Juan Octavio Castillo nació en 1954 en Ciudad Juárez y hoy, a sus 71 años, es considerado uno de los músicos fronterizos con mayor experiencia y recorrido en el rock juarense. Su historia es también la de la escena local: los años de exploración, los ensayos en casas polvorientas, los festivales improvisados y la búsqueda incansable de un sonido propio en medio de una frontera donde lo estadounidense lo impregnaba todo.
“Mis primeros contactos con la música fueron en la primaria”, recuerda. Entrevistado en su casa, donde también tiene un estudio de grabación, su voz arrastra la memoria como si el tiempo se plegara en capas: “Recuerdo que estaba, creo que en tercer o cuarto año, en ese entonces mi tía era inspectora de la tercera zona escolar, era un personaje muy importante en la educación aquí en la ciudad, y en las navidades nos llevaban a las posadas y en una ocasión salió el grupo y yo me quedé con un alumno de sexto grado y escuché por primera vez la canción Pólvora, de Los Locos del Ritmo”.
No fue la única revelación. En esa época los sábados veía, sin falta, las caricaturas de Los Beatles. “No me las perdía por nada. Tal vez sea irrelevante esta historia, pero fue una música diferente a la que transmitía la radio”.
Los primeros acordes
En sexto de primaria, un regalo familiar marcó el rumbo. Su tía llevó a la casa un piano vertical, pensado para su hermana, pero el instrumento atrapó a Juan.
“Nació en mí esa curiosidad y tomé tres años de clase con el maestro Benito Quiñonez Cano. Ahí aprendí algo de música clásica y empecé a tocar algunas piezas populares”, rememora sentado en una silla detrás de un escritorio de madera.
Sin embargo, fue en la preparatoria cuando el rock lo atrapó definitivamente. Después vino la universidad, en una ciudad que entonces carecía de instituciones de educación superior.
“En ese entonces no estaba la UACJ, o te ibas a otras ciudades de México a estudiar o lo hacías en la Universidad de Texas en El Paso, eso fue alrededor de 1974, y ahí, como dicen, las estrellas se alinearon, porque hubo una convocatoria y participé con unos amigos, con los que que luego formariamos el grupo Silencio”.
El nacimiento de Silencio
El primer ensayo fue como el de todas las bandas o grupos que comienzan un proyecto. Algunos de los músicos no tienen experiencia y otros sí, y generalmente todo es un desorden mientras se conocen.

“Intenté cantar, pero me rechazaron porque era muy desafinado”. Sin embargo, la guitarra y la música latinoamericana le abrieron espacio. Fue el inicio de un grupo que se convertiría en referencia para la ciudad, encabezado por Luis Maguregui, a quien Castillo describe como “el más grande compositor que ha dado Juárez”.
Aunque llegó con una guitarra, lo suyo serían más tarde los teclados.
Paralelamente, fundó con otros músicos el MCL (Movimiento por el Canto Latinoamericano), junto a proyectos como Libertad América, de Alfredo Arroyo. “Queríamos cantar en español, porque traíamos la onda de que los gringos nos estaban invadiendo, y pues no queríamos cantar en inglés. Traíamos muy metida esa filosofía por la Revolución Cubana”.
Silencio duró más de una década y fue un grupo que lo marcó, sobre todo por la disciplina y el virtuosismo de sus integrantes.
“Fue mi primer grupo. Después, como casi siempre sucede, empieza uno con sus egos… Yo quería irme a México a grabar, sabíamos que aquí no la íbamos a hacer. Quizá no teníamos las herramientas, pero eso queríamos algunos, como yo”.
La ruptura fue inevitable. Iban a tocar en un lugar y ya era hora de comenzar, pero el baterista nunca llegó.
“En una tocada no llegó el baterista, y en un arranque dije que hasta ahí llegaba. Al día siguiente me arrepentí, pero ya lo había dicho”. De esa separación nació Metamorfosis, en 1985.
Metamorfosis y la escena ochentera
El grupo se formó con Lalo Olmos (exRevolution) en el bajo, Carlos Reynosa en la batería (que era el músico que nunca llegó a la presetación de Silencio), Alfredo Radovich en la guitarra, Juan Castillo en teclados y Rosalba Martínez en la voz. Después llegaron músicos de gran trayectoria como Kiko Rodríguez y Néstor Ríos, de Antares Tres.
“Tuve la gran fortuna de tocar con muy buenos músicos. Yo creo que el menos talentoso era yo”, dice con ironía.
Eran tiempos en que lo mejor de Revolution, la legendaria banda de Salvador Muñoz “Tata”, ya había quedado atrás. Su época dorada brilló en los años setenta, cuando el nombre retumbaba en cada esquina de Juárez.
“Revolution continuó incluso sin ‘Tata’, sin José Adrián Ramírez Rivero, conocido como ‘El Chencha’, que fueron los fundadores. Y salió New Revolution, aunque de vez en cuando ‘Tata’ regresaba a la banda. También se armó un grupo con Lety Castorena, que fue la esposa de ‘Tata’. Cuando tocábamos nosotros con Metamorfosis, todavía andaban restos de Revolution, pero ya nos tocó muy poco”, recuerda.
Muñoz falleció en noviembre de 2015, poco antes tocó en bares de la avenida Juárez y otros de la Tecnológico, incluso en algunos festivales con algunos de los exRevolution.
Juan aún trae fresca la memoria de cómo conoció a Muñoz:
“Lo conocí por medio de Joaquín Conde, que también estuvo en Metamorfosis y era baterista. Él conocía a muchos músicos y de repente me traía a gente aquí, como al ‘Tata’ o al ‘Chencha’, músicos de la década de 1970 que yo no ubicaba. Un día llegó a la casa, y a veces me lo corrían, porque tenía fama por la adicción, y yo me molestaba con mis amigos cuando lo corrían, porque aquí ensayábamos en la casa, antes de montar mi estudio de grabación”, dice.
Asegura que Muñoz fue muy menospreciado. Una vez, cuando apenas tenía una mezcladora de dos canales, el “Tata” tocó a la puerta de su casa.

“‘Oye, me das chanza de grabar algo’, me dijo. Y le respondí que órale, pues, y nos aventamos una rolita. Agarró una caja de ritmos, marcó el compás, metió guitarra y bajo. Una canción finísima, que él juraba era improvisación, pero yo no le creí. De tan bueno que era, quién sabe si me decía la verdad, pero la rola le salió en media hora, casi sin errores”, indica todavía sorprendido.

Algunas de esas bandas y grabaciones de Metamorfosis en vivo todavía pueden encontrarse en un canal de YouTube llamado IEI Audio y Video.
De hecho, Metamorfosis compuso en los años ochenta una canción dedicada al mítico “Tata”, titulada Canto Rodante, grabada hace pocos años, con música de Jorge Velarde y letra de Castillo.

“Hay muchos mitos sobre ‘Tata’, buenos y malos, y yo no lo voy a desmitificar. Lo que sí te digo es que fue un músico brillante, que se convirtió en leyenda urbana, alguien a quien podías ver caminar por las calles de Juárez con su guitarra colgada al hombro. Y sí, fue un personaje inolvidable para la música juarense”, asegura.
Revolution tuvo sus raíces en un grupo llamado La Mafia, fundado en 1965 en unos multifamiliares de la colonia Burócrata. Lo integraban Salvador Muñoz “Tata” en el requinto, Sergio Negrete en los teclados, José Luis “El Laga” en la batería y Osvaldo en el bajo. En la voz se encontraba “Chencha”. Todos ellos tenían entre 16 y 18 años, según recuerdan algunos músicos de aquella época.

Recuerda con mucho cariño también a la mítica banda juarense La semilla del amor, donde tocaron otros grandes músicos.
La ciudad, los años y el rock
En medio de recuerdos de una Juárez “polvorienta y desordenada” de los ochenta, Castillo reconoce que la mejor época del rock fronterizo llegó en los noventa, con grupos como Zona Muerta, Misterio, Anarkía, La Flota del Puente Negro, Amanecer y Ancla, entre otros.
También evoca programas en la televisión local como Video Rock, de Alejandro Balcázar, y A todo rock, en el 103.5 FM, que dieron visibilidad a la escena. “De ese entonces recuerdo al grupo Alien, grandes amigos. También Ravia, de los que más ha sonado y sigue sonando hasta ahora”.
El presente: memoria y esperanza
Por las salas de su estudio de grabación cercano al estadio 20 de Noviembre, han pasado cientos de músicos fronterizos. Ahí grabaron muchas bandas de los noventas como Ravia hasta decenas de bandas locales que buscaban profesionalizar su sonido.
Para Castillo, el reto actual es volver a apostar por lo original: “Ahora quienes tocan, aunque son buenos músicos, se meten en cosas que no son propias, como los tributos. Yo espero que Juárez vuelva a experimentar una época como la de los noventa, con músicos más comprometidos y que le metan a la talacha de lo original y la promoción”.
Su trayectoria, desde aquel niño que escuchó Pólvora hasta el hombre que vio pasar generaciones enteras de rock juarense, lo convierte en un testigo privilegiado y en memoria viva de la música de la frontera.
