Por más de una década al frente de la Iglesia católica, el Papa Francisco fue un líder de silencios diplomáticos, sino una voz firme frente a las injusticias del mundo contemporáneo. En especial, su crítica constante y contundente a las políticas migratorias impulsadas por el expresidente Donald Trump demostró su compromiso con una ética del cuidado, la inclusión y la dignidad humana, aún a costa de incomodar a uno de los líderes más poderosos del planeta.
Desde el primer mandato del magnate neoyorquino hasta el inicio de su segundo periodo presidencial, Francisco se posicionó como una figura contracultural, apelando a una visión radicalmente opuesta al discurso del miedo, la exclusión y el castigo.
Su confrontación no fue gratuita ni improvisada. En 2016, cuando Trump aún era candidato y prometía construir un muro en la frontera con México, el Papa acababa de dejar Ciudad Juárez y fue tajante: “Una persona que solo piensa en construir muros, de cualquier naturaleza que sean, y no en construir puentes, no es cristiano”. La frase no fue solo una crítica política, sino una denuncia teológica que puso en entredicho los fundamentos mismos del mensaje del republicano.
El conflicto se agudizó con el tiempo. Durante la primera presidencia de Trump, Francisco condenó en múltiples ocasiones la política de separación de familias migrantes, calificándola como “inmoral” y “contraria a los valores católicos”. En entrevista con Reuters en 2018, fue claro: “No puedes rechazar a la gente que llega. Tienes que recibirlos, ayudarlos, cuidarlos, acompañarlos y ver dónde ponerlos”.
En 2024, en vísperas de una nueva elección presidencial en Estados Unidos, el Papa volvió a intervenir en el debate público al señalar que tanto Trump como Kamala Harris representaban, desde su perspectiva, posturas “en contra de la vida”. Llamó entonces a los católicos a votar por el “mal menor”, dejando claro su descontento con ambos proyectos políticos, pero sin ocultar su particular preocupación por el endurecimiento del discurso antimigrante que acompañaba el retorno de Trump.
Ya con el republicano de nuevo en la Casa Blanca, Francisco denunció con severidad los planes del nuevo gobierno para ejecutar la “mayor deportación en la historia” del país. “Si es cierto, será una vergüenza, porque hace que los pobres desdichados que no tienen nada paguen la cuenta”, dijo durante una entrevista televisiva en Italia.
Pero quizá el gesto más elocuente de su desacuerdo llegó en febrero de 2025, cuando envió una carta a los obispos estadounidenses. En diez puntos, el pontífice desmenuzó una crítica teológica y pastoral al discurso antimigrante que domina hoy buena parte del debate en Estados Unidos. En esa misiva, recordó que el itinerario del pueblo de Israel —de la esclavitud a la libertad— sigue vigente y que Jesucristo mismo “eligió vivir el drama de la inmigración”. Retomando la Constitución Apostólica Exsul Familia de Pío XII, Francisco insistió en que ningún Estado puede negar la humanidad de quienes cruzan fronteras en busca de dignidad.
El Papa no negó que los Estados tienen derecho a garantizar su seguridad interna, pero advirtió que la conciencia cristiana no podía aceptar que se equipare la condición migratoria irregular con la criminalidad. Las políticas de deportación indiscriminada, dijo, hieren la dignidad humana y colocan a miles de familias en una situación de extrema vulnerabilidad. “El verdadero Estado de derecho se prueba en el trato que da a los más pobres y marginados”, afirma el obispo de Roma.
Francisco no se contentó con una postura simbólica. Llamó a la acción concreta, por lo que pidió a los obispos rechazar los discursos de odio, ofrecer acompañamiento pastoral a migrantes y levantar la voz donde otros callan. Para el Papa no se trataba solo de una cuestión política, sino de un imperativo evangélico. En su visión, las democracias no podían construirse sobre la base del privilegio de unos y el sacrificio de otros.