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El Papa que abrazó a Ciudad Juárez y rezó frente al muro

En la madrugada de hoy, el mundo amaneció un poco más solo. Francisco, el Papa de los gestos imposibles, falleció en el Vaticano. El hombre que prefirió la pobreza a los palacios, el mismo que limpió los pies de los presos y llamó hermanos a los migrantes, cerró los ojos para siempre, dejando detrás un […]

A los 88 años de edad, el papa Francisco falleció en el Vaticano

Por Fernanda Dorantes / 21 de abril de 2025

En la madrugada de hoy, el mundo amaneció un poco más solo. Francisco, el Papa de los gestos imposibles, falleció en el Vaticano. El hombre que prefirió la pobreza a los palacios, el mismo que limpió los pies de los presos y llamó hermanos a los migrantes, cerró los ojos para siempre, dejando detrás un legado de compasión tan vasto como el desierto de Chihuahua, donde miles han muerto en busca de una vida digna.

De acuerdo con el Vaticano, el Papa murió por derrame cerebral, coma y colapso cardiovascular irreversible.

El Papa Francisco muerte por ictus cerebral y colapso cardiovascular irreversible – Vatican News https://t.co/f7rsV3qLXQ

— Vatican News (@vaticannews_es) April 21, 2025

Quienes lo vieron en Ciudad Juárez aquel 17 de febrero de 2016, no lo olvidan. El viento del norte soplaba fuerte, cargado de polvo y de memorias tristes, como si también él supiera que algo grande estaba ocurriendo. En esta ciudad herida por la violencia y el narcotráfico, el Papa eligió una cárcel. Una prisión marcada por la muerte, los motines y la desesperanza. Allí, rodeado de hombres y mujeres que la sociedad prefiere no mirar, pronunció una de sus frases más humanas: “No se queden presos del ayer”.

No venía a repartir culpas ni a bendecir gobiernos. Venía a recordar que no hay redención sin justicia social. Su mensaje fue claro: “El problema de la seguridad no se agota encarcelando, hay que atender las causas estructurales”, unas de las fórmulas que ha aplicado el Gobierno mexicano en su lucha contra el narcotráfico.

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Su voz cruzó muros y alambradas. Al otro lado del Río Bravo, un magnate de palabras filosas —Donald Trump— ya hacía campaña sobre la promesa de construir un muro más alto. Francisco, con la serenidad de quien sabe que el Evangelio no se negocia, respondió desde el cielo de un avión rumbo a Roma: “Una persona que solo piensa en construir muros y no puentes, no es cristiano”. La frase viajó por el mundo como un rayo, y no pocos lo tildaron de político. Pero el Papa no hablaba desde el poder, sino desde las llagas.

El presidente municipal de Ciudad Juárez, Cruz Pérez Cuéllar, manifestó su pesar por la muerte del jerarca católico.

El 20 de enero de 2017, casi un año después de la visita del Papa a Ciudad Juárez, Donald Trump asumió su primer mandato como presidente de Estados Unidos. Nueve años después, ha regresado con mayor furia, transfiriendo tierras federales al Ejército para convertirlas en zonas de contención migratoria. La historia se repite, aunque con nuevas armas. En nombre de la seguridad, se militariza la frontera como si el miedo fuera una política de Estado. Su decisión, recuerda a la franja Gaza, donde se han levantado muros con el mismo pretexto de protección. Distintas geografías, el mismo desprecio por el puente humano.

Francisco no ignoraba estos paralelismos. Su sensibilidad era de otro mundo, pero su lucha estaba clavada en éste. Por eso, en Juárez, ofició una misa frente al muro. No pidió derribarlo —sabía que los muros también existen en los corazones—, pero alzó una oración por cada migrante que murió en el intento. Allí, en la última parada de su visita a México, cerró el círculo: habló por los pobres, por los olvidados, por los que caminan sin papeles ni patria.

Hoy, cuando su cuerpo descansa en Roma, sus palabras viven en Juárez, entre quienes sobrevivieron, entre quienes cruzaron y no olvidaron el abrazo de un hombre que creyó más en los puentes que en los tronos. Murió el Papa. Pero quedó su mensaje: “Perdonen a la sociedad que no supo ayudarlos”.

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