La gobernadora María Eugenia Campos Galván ha decidido que su mejor escudo no es la obra pública ni el diálogo con sus gobernados, sino el brillo efímero de los anuncios pagados con millones de pesos públicos. Ha entregado a dos personas, contratos por 40 millones de pesos para limpiar su imagen y por una asesoría fantasma sin resultados que le ha costado a los chihuahuenses 32 millones de pesos, de acuerdo con documentos públicos.
Así, como si fuera una estrella en decadencia que compra su propia fama, Campos en su más reciente despilfarro ha entregado la friolera de 8 millones 750 mil pesos a Limón Publicistas SA de CV, la empresa comandada por Juan Carlos Limón García, un viejo conocido del priismo que supo tejer campañas para Enrique Peña Nieto, ese otro ícono de la opacidad y la corrupción disfrazada de glamour.
Lo irónico no es solo el monto, sino el contexto en que esta generosidad se despliega. Limón García y su agencia ByPower no son desconocidos para quienes han seguido el rastro del dinero público en escándalos como “La Estafa Maestra”, un fraude que podría ser el guion de una novela negra mexicana. Empresas fantasma, universidades públicas cómplices, políticos priistas beneficiados, y millones que se evaporan en la nebulosa de la impunidad. Y ahí, en medio de ese lodazal, Campos decide que su imagen vale más que las necesidades urgentes de Chihuahua.
Lo más revelador de esta historia no es la suma de los millones, sino la ausencia de resultados palpables en su gobierno. No hay obra pública significativa, no hay avances visibles en la atención a la Tarahumara o en la reducción de la inseguridad. En cambio, hay 1,637 millones de pesos invertidos en una maquinaria publicitaria diseñada para callar críticas, lavar reputaciones y castigar adversarios. Porque en política, el silencio comprado es el aliado más eficaz de la mediocridad.
Pero la generosidad de Campos no se agota en el viejo priista Limón. Como si fuera poco, ha pagado otros 32 millones 997 mil pesos en contratos directos a Ernesto Cordero Arroyo, exfuncionario de Felipe Calderón, para “asesoría financiera”. Cordero, aquel mismo que alguna vez ocupó la Secretaría de Hacienda y Desarrollo Social, se ha convertido en el consultor preferido para endeudar y refinanciar las finanzas estatales. Sus contratos, otorgados entre 2022 y 2024, no tienen siquiera número de folio, un detalle que en la jerga burocrática suena a “manos libres para hacer lo que quieran”.
Este paralelismo entre Limón y Cordero, entre los viejos operadores del PRI y PAN, es un espejo que refleja la mutua dependencia de la clase política local en sus redes nacionales, donde las lealtades se venden al mejor postor y los contratos millonarios son el lubricante que mantiene el engranaje corrupto en movimiento. María Eugenia Campos no solo recicla sus alianzas; perpetúa un sistema donde la política es un negocio y el gasto público, un botín.
El cuento que nos ofrece Campos es el de una gobernadora que prefiere disfrazar su vacío con luces prestadas, que encender la esperanza en sus ciudadanos con acciones reales. Es la historia de un liderazgo más preocupado por su imagen que por su gente, donde la verdad se esconde detrás de pantallas y voces que alguien ya pagó para que hablen bien.
Así, mientras Chihuahua aguanta la sequía de justicia, seguridad y desarrollo, su gobernadora entrega millones para comprar silencios y maquillar una gestión que carece de alma. Porque, la verdad siempre encuentra la manera de salir a la luz, y en este capítulo, la trama de la opulencia publicitaria se enfrenta a la cruda realidad de un pueblo que merece más que espejismos y promesas gastadas. Estos son solo dos casos, pero hay más, que vamos a ir desgranando poco a poco.