Las impactantes imágenes difundidas por funcionarios de la Casa Blanca este viernes, en las que un grupo de migrantes es mostrado encadenado y caminando en fila hacia un avión para ser deportados, ilustran con crudeza las prácticas deshumanizantes en las que ha caído el Gobierno de Donald Trump.
¿Cuál fue la razón de dar a conocer esas imágenes en las que se denigra a los migrantes? Aunque es habitual que las autoridades estadounidenses utilicen esposas durante las repatriaciones, nunca antes se había observado una medida tan excesiva e innecesaria como la de encadenar a los migrantes. Muchas de estas personas no representan un peligro para la sociedad ni han cometido delitos graves, lo que convierte estas acciones en una clara violación a los derechos humanos y en una muestra palpable de la falta de empatía hacia los grupos más vulnerables.
Las imágenes, compartidas por la vocera de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, rápidamente se hicieron virales en las redes sociales y desataron reacciones en contra, especialmente dentro de la comunidad latinoamericana, que ve reflejada en esta política una constante criminalización de su presencia en el país. Para los migrantes, muchas veces vistos como una amenaza o como una carga, este tipo de represalias tan visibles y humillantes representan un golpe más a su dignidad, a la cual se le niega incluso el derecho de ser tratada con el mínimo de humanidad.
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La exhibición pública de los migrantes encadenados es una medida inhumana y degradante. No será la primera vez ni la última en las que el mundo vea este tipo de imágenes en la administración de Trump, que se ha distinguido por su agresiva retórica antiinmigrante y su política de “tolerancia cero”.
La Casa Blanca, lejos de mostrar señales de arrepentimiento, ha confirmado este viernes el despegue de los primeros vuelos de deportación masiva desde la llegada de Trump a la presidencia, con la promesa de endurecer las políticas migratorias. La portavoz Leavitt aseguró en la red social X que el presidente Trump “envía un mensaje contundente y claro a todo el mundo: si entras ilegalmente en Estados Unidos, sufrirás las consecuencias”. Esta afirmación refleja la postura radical de un gobierno que no tiene reparos en hacer del sufrimiento humano un instrumento de intimidación política y de negociación.
Según las autoridades estadounidenses, más de 500 migrantes han sido detenidos bajo esta nueva ofensiva, y Leavitt anunció que se está llevando a cabo “la operación de deportación más masiva de la historia” del país, que afectará a “cientos de personas”. Este tipo de operaciones generan un clima de violencia simbólica contra comunidades enteras, especialmente las latinoamericanas, que han sido objeto de la demonización más feroz bajo los primeros días de la administración Trump.

Desde que Trump inició su carrera política, las declaraciones contra los migrantes se han convertido en el eje de su discurso. En 2015, cuando se lanzó como candidato presidencial por primera vez, ya condenaba a los mexicanos como “violadores” y “criminales” que “traían drogas” a Estados Unidos. Prometió construir un “gran, gran muro” a lo largo de la frontera, un proyecto que insistió en que sería México quien lo pagaría. Esta retórica xenófoba no ha disminuido, sino que ha crecido con cada año que pasa, y con su segundo mandato a la vista, Trump parece empeñado en escalar aún más la guerra contra los migrantes.
Las amenazas de deportaciones masivas, las políticas arancelarias radicales y los llamados a la intervención militar en México contra los carteles de la droga han sido parte del arsenal discursivo y legislativo del presidente. Sin embargo, el problema no solo radica en sus palabras, sino en las acciones que implementa, como la utilización de la fuerza, la deshumanización y la criminalización sistemática de quienes, por razones de supervivencia, se ven obligados a cruzar la frontera.
La retórica de “invasión” utilizada por Trump, equiparando el cruce de migrantes con una agresión militar, es particularmente peligrosa. Este tipo de lenguaje alimenta el miedo y la intolerancia en la sociedad estadounidense, y también contribuye a justificar medidas cada vez más extremas contra las personas que solo buscan mejorar su calidad de vida o huir de situaciones de violencia y pobreza en sus países de origen.
De hecho, la orden ejecutiva de Trump, que autoriza el despliegue de tropas estadounidenses en la frontera, refleja en el fondo un enfoque bélico ante un fenómeno social complejo. Aunque los detalles de esta medida aún son difusos, se contempla la posible intervención de la Guardia Nacional, una fuerza militar estatal compuesta por soldados civiles, que ya mostrado su capacidad para abusar del poder en contra de los migrantes. La ley estadounidense prohíbe el uso de fuerzas militares regulares en suelo nacional, pero las fronteras han sido uno de los puntos más sensibles en este contexto, y Trump parece dispuesto a violar las normas con tal de afianzar su imagen como el líder que “defiende” al país de la “invasión”.
El encadenamiento de migrantes no es un hecho aislado, sino una expresión más de un gobierno que ha hecho de la humillación pública un sello distintivo de su política migratoria. Esta práctica, lejos de resolver los problemas migratorios, solo agrava la crisis humanitaria que viven miles de personas que atraviesan el país en busca de un futuro mejor. Trump no busca soluciones dignas y humanas, apuesta por el sufrimiento y el odio.