En los últimos años, los mejores libros de poesía que he leído han sido escritos por mujeres. Esto me agrada, no solo porque adoro a las mujeres y soy un admirador absoluto de ellas, sino porque en los últimos 63 años de historia mundial, la aldea global ha comenzado a registrar con mayor precisión, constancia y contundencia la voz, es decir, la presencia activa de las mujeres. Y lo han hecho con la consigna de abolir el patriarcado y el machismo. El último reducto del machismo poético se ha reducido a un monólogo intelectual inválido, estéril y reiterativo.
Estoy convencido de que las luchas feministas, que son múltiples y variadas, están dejando en el mundo piezas únicas. Algunas marcan su diferencia con un acento individual, mientras que otras lo hacen con un acento multi rítmico que demuestra la capacidad de hacer de lo singular algo colectivo o colaborativo. Nos están mostrando y demostrando que las nuevas formas de transformación individual y social encuentran su base precisamente en lo colaborativo, una característica presente en la naturaleza de la mujer como género desde el origen mismo de nuestras civilizaciones y sus derivas culturales.
Entre los objetos creados por mujeres están los libros de poesía que, en los últimos cinco años, según mi humilde pero crítico punto de vista, han puesto en las manos de los lectores piezas de singular belleza, profundidad, complejidad y densidad conceptual.
Gente grande, de Estrella del Valle, como indica el título, está escrito para “gente grande”, no en el sentido de grandeza, sino de adultez plena. Más allá del concepto biológico, se dirige a aquellos que en la vejez se saben no en la grandeza de la sabiduría, sino en la plenitud de haber llegado a ser adultos, viejos, conscientes de ser responsables de su propia condición. Para estas personas, las verdades no vienen envueltas en metáforas complacientes, símiles o analogías que les aseguren su estado de confort. La conmiseración es un mal que se consume a diario, extraído de envoltorios de celofán, y que se ofrece en todas partes, tanto en dispositivos electrónicos como en la calle o en la tienda, donde la cultura de la vanidad es no sólo absurda y grotesca, ridícula y violenta, además de autodegradante, sino un síntoma de una patología compartida, viral, que sume en engaño vulgar, aunque resulta pretensioso tratar de sintetizar la arqueología del presente. Pero veamos.
Estrella del Valle se dirige a personas que no se engañan, a pesar de que saben de qué lado cojean, a quién ven en el espejo cada día, y que se cuentan historias para justificar sus debilidades y defectos. La poeta se dirige a la gente consciente de su tiempo, un tiempo denso y rápido, atroz y fugaz, difícil y lleno de placer, con perspectivas y sin esperanza, violento. Un mundo de contrastes, contradicciones y paradojas. Un mundo real, verdadero y forjado por mentiras.
Gente grande es un poema dividido en cinco secciones, con un total de 31 poemas. Su unidad, además de ser temática, radica en la actitud que asume ante el mundo: es adusta, de una madurez adquirida por los golpes de la vida, tan fuertes como la ira de Dios. Esta madurez ha sido adquirida a través de la experiencia, y la poética que presenta no es un grito ni un susurro; no habla en metáforas, sino que construye una compleja y rara metáfora. Sus referentes están en la realidad y en lo que se oculta en ella, es decir, en la apariencia, en lo que aparece si uno observa con paciencia y curado de sus males ideológicos, y en aquello que intenta ocultarse entre capas de apariencias, mentiras y frivolidades de todo tipo, surge la poesía como lenguaje del mundo contenido en palabras.
En este libro, la tristeza recorre los pasillos de una plaza comercial, un mall, como se les llama; recorre los interiores íntimos de una casa: el armario, la cocina, el baño y la recámara. Recorre la historia reciente de la poesía como género. Recorre el interior de un género binario: de mujer y hombre, de madre e hijo, de hija y madre. El recorrido en este libro no es una caminata, sino un deslizamiento, encapsulado en la gota de una palabra sanguínea. Como en Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, cuando un hilo de sangre recorre todo el poblado de Macondo, de un punto a otro, dando vuelta en cada esquina para llevar una noticia tremenda, definitiva, como el pan en la mesa de un domingo constatado por César Vallejo.
Es también una crítica a las y los poetas, recordándoles la importancia de llenar de significado los versos que escriben y no sólo de la autocomplacencia torpe o refinada de las referencia chiché. Estrella del Valle reprocha el vacío de significado que encuentra en algunos poemas de sus colegas, aquellos hechos con eficacia comunicativa, efectos y endulzamientos, publicidad y marketing, pero carentes de vida. Son esos poemas que hablan de una rosa sin lograr hacer que la rosa florezca en el poema. En este sentido, percibo que Estrella del Valle se inserta, más que en una corriente, en una tradición que viene desde Safo, pasa por Sor Juana Inés de la Cruz y llega a Anne Sexton, entre tantas otras referencias femeninas. Es una tradición construida desde una avidez intelectual crítica, y que asume su voluntad creadora como una rebeldía frente a lo establecido como regla inamovible. También encuentro en sus poemas esa lírica incurable de David Huerta, que nos recuerda que el objeto llamado poema, que se conforma por sí mismo o junto con otros poemas en un libro de poesía, es un espejo del mundo: una mancha tipográfica que encontramos abstracta, pero infinitamente clara.
Gente grande de Estrella del Valle me gusta por la sensación que me deja. Primero me siento abatido (no, no soy masoquista ni asumo el dolor del mundo como una presea para explotar; encuentro inmorales, pequeños y miserables a quienes practican la poética del dolor explotando el dolor ajeno). Digo que me siento abatido porque, como el fondo del libro está inundado por una profunda tristeza, termino sintiéndome abatido. Ahí quedo, tirado. Pero después, sin sentir nada de falsas esperanzas, me reincorporo y asumo la actitud que propone: asumir, como gente grande, las pequeñas y grandes cosas del mundo, repudiar lo dormido y nefasto, y maravillarse por lo grandioso.
Vámonos.
Dejemos que se maten entre ellos.
Ya están grandes
y saben perfectamente lo que hacen.
Por eso el libro se titula así: porque no busca autocomplacerse ni complacer a nadie. Es tremendo. Es decir, definitivo. Y vuelvo al principio, donde está mi final (sí, estoy citando a T. S. Eliot) para decir que en los últimos años la mejor poesía que he leído ha sido escrita por mujeres.
Josué Ramírez / Ciudad de México, 1963. Poeta y editor. Es autor de varios libros de poesía, entre los que se encuentran Hoyos negros, Los párpados narcóticos, Ulises trivial y Trivio. Ha sido becario del Sistema Nacional de Creadores de Arte y de la Fundación Rockefeller. Ha publicado reseñas y ensayos en diferentes revistas y suplementos literarios.