Otra máquina que mata fascistas: la de Jesse Welles
El video es en un campo; arbustos resecos, cielo medo nublado, árboles sin hojas. Debajo de las líneas de cables eléctricos que vienen de una torre al horizonte, un joven en camisa de franela a cuadros rojos y negros. La melena despeinada, el flequillo cubriéndole la frente. A primer vistazo, uno podría confundirlo con John Fogerty. Toca una guitarra amarilla y canta, precisamente, que todas sus camisas de franela están hechas en Blangadesh, y sus camisetas en Vietnam. Se entiende hacia dónde va. Es 22 de enero de 2025; hace dos días fue la inauguración de la segunda presidencia de Donald Trump y el cantautor Jese Wells acaba de subir un nuevo video en Instagram.
Era de esperarse que surgiera una voz como la de Welles; lo que extraña es que haya tardado en aparecer. Nacido en 1994, está ya curtido en las cuestiones del rock, sólo que ahora sus canciones son producto de la incertidumbre en Estados Unidos, recrudecida en la era Trump 2.0. La población polarizada, el tejido social en tensión así como el económico, tendencias autoritarias y provocaciones varias: el reglamentario manotazo desestabilizador propinado a diario. El panorama es desalentador, por decir lo menos, porque para las personas fuera de la plantilla blanca, cristiana y heterosexual, es amenazante. Las condiciones obligan a que aparezcan héroes comunes, el average Joe que hace la diferencia: el vecino amable sin fijarse en colores de piel o de banderas, la maestra que apoya y defiende a los y las adolescentes trans, la bibliotecaria que por debajo del agua presta libros prohibidos por el capricho conservador, el empleador de latinoamericanos con o sin papeles, los latinoamericanos con o sin papeles uniéndose contra la discriminación y las deportaciones masivas o, simplemente, los ciudadanos sensatos que hacen y cuidan lo suyo sin violencia ni odio. Para ellos están hechas las nuevas canciones de Jesse Welles.
Activo desde 2012 y después de haber pasado por el power trio Dead Indian, el grupo Cosmic-American y otro con su apellido como nombre, además del proyecto solista llamado Jeh Sea Welles, este cantautor del poblado Ozark, en el estado de Arkansas, optó por la canción de protesta y su notoriedad ha ido creciendo a pesar de su discreción; esto es, casi sin entrevistas, sólo haciendo llegar su música, ya sea autopublicándose o apoyándose en plataformas digitales y redes sociales. Atrás quedó el eco del grunge, el tinte de rock psicodélico y en ocasiones hasta pesado, así como una evidente predilección por el sonido nirvanesco. A partir del año 2024, prolífico para Welles, se limita al folk rock y hay quien le ha llamado fast folk, debido a la rapidez con la que aborda los sucesos que inspiran su obra.
La industria farmaceutica, los microplásticos, la crisis del fentanilo, la de obesidad, los medios… no hay tema actual que no esté representado en las letras de Jesse Welles, haciendo uso de rimas inteligentes y una fuerte dosis de ironía. Si se le antoja, toma a Walmart como recurso para referirse a la decadencia de su país, o edita un disco que pareciera dirigido al público infantil, con la naturaleza como temática principal: “Me gustan los bichos y te diré por qué/están vivos y yo también”, canta en “Bugs”. Regularmente es más crudo: “La guerra no es asesinato, pregúntale a Netanyahu/tiene una canción para eso y una bomba para ti” dice en “War isn’t murder”. También, en “Cancer” dice que éste “es un negocio tan lucrativo como la guerra/si no estás esperando la paz, ¿entonces por qué esperar una cura?”. Si le llega el espíritu navideño, lo hace a su estilo: “Dejó el Polo Norte/dijo que está muy frío/fue donde la mano de obra es barata/y los impuestos son bajos”, canta en “Amazon Santa Claus”.
La vía por la que Welles se ha popularizado son las redes sociales, principalmente TikTok e Instagram. Sus críticas, sus letras ingeniosas con referencias claras a tópicos actuales, sus quejas, se cuelan entre las noticias y el contenido basura que predomina en dichas redes, donde alguien siempre está sugiriendo a dónde ir a comer, qué comprar, cómo vestirse. La cuenta de Welles es simple: él no habla, él canta, y en estos tiempos, se agradece que alguien nos cante entre tantas voces que gritan intentando persuadirnos para estandarizarnos y consumir todos lo mismo. Como la de Woody Guthrie, la guitarra de Jesse Welles podría llevar la leyenda de “Esta máquina mata fascistas” y nadie podría acusarlo de mentir. Sin fuertes compromisos con discográficas o medios y con valentía, Welles pone el dedo en la llaga norteamericana al narrar sus trapos sucios; por eso lo asocian con otros que han hecho algo parecido: John Prine, Neil Young y, especialmente, Bob Dylan, al grado de que lo han llamado “el Dylan de la Generación Z”. No es en vano que, más allá de cantidad de seguidores (no vamos a medir a un artista con las cifras con las que alguien se gana el desagradable mote de “influencer”) se le haya otorgado el reconocimiento y afiliación al John Prine Songwriter Felowship, que su gira actual sea una consecución de sold outs desde meses antes de cada actuación y de que este 2025 se presentará en el afamado Newport Folk Festival, el mismo en el que 60 años antes, en 1965, Dylan transmutara de trovador a rockero conectado a la corriente eléctrica, generando uno de tantos escándalos que siempre han estado ligados al género de Chuck Berry y Little Richard.
Dado el formato con el que se ha dado a conocer, es evidente lo que este cantautor produce en la gente, porque puede leerse mientras se le escucha. El valor de los comentarios de sus seguidores radica en la esperanza que genera el que unos y otros empaticen y se sientan acompañados mientras el mundo parece desbaratarse. Hace recordar las palabras de Henry David Thoreau sobre cómo el destino de un país no depende de un proceso electoral y de los papeles que se meten a una urna, “sino del hombre que cada mañana sacas de tu cuarto y lo pones en la calle”. Las reacciones a la música que Jesse Welles publica en sus redes lleva a pensar en que somos muchos quienes salimos de nuestra habitación y caminamos por las calles deseando que éstas nos llevaran por un rumbo diferente, donde la especie humana fuera más consciente, tolerante, considerada y libre. Con no sentirse solo ya es mucho, pero si a la vez que nos refrendamos del bando que prefiere la colaboración a la competencia, que se inquieta ante la desigualdad y la opresión y que persigue el respeto a los derechos de todos y el bienestar común, disfrutamos de canciones sencillas, muchas veces tocadas sólo con guitarra acústica y armónica, uno se siente un poco mejor. El acceso a ellas está a unos cuantos clics. Sólo es de buscar en Spotify los álbumes Patchwork, Hells Welles, All Creatures Great And Small (todos de 2024) o Middle (el único de 2025 hasta ahora) o bien, unirse a @wellesmusic en Instagram. Música para ser ciudadano. A tenerla presente para ir al trabajo, a la universidad, al mercado y, especialmente, a votar, independientemente del país en el que se viva.
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Paulino Ordóñez ha publicado las plaquettes: Veinte minifaldas (2011), y La novia y sus amigas (2015), los poemarios: Multitudes (2012) y La cópula (2012); y los libros infantiles: ¡Otra vez ese tal principito! (2001) y La palabra espuma (2008).
Está incluido en el disco compacto Momento, Antología de poesía contemporánea (Conarte, 2012). En el 2014 fue becario del Centro de Escritores de Nuevo León.