de trueno de Zeus, al tiempo que perdía la vida fulminada por el rayo. Al instante en la cámara del parto lo recogió Zeus Cronida, y ocultándolo en su muslo lo alberga.”
En las “Bacantes” de Eurípides se narra el nacimiento de Dionisio, en un parto prematuro. Algunos autores de la mitología griega plantean que Sémele, madre de Dionisio, le pidió a Zeus que se le presentara en su lecho de la misma forma en que lo hizo ante la diosa Hera. Zeus se le presentó con un rayo fulminante, que mató Sémele y dio lugar al parto adelantado de Dionisio. Entre las variantes de este mito, se plantea que detrás de estos hechos está una intriga fraguada por Hera, al momento de enterarse que Zeus tenía un amorío con Sémele. Pero más allá de las variantes del mito y la posible intervención de Hera en la muerte de Sémele y el nacimiento de Dionisio, lo que se subraya son los significados de la maternidad y el parto que están detrás de este mito griego.
Aquí es necesario preguntarse: ¿Cuál es el significado del parto de Dionisio en la mitología griega? En ese acto, Zeus muestra su hombría simbolizada por la figura del rayo que ilumina un nacimiento. En las “Bacantes” de Eurípides, el otro personaje masculino, Dionisio, busca sustentar su ascendencia divina como hijo de uno de los Dioses del Olimpo. Finalmente, el nacimiento de Dionisio iluminado por el rayo de Zeus, desemboca en la muerte de Séleme.
En la mitología griega, la figura femenina de Sémele tiene una presencia secundaria ante las figuras masculinas de Dionisio y Zeus. El parto de Dionisio no le pertenece a Sémele, su madre, sino que le pertenece a Zeus, su padre. Sémele muere fulminada por el rayo de Zeus, mientras el Dios griego toma a Dionisio y lo alberga en su muslo con la intención de resguardar su nacimiento. El poema de Jessica Anaid juega con esta condición patriarcal, que se deposita sobre el significado del parto y la maternidad en occidente. A diferencia de Zeus, Sémele no es una diosa. En el poema, al referirse a la figura de Sémele, la autora cuauhtemense coloca dos veces la palabra “diosa” entre signos de interrogación.
Soy Sémele
Es un retoño que ninguna diosa podría parir
¿diosa?
caderas estrechas, justificación innecesaria que se
amolda al brillo de su relámpago…
¿diosa?
madre, si
sé parir,
pero Zeus es quien anota el nombre de nuestros hijos
en la página y los gesta en la bolsa de su bata
blanca, cuya tela roza el muslo de su pierna
izquierda. (“Inncesárea”, P. 11-12).
En la mitología griega el parto de Dionisio no le pertenece Sémele, sino que le pertenecen a Zeus. Detrás del significado de “dar a luz” en occidente, está el rayo de Zeus que fulmina la condición maternal de Sémele, mientras ilumina el nacimiento de Dionisio desde una postura patriarcal que es evidente. El nacimiento de Dionisio no brota del vientre de Sémele, sino del muslo de Zeus. En el poemario “Inncesárea”, la figura de Zeus es equiparada a la figura de un médico que viste una bata blanca, mientras atiende un parto. La figura del médico representa la masculinidad científica de la medicina en occidente, que interviene en un parto hospitalario. La poética de Jessica Anaid desentierra las raíces del árbol de la maternidad, y nos muestra la oscuridad de su condición patriarcal. Desde su voz interior, la poeta se asume como Sémele, y grita. Comienza a gritar, con una fuerza descomunal que se extiende a lo largo de cincuenta y siete de páginas.
III.- Los poemarios “Han apagado ya las luces” (Sangre Ediciones, 2021), “Innecesárea” (FCE, 2023) y “Sólo sé criar hongos negros” (Medusa Editores, 2024) forman parte de una misma línea de escritura, en la que Jessica Anaid escarba en torno al tema de la maternidad en occidente. Hace tiempo que no leía una poesía tan poderosa, tan estéticamente luminosa en sus formas de echar luz sobre los lugares oscuros de occidente y, tan políticamente punzante en sus formas de destazar una estructura cultural como la maternidad. Cuando se lee un texto con esta potencia estética y política, tiene lugar un sacudimiento existencial. Experimenté este mismo sacudimiento existencial hace alrededor de veinticinco años, cuando leí el poemario “Isla de raíz amarga. Insomne raíz” de Jaime Reyes (FCE, 1985).
En el poemario “Han apagado ya las luces”, la autora reinterpreta las figuras de Caín, Abel, Adán y Eva, señalando los condicionamientos patriarcales que residen en el discurso bíblico. Pero es en el libro “Solo sé criar hongos negros”, donde la poesía de Jessica Anaid desacraliza el discurso bíblico de la maternidad, con una belleza descomunal.
Me pidieron que guardara reposo.
Me pidieron que cerrara fuerte las piernas y abriera
la boca para rezar tres aves Marías.
El crucifijo tembló en la mano otra mujer,
no en la mía.
Yo no recé.
Me tragué las palabras de aquella que rezaba por mí.
Bendito sea el fruto de tu vientre Jesús.
Pero este vientre no es de Jesús,
es mío.
El fruto tampoco es Jesús,
es un coágulo deforme.
Aprieto fuerte las piernas,
mis entrañas remueven el fruto de mi vientre
Las entrañas enfurecidas me rasgan la piel.
Enfurecidas rasgan el vientre en un intento por salir.
Santa María, madre, ruega por nosotras.
Y el crucifijo tiembla en la mano de otra mujer… (Ibidem., pp. 63).
El poema citado se refiere al aborto, uno de los temas recurrentes tratados en la obra analizada. La violencia milenaria que reside en las estructuras de la maternidad en occidente, la carga patriarcal que tiene componentes míticos y/o religiosos, la conflictiva condición de ser madre o madrastra en el siglo XXI, la depresión postparto y al aborto, son algunas de las líneas que tematizan la escritura de Jessica Anaid. Estas mismas líneas temáticas forman parte de la narrativa escrita por la autora cuauhtemense, en el cuento “A la quinta semana de su desaparición” (Tintanueva Ediciones, 2023).
El libro “Innecesárea” cierra con el poema “Autorretrato” (Ibidem., pp. 49-57), que está escrito en siete fragmentos bajo la estructura del prosema (prosa poética). En el último de estos fragmentos, Jessica Anaid se revela contra la condición patriarcal de la maternidad que subyacen en los roles que juegan los personajes bíblicos: “Soy Eva pariendo a Adán, en el paraíso de mis piernas abiertas. Son Eva pariendo a Adán, soy yo escenificando en este lienzo del origen del mundo a la mujer que pare, no a la que paren desde la costilla. No, Adán no es quien pare, no son los médicos de este quirófano terrenal, soy yo, Eva…” Es la voz de la poeta la que pare al mundo, la que resignifica las maneras de nombrar al mundo, la que replantea los actos de los personajes bíblicos a partir de una trama feminista.
IV.- En la portada del libro “Innecesárea”, que ganó el premio de poesía Germán List Arzubide en 2023, la maternidad es representada con una imagen compuesta, que está formada por las partes del cuerpo de una araña que se combinan con un cuerpo femenino. Esta imagen es monstruosa y grotesca. Hay unas manos y unos hilos de titiritero que sujetan este cuerpo monstruoso, mientras un bisturí perfora su vientre y hace escurrir un líquido sanguinolento que se derrama hasta el piso.
En el poemario “Solo sé criar hongos negros”, Jessica Anaid abre el libro con una cita de la poeta Esther M. García, quien también representa la condición monstruosa de la maternidad mediante la imagen corporal de una araña: “Digo la palabra/ madre/ y de mi boca/ emerge negra/ una tarántula.” Hacia la segunda mitad del siglo XX y principios del siglo XXI, ha sido común representar la maternidad mediante imágenes monstruosas. En la escritura de la autora radicada en Cuauhtémoc, Chihuahua, constantemente se juega con recursos metafóricos que representan la condición monstruosa de la maternidad.
Pero esta condición monstruosa de la maternidad se juega en una dialéctica que la teórica del feminismo Adrienne Rich, conceptualiza como “cólera y ternura”, que se entremezclan conflictivamente en un “ethos” de la maternidad que es moderno (“Nacemos de mujer. La maternidad como experiencia e institución”, editorial Traficantes de sueños, 2019, pp. 67). En base a las notas de su diario personal, Rich conceptualiza esta condición de cólera y ternura que forman parte de la maternidad en la actualidad:
En cuanto a mis sentimientos hacia estos pequeños seres inocentes, a veces me considero un monstruo de egoísmo y de intolerancia. Sus voces consumen mis nervios, sus constantes necesidades, por encima de todo su necesidad de simplicidad y de paciencia, me llenan de desesperación ante mis propios fracasos, ante mi destino, que es la función para la cual no estaba preparada. Y muchas veces me siento débil por contener mi rabia… Sin embargo, en otras ocasiones me disuelvo con la sensación de su fragilidad, de su encantadora e irresistible belleza, su capacidad para seguir amando y confiando, su lealtad, honradez y desinterés. Les amo…
En el capítulo final del libro de Rich, esta doble condición de la maternidad es analizada en base al caso de Joane Michulski, quien en 1974 teniendo treinta y ocho años, asesinó a sus dos hijos más pequeños en el jardín de su casa. En las investigaciones realizadas en torno a este caso, diversos testigos declararon que Joane amaba profundamente a los dos niños asesinados. La dialéctica de la maternidad que forma parte de la relación madre-hijo(a), que oscila entre la cólera y la ternura, tiene una carga de contradicción que es irresoluble. La poeta Jessica Anaid, juega con esta condición a partir de la imagen materna de la mujer que es representada simbólicamente como una “perra”. En el poemario “Innecesárea” (Ibidem., pp. 27) la maternidad es representada como una perra rabiosa que se resiste a ser madre: “Yo muestro la hilera de dientes/ a mi recién nacido/ han dicho que soy capaz de cuidarlo/ el niño sigue en mi regazo y yo quisiera ser la perra/ madre sin aquella carga de maternidad/ madre rabiosa…”
En el poemario “Yo solo sé criar hongos negros” (Ibidem., pp. 39), la relación que oscila conflictivamente entre la cólera y la ternura sucede entre una madrastra y su hijo: “Mi hijastro lanza un objeto./ Alguien grita: “no se lo avientes que no es una perra”…/ Ladro y no logro formar palabras./ Las frases se me escurren en la saliva enfurecida. Me llama: “ven acá perra, intento de madre”./ Sacudo la cola para agradarle./ Agacho las orejas y me recuesto bajo sus pies./ Lo sostengo al igual que una divinidad/ soy la perra santa en posición de luna cargando el peso/ de una maternidad sumisa…”
Jessica Anaid escarba alrededor del árbol de la maternidad en occidente. Escarba desesperadamente con las dos manos y nos muestra las entrañas de una oscuridad que se vuelve abrumadora. Arrodillada en el jardín de las humanidades, donde florecen la literatura y la filosofía, la poeta cuauhtemense no deja de escarbar, hacia abajo, profundo. Mientras la tierra se le encaja entre las uñas y la piel de los dedos. Y en algún momento, en algún parpadeo, se da cuenta que está escarbando sobre su propio cuerpo, sobre su vientre que toma la forma de un abismo…

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