El pasado resuena en cada esquina del presente, y en esta encrucijada, donde se encuentra el gobierno mexicano enfrentando presiones del expresidente Donald Trump, parece que las lecciones de nuestra historia se nos revelan como un eco distante y urgente. A lo largo de los siglos, las naciones han defendido con fiereza su soberanía, conscientes de que ceder ante las imposiciones externas equivale a abrir una puerta a la injerencia que, una vez abierta, resulta difícil cerrar. En este año que recién empieza, el gobierno de Claudia Sheinbaum se encuentra ante un momento decisivo: mantener su postura firme o sucumbir ante una maquinaria de presión que no parece tener límites.
La estrategia del expresidente Trump para usar a la prensa estadounidense, como lo refleja el reciente reportaje de The New York Times sobre la producción de fentanilo en México, según el Gobierno de México, evidencia una clara intención de influir en la agenda política y económica del país. Este tipo de maniobras, aunque disfrazadas de preocupación por la seguridad y la salud pública, representan una amenaza latente a la soberanía de México, pues buscan imponer narrativas que socavan la autonomía de nuestras decisiones internas.
La información del reportaje, que sugiere la posibilidad de producir fentanilo en condiciones rudimentarias, ha sido contundentemente refutada por expertos médicos y científicos del país. Sin embargo, la reiteración de este tipo de afirmaciones en medios internacionales no es casual; forma parte de un discurso que intenta consolidar una percepción de México como incapaz de controlar el problema de las drogas, abriendo la puerta a propuestas intervencionistas. No sería la primera vez que ocurre y menos, la última vez.
Sheinbaum, en su posición de liderazgo, ha dejado claro que México no aceptará injerencias extranjeras en el combate al tráfico ilícito de drogas. Esta postura no sólo es correcta, sino esencial. Ceder a las presiones externas podría desencadenar una situación sin precedentes, donde la seguridad nacional y la estabilidad política se vean comprometidas.
La historia nos enseña que los actos de resistencia son los que definen a las naciones. Desde la intervención francesa hasta los tratados que han marcado nuestra relación con Estados Unidos, México ha aprendido que la defensa de su soberanía es un principio irrenunciable. La administración actual debe recordar que su compromiso principal es con el pueblo mexicano, y cualquier acción que debilite nuestra posición frente a las potencias extranjeras podría tener consecuencias devastadoras.
La utilización de medios internacionales para presionar al gobierno mexicano no es sólo una estratagema política, sino también un recordatorio de los intereses en juego. Trump, con su estilo combativo y su retórica incendiaria, busca consolidar su narrativa frente a su base electoral, utilizando a México como un chivo expiatorio conveniente. Sin embargo, la respuesta mexicana debe ser clara: no se permitirá que se trivialice ni manipule la realidad nacional para favorecer intereses externos. Eso no debe suceder.
La defensa de nuestra soberanía no implica ignorar los problemas internos, sino enfrentarlos con valentía y compromiso. El tráfico de fentanilo es un problema real, pero su solución no pasa por permitir que otros países dicten las estrategias de combate. La ciencia, la investigación y la colaboración internacional basada en el respeto mutuo son las herramientas que México debe privilegiar. Debe haber coordinación y así como es una obligación de Mexico combatir la producción del fentanilo, lo es también para Estados Unidos, frenar el tráfico de armas.
En este nuevo capítulo de nuestra historia, México tiene la oportunidad de demostrar que su soberanía no es negociable. Claudia Sheinbaum, como representante de un gobierno que busca consolidar una Cuarta Transformación, debe mantener la firmeza y recordar que las decisiones que tome hoy determinarán el legado que deje para las futuras generaciones. Resistir las presiones externas es también un acto de esperanza, una declaración de que el destino de nuestra nación está, y siempre estará, en nuestras manos.